Tras la noche, un amanecer
Ya estaba ahí el amanecer, así que se desperezó lentamente, se despojó de los jirones de duda y se levantó del lugar que llevaba ocupando varias horas.
Por fin la confianza se había enrollado en sus dedos, ahora, en el amanecer, ya podía erguir la cabeza y dar el paso.
Sonrió levemente al abrir la ventana y descubrir que la noche era tiempo pasado y que la niebla que cubría los campos se iba retirando acobardada. Era un amanecer luminoso que se colaba en la vida creando alboroto, despertando voces, ruidos, cantos,…
Siempre había escuchado que la mañana podía traer buenas noticias, aunque en ocasiones la experiencia no había sido esa. Pero esta vez sí, la mañana, como cartero insistente aporreaba su mirada y le dejaba mensajes de esperanza. La mañana era un trago de agua fresca tras una sudorosa carrera.
El amanecer. Un regalo envuelto en minutos frescos.
Era el momento perfecto para saltar y soltar. Después de una noche de angustia, de dudas y soledad, se sentía fecundada de esperanza y fuerza. La pregunta que había estado rondándole toda la noche, revoloteando a su alrededor, golpeando su cara con unas alas grandes, ya no le importaba. No había respuesta. No, hay preguntas que no tienen respuesta pero que empujan, como si tuvieran brazos poderosos.
Era cuestión de confianza.
Confianza.
Saboreó la palabra, y la colocó debajo de la lengua, para que le durase toda la vida.
Ese amanecer era el comienzo.
Se agachó de nuevo. Sopló sobre la vela que alumbraba un sencillo icono con una imagen de un Cristo no excesivamente expresivo, recogió la alfombrilla y el banquito y empezó.
–Sí, Jesús, Maestro, yo también seré digna de ti. Te sigo.
Opción por Jesús
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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