La voz que plantó vida.
“¿Por qué huyes de las playas sumergidas de Galilea, de las arenas y del agua del espliego?
¿Por qué dejas el mundo cotidiano, Virgen de Nazaret,
los amarillos botes pesqueros, las granjas,
los patios olorosos a vino, las bajas bodegas,
las prensas de aceite, las mujeres junto al pozo?
¿Por qué huyes de estos mercados,
de los jardines suburbanos, de las trompas, de las celosas azucenas,
y lo dejas todo, tan dulce entre los limoneros?
A ninguna ciudad has confiado las nuevas ocultas tras tus ojos.
Has sumergido la palabra de Gabriel en pensamientos como lagos,
has torcido hacia la montaña pétrea, hacia regiones sin árboles,
Virgen de Dios, ¿por qué tus vestidos son como velas?
El día en que Nuestra Señora, llena de Cristo,
cruzó el umbral de su pariente,
¿no se posaron sus plantas ligeras, como oro sobre las losas del pavimento?
Sus ojos, grises como palomas,
¿no se posaron como la paz de un nuevo mundo sobre aquella
casa, sobre la Isabel del milagro?
Su saludo canta en el valle de piedra como una campana cartuja.
Y San Juan, no nacido,
despierta en el seno materno,
salta a los ecos del descubrimiento.
Canta en tu celda, menudo anacoreta;
¿cómo la viste, en la ciega tiniebla?
¿Qué sílaba arcana
despertó tu fe joven a esa loca verdad:
que un infante no nacido podía bañarse en el Espíritu de Dios?
¡Oh gozo quemante,
qué mares de vida plantó aquella voz!
¿Con qué nuevo sentido
percibió tu sabio corazón el Sacramento de Ella
y conoció a su enclaustrado Cristo?
No te hace falta elocuencia, muchacho silvestre
exultante en tu ermita.
Tu éxtasis es tu apostolado;
para ti, patear es contemplata tradere.
Tu gozo es la vocación de los hijos escondidos de la Iglesia:
los que por voto yacen sepultos en el claustro o la ermita:
el Trapense sin habla, el gris granítico Cartujo,
el sosegado Carmelita, la descalza Clarisa, plantados en la noche
de la contemplación,
sellados en la oscuridad, esperando nacer.
La noche es nuestra diócesis, silencio nuestro ministerio,
pobreza nuestra caridad, desamparo nuestro hablar
con lengua atada. Más allá de visión y sonido, habitamos el aire,
para ganar al mundo en una experiencia impensable.
Somos desterrados en el confín remoto de la soledad,
vivimos a la escucha.
Con corazón atento a los cielos incomprensibles, esperando el primer redoble remoto de Cristo el Conquistador, plantados como centinelas en la frontera del mundo.
Pero en los días, contados días, cuando nuestra Theótocos huyendo del próspero mundo,
aparece sobre nuestras montañas, con sus vestidos como velas, entonces como el sabio y el silvestre infante,
Juan no nacido, incapaz de ver nada,
despertamos y reconocemos la presencia virginal,
recibimos a Cristo en nuestra noche,
con heridas de una inteligencia blanca como el relámpago.
Refrescados en la llama del oscuro fuego divino,
lavados en su gozo, como un vestido de llama nueva,
ardemos como águilas, en su invencible vigilancia, saltamos y brincamos de alegría,
retozamos en el seno, nuestra nube, nuestra fe, nuestro elemento, nuestra contemplación, nuestro cielo anticipado, mientras la Madre Iglesia canta como un Evangelista.”
*
Thomas Merton
Las lágrimas de los leones ciegos.
El despertar de San Juan Bautista: A la vocación contemplativa.
(versión de Luis Alonso Schokel)
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