Resurrección: para morir, para vivir (cristianismo, judaísmo, islam)
He venido evocando algunos rasgos de la Resurrección, desde la perspectiva del documento vaticano sobre las cenizas de los muertos… y desde la experiencia de este mes de noviembre que es para los católicos del hemisferio norte mes de muerte y de resurrección.
Mi postal tendrá tres partes distintas, y de algún modo contrapuestas, dos más extensas (sobre cristianismo e Islam) y una más breve (judaísmo).
Desde ellas se entiende mejor la gran disputa actual de judíos, musulmanes y cristianos sobre el presente y futuro de la historia, con el tema del Estado de Israel e incluso con el motivo sangriengo de algunos los mártires musulmanes de la llamada “guerra santa”.
–1, Visión general cristiana sobre la resurrección,
vinculada al despliegue de la historia, que es de compromiso con la creación, de entrega de la vida y de culminación mesiánica.
La resurrección recoge y reafirma en Jesús el despliegue de la historia humana, el valor de cada uno de los muertos… Los cristianos (los hombres) resucitan en y con Jesús, como humanidad culminada.
La resurrección se concibe así como una historia ampliada de Dios en Jesús, como ratificación del valor de los hombres, desde los más pequeños. Así podemos decir en el fondo que la Resurrección es Cristo, es decir, la humanidad que se abre y expresa como vida de Dios en Jesús, asumiendo en su gloria a todos los muertos.
2. Visión judía,
vinculada a la historia del pueblo. La fe en la resurrección ha comenzado expresándose como expresión de la esperanza de los mártires del pueblo. En el fondo, los que resucitan son los fieles del pueblo de Israel, a quienes se les vinculan los justos de otros pueblos, aunque también se ha dado en Israel la experiencia de Justos que se saben en manos de Dios, como resucitados de algún modo en la misma historia.
3. Islam, solo Dios
A modo de contrapunto, presento la visión musulmana de la resurrección que en el fondo niega la historia, y acaba negando la misma realidad humana, reasumida en Allah. La resurrección es Allah, la única realidad.
Desde ese fondo puede entenderse mejor la experiencia de los mártires musulmanes, que entregan su vida porque sólo importa la vida de Allah, como si la existencia individual y separada en este mundo fuera un espejismo.
La resurrección es Allah, sólo Allah, como si no existiera vida humana, como si no hubiera más que Dios, de forma abrumadora, desbordada. El sometimiento de los hombres a Dios, eso es la resurrección.
CRISTIANISMO, RESURRECCIÓN E HISTORIA HUMANA.
Las religiones de la historia, que podemos llamar religiones de la persona, destacan no sólo la transcendencia de Dios, que no cae ni se cierra en el tiempo de los hombres, sino también el valor permanente de la historia. Por eso, ellas no pueden hablar de un retorno a lo divino sino de una resurrección de las personas.
No hay retorno porque no ha habido caída: las almas no pueden volver, porque no han venido previamente, no han bajado de lo divino. No hay liberación de la historia porque la historia no ha sido esclavitud sino tiempo de realización. No hay final de las reencarnaciones, porque las almas no han estado sujetas a la condena de encarnarse de manera sucesiva en las diversas cárceles de un cuerpo siempre opresor…
Frente a todo eso, las religiones de la historia (monoteístas) confiesan, de una forma o de otra, la resurrección de la carne, es decir, la culminación eterna de la historia.
Esta fe en la resurrección constituye el centro y nota distintiva de esa religiones, como han sabido siempre sus creyentes. Recibe en ellas matices y formas que deben estudiarse con cuidado:
Israel la vincula a la esperanza mesiánico,
los cristianos a la historia de Jesús de Nazaret,
los musulmanes al juicio de Dios…
Es evidente que esos matices no son excluyentes. Por eso aquí no los destacamos, fijándonos más bien en eso que pudiéramos llamar los presupuestos generales de la resurrección, desde la perspectiva cristiana
Es resurrección de la carne, es decir, de la naturaleza y de la historia. El mundo no es por tanto una cárcel o pecado sino un camino de vida que puede culminar, por gracia de Dios, en una especie de inmortalidad gozosa. Esto que llamamos carne (mundo, historia) no es la expresión de un forzado eterno retorno angustioso. La historia se define aquí como camino abierto que puede ser culminado por Dios en forma de creación definitiva.
Es resurrección de la persona, en el sentido más estricto del término. El mundo en sí no puede resucitar, tampoco los organismos sociales, pues no se poseen a sí mismos (no tienen realidad autónoma). Sólo resucitan, culminan su camino de realización, las personas. Mirada así, la resurrección pertenece a eso que venimos llamando el camino personal de la entrega mutua y del encuentro. Los humanos puede realizar y culminar la vida en gratuidad, la ponen en manos de Dios y Dios la acoge, es decir, les resucita.
Esta es una resurrección que empieza dentro de la misma historia. El camino aquí evocado resurrección no consiste en negar (abandonar) el mundo, como suponían los creyentes de las religiones de la interioridad. Sólo hay un camino de resurrección: iniciar en este mundo una existencia verdadera, definida por la gratuidad y la entrega mutua entre persona. Así lo ha señalado (como luego indicaremos con más extensión) el Apocalipsis cristiano (Ap 20, 1-6) cuando habla del reino histórico de los Mil Años, definiéndolo como Resurrección Primera.
Los verdaderos creyentes empiezan a resucitar dentro de la misma historia, creando un reino que se encuentre bien fundado en los mártires, los expulsados, los marginados de la sociedad antigua. Por eso, la resurrección final o Resurrección Segunda (Ap 21-22) no es negación sino culminación de la historia humana.
Esta es una resurrección dialogal: los humanos resucitan (viven) porque se vinculan a Dios. Ni Dios deja de ser divino, ni los humanos criaturas. Siguen siendo distintos: Dios transcendente, los humanos limitados. Pero uno y otros se vinculan de forma definitiva, eterna. No es que lo divino vuelva a Dios (el polvo el polvo, el alma a su cielo) sino que el ser humano entero (como persona) pueda dar su vida a Dios, pueda entregársela en amor, y Dios se la reciba, para culminarla así en forma definitiva.
La salvación no consiste en dejar de ser humanos, en olvidar la historia, sino en culminarla y recrearla plenamente. En ese sentido, la resurrección implica cumplimiento de la historia, en diálogo con Dios. En sí mismo, el humano es mortal, la historia es cadena de muerte. Pero en diálogo con Dios, el humano puede culminar su camino, siendo recibido en Dios, por Dios, en diálogo de amor que ya no termina.
Sólo esta fe en la resurrección confiere seriedad y sentido a la historia humana. En el fondo, creer en la resurrección significa creer en el valor definitivo de esta vida personal, en el valor de las acciones que conforman y definen aquello que nosotros somos. Frente a las religiones de la interioridad que parecen dar primacía al deshacernos (debemos perder nuestra identidad mundana para ser en lo divino) las religiones de la resurrección destacan la exigencia del hacernos: somos aquello que nosotros mismos vamos realizando, en camino abierto a la acción del Dios que nos resucita.
La fe en la resurrección constituye un elemento importante de la tradición judía, que ha recibido un sentido nuevo en el cristianismo y ha sido asumida por el islam. Hay algo común en las tres perspectivas, pero ellas tampoco pueden identificarse. Por eso es bueno que distingamos sus matices:
INTERMEDIO, JUDAÍSMO. RELIGIÓN DEL PUEBLO.
En general, el antiguo Israel no creía en la vida de los individuos tras la muerte. Creía más bien en la pervivencia del pueblo (o de la humanidad). Los individuos en cuanto tales mueren. Pero en los últimos siglos antes de Cristo, muchos grupos judíos empiezan a creer en la resurrección de los muertos, al menos de los que han sido fieles al Dios de la alianza.
La resurrección pertenece, ante todo, al pueblo en cuanto tal, es decir, a los justos del pueblo. Los antiguos patriarcas no han podido morir para siempre, ni mueren y/o terminan los mártires y todos aquellos que han sufrido por su fidelidad al Dios del pueblo. Es normal que Dios los resucite al final de los tiempos, formando con los justos de ese tiempo, el pueblo definitivo de la vida que nunca termina.
Esa resurrección se vincula al fin de los tiempos, es decir, a la culminación de la obra de Dios. Dios no ha creado en vano a la humanidad, no ha dirigido a su pueblo en vano. Por eso es normal que, al final de los tiempos, los justos participen del triunfo del pueblo de Dios.
No todos los judíos del tiempo de Jesús creían en la resurrección final, ni todos lo hacían de la misma forma. Había grandes discrepancias entre saduceos y fariseos, entre apocalípticos y esenios… Pero la mayor parte de los grupos creían en la resurrección final de los muertos, con el triundo y vida eterna de los buenos israelitas y de los buenos gentiles.
3. ISLAM, RESURRECCIÓN SIN HISTORIA, SOLO DIOS BASTA
Para los musulmanes la resurrección no es una forma de confesar la fe en la presencia de Dios en el pueblo perseguido (como en el judaísmo), ni es una experiencia centrada en la vida de Jesús (como para los cristianos). Para ellos, la fe en la resurrección constituye un presupuesto básico de la fe en Dios.
Los judíos han ido buscando por siglos un camino de futuro en la fe, hasta que han llegado a centrarla en la esperanza de la resurrección abierta a todos los fieles del pueblo. Los cristianos han descubierto en la pascua de Jesús el principio de toda resurrección.
Por el contrario, los musulmanes han tomado la resurrección como punto de partida, como elemento en el que se fundan todos los otros rasgos de la fe.
No se discute la resurrección, como no se discuten los otros elementos de la vida creyente o de la revelación de Dios. Dios lo ha manifestado así, por medio del profeta Mahoma. Así se de creen por siempre. Los musulmanes, con los judíos y cristianos, aparecen así vinculados en un tipo de fe semejante en la resurrección.
(Para las reflexiones que siguen asumo un texto recreado a partir de algunos amigos musulmanes, conservando su estilo, para definir su novedad respecto al cristianismo).
1. Allah es abrumador. Cuando el musulmán se adentra por las enseñanzas que se le ofrecen sobre la Verdad Creadora, es absorbido por el poder de una evocación que lo conduce hasta los aledaños de lo Absoluto, y ahí sólo cabe el asombro ante la desmesura envolvente de la Verdad a la que estamos subordinados: innâ lillâhi wa innâ iláihi râÿi‘ûn, pertenecemos a Allah, y a Él regresamos…
2. Él es el eterno Anterior presentido y descubierto por el hombre en las honduras de su ser y en las posibilidades de su naturaleza original, su Fitra. Ibn ‘Arabi dijo: “El ser humano es una llave que ha abierto dos puertas, la del infinito anterior y la del infinito posterior”, refiriéndose a que, al intuir a Allah, ha agigantado su destino… En Allah, el ser humano ha saboreado las profundidades vertiginosas de la realidad. El amilanado se acobarda, se conformaría con menos, y entonces se deshace entre justificaciones y excusas, busca acomodar su dios entre sus sueños para que no le cree pesadillas.
3. La Resurrección es un tema que nos abre a un espacio y a un tiempo distintos, infinitos. La Muerte (al-máut), el Fin del Mundo (as-Sâ‘a) y la Resurrección (al-Qiyâma) nos conducen a al-Âjira, el Universo Desmesurado de la Verdad Absoluta, de Allah, Señor de los Mundos, de todos los mundos, de éste y del mundo eterno que está más allá de los límites que el ignorante imagina que son la frontera de Allah, el Creador que saca seres de la nada, el que realiza ‘prodigios’ impensables. Si somos incapaces de imaginar esas dimensiones abismales es que nuestra espiritualidad no es más que mera pretensión vacía de posibilidades. Es el hombre que se cree medida de todas las cosas el que niega la Resurrección, porque entonces habría algo que se le escapa y tendría que admitir que está en Manos de otra Verdad Presente.
4. Intuir la Resurrección es adentrarse y sumergirse en la Libertad absoluta y los espacios inimaginables del Creador de Realidades, nuestro Creador y Señor. Por ello negar y rechazar la Resurrección es Kufr y es, en el fondo, negar y rechazar a Allah, es incapacidad para comprender su Inmensidad, y su Inmensidad es Él mismo exigiendo la intuición del no-tiempo y el no-espacio, y el Poder Absoluto sin oposición, subyacentes en la Resurrección. Para cierto ‘misticismo occidental’ sería más apetecible que la muerte fuera una descomprometida fusión en un dios vaporoso y anulador de individualidades, que sólo está en la mente de quien no afronta con energía el desafío que le lanza su Dueño Interior, un reto dirigido a él en tanto que califa, es decir, como criatura soberana y absoluta.
5. Para el musulmán, la Resurrección (al-Qiyâma) es la Perfección de la Unidad (Kamâl at-Tawhîd). La apertura del corazón (el Îmân) hacia lo que implica que tras la muerte habremos de enfrentarnos a nosotros mismos ante Allah en la envergadura infinita de un Día Terrible es un pilar del Islam, uno de los elementos configuradores de la personalidad espiritual del musulmán y uno de los acicates que le hacen emprender el camino en vida hacia su Dueño Verdadero. Esa expectativa, corroborada insistentemente por la Revelación coránica, endereza el proyecto de cada musulmán hacia la vivencia de la Unidad y Unicidad de Allah, su Señor y Rey Absoluto, conduciéndolo por la vía del perfeccionamiento y la sabiduría. Por otro lado y esencialmente, la Resurrección es la Perfección de la Unidad porque no se trata de la simple continuidad de la existencia después de la muerte ni es el intento por consolar al hombre afligido ante el drama de la muerte, sino la confirmación de que nada, ni tan siquiera la muerte, está al margen de Allah.
6. Lo que quizá más escandaliza de la descripción coránica de la muerte, el Fin del Mundo y la Resurrección, es su carácter material. Nos ofende que se nos hable tanto de la ‘carne’ como protagonista de esos acontecimientos apocalípticos. Nos gustaría algo más ‘abstracto’… Y es porque estamos muy lejos de una percepción unitaria de la existencia, que sin embargo es la que forja el Corán -sin duda, un Libro sin complejos-. El Corán es tremendamente sensual porque las experiencias espirituales que describe son infinitamente intensas. La muerte es carnal, y lo es la Resurrección, y no podría ser de otro modo para quien la realidad es un todo en el que todo participa y en el que todo es afectado por todo.
7. La Resurrección es la recuperación de lo real, es la Realidad Absoluta a la que despertamos tras la muerte, es decir, tras superar la realidad fragmentaria en la que ahora existimos. Abrirse hacia al-Âjira, intuir en el corazón lo que significa la Resurrección, afrontar sin complejos las descripciones coránicas, es sumergirse en percepciones chocantes porque son golpes a nuestro sentido de la realidad, abriéndonos a otro modo de percibir en el que quepa la desproporción más absoluta. Esta es la radical importancia del tema que nos asoma en realidad a Allah. De ahí la estrecha vinculación que sentencia al final que la negación de la Resurrección es negación de Allah.
Biblia, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Islam, Judaísmo
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