“¿Ha muerto la “Sola Scriptura”?”, por Carlos Osma

Viernes, 7 de octubre de 2016

deadDe su blog Homoprotestantes:

Las iglesias evangélicas se apresuran a celebrar por todo lo alto el quinto centenario de la Reforma Protestante. Quinientos años desde que Martín Lutero colgara sus 95 tesis en la iglesia del Palacio de Witteberg para insistir en que la salvación humana no se podía comprar, que no había que pagar ningún precio a nadie, ni al mismo Papa, y que vana era la confianza de quienes compraban “indulgencias” para ganar la salvación. Todavía era demasiado pronto para que al monje agustino se le pudiera ocurrir una tesis 96 en la que se aclarase que tampoco las personas LGTBI tenían que pagar el precio del celibato o la heterosexualidad fingida, que la heterosexualidad no era la última “indulgencia” para lograr la salvación.  Aunque la tesis 96 no es necesaria, porque aunque la heterosexualidad les parezca a muchos el preciado bien que las iglesias deben vender y proteger, Lutero dejó claro en su tesis 62 que “El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios”.

Lutero fue un creyente sincero, aunque atormentado por una iglesia que predicaba el terror. Y fue su búsqueda de libertad, de quitarse de encima toda la opresión religiosa, la que le llevó a la Biblia, a la Scriptura. Fue a ella a la que se aferró y de la que se hizo “prisionero” para liberarse de un poder Papal al que identificaba como responsable de la opresión en la que vivían las cristianas y los cristianos de aquel tiempo. Por eso predicó que la Biblia es la única fuente de autoridad, y que cualquier persona puede interpretarla, quitándoles esa potestad a los obispos y al Papa. La visión cristiana de Lutero era liberadora, y chocaba directamente con quienes entendían el cristianismo como un lugar de poder y sometimiento.

Que la propuesta de Lutero tiene fisuras es evidente, afirmar que la Biblia es accesible para todos y que siempre se puede entender con claridad, hace pensar que no hay ningún tipo de intermediario entre el texto bíblico y el lector, cosa que evidentemente es falsa. Para empezar la mayoría de mortales no somos capaces de leer el texto bíblico original, y tenemos que conformarnos con las traducciones que existen. Traducciones que en muchas ocasiones introducen prejuicios y malentendidos. No puede ser más que la homofobia de los traductores la que hace aparecer por arte de magia la palabra “homosexuales” en varias traducciones de la Biblia, haciéndonos creer que ésta condena las relaciones afectivas entre dos personas del mismo sexo en una situación de igualdad, tal y como las entendemos hoy. Algo completamente ajeno a la época y al propósito del texto bíblico.

Tampoco cayó Lutero en que los lectores de la Biblia no nos acercamos a ella de forma neutra, como si no hubiésemos recibido ningún condicionamiento social, cómo si no fuéramos hijos e hijas del mundo al que pertenecemos. ¿Quién cree que no leemos la Biblia condicionados? ¿Quién piensa que una persona que ha crecido aborreciendo el amor entre dos personas del mismo sexo no impregnará de homofobia cualquiera de sus lecturas e interpretaciones bíblicas?

Estoy convencido de que muchos cristianos conservadores y fundamentalistas son conscientes de los puntos débiles de la propuesta de Lutero. Por eso mientras repiten una y otra vez “Sola Scriptura”, mientras se alzan como los últimos defensores de la Palabra, introducen en sus traducciones bíblicas toda la ideología que defienden. Y mientras repiten una y otra vez a sus seguidores y seguidoras que la Biblia deja muy claras las cosas, que todo es muy sencillo de entender, se afanan por promocionar el conservadurismo dentro de sus comunidades. De esa manera, los cristianos y cristianas a los que adoctrinan, encuentran en la Biblia lo que ellas y ellos quieren que encuentren.

Llegados a este punto, es normal que la mayoría de personas LGTBI no vean por ningún sitio la liberación que Lutero descubrió en la Biblia, más bien todo lo contrario. La Biblia es el lugar por antonomasia que utiliza el poder opresivo heteronormativo cristiano. ¿Ha muerto entonces la “Sola Scriptura” para nosotras y nosotros? ¿Sólo nos queda pagar el precio del abandono de nuestra fe, o la negación de nuestra afectividad, para someternos al poder de la palabra heteronormativa? ¿Es eso lo que nos ofrece la Reforma Protestante? Si es así, la “Sola Scriptura” que promovió la Reforma es para las personas LGTBI hoy, lo que el Magisterio de la iglesia era para Lutero a principios del siglo XVI.

Pero si estamos decididos a resistirnos a que la heteronormatividad nos arrebate todo, incluso la Scriptura, si nos aferramos a ella, reconociendo que no hay una manera perfecta de entenderla, ni de interpretarla, porque somos seres humanos que vivimos condicionados; quizás descubramos en ella la Palabra liberadora del evangelio de Jesús. Si logramos romper los muros de homofobia e intransigencia con la que el conservadurismo evangélico la ha rodeado, y somos capaces de leerla como personas LGTBI, con nuestras contradicciones, nuestras experiencias y la riqueza de nuestra diversidad; es posible que como Lutero, y muchas otras personas más a lo largo de la historia, encontremos en la Scriptura la Palabra que Dios quiere dirigirnos a nosotras y nosotros.

No se trata de cambiar el poder heteronormativo por otro LGTBI, no es un cambio de trono. Se trata de expulsar de la fe cristiana las ideologías que pretenden apropiarse de la manera correcta de interpretar el texto bíblico, para practicar la discriminación y la violencia contra otros seres humanos por su manera de ser, sentir, o amar. Se trata de permitir que las personas puedan acercarse a la Biblia para ser interpeladas por el mensaje del evangelio, no invitarlas a que se erijan en “obispos y papas” de colectivos a los que odian. Se trata de entender que la fe en Dios y el seguimiento de Jesús es algo que nos hace mejores personas, que nos hace crecer y ser más maduros. Y que eso no tiene nada que ver con convertir la Scriptura en una especie de Constitución o libro de leyes. Quienes hacen eso, que tristemente son mayoría en el movimiento evangélico, no forman parte de la Reforma Protestante que inició Lutero. Ya pueden celebrarla tantas veces como quieran, pero su religiosidad legalista es la que éste mismo denunció y de la que intentó escapar, como anteriormente hiciera el apóstol Pablo en sus cartas, o el mismo Jesús al predicar el evangelio.

                                                                                                                      Carlos Osma

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