Amor más que justicia
Debes tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano” (Confucio)
11 de septiembre, domingo 24 del TO
Lc 15, 1-32
Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre le divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó.
En la película Alta Sociedad, el padre de Tracy dice: “No te falta inteligencia, tienes un rostro perfecto, buena figura, buen gusto, distinción, todas las cualidades para ser una mujer maravillosa, pero te falta lo esencial: un corazón para sentir. Si no tienes es como si estuvieras hecha de bronce”. Tenía corazón para sentir y abrazar el padre del hijo pródigo, y el Buen Pastor para llevar sobre sus hombros la oveja perdida.
El Gigante egoísta, de Oscar Wilde, dejó de serlo la tarde que vio a un niño junto a uno de sus árboles. En sus manos y pies había huellas de clavos. “Estas son las heridas del Amor”, suspiró el pequeño. Cayó de rodillas ante él. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo: “Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso”. Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba cubierto enteramente de flores blancas.
Duele tener a una persona en tu corazón sin poder tenerla en tus brazos y, como diría Mafalda: “Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho… Así pensaríamos más con amor y amaríamos con sabiduría”. En la opera La Dama de Picas, de Chaikovski, Pauline le ruega a su amiga Lisa que se anime: “Mira qué bella noche, todo revive de repente después de la terrible tormenta”. Y a su doncella Masha, le pide que no cierre las ventanas que dan al balcón. Ventanas y balcón del corazón y del cerebro humano siempre abiertos a ovejas descarriadas e hijos pródigos. La alegría del encuentro con unas y otros será música celestial que no cesará de sonar nunca en el banquete. Generosidad infinita del pastor y del padre, haciendo brillar su amor compasivo sobre la justicia.
Secuencia secular del Cristianismo, como testimonian estas palabras del Testamento del Padre Christian-Marie Chergé, monje trapense en el monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine: “Argelia y el Islam son para mí otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando en ellos muy a menudo el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, con el respeto de los creyentes musulmanes”. Vale la pena visionar la película francesa De dioses y de hombres, en la que se relata la vida abnegada de esta Comunidad de monjes, entregada a paliar descarríos y dolores en el pueblo.
Historias de compasión y ayuda a los hermanos sólo escritas cuando, como dice Confucio: “Se tiene fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano”. Historias como la de Teresa de Calcuta, a quien el Papa se refirió en su canonización el pasado domingo cuando dijo: “el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cda día en el amor.
Matteo, uno de los protagonistas de Para siempre, de la italiana Susanna Tamaro (1957), se negó a copiar el Ojo de la Providencia que el padre Mangialupi le pedía en la catequesis de preparación a la primera comunión y que no revelaba sino a un Dios terrible y justiciero. Años más tarde justificaría su negativa con estas palabras: “La imagen de Dios como una forma geométrica me producía repulsión. Ese triángulo que estaba siempre encima de mí me irritaba, me hería; de ninguna manera lograba ver en sus puntiagudas esquinas alguna forma de amor”.
EL LORO
Mi vecino de enfrente tiene un loro.
Un regalo del cura.
Si llamas a la puerta te responde:
“Ave María Purísima. Hermano ¿quiere confesarse?”.
Y luego al despedirse,
en penitencia te larga diez rosarios.
Habla latín, y dice:
“Ubi charitas et amor, Deus ibi est”.
A mí, que soy ateo,
me repatea el latinajo.
A mi vecino, en cambio, el meapilas,
le chifla lo de “charitas et amor”.
Si tantos años ha vivido con cristianos,
¿por qué jamás citará el loro historias
de compasión y ayuda a los hermanos?
(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)
Vicente Martínez
Fuente Fe Adulta
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