Dos estilos de rezar
Un corazón sincero podría lograr que incluso una piedra floreciese (Proverbio chino)
23 de octubre. Domingo XXX del TO
Lc 18, 9-14
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no
Dios escucha la súplica humilde y sincera del pobre, pues sus gritos atraviesan las nubes, como dice el Eclesiástico (capítulo 35), y rechaza al que se vanagloria y desprecia a los demás, en palabras de Jesús (Lc 18, 9-14).
Carlos García Vallés escribe en Viviendo juntos matiza lo que debe ser el espíritu de la oración cuando, frente a todo espíritu cristiano, ésta se hace juicio y petición de condena: “Señor, concédele a mi hermano esta gracia… que yo sé muy bien que la necesita de veras y le ha de hacer mucho bien. ¡Vaya oración! ¿Estoy rezando por mi hermano o le estoy juzgando?”
En la ópera Los Pescadores de Perlas, de Bizet, Leïla repite lo que el fugitivo le dijo antes de alcanzar la sabana: “¡Toma esta cadena, guárdala como recuerdo! ¡Yo no te olvidaré!”. Jesús nos deja el Evangelio y, en sus páginas, la memoria de orar por los demás recibiendo a todos como hermanos: una actitud abierta y de acogida.
Abierta porque entiende que no podemos llegar a Dios si no es a través de los necesitados, y de acogida como lo muestran las palabras y los hechos de su vida: parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), visita de Nicodemo (Jn 3, 1-6), multiplicación de los panes y los peces (Mc 6, 30-44), obras de misericordia que dan derecho a heredar el Reino de los Cielos (Mt 25, 34-40).
Estas son las piedras preciosas que según el proverbio chino hacen florecer los corazones sinceros. Las que escucha el Señor cuando el afligido le invoca (Sal 33), y las que hacen que el publicano regrese a casa justificado por su oración humilde y de sincero arrepentimiento (Lc 18, 14).
Aquí florecen igualmente hechos y palabras, y se funden en música y sonido deleitables, como canta Luis Cernuda (1902-1963) en el poema Noche del hombre y su demonio:
“El amargo placer de transformar el gesto
en son, sustituyendo el verbo al acto”.
En calendarios de luna nueva como éste, donde la luz de la oración ilumina la compasión frente al dolor humano, se desmaya el tiempo. Se desmaya el verano, el otoño, el invierno, y todo en el planeta azul del alma es primavera. El fariseo, que oraba de pie en su interior diciendo: “¡Oh Dios! Te doy las gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano, estaba congelado en el frígido invierno. En cambio el publicano, que oraba a distancia sin atreverse a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”, era un vergel de calurosos frutos florecido.
Por eso éste bajó a su casa justificado y el fariseo no. En su homilía del 24 de febrero de 2016, el Papa Francisco nos aclara por qué: “¡Abre tu corazón a la misericordia! porque la misericordia divina es más fuerte que el pecado de los hombres”.
En la obra Plegarias del Arca de Noé, Carmen Bernós (1919-1995) una de sus criaturas le reza a Dios esta ingenua oración:
ORACIÓN DEL RATÓN
¡Soy tan gris, querido Dios! ¿Te acuerdas de mí?
Siempre acechado – Siempre perseguido.
¿No eres mi creador?
Nunca alguien me hado algo.
¿Por qué me echan en cara que soy un ratón ladrón?
¡Si sólo quiero estar escondido!
¡Dame sólo la ración para el hambre!
¡¡Ah!!
Y líbrame de las garras de ese viejo diablo con ojos verdes.
AMÉN
(Carmen Bernós)
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