“Una sociedad libre de homofobia, un reto para los cristianos – 3”, por José Antonio Pagola
Los hermanos y hermanas del Grupo Cristiano Betania de Aldarte, Bilbao, nos han enviado amablemente este texto que agradecemos y que publicaremos en cuatro partes sucesivas…
Ponencia de José A. Pagola impartida en la universidad de Deusto el 11 de mayo de 2016, organizada por las comunidades de Betania LGTB y otros colectivos cristianos. TERCERA PARTE:
5. Introducir el principio-misericordia en el magisterio oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad
Antes que nada, Jesús nos está reclamando una manera nueva de relacionarnos con el sufrimiento que hay en el mundo de las personas homosexuales. Todo aquello que impide, oscurece o dificulta a las personas homosexuales captar el misterio de Dios como misericordia, ayuda, perdón o alivio de su sufrimiento, ha de desaparecer de la Iglesia de Jesús pues no encierra la Buena Noticia de Dios, proclamada por él.
Vamos a comenzar considerando que introducir en la Iglesia el principio-misericordia puede exigir revisar, actualizar y enriquecer el magisterio oficial sobre la homosexualidad.
Antes que nada, hemos de alegrarnos y agradecer que, al final del Sínodo sobre la Familia, en su Exhortación “La alegría del amor” (AL 250), el papa Francisco hace dos afirmaciones importantes:
“Toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar todo signo de discriminación injusta, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia”.
“Por lo que se refiere a las familias, se trata por su parte de asegurar un respetuoso acompañamiento con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida”.
Sin embargo, hemos de decir que finalmente el tema de las personas homosexuales no se ha abordado directamente en el Sínodo sobre la Familia. El Papa, en su Exhortación final, afirma que la complejidad de algunos temas planteados nos mostró la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales (AL 2). Entre los temas que quedan pendientes se señalan dos respecto a la homosexualidad: “enfatizar la inaceptabilidad de discriminar a las personas homosexuales” y reconocer “los elementos positivos” que se transparentan en las llamadas uniones estables” (Relatio finalis).
Tal vez lo primero que se advierte en el magisterio oficial es que falta la mirada atenta y responsable al sufrimiento concreto de las personas homosexuales en su itinerario vital: en el contexto familiar junto a los seres más queridos; en su contexto social con frecuencia hostil (menosprecio, exclusión, maltrato sicológico y hasta físico…); en el contexto eclesial (incomprensión, estigmatización, marginación, condena moral.
Además, el magisterio oficial, redactado desde una actitud negativa y “globalmente condenatoria”, no permite percibir una preocupación real por responder a las verdaderas necesidades de las personas homosexuales que reclaman ser escuchadas, comprendidas y reconocidas en su condición homosexual. La Palabra de la Iglesia de Jesús ha de estar más pensada desde el sufrimiento y la situación real de las personas homosexuales y no solo desde la preocupación de elaborar la doctrina de una moral objetiva.
El mensaje de la Iglesia, movida por la misericordia insondable de Dios a todos y cada uno de sus hijos e hijas, no puede quedar reducida a una doctrina moral dictada de manera genérica a una “categoría” de personas llamadas homosexuales, sino que se debiera atender con atención lúcida, responsable y compasiva sobre todo a la necesidad de afecto, ternura, amistad, estabilidad emocional, seguridad… a la que esas personas encuentran la respuesta más adecuada y plena en individuos de su mismo sexo.
En coherencia con la actuación de Jesús hacia los sectores más despreciados y excluidos, su Iglesia ha de valorar y defender más la propia conciencia de las personas homosexuales e invitarles con confianza a hacerse ellos mismos responsables de su propia vida. En el magisterio oficial, condicionado por un enfoque “moral objetivista”, no se recoge con suficiente claridad la enseñanza del Concilio Vaticano II que afirma que toda persona “tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado”. “Esa conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella (GS 16).
[Paolo Gamberini recuerda cómo el joven teólogo Joseph Ratzinger escribía como experto del Concilio que “se ha de obedecer a la propia conciencia, antes que toda otra cosa, incluso si es necesario, contra el requerimiento de la autoridad eclesiástica”. Parejas homosexuales. Vivir, sentir y pensar de los creyentes en Selecciones de Teología (2016) 216, 272-273].
Esta valoración y defensa de la propia conciencia de la persona homosexual es tanto más necesaria puesto que está expuesta permanentemente a ser juzgada, criticada, presionada o aconsejada por quienes viven desde una condición heterosexual.
Una Palabra pronunciada por la Iglesia desde una preocupación real por no hacer todavía más dura la situación de las personas homosexuales de nuestros días, ha de eliminar ya de su lenguaje la consideración de la condición homosexual como “patología” (vitiata constitutio), atendiendo a la psiquiatría moderna más rigurosa.
Del mismo modo han de desaparecer del mensaje de una Iglesia de misericordia ambigüedades y silencios que provienen de una comprensión reduccionista e incorrecta de la sexualidad humana. No es admisible en la Iglesia de Jesús reducir la sexualidad a “genitalidad” para caer en una “moral biologicista” que olvida la importancia de la sexualidad para la autorrealización personal y como lenguaje y comunicación del amor. ¿Es justo que esta reducción lleve a presentar todo comportamiento homosexual como “intrinsecamente malo” y a considerar incluso la “misma inclinación como objetivamente desordenada”? ¿No es necesario revisar, completar y enriquecer este lenguaje desde una antropología más actualizada y desde un espíritu más evangélico?
Por otra parte, el magisterio oficial no puede quedar reducido a una condena objetiva sino que ha de tener una finalidad positiva. Si la Iglesia quiere anunciar la Buena Noticia de Jesús, habremos de esforzarnos mucho más en ofrecer a las personas homosexuales un proyecto humano y cristiano y unos cauces básicos para que, desde la aceptación e integración de su propia condición homosexual y orientados por su propia conciencia y un discernimiento responsable, puedan realizarse en su dimensión personal, interpersonal y social.
Así mismo en la Iglesia no podemos desatender la llamada de alerta que nos llega de hermanos y heramanas que acompañan a las personas homosexuales, comparten sus sufrimientos y las ayudan a superar sus dificultades personales y sus problemas de inadaptación social y eclesial. Esto es lo que dicen: la doctrina actual de la Iglesia, tal como es presentada, encierra el riesgo de llevar a algunas personas homosexuales a situaciones de crisis permanente, a la renuncia a toda relación humana profunda, al aislamiento, a la soledad y a la tendencia al autodesprecio. ¿Dónde, cuándo, cómo puede escuchar la Buena Noticia del Dios de la Misericordia la persona homosexual que se debate en la alternativa de iniciar una relación heterosexual forzada o de lo contrario aceptar una abstinencia de toda actividad sexual, a la que no se siente en absoluto llamada por Dios?
Por último, una cuestión decisiva. La reflexión moral sobre la homosexualidad se ha desarrollado sobre el presupuesto de que la sexualidad humana tiene como única finalidad la procreación. Desde esta concepción el comportamiento homosexual ha sido considerado contrario a la finalidad intrínseca de toda relación sexual. Sin embargo, desde hace algo más de cuarenta años, se va valorando cada vez más la aportación del Concilio Vaticano II sobre la doble finalidad del matrimonio: la procreación y la mutua comunión de amor (GS 50). Más en concreto, estos años se ha ido tomando conciencia de que la sexualidad humana no está orientada solo a la procreación ni se ha de reducir solo a la complementación genital, sino que está también orientada naturalmente a generar una relación amorosa auténtica (no de poder, dinero o sometimiento del otro…) sino de reciprocidad, responsabilidad, reconocimiento y cuidado mutuo.
Esta nueva perspectiva de la sexualidad humana, ¿no ha de tener repercusión alguna en la visión del amor homosexual? ¿No es esta una de esas cuestiones que, según el papa, la Iglesia ha de “seguir profundizando con libertad”? ¿No se está abriendo aquí una puerta más positiva y esperanzada para las personas homosexuales?
Es significativo que en la Relatio final del Sínodo Extraordinario del 2014 se decía que “sin negar las problemáticas morales relacionadas con las llamadas uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en los que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas” (Relación final n. 52). Esta puerta abierta tímidamente quedó enseguida cerrada por las corrientes más rigoristas de resistencia a Francisco. ¿Cuándo se volverá a abrir?
José Antonio Pagola
11/mayo/2016
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