(José Sánchez Luque del Foro Diamantino).- En estos meses se divulgará el último documento publicado por los obispos españoles: “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo“. Pretendo señalar algunos de sus aspectos mejorables desde la teología progresista del siglo XXI.
Les recuerdo unas luminosas palabras de Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC, en una carta que escribió a un seminarista catalán y con las que, en el pasado mes de julio, iniciábamos en Salamanca el Curso de Verano de la HOAC:
“La gran dificultad para el contacto de un sacerdote y un obrero es establecer el diálogo sobre el tema religioso. Pues resulta que el obrero (o el laico) solo sabe hablar en el lenguaje habitual de la vida ordinaria, y el cura (o el obispo) solo sabe hablar el lenguaje eclesiástico. Y para que los dos se entiendan es necesario, en primer lugar que hablen un lenguaje común. En caso contrario se llega necesariamente a un diálogo de sordos… La solución a este problema es que el cura (o el obispo) aprendan a hablar el lenguaje ordinario… El Nuevo Testamento nos ayuda a reencontrar el lenguaje perdido”.
Estamos llamados a descubrir una nueva forma de hacer teología. Nuestro lenguaje sobre Dios no puede ser atemporal y alejado de la realidad. Una parábola de Buda de hace ya 2.500 años nos da que pensar: Una persona recibió un flechazo mientras atravesaba un bosque. Cuando sus amigos quisieron ayudarle, no permitió que le quitaran la flecha hasta saber quién había disparado, su nombre, edad, pueblo… e insistió en saber si las plumas de la flecha eran de buitre, cigüeña o halcón.
Esta parábola era una crítica mordaz de Buda contra la teología de los brahanes de su tiempo y sus abstractas especulaciones metafísicas que no tenían ninguna importancia en la praxis. Buda llamó a todos a que respondieran al sufrimiento humano con compasión y misericordia, y sin demora. Hace unos días me encontré en Madrid con un obispo amigo y le pregunté su opinión sobre el documento que comentamos. Me decía que lo veía en un lenguaje demasiado técnico e incomprensible. Alejado de la realidad concreta. Al lado de los escritos del papa Francisco, tan realistas y catequéticos, la instrucción de nuestros obispos se nos cae de las manos, me aseguraba el obispo.
Cuando la casa está ardiendo solo tenemos tiempo para salvar lo esencial. Cuando la humanidad y la naturaleza se encuentran en una crisis profunda, e inmersas en la desigualdad y la exclusión, necesitamos elaborar teologías que aborden la situación de la crisis de la humanidad y de la creación. Nos dice el papa Francisco que el llanto de la naturaleza está ligado al llanto de los pobres. Puede ser apasionante discutir sobre el arrianismo, el docetismo, el adoptionismo, el dogma de Cristo, el gnosticismo, el Jesús histórico y el Cristo de la fe, los métodos histórico-críticos en el estudio de la Biblia, lo misterios helenistas, el uno en lo múltiple (del Cusano o de Melloni) o la ciencia de las religiones.
Pero todas estas preocupaciones doctrinales han de pasar a segundo plano ante la magnitud de los problemas que afronta la humanidad: desigualdad, exclusión, violación de los derechos humanos y los derechos de la madre Tierra, los problemas medio ambientales, la tercera guerra mundial a trozos (como dice Francisco), el hambre, el terrorismo, etc. Desgraciadamente gran parte de la teología actual evade estos temas.
Una teología que se limita a explicar e interpretar aspectos doctrinales del cristianismo no sirve a la humanidad. Necesitamos volver la mirada al mundo e intentar responder a aquellas cuestiones cruciales de los seres humanos. Hay que mojarse… Existe un abismo entre la llamada teología clásica y la experiencia real cotidiana de la vida y de las luchas que implica. ¡Superemos las teologías de escritorio!, nos recomienda Francisco.
Dios se ha identificado con la humanidad (“El Verbo se ha hecho carne”). Exilar a Dios y al prójimo del horizonte de la economía, de la política y de lo social constituye el mayor desafío para la teología actual. Les recordaba la parábola de Buda. Quinientos años después de Buda, Jesús se identificó con la humanidad sufriente. Nos habló de un Dios que es Padre/Madre, que está profundamente implicado en la vida de los seres humanos y en sus sufrimientos.
Tenemos un gran mensaje de esperanza para “continuar el camino abierto por Jesús” como bellamente nos dice el teólogo José Antonio Pagola. Un camino que consiste en llevar a la práctica el programa del Nazareno que nos propone el capítulo 4, 16-21 del Evangelio de Lucas. Texto que leemos todos los años en la llamada Misa Crismal en Semana Santa y al que nuestros obispos parece que les tienen miedo a explicarlo y aterrizarlo. Parece que les cuesta trabajo ser contraculturales como lo fue Jesús según nos dice la carta a los Filipenses 2, 5-9 y que también se lee en la citada Misa.
Necesitamos una teología sensible al problema de las desigualdades existentes en nuestro mundo y en nuestro país. Sensible a la exclusión que tantas muertes ocasiona. Tenemos la tarea de desacralizar “el becerro de oro” del mercado libre, de una economía neoliberal que mata, que produce incontables muertes como nos dice Francisco. La teología ha de intentar constantemente entretejer la cuestión de Dios con los graves problemas que afligen a la humanidad.
Nuestra teología no puede ser un entretenimiento intelectual al que no le afectan las urgencias de la humanidad. Ya es hora de que superemos la consabida definición que ve a la teología como la ciencia que nos plantea unos problemas que a nadie le interesan. La teología europea no tiene futuro a menos que esté dispuesta a entrar en diálogo con las nuevas teologías que emergen sobre todo en los países del tercer mundo. No podemos seguir, como denunciaba Jesús, “colando el mosquito y tragándonos el camello”.
Fuente Religión Digital
Espiritualidad, General, Iglesia Católica
Conferencia Episcopal Española, Guillermo Rovirosa, HOAC, Jesucristo, Justicia, Obispos, salvador del hombre y esperanza del mundo
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