Domingo XVI del Tiempo Ordinario. 17 julio, 2016
“Según iban de camino, Jesús entró en una aldea…” (Lc 10, 38)
“Según iban de camino…”, así empieza el evangelio de hoy. Nada más leer estas cuatro palabras tal vez nos surjan dos preguntas: ¿quiénes iban además de Jesús?, y de camino ¿a dónde?
Dos pistas a las que, sin duda, damos importancia en nuestra cotidianidad. El quién, el otro. Infinidad de veces buscamos a alguien, un culpable o un cómplice, pero alguien: ¿quién ha hecho esto?, ¿quién ha hecho lo otro?, ¿a quién se le ha roto un plato?… El “a dónde”, el destino, la meta, el objetivo o como lo queramos llamar en cada situación: si voy al trabajo cojo el metro o el coche para llegar antes que caminando, si me voy de vacaciones elijo ir en avión porque se tarda menos que en coche, si me presento a unas oposiciones busco conseguir una plaza y no me detengo a observar que posiblemente el camino que me lleva a ella para mí es llano y para otra persona es cuesta arriba… ¿y qué pasa si como cristianas que somos nos tomamos la vida, nuestro paso por el mundo, como el camino hacia el banquete eterno?, ¿también queremos atajar para llegar antes?
Así vamos, queriendo “ahorrarnos” camino, trayecto y que lo que hay en él nos distraiga lo menos posible, que no desvíe nuestra atención tan bien dirigida a nuestro propio ombligo… y en el fondo, lo sabemos. Nos ponemos los auriculares a todo volumen y no escuchamos, fijamos la mirada en la pantalla del móvil, de la tablet o del libro que vamos leyendo y no vemos lo que hay ni quién hay a nuestro lado, si vamos en un trayecto largo en transporte público incluso somos capaces de disimular que estamos durmiendo y no hablamos con la persona con la que compartimos asiento.
Jesús de Nazaret entró en una y en muchas aldeas, comió en una y decenas de casas con gente que sufría y que pasaba por épocas malas, habló, escuchó, miró, animó, curó a una y a un montón de personas, también se retiró del grupo para orar a solas con el Padre una y mil veces. Todo esto lo hizo según iba de camino, sin prisas por llegar a su destino; interrumpía su marcha porque veía y escuchaba lo que ocurría a su alrededor. Disfrutaba del camino, disfrutaba de la vida. Y aunque a esta reflexión me está viniendo aquello de “cántame por el camino…”, algo me dice que Jesús también cantaba por ese camino, animando, alegrando y facilitando el caminar de quienes iban con él.
Ojalá, Jesús, aprendamos a disfrutar del camino.
Ojalá, Jesús, aprendamos a disfrutar de la vida.
Ojalá, aprendamos a cantar por el camino como sólo tú, Señor, lo sabes hacer.
Amén.
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Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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