Juan Pablo I, 32 días y una noche
“Luciani se iba a tomar en serio el Vaticano II”
“La Iglesia tendría que plantearse seriamente la posibilidad de la autopsia, o de hacerla pública”
(José Luis Ferrando).- El largo pontificado de Juan Pablo II no ha podido con la memoria del Papa Juan Pablo I. A pesar de su brevedad, el recuerdo de su personalidad permanece en la mente de muchos hombres y mujeres.
Elegido el 26 de agosto de 1978, moría en extrañas circunstancias 33 días después. En pocos días supo transmitir una aire nuevo a la Iglesia. Sus escritos e intervenciones apuntaban, sin duda a un camino de renovación profunda. La impresión era que Albino Luciani se iba a tomar en serio el Concilio Vaticano II. En septiembre se cumplirán 38 años de su misteriosa muerte. De acuerdo con el comunicado oficial de la Santa Sede, falleció de un infarto de miocardio agudo. Sin embargo, las contradicciones, testimonios forzados, silencios y desmentidos en torno a este acontecimiento, que la Curia zanjó en su momento de manera definitiva, son absolutamente incontestables. Son pocos los que piensan que esa noche las cosas se sucedieron de forma natural…
Unos pocos años, después de estos hechos, cenando en el hotel Notre Dame de Jerusalén con un cardenal francés jubilado, ya fallecido, le pregunté a bocajarro: ¿Es posible que el Papa haya podido ser asesinado? Mi interlocutor mi miró fijamente y me dijo: en Roma todo es posible. Y añadió: “eres jóven, lee la historia de los Papas”. Sin duda, este hombre culto me reenviaba, precisamente a un periodo particularmente tétrico, que justifica ampliamente la denominación de «edad oscura» aplicada indiscriminadamente a todo el medioevo por la Ilustración. El cardenal Baronio, en sus famosos Anales, llamó a esta época «saeculum ferreum» (el Siglo de Hierro). La mayor parte de asesinatos de Papas corresponde precisamente a este tiempo, marcado por los manejos políticos de dos poderosas familias emparentadas: los Albericos o Tusculanos y los Crescencios. Estas familias y, particularmente sus mujeres, se erigieron en árbitros de Roma y de sus Pontífices. No ha habido, gracias a Dios, nada equiparable a esta nefasta etapa en la historia de los Papas. Muchos Pontífices en este período murieron envenenados por sus familiares, coperos o servidores más cercanos. Otros estrangulados u otras muertes más horribles y sofisticadas. En resumen, la violencia ha penetrado muchas veces los muros de San Pedro.
La lista de asesinatos, gracias a Dios, se cierra en una época ya lejana, pero pudo haber sido reabierta en al menos un par de ocasiones. La primera, durante el viaje de Pablo VI por Asia y Oceanía en noviembre y diciembre de 1970. En la escala de Manila, en las Filipinas, se le acercó un loco que logró asestarle una puñalada por la espalda, antes de que fuera reducido por el corpulento monseñor Paul Marcinkus, que acompañaba al Papa en sus periplos. La segunda ocasión en que en los tiempos recientes se ha intentado acabar con la vida de un Papa fue en 1981, cuando el terrorista turco Ali Agca, disparó en plena plaza de San Pedro a Juan Pablo II. No consta de otros Pontífices que muriesen asesinados. Evidentemente, en estos dos casos, nos referimos a intentos de asesinato desde instancias exteriores a la Iglesia. No es el caso de Juan Pablo I, ya que difícilmente, desde el exterior alguien hubiera podido penetrar en los Palacios Apostólicos para perpetrar un crimen.
Por eso: ¿Qué pasó aquella tarde-noche misteriosa? ¿Qué razones había para elim inarle, si ese fue el caso? ¿Qué reformas, que no interesaban a algunos, estaba planteando? De este tema hay mucha literatura, pero han pasado varios años y las incógnitas permanecen. Probablemente, la Iglesia tendría que plantearse seriamente la posibilidad de la autopsia. O de hacer pública, la que algunos afirman que se hizo, a no ser que fuera destruída inmediatamente, por que no interesaba. Así de sencillo. No creo que esta práctica médica afecte a la “santidad” del cuerpo papal, pero si puede ser una medida de seguridad adicional de cara al presente y al futuro. Igual que en épocas recientes han desaparecido papeles de la mesa Papal, pueden suceder otras cosas. La tentación está siempre presente. Esperemos que algún día, del mismo modo que se examinan los cuerpos años después para cuestiones relacionadas con beatificaciones y santificaciones, se pudiera hacer lo mismo para clarificar los enigmas de la muerte de este Papa de la sonrisa. La Iglesia le debe una explicación y una clarificación al mundo, o al menos a los cristianos, a los que este Pontífice despertó a la esperanza y a la alegría.
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