Hacerlo todo por amor…
«El que hace la voluntad de mi Padre…, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»
(Mateo 12,46-50)
«Mis pensamientos no son vuestros pensamientos», dice el Señor (Is.55,8). El mérito, no consiste en hacer mucho o en mucho dar, sino en recibir, en amar mucho. Se ha dicho, que «es mucho más dulce dar que recibir» (Hch. 20,35), y es verdad; pero cuando Jesús quiere reservarse para sí la dulzura de dar, no sería delicado negarse. Dejémosle tomar y dar todo lo que quiera, la perfección consiste en hacer su voluntad, y el alma que se entrega enteramente a él es llamada por Jesús mismo «su madre, su hermana» y toda su familia. Y en otra parte: «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (es decir, hará mi voluntad) y «mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada» (Jn 14,23). ¡Oh, qué fácil es complacer a Jesús, cautivarle el corazón! No hay que hacer más que amarle, sin mirarse una a sí misma, sin examinar demasiado los propios defectos…
Los directores hacen progresar en la perfección, imponiendo un gran número de actos de virtud, y llevan razón; pero mi director, que es Jesús, no me enseña a contar mis actos, me enseña a hacerlo todo por amor, a no negarle nada, a estar contenta cuando él me ofrece una ocasión de probarle que le amo; pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quién lo hace todo, y yo no hago nada.
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Teresa de Lisieux
(1873-1897),
carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Carta 121 (Obras Completas, Monte Carmelo 1980)
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