Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 13 de Noviembre, 2016
“Pero antes de todo,
os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por mi nombre.
Esto os servirá para dar testimonio.
Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y a alguno de vosotros os matarán. Todos os odiarán por mi causa. Pero ni un pelo de vuestra cabeza se perderá.
CON VUESTRA PRESEVERANCIA OS SALVARÉIS.”
Es inevitable que la lectura de este Evangelio nos traiga al corazón a cada una de nuestras hermanas y hermanos perseguidas a causa de su fe en Jesús.
El corazón se estremece cuando te vienen al recuerdo imágenes, noticias, testimonios…
Estremece pensar que hay persona tan convencidas de su fe que no pueden renegar de ella, incluso si el precio a pagar es entregar la propia vida.
Inevitablemente una mira su propia fe, su propia vida…¡y se avergüenza!
Personalmente he manifestado, además públicamente, mediante una Profesión Solemne, que entregaba mi vida pero tengo que admitir que ante una muerte violenta no sé si sería capaz de mantenerme fiel a mi compromiso, ¿me vencería el miedo?… creo que sí.
Pero sin ir tan lejos, sin llegar al extremo de tener que entregar la propia vida, también me descubro tacaña y mediocre en lo pequeño. No siempre soy capaz de entregar mi tiempo, mi esfuerzo, mi servicio…¡ni tan solo soy capaz de renunciar a ciertas comodidades!
Hoy el evangelio y el testimonio de quienes están siendo perseguidas a causa de su fe me espolean, me reclaman, me hieren. Ojalá la herida sea lo suficientemente profunda como para que me ayude a entregar de verdad la vida.
Oración
Sácanos, Trinidad Santa, de la mediocridad, esa que nos paraliza a la hora de entregar la vida.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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