“Nunca me imaginé tener una familia, una obra social, un trabajo en el Estado, capacitar a la Policía ni menos ir a la universidad a estudiar Ciencias políticas. Pero mirame, acá estoy”, dice Daniela Ruiz.
Es probable que ninguno de nosotros se presente ante los demás diciendo su nombre y su segundo nombre. Pero ella, con suave voz de locutora, se presenta así: “Me llamo Natalia Carina. No son los nombres que me pusieron mis padres, son los dos nombres que elegí yo, por eso me gusta usarlos”.
Natalia Carina Romero cursó todo el colegio, en Caballito, mostrándose como un varón (como había nacido) pero sintiéndose diferente. Recién a los 23 años logró entender que eso que le pasaba tenía un nombre: era trans. Natalia es una de las 7.451 personas trans que cambiaron su nombre y su género en su DNI desde que se sancionó la ley, en 2012. Su trabajo en la FM 101.7 –en un magazine y como locutora nacional, no como travesti desopilante– es una muestra de algo que, de a poco, está empezando a suceder: el desembarco de las personas trans en trabajos formales, tanto en lo público como en lo privado.
Ser trans, el término que se usa para evitar el peso negativo de la palabra travesti, significó siempre un destino más o menos obligado: “Lo habitual era, y en muchos casos sigue siendo, que los padres te echaran de casa cuando se enteraban y que abandonaras el colegio. Por eso, los únicos trabajos a los que podías acceder eran informales, clandestinos: o ejercías la prostitución o eras vendedora ambulante, manicura o peluquera”, dice Daniela Ruiz. También dice que algo de todo aquello empezó a cambiar después de la sanción de la Ley de identidad de género. Y no sólo para ella: cinco personas por día cambian su nombre y rectifican su género en el DNI.
Daniela, que conoce lo que es estar obligada a prostituirse para sobrevivir, torció ese destino: estudió teatro en la escuela de Julio Bocca y hoy es la primera mujer trans que trabaja en el ministerio de Cultura de la Ciudad (es profesora de teatro). Y ella, que también conoce los abusos sexuales, los golpes y los ‘puto’ y los ‘trolo’ que la Policía le decía cada vez que la detenía, hoy tiene un cargo de capacitadora en el gobierno local: se ocupa de enseñarles a funcionarios, empleados públicos y también a policías qué es ser trans.
“Sin rencores –dice–, al contrario. Cuando estaba parada en la calle Godoy Cruz creía que mi destino era morirme joven, porque para evitar situaciones incómodas no iba al médico. El otro día me fui a hacer un chequeo general y el médico, de 73 años, me dijo que era la primera vez que atendía a una mujer trans. Nunca me imaginé tener una familia, una obra social, un trabajo en el Estado, capacitar a la Policía ni menos ir a la universidad a estudiar Ciencias políticas. Pero mirame, acá estoy”.
Victoria Antola, nació en Paraná y dice que tuvo suerte: “A mi familia le costó pero no me echó de casa”. Gracias a esa contención, no abandonó el colegio, fue a la universidad, se recibió de traductora de inglés, de intérprete y de profesora de lengua inglesa. Lo hizo con su identidad de varón y en 2011, como no existía una ley, presentó un recurso de amparo para cambiar su nombre por uno femenino.
Victoria fue docente en un secundario y en una universidad. “Hace poco me convertí en la primera empleada trans del Banco central. Hago las visitas guiadas bilingües en el museo de billetes y monedas, traducciones y estoy asesorando para capacitar a la gente del banco, porque a veces las leyes avanzan pero las cabezas no”, asegura. Victoria sabe que todavía el 80% de las personas trans tienen que prostituirse, por eso dice: “Como no es habitual que las tomen en un trabajo, necesitamos que en Provincia se reglamente la ley de cupos (que exige que el 1% de los empleados públicos sean trans) y que se trate el proyecto en el Senado”.
Ona Liendro habla de eso: “A veces, cuando me rechazaban en un trabajo me ponía muy mal, pero sabía que tenía que confiar en mí, tenía que mostrar mi trabajo y lograr que el resto no pusiera mi imagen por delante”. Ona había llegado de Salta sola, había trabajado en una cooperativa textil y no se resignó a ser una chica sin estudios. Terminó el secundario cuando tenía 28 años, empezó a estudiar enfermería, hizo sus prácticas en el Hospital Rivadavia, se recibió y trabajó en el Centro Gallego.
“Claro que al principio el resto me miraba con una sonrisa burlona, pero cuando te ven trabajar, cuando ven que vas a trabajar como cualquier otra persona, la sonrisa se les va borrando”. El envión no frenó: logró que alguien viera su trabajo, empezó a cuidar adultos mayores y arrancó el CBC: quiere ser obstetra. “Hoy, para mí, entender que podemos hacer un trabajo como cualquier otro es un desafío. Las personas trans siempre estuvimos aisladas, expulsadas, y yo por primera vez me siento conectada con la sociedad, porque puedo formar una familia o acompañar a personas enfermas. Cuando sentís eso por primera vez, no te importa que haya una piedra más en el camino, alguien que se burle, por ejemplo. La corrés y seguís”
Fuente: Clarín, vía sentidoG
General, Historia LGTBI
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