Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 11 septiembre, 2016
“Solían acercarse a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle.
Jesús les dijo esta parábola:
Si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa con cuidado, hasta que la encuentra?
Y cuando la encuentra reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 1-10)
¡Hoy somos invitados a la escucha!
El evangelio de este domingo nos pone dos ejemplos de escucha. La escucha de los publicanos y pecadores y la escucha de los fariseos y escribas.
La escucha de los fariseos y escribas.
Estos últimos son “mensajeros” de críticas, están al acecho de lo que Jesús hace y dice, tienen el corazón enfermo, amargado, no pueden escuchar, oyen y al oír desatan un parloteo interior, un desenfoque de la realidad.
La mente nos agita, engendra ambición, no deja perdonar, nos agarrota con ruidos que nos hacen personas duras, sin capacidad de acoger, de perdona; nos atiborra de ruidos, de orgullo; nos hace sentirnos “las mejores”.
La escucha de los publicanos y pecadores.
El otro ejemplo, el de los publicanos y pecadores que se acercan a Jesús para escucharle. Escuchar con la cabeza y con el corazón. Se acercan a Jesús para escucharle. Es un modo, un talante de ser y de vivir. Dicen los místicos que “el camino más largo de recorrer en la vida es un camino muy corto, el que va de la cabeza al corazón.
Cuando llegamos al corazón nos invita con suavidad a escuchar, “siéntate, corazón mío”. Y es una llamada a buscar lo que hemos perdido, la “moneda perdida” que es muchas veces la paz del corazón. Sentirnos vulnerables, es lo que somos, nos llama a escuchar al Maestro, al Señor Jesús. Quien se abre a la escucha de Jesús, se abre a la plenitud.
Quien con sencillez escucha, siente “cosquilleos” en el corazón, y como la mujer de la parábola, necesitamos comunicar lo que sentimos y decir a quienes nos rodean: ¡felicitadme! He encontrado lo que buscaba, el Espíritu de Dios, y él hará en mí como en María de Nazaret, “obras grandes”, y como Pablo en la 1ª carta a Timoteo 1,12 podremos decir: “doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió esta llamada… el Señor derrochó su gracia en mí”.
ORACIÓN:
Padre bueno,
que nos has enviado a Jesús:
nuestra gratitud.
Jesús, Tú nos hablas,
nos invitas a la escucha,
silencia nuestro corazón.
Santo Espíritu,
que nos iluminas y fortaleces.
Sólo podemos decir:
¡Hágase en mí tu voluntad!.Amén
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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