“¿Religión a la carta?”, por Gonzalo Haya
¿Debe un cristiano cumplir íntegramente con su religión? La respuesta parecería obvia: si se reconoce como cristiano, debe cumplir con su religión; no vale una “religión a la carta”. Sin embargo muchos cristianos, al llegar a una edad adulta, hemos considerado injustificados algunos preceptos –impuestos con la amenaza de castigos eternos– como la obligación de la misa dominical, la confesión, la moral sexual, o la aceptación de dogmas incomprensibles. En algunos ambientes están ahuyentando a unos, y me temo que a otros nos permiten olvidarnos del mensaje central del evangelio. Nos preocupamos más de las normas de la Iglesia que de las parábolas del evangelio.
¿Tenemos que aceptar necesariamente todo lo que nos dice nuestra religión? Me planteo esta pregunta dentro del ámbito cristiano, prescindiendo de otros razonamientos desde una ética o una filosofía natural.
Entiendo la Religión como una socialización de la espiritualidad, basada en unas creencias sobre un Ser trascendente y nuestras relaciones con él (Doctrina), en una normas de conducta (Preceptos), y en unas expresiones en palabras y gestos (Ritos), todo organizado mediante una estructura más o menos jerarquizada.
Para aclarar mis ideas acudo a Jesús, mi referente fundamental; al Jesús de los evangelios, especialmente el de los sinópticos, porque son los que nos transmiten mejor lo que podemos saber del Jesús histórico.
2.¿Cumplió Jesús con su religión judía?
Al releer los evangelios, encuentro que Jesús invocó al Dios de la creación –“al principio no fue así” (Mt 19,8)– y se consideró en la línea de Abraham, Isaac, y Jacob. Sin embargo renunció al nacionalismo exclusivista de la Promesa y recibió a la mujer cananea, al endemoniado geraseno, y al centurión romano sin ninguna exigencia de que cambiaran sus creencias.
Reconoció a Moisés, pero admitió que hizo concesiones “por la dureza de vuestros corazones”; y criticó duramente las tradiciones transmitidas por los fariseos y los doctores de la Ley porque: “¡dejáis de lado el mandamiento de Dios para implantar vuestra tradición!”, “invalidando la palabra de Dios con esa tradición vuestra que habéis transmitido. Y de éstas hacéis muchas” (Mc 7,5-37); por eso le acusaron: “Le hemos oído decir que… destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que nos transmitió Moisés” (Hechos 6,14).
Al rechazar esas tradiciones, Jesús siguió el espíritu de los Profetas, que reclamaron justicia para los débiles (huérfanos, viudas, inmigrantes), y se enfrentaron a reyes y sacerdotes.
En cuanto a los preceptos de su religión, es sabido que transgredió algunos muy significativos como el cumplimiento del sábado, la comida con los gentiles y pecadores, los alimentos impuros, o la lapidación de la mujer adúltera. Lo hizo precisamente para rescatar el espíritu de su propia religión, ahogado por la Ley pero vivo en los profetas.
En cuanto a los ritos y la jerarquía, Jesús recibió el bautismo de Juan, un profeta laico en el desierto, no en el Templo. Acudió a las sinagogas y al Templo para anunciar su programa del Reinado de Dios, pero oraba a solas en el campo abierto, y aconsejaba retirarse en la propia casa para orar. Según Marcos, maldijo el Templo en el simbolismo de la higuera sin frutos: “nunca, nadie jamás coma de tus frutos” (Mc 11,14). Mateo, en cambio, no comprendió –o no quiso comprender- el significado de esta acción parabólica; la abrevió y suprimió el comentario de Marcos “porque no era tiempo de higos” para que no resultara un Jesús caprichoso que maldice a una higuera porque no le da higos cuando él quiere. Lucas fue más conciliador y cambió la maldición de la higuera por una parábola en la que el hortelano pide que le dé un año más a ver si da frutos (Lc 13,6-9). Estas modificaciones muestran que se trataba de un tema discutido. Mateo y Lucas sí repiten el simbolismo relatado por Marcos de que a la muerte de Jesús “el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo” (Mc 15,38; Mt Mt 27,51; Lc 23,45).
Fue la jerarquía religiosa, reunida en el Sanedrín, la que condenó a Jesús por blasfemo y lo entregó para que fuera crucificado por los romanos en las afueras de la ciudad santa, y cayera sobre él la sentencia “maldito el que cuelga del madero” (Deuteronomio 21,23; Gálatas 3,13); pero Jesús, fiel al espíritu de su religión, murió dirigiéndose a Dios con las palabras del salmo 22 “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Jesús no instituyó una nueva religión
Podría objetarse que Jesús fundó una nueva religión, pero muchos teólogos sostienen actualmente que el cristianismo se fundamenta en Jesús, pero que Jesús no fundó el cristianismo. Sería largo de explicar, pero brevemente podemos decir que su mensaje se centró en la proclamación del Reinado de Dios, que es cumplimiento y ampliación universal de la promesa confiada al judaísmo. Rebasó el judaísmo (con su exclusivismo nacionalista), pero no lo rechazó; lo que rechazó fue la letra, no el espíritu de su religión: rechazó las tradiciones abrumadoras (Mt 23,4), el legalismo, la falta de misericordia. Apeló al Dios de la creación –“al principio no fue así”- anterior a cualquier religión, pero no propuso una nueva creencia, ni más mandamientos que el amor, ni más rituales que la oración y la comensalía: “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).
Fueron las nuevas comunidades las que se separaron paulatinamente del judaísmo hasta culminar en el siglo II; los discípulos acudían al Templo a orar, y el llamado concilio de Jerusalén armonizó las relaciones entre los judeo-cristianos y los gentil-cristianos.
Conclusiones
Jesús no fundó una nueva Religión, impulsó un Movimiento espiritual que denominó como el Reino de Dios, y que acoge a personas de cualquier religión (cristiana, judía, cananea, o romana). La religión se fue estructurando a medida que se difundían las comunidades.
La diferencia entre este Movimiento espiritual y una Religión, estaría en una gran flexibilidad al concretar e interpretar estos cuatro elementos: creencias, preceptos, ritos, organización. Un Movimiento es un espíritu que se contagia; una Religión es letra que se impone.
La religión es necesaria para expresar la espiritualidad de una sociedad, pero tiene el peligro de que, al correr del tiempo, la letra ahogue el espíritu, de que los pormenores concretos de conceptos, normas y ritos olviden el motivo por el que se fueron estableciendo, de que los árboles no dejen ver el bosque. Esto es lo que sucedía en tiempos de Jesús, y lo que parece que sucede ahora.
Tenemos que volver al Jesús de los evangelios para recuperar el punto de equilibrio entre el Movimiento y la Religión; para impulsar el Reino de Dios, una sociedad igual y fraterna que trasciende nuestros intereses personales. Ecclesia semper reformanda.
¿”Religión a la carta”? Yo elijo el menú de Santiago:
“Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta:
mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros
y no dejarse contaminar por el mundo” (Sant 1,27).
Gonzalo Haya
Fuente Fe Adulta
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