El relato de la Transfiguración, que los sinópticos ofrecen en versiones paralelas (Mc 9, Mt 17 y Lc 9), constituye el texto básico de la mística cristiana:
‒ Es un texto histórico, que recoge el sentido más hondo de su vida y misión , expresada como rostro de luz de amor, luz invisible que irradia vida: Que sana, que llama, que eleva y que ama.
‒ Es un texto pascual: Los evangelios no se han atrevido a presentar abiertamente el rostro de Jesús resucitado, sólo lo han hecho aquí, de un modo simbólico, proyectando su resplandor hacia el tiempo de su vida.
‒ Es un texto de esperanza de cielo: es decir, de futuro. Todos nosotros estamos llamados a la luz suprema de la montaña de Dios, con Moisés y Elías, de la mano de Jesús, que nos eleva como quiso hace a los tres primeros testigos oficiales varones de la pascua: Pedro, Santiago, Juan.
‒ Es un texto de compromiso: Ésta es la fiesta del rostro que irradia luz de Dios, del rostro del pobre y excluido, del enfermo, del encarcelado, rostro de Dios…luz de Luz, vida de Vida… Todo el evangelio de Dios se condensa en la visión del Rostro del Hermano: Cada rostro humano es figura y concreción de Dios, un don y compromiso de amor, una palabra hecha Vida, hecha Luz, hecha Presencia.
Como he dicho, hay tres relatos paralelos de la transfiguración. Este año (ciclo C) toca en la liturgia el de Mateo. Por eso quiero comentarlo en particular, con cierto detalle, pues sólo los detalles nos abren su misterio.
Éste es el texto supremo de la mística cristiana, mística del monte de Dios, en comunión con la historia de la salvación (Moisés y Elías), en apertura al rostro del pobre, de enfermo, como sigue diciendo la continuación del evangelio (curación del niño lunático…).
De esa forma, la mística del Monte de Dios se convierte en Presencia sanadora en el valle de los hombres, donde discuten letrados y discípulos, mientras sufre y muere el lunático (aquel a quien enloquecen las locuras de los hombres que no miran al rostro, que no quieren de verdad…).
Pero hoy trato sólo de la Transfiguración según Mateo, la fiesta de San Salvador, como se decía en otro tiempo.
Los cuatro iconos que presenten expresan rasgos distintos de este fiesta, con el Cristo en el óvalo sagrado, espacio de luz… un Cristo a quien vemos (hemos de ver, adorar y acompañar) en cada uno de los hombres y mujeres, creados a su imagen y semejanza, es decir, a su forma.
Buen día.
Mateo 17
17, 1 Y después de seis días, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y les hizo subir en privado a un monte alto. 2 Y fue transfigurado delante de ellos. Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la luz.
3Y he aquí que les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces intervino Pedro y dijo a Jesús: –Señor, es bueno que nosotros estemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tabernáculos: uno para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 5 Mientras él aún hablaba, de pronto una nube brillante les introdujo en la sombra, y salió una voz de la nube diciendo: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Escucharle.
6 Al oír esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y temieron en gran manera. 7 Entonces Jesús se acercó, los tocó y dijo: Levantaos y no temáis. 8 Y cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie sino al mismo Jesús solo .
Introducción
Pasados seis días, es decir, una semana, tras el anuncio de la pasión (Mt 16, 21-28) y llevó Jesús a sus tres discípulos preferidos a una montaña (que parece tener un sentido pascual, como la de 28, 16, aunque no se dice que sea “la” montaña de Galilea, sino una montaña en general, sin artículo) y se transfigura ante ellos, como ser luminoso (¡sol!), de vestiduras blancas, como viviente del cielo, con Moisés y Elías a su lado. El texto nos lleva así de las dos montañas anteriores, bien determinadas, una de la enseñanza (5, 1) y otra de la curación/alimentación (15, 29), a esta montaña general de la luz de Dios, que es la transformación pascual.
Toda la escena tiene un sentido positivo, de ratificación de un misterio, y ha de entenderse en forma de culminación del pasado (Moisés y Elías dan testimonio de Jesús) y de anticipación (es como si se adelantara la pascua). Mateo sitúa el texto en el camino hacia Jerusalén (16, 21) de manera que sólo en ese contexto se entiende, pero Pedro (¡que debía ser la Roca de la Iglesia, el mismo que ha querido rechazar el camino de entrega de Jesús!) quiere permanecer allí (¡gozar del triunfo de Dios y del cumplimiento de las Escrituras sin entregar la vida por los demás!), construyendo según eso tres tabernáculos, que expresan la culminación del tiempo, con Moisés y Elías dando testimonio de Jesús.
De esa manera, estos privilegiados (Pedro, Santiago y Juan) pueden participar ya de la gloria de Jesús (con Moisés y Elías), pero quieren hacerlo sin compartir su entrega. Pedro mantiene así su propuesta anterior, a pesar de que Jesús le ha dicho que se aparte, llamándola Satán y Escándalo (16, 23). A partir de aquí ha de entenderse la escena, que Mateo ha tomado básicamente de Marcos, aunque ha introducido algunas novedades que destacaremos.
Elementos
− Transfiguración o metamorfosis, un lenguaje paulino (17, 2). Metemorfothê, en forma pasiva, en el sentido de “fue trans-figurado” por Dios (de metamorfo,w, metamorfosis), tomando una apariencia distinta, y mostrando así su realidad profunda. Esa transformación ilumina y desvela la verdad profunda del Cristo que, según el himno de Flp 2, 6-11, existiendo en la forma o morfe de Dios (en morphe theou), tomó la forma de siervo, haciéndose como nosotros, para entregar de esa manera su vida hasta la muerte y muerte de Cruz.
En este camino de entrega en el que se ha situado ya en 16, 21, Jesús muestra en la montaña, su rostro verdadero de Dios. Eso significa que la cruz forma parte del camino y verdad de Dios (cf. 17, 5); de manera que Jesús se ha transfigurado, para que nosotros podamos transfigurarnos con él (metamorfou,meqa, 2 Cor 3,18) reproduciendo en nosotros su imagen. Éste es, pues, un lenguaje paulino (de la iglesia antigua), que ha visto en Jesús al mismo Dios en morfh/| o forma humana .
Conforme al pensamiento antiguo, la forma o morphê no es una simple apariencia externa (objeto de una visión imaginativa ilusoria), sino la verdad o la realidad más honda (como si dijéramos el “alma” de una realidad). Esta visión de la mor`hê que es la forma o esencia de la realidad ha sido desarrollada por el pensamiento griego, extendido de forma universal por todo el oriente (incluso en el área israelita). En esa línea, la morfé es la realidad esencial, como ha puesto de relieve todo el hile-morfismo, con sus diversas maneras de entender la relación entre materia (visibilidad) y forma (esencia). En esa línea, la transfiguración es una meta-morfosis, el descubrimiento de la forma profunda de la realidad de Jesús, precisamente en el camino que lleva hacia Jerusalén. Jesús no es divino sólo al final (resurrección), sino en el mismo camino que le lleva a Jerusalén, como supone el himno de Flp 2, 6-11.
‒ Como el sol, como la luz. Cristo icono de Dios (17, 2). El texto de Mc 9, 2-3 era más sobrio, sólo decía que se transfiguró y que sus vestiduras quedaron blancas (como ningún batanero podría haberlas blanqueado…). Mateo, en cambio, elaborando una tradición que parece evocada ya en Lc 9, 29, precisa los rasgos de las transfiguración de un modo muy preciso: Brilló su rostro como el sol (ô ho hêlios). Esta imagen poderosa proviene de la tradición de las religiones “solares”, que presentan al Gran Dios o a su enviado como el Gran Astro del día. Pues bien, Mateo evoca aquí con toda precisión al Cristo-Sol, como rostro que mira y que irradia, expandiendo su luz.
Por eso, el texto sigue diciendo que sus vestiduras era blancas como la luz (leuka hôs ho phôs), pues luz que irradia del Sol-Cristo y que todo lo alumbra y lo transforma. Ya no estamos ante el signo de la Estrella que viene a la cuna de Jesús nacido (2, 1-4), sino ante el mismo Sol crecido, que desde su montaña alumbra todo lo que existe. Ésta es evidentemente la montaña de la transfiguración y la visión que definirá desde ahora toda la experiencia religiosa y la “mística” cristiana. Pero debemos recordar que se trata de una transfiguración que sólo se despliega y expresa en el camino de entrega de la vida, a favor de los demás, en el camino de Jerusalén .
‒ Moisés y Elías (17, 3). De manera muy significativa, este Cristo Icono de Dios, sol divino cuyos vestidos son luz, no está sólo como el Dios de Is 6, 1, cuyo manto llenaba con sus vuelos todo el templo, sino acompañado por Moisés y Elías; éste es un Dios que se “encarna” en el camino de los profetas, que no está en Jerusalén, sino que va a morir allí, dando su vida… Esta diferencia entre el Dios del templo (Is 6) y el Cristo de la montaña (Mt 17) marca la conexión y diferencia entre Israel y el cristianismo. Leer más…
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