Este mundo tiene fin.
¡Que el afligido aprenda de verdad de los maestros divinamente instituidos: los lirios del campo y las aves del cielo! (Kierkegaard)
13 de noviembre, domingo XXXIII del TO
Lc 21, 15-29
Pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza
En la primera lectura de este domingo, el profeta Malaquías desvela la intervención futura del Señor a favor de su pueblo: “…a los que respetan mi Nombre los alumbrará el sol de la justicia que cura con sus alas” (Mal 3, 20). Un sol que el Padre hace salir sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos, como dice Mateo 5, 45. Isaías lo pronosticó en 33, 16: -”Ese morará en las Alturas: picachos rocosos serán su alcázar, con abasto de pan y provisiones de agua”.
En realidad todos estos textos no son sino una muestra de la idea de un Dios providente y siempre dispuesto a satisfacer las demandas de los hombres que late constantemente en toda nuestra Biblia. El Libro de Enoc, considerado por los cristianos de los primeros tiempos como parte de las Sagradas Escrituras, y escrito unos trescientos años a. de C, remarca este mismo pensamiento cuando en su Capítulo 1. Bendición de los elegidos, dice: “El Dios eterno andará sobre la tierra, aparecerá con gran ejército sobre el monte Sinaí y surgirá en la fuerza de su poder desde lo alto los cielos”.
En el versículo de Lucas: “Pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza”
destaca la idea de la Providencia, tan querida para prácticamente todas las religiones. El Rigveda (3.000 años a. de C) hace referencia al Sol y otras divinidades “oculares” a través de la mirada. Para el budismo, Buda es “el Ojo del mundo”. Egipto tiene el “Ojo de Horus”. En el judaísmo y otras religiones del Medio Oriente, el ojo que todo lo ve aparece en la forma de un signo llamado Hamsa. Y en el cristianismo el Ojo que todo lo ve es “el Ojo de la Providencia”.
Toda esta iconografía y su significación es mítica y representa el anhelo de una Humanidad que se siente desamparada y busca la protección de un Ser Superior que escuche sus deseos y le ampare. Pero la realidad es que ese Ser no existe. Para la Humanidad no existe fuera, pero sí dentro. Y es en esa interioridad donde únicamente se encuentra la fuerza de esa “divina Providencia”. Así hay que entender todos los citados textos.
En su obra Los lirios del campo y las aves del cielo, Soren Kierkegaard escribe: “¡No quiera Dios que un hombre hasta su último momento olvide al lirio y al pájaro! (…) ¡Padre, que estás en los cielos! (…) ¡sé propicio para que el afligido aprenda de verdad de los maestros divinamente instituídos: los lirios del campo y las aves del cielo!” Estos lirios del campo de los que Mateo nos dice que no se fatigan ni hilan, y de estas aves del cielo que ni siembran ni recogen en graneros, pero a las que el Padre alimenta.
SI YO SOY DIOS
Si yo soy Dios, ¿a quién he de temer si no a mí mismo?
Absurda conclusión sobre mi ser y mi temer
a quien yo quiero.
En las estribaciones
de mis absurdos pensamientos
cabalgan hacia el mundo mis amores
sobre falsos senderos.
No deseo quebrarte en mi estrechura
ni romper con mis besos ateos Tu ventura
ni la arena y el cielo en el desierto,
insensibles los dos
a humano sufrimiento.
Que nadie me interrumpa en el camino
hacia el Dios que soy yo
porque con Él en Mí, todo lo puedo.
Vicente Martínez
Fuente fe Adulta
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