El papa Francisco avala desde la Plaza de San Pedro las movilizaciones homófobas de México
Ninguna sorpresa por lo que a la capacidad de movilización de los homófobos se refiere: la gran marcha del denominado “Frente Nacional de la Familia” sobre México Distrito Federal ha sido en efecto un éxito. Al igual que sucediera hace dos semanas en las manifestaciones convocadas en las diferentes ciudades del país, decenas de miles de personas salieron a las calles este sábado, 24 de septiembre, para mostrar su oposición al matrimonio igualitario, en esta ocasión concentrados en la capital mexicana. Más sorprendente resulta el aval que la movilización, articulada en buena parte desde el sector más reaccionario de la Iglesia católica mexicana, ha recibido por parte del papa Francisco. Este mismo domingo el argentino ha querido expresar, durante su bendición dominical en la Plaza de San Pedro, su respaldo a la movilización homófoba.
“Me asocio con mucho gusto a los obispos de México en el sostener el empeño de la Iglesia y de la sociedad civil a favor de la familia y de la vida, que en este tiempo exigen especial atención pastoral y cultural en todo el mundo”, ha declarado el papa en Roma. Unas palabras que, en el contexto actual, suponen un espaldarazo al sector más ultra de la Iglesia católica mexicana.
Como contamos hace dos semanas, México vive en estos momentos un proceso parecido al que ya vivieron España en 2005 o Francia en 2012 y 2013. Eslóganes, logos, argumentos y escenografía son los mismos. El “Frente Nacional por la Familia”, a imitación del Foro Español de la Familia en España o la Manif por Tous en Francia, se ha constituido en eje articulador de los sectores homófobos de la sociedad mexicana. El desencadenante: el compromiso hecho público en mayo pasado por el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, de promover la reforma tanto de la Constitución mexicana como del Código Civil federal para asegurar la plena vigencia del matrimonio igualitario en todo el país.
México es un país federal, en el cual cada estado goza de amplia autonomía legislativa y cuenta con códigos civiles propios. En este sentido, son ya varios los territorios que han aprobado el matrimonio igualitario (el primero fue el Distrito federal, allá por 2009. Fue, de hecho, el primer lugar de América Latina en hacerlo). Pero es que, además, la prohibición del matrimonio igualitario por los estados que aún no permiten su celebración es considerada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y, de hecho, en prácticamente todos los estados de México se han celebrado ya bodas por orden judicial.
Es por eso que, cinco años después de que el Distrito Federal lo aprobase, y después de toda una cascada judicial de fallos favorables, Peña Nieto decidía este año que había llegado la hora de que la legislación se armonizase, de acuerdo a las directrices de la Suprema Corte, y que Constitución y leyes federales reconociesen expresamente el matrimonio igualitario en todo el país. Un movimiento que despertó, casi de forma inmediata, las iras de la Iglesia católica mexicana, que, pese a haberse opuesto estado a estado al avance de los derechos LGTB, no había conseguido, en un país socialmente muy conservador pero de tradición política laica, cristalizar un movimiento homófobo organizado… hasta ahora.
Las palabras de Francisco, un gesto hacia los conservadores
Este mes de julio nos hacíamos eco, por ejemplo, de las opiniones expresadas en Desde la Fe, publicación semanal dependiente de la arquidiócesis de México, que atacaba el matrimonio igualitario con argumentos del tipo de “el cuerpo humano no está diseñado para la relación homosexual” . La publicación también entraba directamente en política atacando a Peña Nieto, al que acusaba de “conceder prestaciones y compensaciones multimillonarias a once ministros del Poder Judicial [en referencia a la Corte Suprema de Justicia] apoltronados y envueltos en carísimas togas de seda de más de medio millón de pesos, que encubren su pragmatismo y favoritismo por ideologías que dinamitan instituciones del Derecho, vulnerando preciadísimos valores sociales como el Matrimonio entre un hombre y una mujer, la protección de la familia o el respeto a la vida de los niños en el seno materno”. Una campaña de odio en toda regla que la Iglesia católica mexicana ha continuado promoviendo desde las páginas de Desde la Fe, que hace un par de semanas publicaba un lamentable artículo en defensa de las “terapias reparadoras” de la homosexualidad titulado “No se nace homosexual”.
¿Pero quién se encuentra detrás de toda esta movilización? Al frente de la arquidiócesis de México se sitúa Norberto Rivera, cardenal primado de México, conocido opositor a los derechos LGTB y un personaje especialmente siniestro. Fue acusado en su momento de encubrir varios casos de abusos sexuales a menores por parte del sacerdote Nicolás Aguilar, además de haber sido uno de los grandes protectores de Marcel Maciel (el fundador de los Legionarios de Cristo, otro personaje despreciable, ya fallecido, acusado también de múltiples abusos sexuales).
En julio ya mencionábamos que en el seno de la Iglesia mexicana parecía estar librándose una batalla soterrada entre sus sectores conservador, del que Rivera es máximo representante, y progresista, que cuenta por ejemplo entre sus filas con el obispo de Saltillo, José Raúl Vera, que siempre ha mostrado una especial sensibilidad hacia la realidad LGTB (hace un par de años recogíamos su mediático bautizo a la hija de una pareja de mujeres) y que en la visita que Francisco realizó hace pocos meses a México mostró una especial complicidad con el pontífice. Francisco, de hecho, acaba de nombrar un nuevo nuncio en México, Franco Coppola, cuya misión, según aseguraba el diario El País, es lidiar “con los sectores más inmovilistas del episcopado de México” y “dar un nuevo impulso a la regeneración de la conservadora Iglesia mexicana”.
Por eso produce especial desazón ver que ahora el papa, pudiendo haber optado por abstenerse y no hacer mención explícita a lo que está sucediendo, ha querido mostrar un gesto de apoyo al sector más conservador de la Iglesia católica mexicana, que ha sido capaz de armar contra los derechos LGTB una movilización que jamás se ha visto contra la pobreza, el narcotráfico, la corrupción o la violencia brutal que vive el país. Sea por conveniencia (no querer enfrentarse a un reforzado Rivera), sea por convencimiento, las palabras de Francisco suponen la enésima muestra de oposición a los derechos LGTB. Su “¿quien soy yo para juzgar?” parece cada vez más un recuerdo remoto.
Fuente Dosmanzanas
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