Vigilancia y vela en el hospital
Nos contaba una amiga que recientemente había tenido que velar a un familiar enfermo en el hospital. La enfermedad no era grave así que la noche que le tocó a ella acompañar al paciente transcurrió incómoda pero serena.
Desde la habitación del hospital podía contemplar el ir y venir de las gentes, los coches y el trajín en los comercios y bares.
A medida que avanzaba la noche todo se fue calmando y adquiriendo tintes de quietud. También la planta del hospital en la que estaban iba acallando ruidos. La dama noche se apoderaba de todo.
Esta amiga nos contaba que debió de quedarse adormilada un rato porque, cuando abrió los ojos en mitad de la noche y miró por la ventana se encontró con una ambulancia aparcada delante de un portal del edificio de enfrente. No había ningún signo visible de movimiento en el edificio, no se apreciaba ni el más leve desasosiego, excepto las luces de la sirena de la ambulancia que, nerviosas, giraban sobre sí mismas.
Al cabo de unos minutos, quizás una hora, llegó otra ambulancia, silenciosa. Solo el movimiento inquieto de sus luces indicaba urgencia. Se ella se apearon dos personas con sendas mochilas negras a la espalda y, con paso apresurado, entraron en el portal.
Nuestra amiga sintió la urgencia de rezar, algo en ella le decía que, no solo a su familiar enfermo, sino que velara, anónimamente, la historia que transcurría en el edificio gris de enfrente.
No tenía datos, no sabía qué sucedía, seguía sin haber ningún indicio de alarma en el edificio.
Ella oraba y velaba, confiando a Dios lo que estaba sucediendo.
La entrada de las enfermeras en la habitación ya al clarear el día la distrajeron de su nueva misión. De vez en cuando echaba un vistazo por la ventana y confirmaba que las dos ambulancias seguían allí. También vio llegar a una mujer de unos 40 años que entraba presurosa en el portal mientras hablaba agitadamente por teléfono.
Ya no vio más, nuestra amiga se enfrascó en lo que tenía más cerca, en su familiar enfermo.
Una hora más tarde, al pasar con su coche por delante del portal vio que el sitio de la ambulancia lo ocupaba ahora un coche de una empresa funeraria.
Nuestra amiga nos contaba que días después, ya dentro de la vida cotidiana, se preguntaba por el sentido de su vela gratuita y anónima. Ella había vivido con intensidad ese momento, sin preguntarse nada, solo entregando lo que tenía en ese instante, su vigilia. Había sido testigo anónimo de un suceso, había querido enviar su cercanía, su calor, desde una habitación de un hospital a varios centenares de metros.
¿Había servido de algo su entrega gratuita? No lo sabrá nunca. Pero ahí radica la grandeza de un corazón humano.
Vela y oración.
“Velad y orad”, y confiad en que todo, al final, queda en las manos de Dios.
*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
***
Comentarios recientes