La figura del crucificado es extraña…
La figura del juzgado y crucificado es extraña y, en el mejor de los casos, digna de compasión para un mundo en el que el éxito es la medida y justificación de todas las cosas. El mundo quiere y debe ser vencido por el éxito. No son las ideas o los sentimientos sino las acciones los que deciden. Sólo el éxito justifica la injusticia realizada. La culpa cicatriza en el éxito. […] Ningún poder de la tierra osará atribuirse con tanta libertad y autonomía el principio de que el fin justifica los medios, como lo hace la historia. […]
Allí donde la figura de alguien exitoso se hace especialmente visible, la mayoría comete el pecado de la idolatría del éxito. Se convierte en ciega ante el derecho y la injusticia, verdad y mentira, decencia e infamia. La mayoría sólo ve la acción, el éxito. La capacidad de juicio ético e intelectual se mella ante el brillo del éxito y ante el deseo de participar de algún modo de este éxito. Hasta se llega a ignorar que la culpa cicatriza con el éxito, precisamente porque ya no se conoce la culpa. El éxito es el bien sin más. Esta actitud es excusable y auténtica sólo en el estado de embriaguez. Después de haberse impuesto la lucidez se la puede adquirir solamente en el caso de una profunda mendacidad interna, de un consciente autoengaño. Entonces se llega a una corrupción interna de la que es muy difícil lograr la curación. […]
La figura del Crucificado desvirtúa totalmente todo pensamiento orientado en el sentido del éxito, pues es una negación del juicio. Ni el triunfo del exitoso ni el odio amargo del fracasado contra el exitoso podrán vencer al mundo. Jesús no es ciertamente abogado de los exitosos en la historia, pero tampoco dirige la insurrección de las existencias fracasadas contra los que tuvieron éxito. En él no se trata de éxito o fracaso, sino de la aceptación voluntaria del juicio de Dios. Sólo en el juicio se da la reconciliación con Dios y entre los hombres. A todo pensamiento en torno al éxito y fracaso Cristo contrapone al hombre juzgado por Dios, tanto exitoso como fracasado. Dios juzga al hombre porque por puro amor quiere que el hombre siga existiendo ante él. Se trata de un juicio de gracia, que Dios en Cristo trae a los hombres. Frente al exitoso, Dios muestra en la cruz de Cristo la santificación del dolor, de la bajeza, del fracaso, de la pobreza, de la soledad, de la desesperación. No como si todo esto tuviera valor en sí mismo, sino que todo ello se santifica por el amor de Dios, que lo toma sobre sí a modo de juicio. El sí de Dios a la cruz es el juicio sobre el exitoso. […] El que precisamente entonces la cruz de Cristo, es decir, su fracaso en el mundo, conduzca nuevamente al éxito histórico es un misterio del gobierno divino del mundo, del que no puede establecerse regla alguna, pero que se repite una y otra vez en los sufrimientos de su comunidad.
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Dietrich Bonhoeffer
Etica, Ed. Trotta, págs 77-79
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