Un evangelio un poco “kantiano”
Quizás, y aunque es cierto, que al final de una dura jornada de trabajo en el campo, todavía al llegar a la casa al siervo le quedaba preparar la cena para su señor, nosotros hubiéramos esperado otro final más cálido. Al menos un: “siéntate conmigo y vamos a comer juntos“. O un: “vete a darte una ducha mientras yo preparo la cena“.
De hecho, no muy lejos de Palestina, también en la zona de Medio Oriente, en concreto en Mesopotamia, hacia el segundo milenio se encontraban mujeres consagradas al servicio de Dios, las así llamadas naditum. Pues bien, en uno de los epitafios milenarios encontrados en estos “conventos” se expresaba esta idea: toda mi vida ha consistido en servir a Dios, ahora al final de la misma Dios me invitará a su mesa.
Más allá de los convencionalismos y de las costumbres de la época, nos hubiera encantando que la parábola rompiese por un momento su lógica aplastante y la derivación práctica hubiera sido otra que la de un “siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. De hecho, la respuesta guarda una cierta semejanza con el imperativo moral kantiano del “deber por el deber” que, en cierto modo, responde a que hay que hacer el bien independientemente de si con ello obtenemos beneficios o se nos agradece. Hacer el bien es un valor en sí mismo.
Y, aunque esto es cierto, no obstante experimentamos una sensación “incómoda” de que no haya, al menos, una mueca de agradecimiento. Sensación extraña que aumenta por el modo con que comienza este texto de Lucas. Un inicio centrado en el tema de la fe: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería. De hecho, el tema aparentemente no “pega” con la parábola de estos siervos. Es decir, ¿qué relación guardar la fe incondicional con el siervo inútiles somos hemos hecho lo que teníamos que hacer?
Quizás la clave debamos de buscarla hoy en la primera lectura. Así pues, ésta se inserta al final de una secuencia de cuatro escenas. El profeta protesta ante Dios porque permanece en silencio ante la injusticia (Ha 1,2-4) y Dios le responde de una manera insólita (Ha 1,5-11). Ante esto, Habacuc vuelve a la carga y replica (Ha 1,12-17) y, nuevamente, obtiene una respuesta de Dios que también a nosotros nos sigue apareciendo insólita: el justo vivirá por la fe (Ha 2,1-4). Este dicho vuelve a ser utilizado en otros lugares del NT (Rom 1,17; Gal 3,11; Hb 10,38), pero comprender el sentido que tiene en el libro de Habacuc puede ofrecernos una clave para entender mejor el evangelio de hoy.
En la literatura sapiencial era algo normal conectar la justicia con la vida: el justo vivirá. Sin embargo, el profeta añade un plus: el justo vivirá por la fe. ¿Qué aporta a la frase este por la fe? Primero, lo que aquí está pidiendo Dios a Habacuc no es obediencia a la Ley sino a una promesa (vivirá). La justicia, de hecho, se identifica con creer en esta promesa. Y, segundo, tenemos que tener en cuenta que esta promesa se dirige a alguien que está muriendo, o mejor, que está siendo víctima de la injusticia. Por lo tanto, en el contexto en que Habacuc emplea esta frase significa que al que está muriendo se le insta a que se mantenga en su condición de inocente, de justo. Esto es, que persevere en la mansedumbre. Luego, no utilizar la violencia para defenderse. No basta con ser víctimas para salvarse sino que hay que creer. Y creer aquí equivale a confiar en la justicia de Dios y, por eso, confiando en la promesa de vida, mantenerse en la condición de inocentes o justos.
La liturgia muy inteligentemente ha propuesto estas dos lecturas para un mismo domingo. De hecho, el trasfondo del AT da profundidad al texto de Lucas. Pues, por una parte, ayuda a comprender la enigmática unión entre el tema de la fe y el “siervos inútiles somos” que realiza Lucas. Y, por otra parte, ilumina nuestra interpretación del texto para que vaya más allá del imperativo kantiano. Algo que, de por sí, ya sería loable. Pues hacer el bien sin buscar recompensa o experimentar que “hacer lo que teníamos que hacer” ya es un valor en sí mismo, ya es mucho.
El trasfondo de Habacuc ahonda el sentido del evangelio de Lucas y abre nuevas puertas. Y es que muchas veces después de una dura jornada de trabajo en el campo o en la misión, se nos puede pedir un poco más. Y, en vez del merecido descanso, la vida nos exige que todavía nos estiremos unos centímetros. Mantenerse fieles en momentos complicados, hacer en estas circunstancias lo que teníamos que hacer está en estrecha relación no con un deber moral que responde a una ley sino con creer en la promesa de Dios. Tiene que ver con una fe recia que confía en que la historia se cambia sin violencia y a fuerza de debilidad, no de puños sino de toalla y de servicio desinteresado.
Aceptar al final de la jornada que siervos inútiles somos es, en cierto modo, alejarnos de los focos del protagonismo y poner el foco en una misión compartida que va más allá del inminente presente. Dios siempre ha trabajado y trabaja en misión compartida. Los resultados muchas veces no se ven de manera inmediata. Nos insertamos en una larga cadena de hombres y mujeres que se han dejado la piel por el Reino y que como Abraham o Moisés quizás han muerto sin ver o entrar en la tierra, pero que, más allá de resultados, viven de la promesa porque creen en ella: el justo vivirá por la fe.
Marta García Fernández
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