“¿Un Dios personal?”, por Enrique Martínez Lozano
Me parece claro que el modo como vemos a “Dios” es inexorablemente deudor de la idea que tenemos acerca de nosotros mismos. Mientras la persona religiosa se identifique a sí misma con el “yo” separado (personal), no podrá sino percibir a “Dios” como un Ente separado, e igualmente “personal”.
Esa comprensión es verdadera, pero únicamente en el nivel en el que aparece, es decir, el mental. Ahora bien, cuando caes en la cuenta de que ese nivel es solo aparente, percibes que tanto la identidad “personal” como la idea de un “Dios personal” no son reales, sino solo verdaderas en aquel nivel.
Esto significa –tal como lo veo– que el centro de la discusión no se halla en el plano teológico (o religioso), sino en otro mucho más profundo que tiene que ver con el propio modo de conocer.
Comprendo que una persona creyente, que asume como real el nivel mental, centre su fe en un Dios personal. Pero, ¿qué ocurre cuando te haces consciente de que ese mismo nivel es solo una creación de la mente? La nueva consciencia relativiza radicalmente las percepciones mentales. En concreto, en el campo teológico o religioso, vienes a descubrir que todo lo referido a aquel Dios en quien se creía no era sino un conjunto de proyecciones. Conceptos nucleares en teología como los de “Amor”, “Bondad”, “Justicia”…, aplicados a Dios, no eran sino proyección mental a partir de nuestra propia situación. El resultado no podía ser otro que la creación de un ídolo a nuestra medida, “personal” –a partir de nuestra propia creencia que nos identificaba como un “yo personal”– y “justo”, según nuestro propio y reductor sentido de la justicia. Etcétera…
Por eso, en el mismo instante en que dejas de verte como “persona” separada, cae el carácter “personal” que habíamos atribuido a Dios. Es decir, lo liberamos de la etiqueta que habíamos colocado sobre Él. Y accedemos a una experiencia inmediata en la no-separación. En síntesis: el “dios personal” no era sino una proyección realizada desde la percepción que el ser humano tenía de sí mismo.
Esta nueva consciencia permite percibir algo que pasaba desapercibido mientras nos hallábamos identificados con la mente y que ahora aparece como evidente. José Luis San Miguel lo formula de este modo: “Un ente personal no podría ser lo primario desde el momento que toda personalidad implica complejidad y particularidad”. Y, en nota a pie de página, añade: “Hay que hacer notar que el carácter problemático de que lo Absoluto primordial sea de naturaleza personal viene, de entrada, de que toda persona-lidad, en tanto que realidad psíquica estructurada, es necesariamente un producto evolutivo complejo que precisa, como tal, de algún sustrato estructurable. El equívoco viene de olvidar que toda persona, hasta la más elevada concebible, es “máscara”, un instrumento que la Consciencia utiliza para “entizarse” en una forma al devenir plural” (J.L. SAN MIGUEL DE PABLOS, La rebelión de la consciencia, Barcelona, Kairós, 2014, p. 107).
De un modo similar a como la salida del estado de sueño nos introduce en un mundo –el de la vigilia– previamente inimaginable desde aquel, el paso del nivel mental al nivel transpersonal –de la mano de la vivencia de la no dualidad– modifica por completo nuestra percepción en todos los ámbitos. Por eso decía que, al hablar del “carácter personal” de Dios, no nos hallamos ante un problema teológico sino de “modo de conocer” o de nivel de consciencia en que nos hallamos.
Con ello queda patente, una vez más, que la cuestión radicalmente nuclear no es la que se refiere a “Dios” –la respuesta a la misma sería una construcción mental–, sino aquella otra acerca de ¿quién soy yo? Esta es la pregunta clave –la pregunta espiritual–, de cuya respuesta pende todo lo demás. De ahí que carezca de sentido discutir sobre la cuestión de Dios, si se hace desde niveles de consciencia diferentes acerca de quiénes somos.
Enrique Martínez Lozano
Fuente Fe Adulta
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