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Archivo para Domingo, 16 de octubre de 2016

Clamando a Dios

Domingo, 16 de octubre de 2016
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HOMBRE

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú
me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

*

Blas de Otero
Ángel fieramente humano (1950)

***

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

“Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.”

Por algún tiempo se llegó, pero después se dijo:

“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.””

Y el Señor añadió:

“Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

*

Lucas 18, 1-8

***

***

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“El amor de los que sufren”. 29 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,1-8)

Domingo, 16 de octubre de 2016
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29-to-600x638La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?

En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Solo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.

Lo que pide la mujer no es un capricho. Solo reclama justicia. Esta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Buscad el reino de Dios y su justicia».

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Esta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa.

Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos solo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: «Hacednos justicia»? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?

La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?

José Antonio Pagola

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Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan

Domingo, 16 de octubre de 2016
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54-ordinarioc29-cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 17,8-13: Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel.
Salmo responsorial: 120: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
2Timoteo 3, 14-4, 2: El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Lucas 18, 1-8: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario.”

Por algún tiempo se llegó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.””

Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”

Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello, además de trabajar duro, deberán ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.

Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque no siempre suele suceder así en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre países y entre ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente, “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.

No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.

En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella. Leer más…

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Dom 16.10.16. Viuda (¿iglesia?) indignada: El poder de los impotentes

Domingo, 16 de octubre de 2016
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 29 Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 18, 1-8. En una de las páginas más hondas de la filosofía del siglo XX (Totalidad e Infinito), E. Levinas, judío curtido en opresiones, nos habló de la eficacia del “rostro suplicante”, es decir, del argumento de los indignados que gritan con su rostro, exigiendo justicia.

El mayor poder del mundo no es la Bomba, ni el Gran Capital, ni un Estado pretendidamente soberano, ni una Iglesia triunfante, sino el rostro impotente del huérfano, la viuda y extranjero…, el rostro que sufre y se indigna, que mira y suplica, pues lleva en el fondo toda la energía de Dios ; éste es el poder más hondo, el grito de los indignados.

En esa línea se sitúa hoy el testimonio de la viuda del evangelio, sin más ley ni derecho que su rostro indignado y su grito suplicante para exigir justicia, siendo así capaz de cambiar incluso al juez inicuo.

14718708_665266803650515_7437983696970535053_nLas viudas son para la Biblia judía y cristiana el prototipo de los necesitados: Son personas sin derechos familiares, sin padre que pueda acogerlas en su casa, sin marido que les ofrezca protección, sin hijos que puedan defenderlas.

Éstas son las viudas, es decir, las mujeres en estado puro, dentro de una sociedad donde el único derecho es la fuerza de los hombres. Pues bien, por encima de ese derecho de la fuerza está el grito de las viudas, de los huérfanos y extranjeros indignados, pidiendo justicia.

Las mujeres viudas se concebían entonces (en el AT, en el tiempo de Jesús) como un bien mostrenco, bajo la amenaza económica, social y sexual de los hombres, bajo el riesgo de ser utilizadas, vendidas, sometidas. Pues bien, tradición bíblica las vincula, en el corazón del Pentateuco y en los profetas, con los huérfanos (niños sin protección) y con los extranjeros (hombres y/o mujeres sin amparo legal).

14705807_664766247033904_845131620558345362_nEl grito indignado y exigente de viudas, huérfanos y extranjeros constituye el más hondo de todos los poderes, como sabe el AT, como sabe el evanelio de hoy. Desde ese fondo quiero ofrecer primero una visión general del AT, para detenerme después en el evangelio de este día, la viuda suplicante. Buen domingo.

Imágenes: 1-2. Dos versiones del cuadro famoso del grito, de Edvard Munch (1863-1944), que pueden ayudarnos a entender el tema (con viuda, con huérfano).

Imágenes 3-4: Unamuno se refugia en el coche,en Salamanca, tras el discurso académico/político de protesta (12.10.1936), en contra de la guerra, pidiendo que nadie venciera… sino que convencieran. A su lado (¿a favor, en contra?) el obispo Plá i Deniel, con falangistas dispuestos a lincharle. Muere a los pocos días, queda su grito indignado, ochenta años después.

ANTIGUO TESTAMENTO. HUÉRFANOS, VIUDAS Y EXTRANJEROS

La Biblia Antigua ha condensado las obras de misericordia en la ayuda a esos tres tipos de personas, que habían aparecido en los profetas, y que anticipan el mensaje de Lc 4, 18-19 y Mt 25, 31-46.

El cuerpo de la ley protegía ante todo a los connacionales fuertes, mientras los otros (huérfanos, viudas y extranjeros) parecían abandonados a sí mismos, sin el patrocinio del conjunto social.

— Pues bien, para proteger a huérfanos, viudas y extranjeros ha elaborado el AT una norma religiosa de misericordia, que aparecía ya en Is 1, 17 (huérfanos y viudas) y en Jer 7, 6 (forasteros, huérfanos y viudas), la norma y principio del grito indignado.

‒ Viuda (‘almanah) era una mujer sin protección y ayuda de marido, sea porque ha muerto o le ha dejado, quedando así sola, sin padres, hermanos o parientes que la cuiden. En aquel contexto patriarcal violento era difícil vivir como viuda, pues sin casa (padre o marido) una mujer se hacía prostituta o se hallaba en riesgo de ser utilizada. En ese contexto se sitúa la ley del levirato (Dt 25,5-10): el hermano o pariente más cercano del marido muerto debía ocuparse de la viuda (cf. Gen 38; Rut 4), pero en muchos casos no había tal pariente.

‒ Huérfano (yatom) es el niño o menor sin familia ni protección jurídica y/o social, a merced del capricho o prepotencia de otros. La tradición israelita ha unido a huérfanos y viudas, haciéndoles objeto de cuidado especial por parte del resto de la sociedad (cf. Is 1,23; Jer 49,1; Job 22,9; 24,3; Lam 5,3). Yahvé aparece así como Padre de huérfanos a quienes protege y como juez (dayan) de viudas (Sal 68,6), a quienes defiende, dando ese encargo a todos los creyentes.

‒ Extranjeros o gerim. Son los que residen (gur) en Israel, pero sin formar parte de la institución sagrada de las tribus, ni estar integrados en la estructura económico/social y religiosa del pueblo. No están protegidos por la alianza de Israel, y así constituyen una categoría especial, con riesgo de ser expulsados (cf. Esdras-Nehemías). Pues bien, en contra de eso, les protegen las leyes más sagradas la Biblia, las proto-leyes de la misericordia y hospitalidad.

Uno de los textos legales más antiguos de la Biblia, el dodecálogo de Siquem (Dt 27,15-26), formula de manera radical esta exigencia de misericordia, expresada en tres obras de ayuda.

¡Maldito quien defraude en su derecho al forastero, huérfano y viuda!
¡Y todo el pueblo responda: así sea! (Dt 27,19)

Esta maldición interpreta el derecho (mishpat) como misericordia, ayuda a los excluidos, en un gesto solemne, presidido por levitas que proclaman la ley suprema, mientras el pueblo, reunido en asamblea (cf. Dt 27,1.9), responde ‘amen, así sea. Esta defensa de los oprimidos no ha entrado en los decálogos estrictos de Ex 20 y Dt 5 (con su legislación oficial), pero constituye el derecho fundante de Israel: no cree en Dios (no puede responder amén) quien no cumpla esta exigencia. El esa línea se sitúa el Código de la Alianza (Ex 20, 22‒23, 19), incluido tras el decálogo del Sinaí (Ex 19-24), con leyes antiguas (del siglo IX-VIII a.C.) de tipo social, criminal, económico y cultual:

No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto. No explotarás a la viuda y al huérfano, porque si ellos gritan a mí yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, y quedarán viudas vuestras mujeres y huérfanos vuestros hijos (Ex 22, 20-22).

Este recuerdo del origen social israelita (¡fuiste ger o extranjero!) fundamenta su moral y la edifica sobre la solidaridad con los oprimidos: Dios tuvo misericordia de los hebreos en Egipto; ahora son ellos los que deben imitarle, protegiendo a extranjeros, huérfanos y viudas. Si alguien les explota ellos pueden gritar y Dios les oye.

En esa línea avanza el cuerpo doctrinal del Deuteronomio (Dt 12-26), que recoge y sistematiza (en el VII a.C.) esas leyes, en línea de fiesta y comida

Celebrarás (la fiesta) ante Yahvé, tu Dios, tú y tus hijos y tus hijas y tus siervos y tus siervas, y el levita que está junto a tus puertas, y el extranjero, huérfano y viuda que viva entre los tuyos, en el lugar que Yahvé tu Dios elija para que more allí su nombre. Recuerda que fuiste siervo de Egipto; guarda y cumple todos estos preceptos (Dt 16, 11-12).

Junto al huérfano/viuda/extranjero, esta ley incluye a siervos y siervas, criados o esclavos, igual que a los levitas que carecen de propiedad para organizar las fiestas sagradas, que debían celebrarse en Jerusalén. Todos han de participar en ellas. En ese contexto se formula la ley sobre el rebusco:

Cuando siegues la mies de tu campo… no recojas la gavilla olvidada; déjasela al extranjero, al huérfano y a la viuda, y te bendecirá Yahvé tu Dios en todas las tareas de tus manos. Cuando varees tu olivar… Cuando vendimies tu viña no rebusques los racimos; déjaselos al extranjero, al huérfano y a la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto (Dt 24, 19-22).

Yahvé, que ha empezado siendo un Dios de esclavos, se ocupa de los nuevos oprimidos: huérfanos, viudas, extranjeros. Por eso, frente a la codicia de los propietarios, el Deuteronomio apela al derecho de los desposeídos. Poderosa es la voz del pobre (´ani, ´ebyon), que clama a Yahvé (cf. 24, 14-15); por eso hay que ayudarle.


EL GRITO INDIGNADO DE LA VIUDA SUPLICANTE. EVANGELIO DE LUCAS

He presentado el tema de las viudas (con los huérfanos y extranjeros) desde la perspectiva de la voz suplicante. Las viudas aparecen sometidas a la arbitrariedad de los poderosos, pero tienen una voz que llega hasta Dios. Ellas aparecen de un modo especial en el evangelio de Lucas, que seguimos leyendo este domingo:

Está la viuda del nacimiento de Jesús (Lc 2, 37);
Está la viuda y madre del hijo muerto de Naím (Lc 7, 12);
Está la viuda que da todo lo que tiene, la mejor cristiana (Lc 21, 2-3).
Hoy está la viuda suplicante, la del grito que todo lo consgue (Lc 18, 1-8).

En contra de los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político y eclesial) habla este evangelio, que nos sitúa ante el grito de la viuda, capaz de cambiar el orden injusto del sistema. Leer más…

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“Oración, fin del mundo e injusticia”. Domingo 29 Ciclo C

Domingo, 16 de octubre de 2016
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maxresdefaultDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Un enfoque distinto de la oración

Los cristianos para los que Lucas escribió su evangelio no estaban muy acostumbrados a rezar, quizá porque la mayoría de ellos eran paganos recién convertidos. Igual que muchos cristianos actuales, sólo se acordaban de santa Bárbara cuando truena. Lucas se esforzó por inculcarles la importancia de la oración: les presentó a Isabel, María, los ángeles, Zacarías, Simeón, pronunciando las más diversas formas de alabanza y acción de gracias; y, sobre todo, a Jesús retirándose a solas para rezar en todos los momentos importantes de su vida.

            El comienzo del evangelio de este domingo (Lucas 18, 1-8) parece formar parte de la misma tendencia: “En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola”. Sin embargo, el final nos depara una gran sorpresa.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:

            ‒ Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

            ‒ Hazme justicia frente a mi adversario.

            Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:

            ‒ Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

            Y el Señor añadió:

            ‒ Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios…

Interrumpe la lectura y pregúntate cuál sería el final lógico. Probablemente éste: Pues Dios, ¿no escuchará a los quienes le suplican continuamente, sin desanimarse?

Sin embargo, no es así como termina la parábola de Jesús, sino con estas palabras:

            Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.

El acento se ha desplazado al tema de la justicia, a una comunidad angustiada que pide a Dios que la salve. No se trata de pedir cualquier cosa, aunque sea buena, ni de alabar o agradecer. Es la oración que se realiza en medio de una crisis muy grave.

Los elegidos que gritan día y noche

Recordemos que Lucas escribe su evangelio entre los años 80-90 del siglo I. Algunas fechas ayudan a comprender mejor el texto.

Año 62: Asesinato de Santiago, hermano del Señor.

Año 64: Nerón incendia Roma. Culpa a los cristianos y más tarde tiene una persecución en la que mueren, entre otros muchos, según la tradición, Pedro y Pablo.

Año 66: los judíos se rebelan contra Roma. La comunidad cristiana de Jerusalén, en desacuerdo con la rebelión y la guerra, huye a Pella.

Año 70: los romanos conquistan Jerusalén y destruyen el templo.

Año 81: sube al trono Domiciano, que persigue cruelmente a los cristianos y promulga la siguiente ley: “Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento de castigo sin que renuncie a su religión”.

En este contexto de angustia y persecución se explica muy bien que la comunidad grite a Dios día y noche, y que la parábola prometa que Dios le hará justicia frente a las injusticias de sus perseguidores.

Sin embargo, Lucas termina con una frase desconcertante: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

La venida del Hijo del Hombre

¿A qué viene esta referencia al momento final de la historia, que parece fuera de sitio? Para comprenderla conviene leer el largo discurso de Jesús que sitúa Lucas inmediatamente antes de la parábola de la viuda y el juez (Lc 17,20-37). Algunos pasajes de ese discurso parecen escritos teniendo en cuenta lo ocurrido el año 79, cuando el Vesubio entró en erupción arrasando las ciudades de Pompeya y Herculano. Muchos cristianos debieron ver este hecho como un signo precursor del fin del mundo y de la vuelta de Jesús. Ese mismo tema lo recoge Lucas al final de la parábola para relacionar la oración en medio de las persecuciones con la segunda venida de Jesús.

La fe de una oración perseverante

El tema de la vuelta del Señor es esencial para entender el evangelio de Lucas, aunque subraya que nadie sabe el día ni la hora, y que es absurdo perderse en cálculos inútiles. Lo importante es que el cristiano no pierda de vista el futuro, la meta final de la historia, que culminará con la vuelta de Jesús y el final de las persecuciones injustas.

Pero esa no era entonces la actitud habitual de los cristianos, ni tampoco ahora. Lo habitual es vivir el presente, sin pensar en el futuro, y mucho menos en el futuro definitivo, que nos resulta, hoy día, mucho más lejano que a los hombres del siglo I.

Eso es lo que quiere evitar el evangelio cuando termina desafiándonos: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Que nuestra fe no se limite a cinco minutos o a un comentario, sino que nos impulse a clamar a Dios día y noche.

* * *

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo (17, 8-13), propone las mismas ideas aunque de forma que a muchos puede resultar políticamente incorrecta. Los amalecitas, un pueblo nómada, atacaban a menudo a los israelitas durante su peregrinación por el desierto hacia la Tierra Prometida. Una persecución parecida a la que sufrieron los cristianos por parte de Roma. Pero Moisés no espera que Dios intervenga para salvarlos; ordena a Josué que los ataque. Lo interesante del relato es que mientras Moisés mantiene las manos en alto, en gesto de oración, los israelitas vencen; cuando las baja, son derrotados. Pero a los judíos nunca le faltan ideas prácticas para solucionar el problema. Lee el texto.

            En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué:

            ‒ Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.

            Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

Este texto se ha elegido porque va en la línea de orar siempre sin desanimarse que intenta inculcar el evangelio. Pero la idea de usar la oración para matar amalecitas no parece la más evangélica.

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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. 16 octubre, 2016

Domingo, 16 de octubre de 2016
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“Para mostrar (a sus discípulos)  la necesidad de orar siempre, sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola. Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: `hazme justicia frente a mi enemigo`. El juez se dijo: ´aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me importuna, que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez´. Y el Señor añadió: ´cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”.

LUCAS 18,1-18

¡Qué bella invitación nos hace Jesús! Nos llama a perseverar, a confiar en nuestro Dios.

La oración cristiana es una relación personal con Dios. Relación que nos descubre lo que en verdad somos: ¡Hijas e hijos de Dios! No hay mayor gozo para una persona buscadora de interioridad, de trascendencia que saber que Dios Padre está esperando nuestra súplica insistente, como la de la viuda.

Súplica que no es un movimiento de labios distraído, sino un balbuceo del corazón, una mirada confiada, un dejar que el corazón distendido descubra la ternura de Dios Padre-Madre, que no responde cansado y malhumorado como el juez, sino con amor tierno a nuestras miradas, a nuestras búsquedas a nuestras añoranzas de interioridad, de plenitud como dice Jeremías 31,1, “con amor eterno te amo, por eso te he atraído con misericordia”.

Este es el fin de nuestra oración: llegar a las entrañas de Dios, dejarnos tocar, dejarnos atraer por su Amor. Y esta experiencia tiene retorno, no queda en las nubes perdida,  sino que nos enseña: “aprended a hacer el bien, buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda” (Is. 1,17) todo lo contrario del juez.

 Abre tu corazón, levanta la mirada más allá de lo tangible y con corazón suplicante pon en manos de Dios Padre-Madre el dolor de nuestras hermanas y hermanos.

Bien puedes acabar esta reflexión poniendo tu fe en manos del Dios de Jesús, y acoger la frase que nuestro Dios pone en boca del profeta Oseas, 14,9b, “Yo escucho tu plegaria y velo por ti”.

ORACIÓN

Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti.

Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y humanas.

Señor, haz que mi fe sea libre, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta: creo en Ti, Señor.

Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema los múltiples problemas que llenan nuestra vida.

Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres.

Señor, haz que mi fe sea activa: sea verdadera amistad contigo y sea tuya, en los sufrimientos, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.

Señor, haz que mi fe sea humilde, que se rinda al testimonio del Espíritu Santo. Amén.

Pablo VI

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no tiene que hacer justicia humana

Domingo, 16 de octubre de 2016
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persistent_widow-60184351_stdComentar las lecturas de hoy es complicado porque partiendo de ellas, tenemos que concluir literalmente lo contrario de lo que dicen. La 1ª:el mito de la elección. El Dios de Jesús no puede estar en contra de nadie. Amalec es para Dios tan querido como el pueblo israelita, aunque los judíos sigan pensando otra cosa. La 2ª: El mito de la inspiración. No toda la Escritura es útil para enseñar. Recordad las palabras de Jesús: habéis oído que se dijo… pero yo os digo… La 3ª: el mito de la justicia de Dios. Ni ahora ni después, ni al que se lo pida con insistencia ni al que no se lo pida, va a hacer justicia humana de ninguna manera.

La Escritura es fruto de una experiencia religiosa, pero está expresada en conceptos que corresponden a una visión mítica del mundo. Al entenderla y juzgarla desde nuestra mentalidad, que ya no es mítica, distorsionamos el mensaje. Debemos tener la valentía de separar el mensaje, del envoltorio en que ha sido transmitido. Nuestra teología ha sido un intento de convertir el mito en logos. La racionalización del mito nos impide descubrir su valor y nos lleva a una falsificación de la verdad que en él se contiene. A este proceso que ha durado veinte siglos, le podíamos llamar mitologización. Por eso desde Bultmann se habla de una necesaria desmitologización.

La modernidad cometió el error de lanzar por la borda la increíble riqueza de la experiencia religiosa, porque confundió el embalaje mítico en que venía presentada con la verdad que quería trasmitir. Con el agua del baño hemos tirado por la ventana al niño. Pero las religiones, sobre todo la nuestra, siguen manteniendo el error de no querer prescindir del envoltorio porque, después de tanto tiempo insistiendo en que había que mantener a toda costa el mito, ahora no tienen la valentía de proponer la verdad separada del mismo mito.

También hoy es imprescindible atender al contexto para entender el texto. A continuación del relato de los diez leprosos que hemos leído el domingo pasado, le preguntan a Jesús los fariseos sobre cuando llegará el Reino de Dios. Jesús responde con afirmaciones sobre el Reino de Dios y sobre la última venida del Hijo del hombre. Con la perspectiva de ese pequeño apocalipsis, el relato de hoy cobra su verdadero sentido. No trata de prevenir cualquier desánimo, sino del peligro de caer en el desaliento porque la parusía se retrasaba demasiado. Recordemos que la expectativa de un final inmediato, era el ambiente en que se vivió el primer cristianismo.

La parábola del juez y la viuda no tiene aplicación posible desde nuestra religiosidad actual. No se trata solo de no confundir al juez injusto con Dios. Es que ni siquiera podemos esperar que haga justicia. Hoy sabemos que Dios no puede tener ahora una postura y otra para dentro de una hora o para el final de los tiempos. Dios es siempre el mismo y no puede cambiar para amoldarse a una petición. No tenemos que esperar al final del tiempo para descubrir la bondad de Dios. Se puede descubrir a Dios presente, incluso en todas las calamidades, injusticias y sufrimientos que los hombres nos causamos unos a otros.

El tema es de máxima importancia, porque la oración, en cualquiera de sus formas, es una de las manifestaciones religiosas que más nos dice sobre nuestra manera de entender a Dios y al hombre. En concreto, lo que esperamos de la oración de petición nos puede servir de test para comprender el estadio en que se encuentra nuestra religiosidad. Agustín, con su genialidad, nos ha metido por un callejón sin salida cuando afirmó que la oración no era eficaz, quia malum, quia mala, quia male. Que quiere decir: porque soy malo, porque pido cosas malas, porque las pido de mala manera. Este razonamiento es insostenible, porque, constatado que Dios no responde, nos las arreglamos para dejar a salvo a Dios, pues la culpa la tenemos siempre nosotros.

De manera menos lapidaria yo me atrevo a decir: Si rezamos, esperando que Dios cambie la realidad: malo. Si esperamos que cambien los demás, malo, malo. Si pedimos, esperando que el mismo Dios cambie: malo, malo, malo. Y si terminamos creyendo que Dios me ha hecho caso y me ha concedido lo que le pedía: rematadamente malo. Cualquier argucia es buena, con tal de no vernos obligados a hacer lo único que es posible y además, está en nuestras manos: cambiar nosotros.

No es tarea de Dios impartir justicia humana, y la justicia divina se está realizando en todo momento. Para Él todo está en orden en cada instante. El que es objeto de injusticia no será afectado en su verdadero ser si él no se deja arrastrar por la misma injusticia. La justicia humana se impone por el poderjudicial.Cuando pedimos a Dios que imponga “justicia” le estamos pidiendo que actúe como los poderosos. Dios no puede actuar contra nadie por muchas fechorías que haya hecho. Dios está siempre con los oprimidos, pero nunca para concederles la revancha contra los opresores.

En la Biblia “hacer justicia” es liberar al oprimido. Ésta era la acción más propia de Dios. El pueblo de Israel interpretó los acontecimientos favorables como acción de Dios a su favor. Pero cuando las cosas le iban mal tenían que concluir que se debía a que no habían sido fieles a la Alianza. La verdad es que ante las mayores injusticias de entonces y de ahora, Dios se calla. Es muy difícil armonizar este silencio de Dios con la insistencia en la eficacia de la oración. Dios no puede hacer justicia, tal como la entendemos los humanos.

No se trata de la oración en general, sino de una oración muy concreta: la petición a Dios de justicia para los oprimidos. No tenemos que esperar a la acción puntual de Dios, sino descubrir su presencia en todo acontecer y en toda situación. Es mucho más importante saber aguantar la injusticia que alcanzar nuestra justicia. Es mucho más importante ser siempre “justos” que conseguir justicia de otros. La justicia de Dios es una actitud que permite descubrir todo lo que puedo esperar en el momento actual, sin que Dios tenga que hacer nada, mucho menos, teniendo que echar mano de su poder.

La oración no la hago para que la oiga Dios, sino para escucharla yo mismo y darme la ocasión de profundizar en el conocimiento de mi ser profundo. Todo ello me llevará a dar sentido al sinsentido aparente. El silencio de Dios me obliga a profundizar en la realidad que me desborda y a buscar la verdadera salida, no la salida fácil de una solución externa del problema, sino la búsqueda del verdadero sentido de mi vida en esa circunstancia. Mi justicia la tengo que hacer yo en mí. La injusticia del otro no me debe hacer injusto a mí.

Pedir a Dios justicia, aquí o para el más allá, es mantener el ídolo que hemos creado a nuestra medida. La justicia en el más allá se inventó precisamente para armonizar la idea de un Dios justo al modo humano con la hiriente realidad de una injusticia que clamaba al cielo. En tiempo de los macabeos se vio que los males que afligían a los seres humanos no se podían explicar como castigo de Dios, porque Antíoco estaba sacrificando precisamente a los más fieles a la Ley. Para superar esa contradicción se sacó de la manga un castigo y un premio para después de la muerte.

El mensaje de Jesús está sin estrenar. ¿A quién de nosotros se nos ha ocurrido alguna vez dar la túnica al que nos roba el manto? ¿Quién ha puesto una sola vez la otra mejilla cuando le han dado una bofetada? Ni siquiera admitimos la posibilidad de entrar en la dinámica del evangelio. Todo lo contrario, tratamos por todos los medios de que Dios se acomode a nuestra manera de pensar y actúe como actuamos nosotros. La única manera de ser justo es no practicar ninguna injusticia. Este es el sentido que tiene casi siempre “justicia” en la Biblia.

Meditación-contemplación

La plenitud de la justicia está en la entrega absoluta y total.
Esto no tiene nada que ver con nuestra justicia.
La mayor de las injusticias sufrida desde esta perspectiva,
es compatible con la plenitud humana más absoluta.
…………………

Jesús en la cruz, llegó a la plenitud humana porque se identificó totalmente con Dios.
Ahí está su máxima gloria.
Ese es el camino que él ha marcado para todo ser humano.
Darse totalmente es la meta más alta que puede alcanzar el hombre.
…………………

Nuestra justicia está siempre mezclada con la venganza.
Mi plenitud no está en la derrota del enemigo
sino en dejarme derrotar por mantenerme en el amor.
Esto es el evangelio. ¿Quién se lo cree?

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La oración permanente

Domingo, 16 de octubre de 2016
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12190055_984102751651193_5912908670137319560_nThe tears I shed yesterday have become rain (Thich Nhat Hanh)

16 de octubre. Domingo XXIX del TO

Lc 18, 1-8

Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres

“Las personas viajan, dijo San Agustín, para maravillarse ante las alturas de las montañas, las enormes olas del mar, los largos cursos de los ríos, la inmensa vastedad del océano, el movimiento circular de las estrellas; y, sin embargo, se contemplan a sí mismos sin mostrar el menor asombro”. No son conscientes de que orar es asomarse al interior de sí mismos.

Eso le sucedía al fariseo, que daba gracias a Dios porque no era como los demás hombres mientras el publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo y se golpeaba el pecho. ¡Qué diferente se ha mostrado el Papa en su reciente viaje a Arzerbaiyán y Georgia! En su visita del 3 de octubre a la catedral ortodoxa de Svetitskhovelih recordó al patriarca Elia II el versículo 1 del Salmo 133: “Cómo es bello y dulce que los hermanos vivan juntos en armonía”Alguien dijo que la música–y otro tanto podríamos decir del Evangelio–, está más relacionada con la vida interior que con la realidad externa. Por eso tanto una como otro son capaces de transformar internamente al hombre.

No me gusta el Moisés de Éxodo 17 con los brazos levantados para pedir a Dios la victoria de Josué contra Amelec en Refidim, quizás influenciado por la vana promesa del Salmo 120: “el auxilio viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”.

¿Pero qué Dios puede ser ese que permite vencer al enemigo pasando al ejército  y al pueblo por la espada? ¿Es que puede haber oración de venganza? La del profeta y legislador de Israel fue perseverante y vengativa. Hasta que se puso el sol estuvo en oración. Pagó su pecado no pudiendo alcanzar la Tierra Prometida. Únicamente la vio desde el Monte Nebo con aquella mirada de deseo con que le esculpió Miguel Ángel en mármol de Carrara, y las Tablas de la Ley –ley más que amor bajo su brazo.

Su protector Julio II, conocido como el “Papa Guerrero” por la intensa actividad política y militar de su pontificado (1503 a 1513), manejaba con más destreza la espada para derrotar a sus enemigos que las rodillas para pedir por ellos. Frecuentaba con más devoción los campos de batalla que la iglesia. Todo lo contrario de lo que dice y hace nuestro Papa Francisco que, en carta vaticana del 7 de julio de 2016 a los obispos les propone la “Red Mundial de la Oración al servicio de los desafíos de la humanidad y de la misión De la Iglesia.

Los empobrecidos tienen que empezar y perseverar en la lucha por la justicia con palabras y hechos. Incluso teniendo en cuenta que hay jueces y sistemas inicuos que, con toda seguridad, no sólo no defenderán su causa, sino que la tildarán de subversión, rebelión, terrorismo y peligro para la nación y para la estabilidad social. Lucas nos propone hoy la parábola de la viuda y el juez injusto, en la que nos manifiesta la necesidad de “orar siempre y no desmayar”. El mejor camino para ello es, como decía Thich Nhat Hanh: “Las lágrimas que derramé ayer, se han convertido en lluvia”. En nube que fecunda la tierra y todo lo transforma.

Hablando de la dimensión religiosa de su poesía, decía Dámaso Alonso que en ella estaba, precisamente, “la raíz de su pensamiento poético”. En su soneto Hombre Dios podemos apreciarlo claramente.

HOMBRE DIOS

Hombre es amor. Hombre es un haz, un centro
donde se anuda el mundo. Si Hombre falla
otra vez el vacío y la batalla
del primer caos y el Dios que grita «¡Entro!»

Hombre es amor, y Dios habita dentro
de ese pecho y profundo, en él se acalla;
con esos ojos fisga, tras la valla,
su creación, atónitos de encuentro.

Amor-Hombre, total rijo sistema
yo (mi Universo). ¡Oh Dios, no me aniquiles
tú, flor inmensa que en mi insomnio creces!

Yo soy tu centro para ti, tu tema
de hondo rumiar, tu estancia y tus pensiles.
Si me deshago, tú desapareces.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Acosos, ruegos y persecuciones

Domingo, 16 de octubre de 2016
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juez250Lc 18, 1-8

A cada parábola se puede entrar por diferentes puertas y, sea la que sea la que elijamos, a ratos tenemos que avanzar un poco a oscuras hasta dar con un punto de luz.

Si entramos por la puerta del juez, en seguida nos detenemos: ¿cómo vamos a comparar a Dios con alguien tan cruel y depravado? Pero si seguimos intentando comprender algo, llegamos a un lugar luminoso: a Dios también “le pasa” lo que a ese juez: “se derrite”, cede, consiente, cambia y se deja vencer por la insistencia de quien se acerca a él con una súplica desvalida y confiada. Nosotros somos entonces el personaje de la viuda, ella nos representa y nos comunica además una increíble noticia: somos poseedores de un misterioso poder sobre el corazón de Dios y es precisamente nuestro desvalimiento confiado lo que nos da capacidad para “derrotarle”.

Pero la parábola tiene también otra puerta de acceso y nos invita a adentrarnos sin miedo en la imagen de un Dios-viuda-insistente que llama constantemente y sin cansarse a la puerta de nuestro corazón esperando darnos alcance. En ese caso no nos resulta difícil reconocernos en el juez de corazón endurecido y esta perspectiva de ser buscados, deseados y perseguidos, nos deslumbra como una ráfaga de luz: estamos llamados a creer que el deseo de Dios precede siempre al nuestro, que le resulta un regalo nuestra presencia, que tiene planes e iniciativas y palabras que dirigirnos y que lo mejor que podemos hacer es rendirnos a su persecución.

Dios nos “acosa” para conseguir de nosotros “justicia”, una manera de relacionarnos con él en la que, de una vez por todas, nos decidamos a fiarnos perdidamente de su amor.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Eduard Fernández: “Si en España nos juntáramos la izquierda y los cristianos, seríamos mayoría. Para mí, son sinónimos”

Domingo, 16 de octubre de 2016
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eduard-casaldaliga_560x280“En su denuncia, Casaldáliga es brutalmente respetuoso con el lenguaje”

“Hay misas que sólo hablan de alabar a Dios…¿Por qué no de lo que hay que cambiar?”

(Lucía López Alonso).- Cosas que hacen que la vida valga la pena. Como ver a Ana Belén ya mayor, y poder decir que uno sigue en el cartel de la gran pantalla. Como hombre de mil caras, como actor por vocación. Y haber hecho, en ese camino, lo mejor con los mejores. Haber interpretado las obras de los enormes antiguos a las órdenes de los enormes modernos. De Shakespeare a Bigas Luna. De Goethe a Calixto Bieito, de Beckett a Els Joglars, Gonzalo Suárez, León de Aranoa y todos los demás.

Eduard Fernández sonríe con sencillez. Entra en la iglesia de San Antón de Madrid como si fuera uno más. Pregunta por el Padre Ángel. “Me habría gustado conocerle. Es increíble lo que hace”. Y se sienta a presentar, junto al teólogo Benjamín Forcano, su película Descalzo sobre la tierra roja.

El actor catalán, recientemente premiado una vez más, encarnó en el film dirigido por Oriol Ferrer la lucha del obispo Casaldáliga contra la oligarquía brasileña. Confiesa al público emocionarse al hablar de Pedro, y de la autenticidad de su vida junto a los más pobres. La película empieza en las pantallas de la iglesia del presidente de la Fundación Mensajeros de la Paz, y Fernández deja hablar al personaje que interpretó. Las primeras escenas introducen al espectador en el Araguaia, en todo lo que desde él llega a los sentidos.

Después de algunas charlas a pie de calle con los que muchas veces caminan descalzos sobre el asfalto del centro de Madrid, Eduard Fernández vuelve dentro del templo. En sólo unos minutos, vamos a hablar del Vaticano y de política. Del profeta Pere y de que un lenguaje como el suyo podría llevarnos a ser personas mejores. De que, si no nos posicionamos de un modo u otro contra el engaño, no nos pareceremos a él.

Antes de interpretar el papel protagonista de Descalzo sobre la tierra roja, ¿qué habías escuchado de Pere Casaldáliga?

Muy poco, muy poco. Por culpa de mi incultura, había escuchado muy poco de Pere Casaldáliga. Sí, que era obispo, que tal y cual de la Teología de la Liberación… Pero no sabía gran cosa. Una vez me lo ofrecieron, un amigo mío actor dijo “¡Ostia, ese es muy grande!”, y entonces empecé a buscar, a mirar, y me di cuenta de la dimensión del personaje.

Me ocurrió una cosa curiosa: cuando hago personajes, películas…y luego hago la promoción, siempre hablo del personaje que acabo de hacer. Pero con Pere no pude decir “el personaje”. Tenía que decir “la persona que he interpretado”. Pedro Casaldáliga. Era diferente, no tenía nada que ver… La única vez que me ha ocurrido. “No puedo llamarle personaje”, me decía. ¡A Don Pedro, que es como le llaman en Brasil!

Me impresionó mucho cuando fui a conocerle, una vez, antes de empezar el rodaje. Me pagaron un viaje a Brasil y lo conocí a él un poco. Me impresionó esa realidad presencial: me puse a llorar. Pero lloré muchas veces delante de Pedro. Muchas. No sé por qué, pero le pasa a mucha gente. Hay algo ahí… un momento en que se terminan las palabras. Creo yo que ahí es donde empieza la cosa más mística. Sin hablar de religión, o de religión si se quiere, también, pero sobre todo lo que empieza cuando terminan las palabras es la mística. Hay un paso ahí.

¿En qué momento de tu vida aparece este papel? ¿Qué supuso para la continuación de tu carrera, que cuenta con tantos papeles de malo?

Sí, he hecho todos los papeles, pero unos cuantos de malo. En ese momento yo lo dije: “Este papel, esta experiencia, me va a ofrecer mucho más de lo que yo pueda ofrecer”. Creo que es así, porque el nivel de Don Pedro es enorme. Ha hecho realmente cosas importantes, al lado de interpretar. Ha hecho cosas. Las ha hecho de verdad y las ha escrito. Porque él siempre dice que hay mucha gente que ha hecho muchas cosas buenas, como él, pero no las ha escrito. “Lo he escrito todo”, dice siempre. Es muy activo y de joven, le veías encima de la camioneta, con un poder, un carisma, una energía bestial.

Creo que Pedro fue cambiando mucho a lo largo de su vida, del comienzo a cuando llegó a Brasil, adaptando a su nueva vida su Teología de la Liberación. Él tiene una capillita, preciosa, en su casa, muy humilde, muy sencilla, donde hace misa a las siete y media de la mañana cada día. Él es estricto en todo: también en las siete y media. Las siete y media son las siete y media. Y punto. Allí también tiene un trozo del hábito manchado de sangre de Monseñor Romero, el cráneo de Ellacuría…

Ahí, en Latinoamérica, las cosas son a lo bestia: tanto los ríos, los árboles, como también la vida. La gente. Y la vida y la muerte están mucho más cerca. Él decía una frase muy bonita: “Lo contrario de la fe no es la duda, es el miedo. Y no hay que tenerle miedo al miedo”. De alguna manera, se enfrenta a sus emociones, a los miedos de la vida, con franqueza. Si tienes miedo, tienes miedo. No pasa nada: ten miedo.

No sé qué me ha quedado de Pere. Una experiencia bestial, aunque también la sensación de no saber si la aproveché lo suficiente. Aún así, me ha quedado muy dentro. Muy, muy profundo. Como he dicho antes a los demás, su frase es excepcional: “Lo que no es imprescindible, es robado”. Yo tengo, es verdad, una noción de justicia social, y una noción de la mística, muy claras, gracias a mi madre. A ella Pere Casaldáliga le emociona profundamente. Ella ha sido una persona muy activa en su sentido religioso, muy cercano, seguramente, a la Teología de la Liberación.

El otro día yo pensaba que, si nos juntáramos toda la gente que en, por ejemplo este país, España, somos de izquierdas o cristianos, seríamos mayoría absoluta. Y para mí son sinónimos. Para mí ser cristiano y ser de izquierdas es un sinónimo, porque creo que Jesucristo fue una persona radicalmente de izquierdas. Me parece a mí, aunque se le pongan los matices que se quiera.

Pero en este país la derecha se ha apoderado tradicionalmente de lo cristiano.

Claro que sí. Pero es todo mentira. Se han aprovechado de una parte, igual que la Iglesia del Vaticano lo ha hecho del propio Jesucristo. Y con sus lujos y cosas se han alejado tanto de su figura… El otro día fui con mi madre, que no está muy bien de salud, a misa. Estábamos en Sitges y puede acompañarla. Y esa misa me pareció que no era una misa, que era un horror. Yo he ido a algunas misas que me han parecido realmente maravillosas, pero ésa era un horror. Sólo hablaban de loar a Dios, de porque Dios… Pero oye, ¿Jesucristo qué hizo? ¿Y qué hay que hacer? ¿Qué consejo nos das? ¿Qué hay que cambiar? Para ellos, sólo era alabar a Dios. Estaba vacío de contenido. Absolutamente. Y en un tono crispado y feo. Un horror que me parece que está muy lejos de la ideología, del camino, de Pedro Casaldáliga y de Cristo y la religión, francamente.

Cuando un cura va de misiones o lo hace un cooperante, aunque haya estudiado letras, termina construyendo tejados, o ejerciendo de enfermero, de maestro, de terapeuta, de campesino… de lo que sea que el pueblo demande y haga falta en esa comunidad. ¿No se parece, en este aspecto de asumir todos los papeles, el misionero al actor?

Ya, no lo había pensado nunca… Sí, puede ser… En teoría, pero en la práctica… Un actor, si te va un poco bien… A mí me va bien, gracias a Dios o a lo que sea, pero este mundo es muy particular. Muy bello, porque a mí mi profesión me apasiona. Soy todo lo sencillo que puedo francamente ser, lo contrario sería tontería. Aunque hay veces que hay que lidiar con cosas: hay que hacer alfombras, hay que hacer premios, hay que hacer entrevistas, etc. Está bien. Hay que hacerlo. Pero eso no te puede despistar de lo esencial, de lo que es en realidad. A algunos les pasa, que les gusta más la parafernalia, y eso ocurre también en la Iglesia. Hay quien se vuelve loco, y entonces el Vaticano, y construir, y construir, y alabar a Dios pero, ¿de qué estábamos hablando? ¿Qué hizo Jesucristo lo primero? ¿Qué fue todo eso? ¿Por qué él estaba a favor de los pobres?

Por eso hoy, cuando he visto lo que hace el Padre Ángel aquí en San Antón… Ya había pasado por aquí alguna vez. Y por otra que hay en la Calle Pez en la que también se ve a la gente haciendo cola por comida en esta época tan jodida que nos ha tocado vivir, tan brutalmente injusta…

Hay una frase que Casaldáliga decía a Ratzinger, que está ahí en Descalzo sobre la tierra roja. Ratzinger le decía que parecía que los de la Teología de la Liberación no combatían la violencia. Y Pedro Casaldáliga, que además de todo lo que es, es siempre absolutamente cuidadoso con el lenguaje -muy importante en Pere. Mucho-, decía “tengo que admitir que no me gusta hablar en términos de violencia o no-violencia. Ahora bien, si hay que hablar de violencia, hay que decir que no hay violencia mayor que la violencia institucionalizada, oficialmente justificada y que por reacción provoca otras violencias mucho menores”. Está en la película completo. Era como una roca, era como una piedra: nadie puede discutir esa frase. Es verdad sí o sí. Y lo es porque Pedro es respetuoso con el lenguaje de una manera tan brutal que, por ejemplo, con él no se podía decir “esto es una mierda”. Para atacar donde hay que atacar, él es preciso con el lenguaje. Preciso y recto en la denuncia. Una mierda es una cosa muy general… Leer más…

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