Concebido por el Espíritu Santo (cada ser humano engendrado por Dios)
He comentado anteayer el evangelio de este domingo 4º de Adviento (Mt 1, 18-25), pero sin ocuparme de las palabras centrales del ángel a José:
No tengas miedo de recibir a María, tu mujer,
porque lo que ella ha concebido es del Espíritu Santo (1, 20)
Estas palabras han pasado a todos los credos cristianos: “fue concebido por el Espíritu Santo, nació de la virgen María”. Ellas han sido objeto de grandes disputas, desde el comienzo de la Iglesia (como indican los primeros concilios de Nicea y de Éfeso…), y en la actualidad siguen siendo tergiversadas, criticadas y aceptada con pasión (según los casos).
En la reflexión que sigue quiero comentarlas brevemente, sin distinguir entre creado, engendrado y concebido (como sería necesario), sin separar el plano eterno del Hijo de Dios y el plano histórico de Cristo (con otros temas igualmanente discutibles y distinguidos). Para situar el tema quiere recoger dos experiencias:
— La primera es muy antigua (del año 1951 o 1952). Yo me examinaba por libre en el Instituto de Bilbao. Éramos muchos, el examen era público y oral, y el cura de religión nos iba haciendo las preguntas pertinentes. Llegó mi turno, miró la lista, me dijo si me llamaba así y me pregunto si Dios era creador de todo… Le respondí como pude (no recuerdo bien cómo), y de pronto me dijo: “¡O sea, que ahora Dios no crea nada!”. Yo le respondí con gran aplomo: “No, no es así, Dios sigue creando un alma para cada hombre que nace”.
Yo no sé si entendía lo que decía, pero sé que nos lo había dicho el profesor de Religión de Durango, José M. Duñabeitia, y me había quedado muy grabado, y se lo dije con todo aplomo. Duñabeitia se cansaba a veces en las clases, y nos contaba sus historia, sobre todo la del Penal de Ocaña donde le internaron tras la guerra (en el mismo penal donde estuvo y murió Miguel Hernández, de quien entonces no nos hablaban).
No recuerdo mucho más. Sólo que el examinador, un Canónigo de Bilbao, me miró fijamente y me dijo: ¡Bien, Chaval, puedes irte!
— Segunda experiencia… El recuerdo de aquel examen y de aquella respuesta que di sin entenderla me ha guiado toda la vida (y parte de mi teología ha sido un intento de responder a ella)… Hoy (2016) creo como entonces que Dios sigue creando almas, aunque quizá lo diría de otra forma: Dios no crea” almas sin más, sino que “engendra personas”, por obra de su Espíritu, como engendró a Jesús .
Desde ese fondo entiendo un modo mejor (sin entenderlo del todo) este relato de Mt 1, 18-25, donde se nos recuerda la palabra del ángel a Jesús: Lo que María tu esposa ha concebido viene del Espíritu Santo, por eso acógelo como don de Dios. Sabes que ese niño es tuyo y de María, su Madre, viniendo directamente de Dios.
De eso tratan las reflexiones que siguen, algo más técnicas, elaboradas a partir del texto de Mt 1, 18-25, en sintonía con las cosas tan hermosa que ha dicho en este mismo lugar Juan Masiá (RD: 11.12.16) al decir que todos los padres son “adoptivos” en el sentido profundo del término, pues cada niño es engendrado y nace (crece, vive…) por obra del Espíritu Santo.
Me gustaría poder decir cosas tan hondas y verdaderas que ha dicho mi amigo Juan Masiá, que han ayudado a tantos padres, a tantos creyentes. Pero quizá también las mías, un poco más técnicas, en la línea de las postales anteriores de este blog podrán acompañar a mis lectores. Buen final de adviento para todos.
Concepción por el Espíritu, una experiencia pascual
Este pasaje (1, 18-25) nos sitúa ante la ruptura mesiánica, que sólo se entiende en clave pascual: El mismo Dios, Señor de Israel (kyrios) ha pedido a José que supere su justicia anterior, poniéndose al servicio de la Mujer que engendra y da a luz, por encima de la Ley israelita, para ponerse así al servicio de la vida que se expande a todas las naciones, de manera que parece repetirse el modelo de Gen 3, 20, donde se decía que Adán llamó a su mujer Eva, reconociendo así que era “madre de todos los vivientes”. Aquí es José el israelita, hombre de ley, quien debe aceptar a María, reconociendo que el Espíritu de Dios actúa en ella y aceptando el valor salvador de su Hijo .
– Estamos ante un mesianismo materno, elaborado desde la fecundidad de la vida humana reflejada en la mujer, virgen grávida, que ha concebido y va a dar a luz (1, 23), revelándose ante José como signo de Dios. Quedan en segundo plano otras leyes sacrales, con las instituciones socio/religiosas. La Palabra del Ángel de Dios lleva a José hasta María, diciéndole que ella ha dado a luz por el Espíritu, y presentándola como virgen/doncella (parqe,noj) que puede engendrar, conforme al sentido original de la palabra hebrea de Is 7, 14: ha ‘almah, (en griego parthenos).
– Éste es un mesianismo de salvación: José ha de poner al niño el nombre Jesús, pues salvará a su pueblo de sus pecados un nombre que aparece como título mesiánico, en su sentido hebreo: Jesús significa Yahvé Salva . El contenido de ese título (con referencia de aquellos a quienes salva (su pueblo: to.n lao.n auvtou) se irá precisando a lo largo del evangelio.
– Éste es un mesianimo teológico, centrado en Jesús como Emmanuel , Dios con nosotros . Pasamos así del plano activo (Jesús, nombre de acción) al de la presencia personal (Emmanuel, Dios con nosotros). Antes de hacer nada, Jesús es presencia fundante de Dios para todos los humanos. La Ley de Israel dividía y distinguía a los hombres, conforme a su origen y a sus obras. El nacimiento de Dios en Jesús les unifica.
De esta forma venimos del modelo judío de José (que acoge y nombra al niño) al mesianismo universal cristiano, como indica la cita de 1, 22-23: el mismo autor del evangelio reflexionando desde la base de la Escritura, condensa lo anterior y presenta a Jesús como Emmanuel, abriendo de esa forma un arco (o puente) que se cerrará al final del evangelio: sólo este Dios-con-nosotros podrá decir sobre el monte de la Pascua Yo-estaré-con-vosotros (con misioneros y pueblos) hasta el final de los tiempos (28, 16-29).
Mateo traza así un camino que lleva de la madre con niño y del padre legal hacia la comunidad fraterna donde el Cristo se expresa plenamente. La tarea de Jesús consistirá en suscitar esa fraternidad mesiánica fundada en el don del Padre y el amor del evangelio, como ratifica 23, 8-9: “Pero vosotros no os dejéis llamar Rabí; porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos, ni os llaméis Padre…” .
En esa línea, Mt 1, 18-25 ha vinculado los elementos maternos y paternos del texto, integrando el signo del Espíritu en María y la palabra del Ángel a José, para así descubrir y presentar al Jesús pascual como Dios en nosotros. Esos signos extienden al comienzo del evangelio una experiencia básica de Pascua, para indicar que Jesús, nacido de María, es el mismo que ha resucitado de los muertos, y que el Ángel de Dios que llama a José en medio del sueño es el mismo que descorre la piedra de la tumba, a fin de que Jesús pueda re-nacer, re-sucitar, revelando el misterio a las mujeres de la Pascua (28, 1-7).
Al fin del evangelio, el Espíritu Santo, que realizaba la “concepción humana” de Dios en María aparecerá en la montaña de Galilea como misterio divino, con el Padre y el Hijo en el bautismo pascual (28, 19), de manera que el “Dios con nosotros” de 1, 23 se expresa así como misterio trinitario (28, 20).
El Espíritu de Dios ha engendrado a Jesús. El mismo Espíritu engendra a todos los hombres, porque todos nacen (nacemos) de Dios.
Este evangelio de la concepción de Jesús (1, 18-25) sólo alcanza su sentido desde la vida total de Jesús, poniendo así de relieve el carácter revelador del nacimiento de Jesús, en el que se vinculan el Espíritu de Dios y la historia humana. Mateo no ha querido contar la historia de un nacimiento puramente biológico, sino confesar un misterio de fe para creyentes, y lo hace de manera paradójica, vinculando la promesa de Israel, el nacimiento de Jesús y la experiencia creyente de la iglesia. En esa línea he podido ya evocar la “conversión” y eclesial de José.
‒ José es un signo privilegiado de la iglesia judeocristiana que debe abrirse a la misión universal, por medio de Jesús, pasando así de la cristología intraisraelita de José (que acoge y nombra al niño) a la cristología universal de la Iglesia, expresada por la cita de 1, 22-23, donde Jesús aparece como Emmanuel, abriendo de esa forma un arco (o puente) que se cerrará al final del evangelio, cuando Jesús enviará a sus discípulos a todos los pueblos, diciéndoles Yo-estaré -con-vosotros (con misioneros y pueblos humanos) hasta el final de los tiempos (28, 16-29).
El caso María, el caso José
‒ La concepción por el Espíritu nos lleva más allá de la genealogía carnal del pueblo de Israel, situándonos en una línea de misión universal, por encima de padres y maestros humanos, según la carne (cf. Mt 23, 8-9). La línea de las generaciones “oficiales” (1, 2-17) ha terminado en José, de manera que, estrictamente hablando, conforme a la experiencia y acción del Espíritu, Jesús no nace ya como israelita (según la ley), sino como humano universal, de forma que, en ese plano, ya no existe judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer (cf. Gal 3, 28), sino el nuevo ser humano.
En este contexto puede y debe situarse la acusación contra el “nacimiento irregular” de Jesús, que aparece aquí veladamente, lo mismo que en Mc 6, 3 (donde se le llama “el hijo de María”, en terminología metronímica, como suponiendo que no tiene padre legal reconocido). En esa misma línea entienden algunos la palabra de aquellos que llaman a Jesús endemoniado (cf. Mt 12, 22-32 par), un tema que reaparece de forma sorprendente en Jn 8, 41. Los mismos que acusan a los cristianos de haber “robado” el cadáver de Jesús para decir que ha resucitado (27, 62-66; 28, 11-15), parecen acusarles de afirmar que Jesús ha nacido por obra del Espíritu Santo, para superar así la acusación de los que dicen que ha sido engendrado de un modo ilegítimo, sin verdadero padre legal, israelita . (1)
Es muy posible que esos dos pasajes (nacimiento virginal, resurrección corporal) nos sitúen ante una misma disputa de fondo, con acusación de algunos (los cristianos quieren ocultar el nacimiento ilegítimo de Jesús y han robado su cadáver para decir que ha resucitado) y defensa de otros, que apelan en ambos casos a la acción poderosa del Espíritu de Dios, que se revela en la raíz de la historia humana, por el nacimiento y pascua de Jesús.
A fin de confesar la presencia humana de Dios (su encarnación biográfica: cf. Jn 1, 14), los cristianos han debido crear un lenguaje simbólico, que, mirado en un plano puramente físico, puede parecer escandaloso, pero que, entendido en su verdad mesiánica, expresa y revela el más hondo misterio de Dios hecho hombre .
Entendido así, el “dogma” o sentido luminoso del nacimiento de Jesús por el Espíritu forma parte del “símbolo” de fe de la Iglesia: “(Jesús) no nació primeramente como un hombre cualquiera, de la Santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió al nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne… (Concilio de Éfeso, año 431; Denzinger-Hünermann 250-251).
Concebido por el Espíritu Santo, un dogma luminoso
Este símbolo ratifica la concepción carnal del Verbo de Dios (cf. Jn 1, 14), e interpreta la maternidad de María y el nacimiento de Jesús de un modo radical, como revelación suprema, obra (presencia) de un Dios que, siendo infinito, más allá de toda “carne”, se hace en la carne de la historia .
‒ Ésta es el dogma esencial de la Iglesia, formulado en una perspectiva helenista, en un camino que va de Nicea (325: homoousios, Jesús tiene la misma esencia de Dios-Padre), a Calcedonia (454: Jesús es Dios y hombre verdadero), asumiendo la proclamación del Concilio de Constantinopla (año 381), donde se ratifica el carácter estrictamente divino del Espíritu Santo, y del Concilio de Éfeso (431: Theotokos), en el que se dice que María ha concebido y dado a luz a Jesús, el Hijo de Dios, conforme a la tradición de Mt 1 y Lc 1, en la línea del credo: “Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María” (2).
‒ Un dogma paradójico: Dios en la carne de María. Ha recibido quizá una formulación helenista, pero en su raíz no es helenista, sino radicalmente cristiano pues afirma que Dios puede introducirse y se ha introducido por su Espíritu en la historia de los hombres, encarnándose en ella e identificándose así con Jesús, un hombre concreto, con su propia carne y sangre, es decir, con su humanidad histórica, doliente y gozosa, en camino de nacimiento y muerte. Esta es la paradoja que rompe los esquemas del racionalismo griego y de la pura trascendencia judía, que entienden a Dios como alguien separado de la historia (de la carne y de la sangre, de la muerte), al afirmar que María, siendo una mujer concreta de la historia, ha dado a luz al mismo Hijo de Dios, Jesús, que es un hombre concreto de la historia.
Ésta es la afirmación dogmática esencial, el centro del cristianismo, que se sitúa en la línea de la formulación paradójica de Pablo en 1 Cor 1, 18-25, cuando sitúa la Cruz de Cristo frente a la Sabiduría griega y la Ley judía, no para negarlas, sino para transcenderlas. Entendido así, el nacimiento virginal y carnal de Jesús, hijo de María, pertenece al misterio de la “cruz” cruz pascual, de manera que no puede banalizarse, ni diluirse en consideraciones de tipo filosófico-legal, pues si se banaliza y pierde se pierde toda la novedad cristiana.
‒ Madre de Dios, el nacimiento humano. Tomada en sí misma, esta confesión (María es theotokos, Madre de Dios, siendo madre de Jesús) nos sitúa en el mismo centro de la humanidad cristiana, por encima de sacralidades cósmicas y espiritualismos gnósticos. Dios no es una idea espiritual, una santidad extramundana, un tipo de eternidad separada de la historia, sino el poder de realidad que se encarna por María, una mujer concreta, en la carne de la historia, haciéndose “carne”, vida humana, en Jesús. Según eso, Dios se expresa plenamente allí donde una mujer concibe y alumbra a su “hijo” (que es Hijo de Dios) como sabe Mt 1, 23 (citando a Is 7, 14) .
Un dogma que no impone, sino que propone y abre un camino de vida
Este dogma no impone por la fuerza una determinada teología, ni quiere excluir la variedad y riqueza de la experiencia humana, sino que sitúa el nacimiento de Jesús en el contexto más hondo, concreto y novedoso de la vida, allí donde el mismo Dios se identifica con el despliegue humano de Jesús. Este dogma no resuelve problemas históricos concretos (sobre la familia de Jesús y su inserción en la Iglesia), sino que afirma y resalta algo que pertenece a la raíz del cristianismo: el Verbo (=revelación, presencia) de Dios se ha hecho carne en Jesús, de forma que María, su madre, es madre carnal del Dios hecho carne, en su función concreta (histórica y personal) de engendrar y acompañar (educar) al Cristo Jesús, en diálogo con José, su esposo. María no es, por tanto, una expresión de la “idea materna” de Dios, ni un mero signo de santidad supra-histórica, sino madre histórica de Dios, en su realidad concreta, con sus relaciones personales y sociales, en el centro de una historia fuerte y conflictiva .
María no es madre de un ser divino en general o de una de las divinidades sagradas (semi-cósmicas, semi-humanas) del entorno religioso de Israel, sino madre de Jesús, un hombre particular en quien se expresa la esencia o naturaleza eterna del Dios trascendente de Israel. Desde ese fondo podemos y debemos entender los elementos fundamentales de su maternidad, tomados de un modo personal, pues ellos configuran su historia más honda y su figura, como madre de Jesús, hombre concreto, Hijo de Dios .
Notas
(1) Mateo no explicita el tema, sino que se limita a proclamar la novedad cristiana, rompiendo la línea judía de las generaciones: la genealogía anterior (1, 2-16), necesaria y valiosa según ley (en un nivel judeo-cristiano), queda superada y se vuelve inútil, pues Jesús no nace según ella, sino de un modo legalmente irregular, por obra del Espíritu Santo. Esto nos sitúa ante una gran trasgresión, que algunos han podido formular diciendo que Jesús era hijo ilegítimo de una mujer no casada. Cf. R E. Brown, Nacimiento del Mesías, 558 ss. J. Schaberg, The Illegitimacy of Jesus: A Feminist Theological Interpretation of New Testament Infancy Narratives, Harper, New York 1987 ha estudiado los relatos de la infancia (Lc 1-2, Mt 1-2) desde la afirmación de Mc 6, 3, que presenta a Jesús como “el hijo de María”, llegando a la conclusión de que, desde la perspectiva de la genealogía de Mt 1, 2-17 y de la revelación del ángel a José (1, 18-25), puede suponerse que Jesús ha debido tener una “concepción irregular”.
Esa concepción irregular no implicaría un “reproche” contra María (y contra Jesús), sino todo lo contrario: Dios se ha introducido de manera sorprendente en la historia humana a través de la acción especial del Espíritu en María, una acción que históricamente no podemos explicar. Eso significaría que este relato de la “anunciación a José”, con la concepción por el Espíritu, habría surgido de manera reactiva, en contra de los que han acusado a Jesús diciendo que ha sido “hijo de prostituta” lo mismo que 28, 11-16 habría nacido como reacción en contra de los que han acusado a los cristianos de haber “robar” el cadáver de Jesús (cf. también Jn 8, 41). Expuse el tema hace tiempo en Los Orígenes de Jesús, Sígueme, Salamanca 1976, llegando a la conclusión de que el tema del “nacimiento irregular” de Jesús no puede entenderse en sentido histórico-biológico, sino desde la perspectiva confesional de la concepción por el Espíritu, en una línea de superación del “mesianismo” según la carne (cf. Rom 1, 1-4) de algunos círculos judíos.
María pertenece al misterio de la fe y así aparece vinculada al Espíritu Santo, como madre mesiánica, superando el nivel de la generación según la carne. José, en cambio, es un signo de todo Israel, de manera que se le atribuye el título de Hijo de David, como representante y culmen de la genealogía “carnal”. De esa forma queda superada (lo mismo que en Rom 1, 3-4), la visión de un mesías que nace de la Carne (de la simple genealogía de David). Pero Rom 1, 3-4 podía suponer que Jesús nació primero en un nivel de carne (como Hijo de David, es decir, de José), para renacer luego a la vida más alta por el Espíritu, en la resurrección. Mt 1, 18-25 ha vinculado, en cambio, los dos planos, de forma que Jesús surge ya por obra del Espíritu desde el mismo principio de su concepción y nacimiento, siendo acogido en fe por José, representante de la genealogía carnal israelita.
El objeto central de Mt 1 no ha sido, por tanto, narrar o probar la concepción virginal de Jesús, pues ella queda presupuesta, en el nivel de acción del Espíritu Santo. A Mateo no le importa la virginidad de la madre de Jesús en plano físico o moralista, sino el misterio superior de la gracia universal de Dios, que desborda el plano de la ley israelita. Ser madre por el Espíritu, eso es la virginidad según Mateo. En el centro de su relato está la exigencia de conversión de Israel, que debe superar su nivel de Ley-Carne (genealogía de David), para asumir la obra de Dios, por el Espíritu, tal como ha venido a realizarse por María. En ese sentido, ella pertenece al misterio cristológico. Por eso el texto sigue diciendo que ‘José no la conoció hasta que dio a luz a su hijo Jesús” (1, 25).
(2) Este dogma rompe la lógica helenista, pues confiesa que Jesús es Dios trascendente, siendo un hombre concreto de la historia. El helenismo separaba a Dios de la carne y de la historia. En contra de eso, el concilio de Éfeso afirma que María ha concebido por “obra del Espíritu Santo”, es decir, del mismo Dios, que no se opone al hombre ni se sitúa en su lugar (el Espíritu Santo no es un competidor ni un sustituto de José, el esposo de María).
Entendida así, la afirmación de María theotokos no puede formularse de un modo excluyente, como si fuera ello concerniera sólo al la madre de Jesús, sin más ampliación humana, sin ninguna referencia complementaria, sin Abrahán ni David, sin José, su esposo, sino todo lo contrario: María es madre como signo y compendio de la humanidad entera, del conjunto de la historia. En esa línea, la palabra parthenos (parqe,noj, virgen), que utiliza Mt 1, 23, con Lc 1, 27 y el concilio de Éfeso (con toda la tradición cristiana), no puede entenderse en sentido “exclusivista” (como si implicara una simple negación biológica de lo masculino), sino en sentido superior, inclusivista, como supone la tradición del Nuevo Testamento, donde María aparece como signo y condensación de la historia humana, lugar y persona en la que actúa de un modo especial el Espíritu de Dios, es decir, Dios como Espíritu.
La experiencia de la virginidad/Maternidad se aplica de un modo especial a María, pero no de manera excluyente, pues ella es theotokos desde su relación con José y con la historia humana, abierta de un modo personal al nacimiento de Dios. Leído así, este dogma no cierra unos caminos, ni impone por la fuerza unos motivos teológicos particulares, ni quiere sustituir la variedad y riqueza de experiencias del Nuevo Testamento, sino que las sitúa en el contexto más hondo y novedoso del nacimiento de Dios en forma humana (Flp 2, 6-11). La virginidad de María no se entiende en sentido gnóstico, como negación de la carne (pues ello iría en contra de Jn 1, 14), sino a modo de elevación radical y apertura plena a Dios, en un gesto de libertad (desde la misma “carne” de la historia y de la vida humana), en una línea que puede interpretarse a partir del argumento dramático de Pablo en 1 Cor 7 (al servicio de la libertad personal de los creyentes) y de la profecía de Is 7, 14 donde la virgen madre es la expresión de la humanidad abierta a la intervención y presencia salvadora de Dios. Cf. Brown, Nacimiento; I. de la Potterie y otros., Mariología fundamental. María en el misterio de Dios, Secretariado Trinitario, Salamanca. 1996; S. de Fiores, María en la teología contemporánea, Sígueme, Salamanca 1990.
Comentarios recientes