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Reflexión

Martes, 1 de noviembre de 2016

lider-preguntaNuestra mente es un artefacto extraño capaz de plantear preguntas a las que luego no sabe responder. Que nos permite conocer cosas complejas como la teoría de la relatividad o la mecánica cuántica, pero nos veda el camino para saber quiénes somos, a dónde vamos o de dónde venimos. Da la impresión de que el ser humano está mucho más capacitado para conocer el mundo que le rodea que para entender su propia esencia, lo que nos lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿Qué sabemos de nosotros mismos?…

Y sabemos que somos unos seres singulares conscientes de su propia existencia y de la inexorabilidad de la muerte. Capaces de percibir nuestro entorno y desentrañar las pautas de funcionamiento del mundo material; de relacionarnos con otros seres que comparten nuestro mundo; de crear arte y disfrutar con él; de pensar, de hablar, de sentir amor, odio, lealtad, envidia, felicidad o angustia; de supeditar —a veces— las pasiones irracionales a nuestra voluntad… Capaces, también, de imaginar un mundo que transciende a nuestros sentidos; de ansiar la existencia de un Ser Supremo con el que encontrarnos después de la muerte…

Pero no sabemos nada más. Como decía Leibniz, no sabemos por qué existe algo y no nada; ni conocemos el objeto de este mundo, ni sabemos quién estableció las leyes físicas que determinan su funcionamiento, ni de dónde surgió la materia, ni por qué un día la materia se vio alentada por el soplo de la vida, ni por qué, miles de millones de años después, unos animales se convirtieron en seres humanos. Tampoco sabemos si este mundo en el que vivimos tiene algún sentido marcado por Alguien de quien todo depende o si todo es fruto del azar; ni qué pintamos nosotros en todo esto…

Ante esta falta de información caben varias posturas distintas. La primera consiste en afirmar que en nuestro mundo no hay más realidad que la que vemos o entendemos; que el ser humano es una simple máquina sometida a leyes físicas y controlada por unos impulsos eléctricos que produce el cerebro; que hasta los sentimientos más nobles, como el amor, la felicidad o la lealtad, pueden explicarse como meros procesos bioquímicos; que no existe una ley moral universal y que las acciones humanas son simplemente libres.

La segunda consiste en afirmar que el mundo ha sido creado por Dios, y que es Dios quien da sentido tanto al mundo en que vivimos como a nuestra propia existencia; que la persona humana está formada por un cuerpo material que va a morir, y por un alma inmortal, de naturaleza espiritual, portadora de los valores que dan sentido a la vida; que existe una Ley de Dios que coincide con la ley moral que todos llevamos impresa en nuestro interior.

Todavía existe una tercera postura que identifica a Dios con el conjunto del Cosmos. Esta postura —el panteísmo— concibe a la persona humana como parte de Dios. Dios no creó el mundo quedándose fuera; Dios es el mundo; tanto material como espiritual. Spinoza afirma que fuera de Dios no existe ninguna realidad. Hegel sostiene que “Dios toma conciencia de sí mismo en la conciencia racional de los hombres”, y añade que el ser humano encuentra la felicidad al hacerse consciente de que su propio progreso está propiciando la realización de Dios en la historia…

La pregunta por nosotros es la más importante si queremos vivir con sentido, y la fiesta de Todos los Santos es quizás una buena ocasión para preguntarnos por nuestra esencia y nuestro destino. Porque podemos tomarnos la vida en serio o pasar por ella como reses que van al matadero sin mirar a derecha o izquierda; es decir, podemos vivir ajenos al hecho mismo de la vida sobrenadándola por la superficie, y podemos zambullirnos de lleno en ella.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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