El Papa, en el centro del horror nazi: “Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó”
Francisco visita Auschwitz, reza en la celda de Kolbe y llora junto a supervivientes del Holocausto
Bergoglio los mira, los siente… son algo sagrado. Santos, mártires vivientes de la mayor atrocidad humana
(Jesús Bastante).- Quiso entrar, y salir, a pie, en homenaje a los centenares de miles de personas que tuvieron que hacerlo y que jamás encontraron la salida. Francisco visitó esta mañana el epicentro de la “solución final”, del odio extremo del nazismo, en lo que sin duda ha sido el momento más emotivo de su visita a Polonia. El Papa, profundamente conmocionado, triste, en silencio, cruzó la puerta del campo de Auschwitz, donde un versículo manipulado del Evangelio, “El trabajo os hará libres”, llama a la muerte y la maldad. Hoy, igual que ayer, la locura sin sentido continúa provocando muerte.
Pocos minutos después de las nueve de la mañana, Bergoglio entró, solo, con los ojos fijados en el suelo de arena, el campo de exterminio de Auschwitz. Más de un millón y medio de personas fueron masacradas en este campo del horror. Francisco se presentó abatido. Durante diez minutos, sentado en un pequeño banco de madera, en silencio, solo, oró por todas las víctimas del odio. Sin hacer el más mínimo caso a las cámaras o a las miradas, respetuosas e impactadas, de su servicio de seguridad.
Sin pronunciar una palabra, Francisco oró por el horror y por las víctimas de la macabra condición humana, desde Maximiliano Kolbe -que intercambió su vida por la de otro en Auschwitz-, a la de Jacques Hamel, el sacerdote degollado por dos locos que, como quienes idearon el macabro cartel de entrada al campo de exterminio, manipulan y toman el nombre de su falso dios de muerte y odio en vano.
La masacre, la inhumanidad, la locura de una guerra que volvemos a vivir, “a pedazos”, como no se cansa de repetir Francisco. Hoy no hacían falta palabras, resulta imposible intentar explicar el inmenso odio que lleva al asesinato indiscriminado de más de seis millones de personas. No quiso Francisco pronunciar discurso alguno en Auschwitz, únicamente se hizo público el texto que escribió, de su puño y letra, en el libro de honor. Y que rezaba lo siguiente, según la narración oficial de Radio Vaticana en español (en el vídeo, minuto 41,32):
“Con un grito silencioso en el corazón, he rezado en este lugar por las víctimas de la Shoah, y por todas las víctimas del odio y de la guerra, camino sin retorno. Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó, y sea motivo para que semejantes errores nunca más sucedan bajo el cielo, y sobre la Tierra no nos cansemos de construir, con la ayuda de Dios, una casa de paz para todos los pueblos”
Posteriormente, la sala de prensa añadió que, en castellano, el Papa habia escrito:
“Señor, te piedad de tu pueblo, señor perdón por tanta crueldad”.
Ningún miembro de la comitiva acompañó a Bergoglio durante su visita al centro del exterminio nazi. Únicamente, y a distancia prudencial, el servicio de seguridad. El Papa ni siquiera cruzó una palabra con el traductor, o el conductor, quien tras el momento de oración condujo a Francisco hasta el bloque 11, el lugar donde fue asesinado San Maximiliano Kolbe, tras decidir ponerse en el lugar de otro condenado a muerte. Como Jesús, colocándose en el lugar de quien más sufre.
A la entrada del bloque, Francisco se encontró, abrazó y lloró con un grupo de doce supervivientes. Setenta años después, el recuerdo sigue vivo en esos rostros, venerables ancianos que lograron salir vivos de un horror inimaginable. Su testimonio es una sacudida en la línea de flotación de nuestra humanidad.
El Papa los mira, los siente… son algo sagrado. Santos, mártires vivientes de la mayor atrocidad que ha conocido la humanidad. Uno de ellos enseña imágenes de su “vida” en Auschwitz, y uno se pregunta -seguramente también el propio Begoglio- de dónde sale la fuerza para sobrevivir de aquel horror y continuar viviendo, y formando una familia. Y regresando al lugar donde masacraron a los suyos, a todo un pueblo.
Tras este momento, Francisco encendió una lámpara votiva en memoria de todos los asesinados. El Papa de los muros tocó las piedras de Auschwitz y rezó, como antes lo hiciera en los muros de Belén o el de las Lamentaciones. Posteriormente, penetró en la “celda del hambre”, donde padeció y murió Maximiliano Kolbe. En la casi completa oscuridad, Francisco se sentó ante la lápida que recuerda el padecimiento del sacerdote polaco. Y se quedó solo, con la única imagen de una cámara fija. A su alrededor, nombres marcados con las uñas, con piedras, alguna cruz marcada en la pared. Se podía mascar el horror.
Bergoglio se agachó, cerró los ojos y desapareció el resto del mundo. En la oscuridad de la celda de Kolbe, de la celda de seis millones de asesinados por el horror nazi, el Papa oró en silencio, lamentando la insensatez humana, y después contempló las cámaras de gas, las galerías… “Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó“, escribió Bergoglio, antes de regresar, por su propio pie, a las puertas del campo, sin alzar la vista para contemplar el macabro cartel.
O tal vez pensando que la frase original, hoy, sigue siendo mucho más real, mucho más Evangelio, mucho más de Jesús: “La verdad os hará libres”. Recordar que el hombre es capaz de provocar tal aberración, también es responsabilidad de los seguidores de Jesús. Sea con la palabra, sea, como hoy, con el silencio, el Papa volvió a clamar contra la oscuridad de la muerte. Aún hay esperanza para el mundo.
Después, el Papa se dirigió a Birkenau, donde continuó una visita silenciosa de homenaje a los millones de víctimas del nazismo. Francisco fue recibido por una ovación, aunque no impidió que Bergoglio se mantuviera en silencio, ajeno a los cardenales y obispos que, ahora sí, se encontraban en la tribuna de los invitados.
Tras rendir homenaje a las lápidas de piedra negra que recuerdan a los muertos del Holocausto, el Papa depositó una vela en el monumento a las víctimas de las naciones. Allí, tuvo lugar una oración interreligiosa, con presencia de un rabino y un sacerdote, uno de los supervivientes de Birkenau, que leyeron el salmo130. Después, el Papa saludó a una veintena de personas que salieron vivas del campo nazi, y a algunos de los “Justos entre las naciones”, aquellos que contribuyeron a salvar la vida de muchos judíos.
Fuente Religión Digital
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