La Iglesia católica celebra este día el “dogma” de la Asunción de María, que se inscribe dentro del misterio de la Resurrección de Jesús, en una línea que está abierta a todos los creyentes, es decir, a todos aquellos que reconocen el carácter ejemplar de su camino creyente.
En la conciencia de la Iglesia Católica, María, la madre de Jesús, ha sido la primera que ha muerto y resucitado con él, no en un sentido cronológico, sino de experiencia y comunión creyente. Eso significa que María no ha muerto sola, ni ha “resucitado” tampoco de una forma aislada, sino que lo ha hecho con Jesús, su Hijo, abriendo un camino de comunión y esperanza para todos los cryentes.
En esa línea, pienso debemos hablar de la muerte y resurrección (elevación o plenificación) de María, como signo y promesa de resurrección para todos los que confesamos el misterio de Jesús (para todos los hombres y mujeres). Hay otras figuras importantes en la Cristiandad, empezando por Pedro y Pablo, por Juan Bautista y los profetas de Israel, pero entre todos loa iglesia destacado el camino creyente de María, por connaturalidad, por respeto a la historia de Jesús, por agradecimiento creyente.
Por eso quiero elaborar hoy algunas reflexiones en torno a la Muerte y Resurrección (Asunción) de la Madre de Jesús, en una línea más bien antropológica, sin detenerme en datos bíblicos, ni en dogmas de la iglesia.
— Históricamente, tras la muerte de Jesús, María formó parte de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, donde fue venerada como Gebyra (Madre del Señor). Allí debió morir, siendo enterrada, posiblemente, en el lugar que ahora se llama Basílica de la Asunción (junto al torrente Cedrón, cerca del Huerto de los Olivos).
La imagen 1 recuerda el lugar donde ella fue enterrada, conforme a una tradición que parece fiable. Los creyentes de su comunidad (los judeo-cristianos de Santiago) buscaron para ella un sepulcro honroso, en la zona baja de la ciudad de Jerusalén, fuera de las murallas.
Allí se mantuvo la tradición de la vida y muerte de la Madre de Jesús, en el contexto de una iglesia judeo-cristiana, que mantuvo cierta independencia respecto a las Iglesias helenistas.
La imagen 2 , la fachada de la actual Basílica de la Asunción, con el lugar de la tumba de María, que está en manos de Cristianos ortodoxos orientales. Es una Iglesia humilde, de origen antiguo, con fachada románica “occidental”, del siglo XII, construida en tiempo de las cruzadas. Sigue siendo la Iglesia mMriana más importantes de la Cristiandad, aunque los cristianos católicos no la tengamos muy en cuenta y “prefiramos” a veces los modernos santuarios Marianos, desde Santa María la Mayor de Roma, hasta las basílicas de Guadalupe (España y Méxido) Lourdes y Fátima.
— La iglesia helenista posterior, partiendo de los evangelios de Lucas y de Juan, puso de relieve el valor simbólico de la Madre de Jesús, por su decisión al servicio de la fe (de la encarnación del Hijo de Dios), de manera que ella vino a convertirse pronto en signo y testimonio de vida cristiana, tanto en Oriente (en la Iglesia ortodoxa actual), como en Occidente.
En esa línea, la Iglesia “descubrirá” y confesará más tarde que María murió con Jesús (vinculada a su misterio) y que resucitó con él (de un modo radical, no puramente físico)… De esa forma, sobre esa base, la Iglesia estableció la fiesta de su Asunción de María a los cielos.
Desde ese fondo (como heredero de las iglesias helenistas y queriendo recuperar la vida histórica de María, una mujer judía, madre querida de Jesús) quiero ofrecer en esta fiesta una simples reflexiones sobre el signo de la Asunción de María
En esa línea ofreceré una reflexión que puede inspirarse en la Imagen 3, que es el icono” tradicional de la fiesta de la Muerte y Asunción de María.
Conforme a una tradición antigua, Maria murió rodeada por los apóstoles, que fueron a despedirla. El mismo Jesús “bajó” para recoger su “alma” (su identidad personal, su vida entera, su cuerpo y alma en sentido actual) e introducirla en el misterio de la humanidad que culmina de Dios.
En el principio está la muerte.
Sólo el hombre nace, sólo el hombre muere
Así murió la Virgen María.
Las restantes plantas y animales ni nacen ni mueren, sino que forman parte de un continuo biológico, sin identidad personal.
Sólo el hombre nace, sólo el hombre muere… Así lo han destacado sobre todo los judíos, el pueblo de María; ellos no han querido evadirse de la muerte, como han hecho otras culturas. De esa forma, mirando cara a cara hacia la muerte, han aprendido y han sabido que la muerte nos reduce a la suma soledad, pudiendo, al mismo tiempo, abrirnos a la vida de los otros (por quienes morimos, con quienes morimos).
Si no muriéramos no dejaríamos sitio en el mundo para los que vienen. Si no muriéramos haríamos imposible la vida de nuestros sucesores. Tenemos que morir para que otros vivan, abriendo con nuestra vida y muerto un cuerpo en el que ellos pueden encarnarse y seguir el camino de Dios.
La muerte nos da miedo, el miedo supremo
Pero sólo por la muerte podemos gozar de verdad y dar la vida a los demás.
«Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo… Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal».
Así comenzaba Rosenzweig su libro más inquietante y luminoso de antropología judía (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44).
En un sentido, ese saber sobre la muerte es maldición, como ha visto el relato del “pecado ejemplar” de Adán/Eva, en Gen 2-3: “el día en que comas morirás…”. Pero, en otro sentido, este morir (saber que se muere) puede y debe convertirse en bendición, en el momento culminante del sí a la vida, a la vida de Dios, a la vida de los otros. Sólo los hombres pueden morir por los demás; sólo los hombres pueden dar de verdad su vida, abrir su cuerpo, para que otros vivan de su mismo cuerpo (como Jesús, como María).
Sólo porque sabemos que vamos a morir podemos vivir, arriesgarnos y amar de verdad a los otros. Un hombre de este mundo, condenado a no morir, sería el mayor de los monstruos, un ser angustioso y angustiante.
Morir es muy duro. Pero mucho más duro sería no morir
Una vida para siempre sólo tiene sentido cuando cambien las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección. Sólo por la muerte (cuando damos la vida a los otros, como Jesús en la cruz) puede haber resurrección (ascensión al cielo).
Así lo han descubierto los cristianos en la Pascua de Jesús, sabiendo que Jesús ha muerto porque vivía, ha muerto para vivir (para que llegue el Reino), ha muerto para que otros vivan. Así lo visto la iglesia, descubriendo que todos los creyentes (¡todos los pobres!) mueren y resucitan y suben al cielo con Jesús, a un cielo de carne, de cuerpo y alma. Por eso han podido aplicar esta experiencia a María, madre y hermana de todos, en Jesús.
Sólo aquel que acepta la muerte puede vivir en plenitud
Sólo aquel que acepta la muerte (y que es capaz de morir en amor y por amor) puede vivir en plenitud, vive por siempre (como vemos en María).
El autor judío ya citado, Rosenzweig, supone que muchos filósofos y pensadores religiosos han querido engañar a los hombres con una mentira piadosa, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia. Pues bien, ese consuelo es mentiroso y se sitúa en la línea de la evasión gnóstica o espiritualista.
Ninguna respuesta compasiva puede aquietar a los hombres, que nacen y mueren, ninguna teoría teórica puede convencerles. Los hombres mueren ese el destino; mueren y no son felices… pero todavía serían más infelices si no pudieran morir. Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a todos, como ha hecho Jesús, como ha hecho María.
Morir en cristiano es dar la vida
En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás… y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura y dureza y enigma (¡Dios mío, Dios míos! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad, en vida que se abre (como ha visto de un modo impresionante el evangelio de Juan, al descubrir que del costado muerto de Jesús brota la vida, de manera que la misma muerte es ya resurrección).
Pues bien, la Iglesia ha creído que María ha muerto como Jesús, dando la vida. Por eso la venera en la muerte, como signo de Resurrección y de Ascensión (Asunción). Éste es el contenido de la fe, de la fe en la carne resucitado y compartida.
Asunción de María
Morimos solos, pero morimos, al mismo tiempo, para todos y con todos. Morimos en Dios, de manera que nuestra vida (nuestra carne) pueda hacerse vida y carne (cuerpo) para los demás. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Asunción de la Virgen, Ciclo C, Dios, Evangelio, Jesús, María de Nazaret, Muerte, Tiempo Ordinario
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