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Dom 17.7.16. Marta y María. Sobre la mujer y los ministerios en la Iglesia

Domingo, 17 de julio de 2016

Lázaro_Marta_y_Maria_Magdalena_hacia_Provenza_Museo_della_Foi_webLeído en el blog de Xabier Pikaza:

Dom 16. Tiempo ordinario. Lc 10, 38-42. El evangelio de este domingo es uno más ricos y sabios de la historia cristiana, y lo comento a modo de continuación de la postal anterior, que trataba de Marta y de la Resurrección. Hoy me ocupo de Marta y María, dos mujeres que han sido para el evangelio de Lucas y el de Juan el signo de toda la Iglesia, mirada desde su perspectiva femenina.

Una mujer (Marta) sería la mujer-obispo/diácono (es decir, la encargada del ministerio o diakonía, en la línea de los obispos). Ella ejerce así la función de “señora” de la casa (eso significa su nombre) y así organiza y dirige la comunidad doméstica, cuando las iglesias al principio eran casas grandes. Así la presenté ayer como “pareja” de Pedro o, mejor dicho, como un Pedro mujer

La otra (María) sería la mujer-maestra/testigo de la gracia (es decir, la orante y teóloga, encargada de escuchar y entender a Jesús). Ella es la que acoge la palabra, la entiende y aplica, es el pensamiento del evangelio, en la línea del Discípulo Amado.

De la vinculación y ayuda de estas dos hermanas (de sangre o de comunidad) depende la vida de la Iglesia. Ellas son al principio “toda la iglesia”, entendida en perspectiva de mujer. Me gustaría que los amigos del blog meditaran sobre el tema y dijeran (leyendo lo que sigue) si ese motivo de las mujeres-iglesia ha sido conservado o se ha perdido (se ha marginado) en una Iglesia de varones donde sólo los “hombres” pueden ser obispos, presbíteros y diáconos.

imagesEl Papa Francisco ha puesto en marcha este tema de los “ministerios” diaconales de mujeres, es decir, episcopales y presbiterales, de la Iglesia, sin necesidad de mitras, pero con la autoridad creadora de los ministros de Jesús.

Hay mujeres católicas que han sido ordenadas como presbíteros y obispos en la Iglesia, como indiqué hace unos días, apelando precisamente a este pasaje. Por eso es importante leerlo con profundidad.

Estamos ante una nueva etapa de la vida de la Iglesia, que puede estar representada por esta pareja ministerial de dos mujeres liberadas por Jesús, libres para la comunidad.

Éste es un tema antiguo, que he desarrollado en este blog desde diversas perspectivas. Me gozo de poderlo ofrecer una vez más, desde una perspectiva nueva. Una vez más, dos mujeres, toda la Iglesia.

Primera imagen: Tradición medieval: Marta y María navegan con su hermano a Provenza, para crear allí la primera iglesia cristiana. Segunda imagen: dos mujeres obispos (Marta y María) de la tradición anglicana.

Texto. Mientras iban de camino:

38 Mientras iban ellos de camino, él entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. 39 Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.40 Marta, en cambio, estaba afanada (distraída) con mucho servicio; y acercándose {a él, le} dijo: Señor ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude.41 Respondiendo el Señor, le dijo: Marta, Marta, te preocupas y estás perturbada por muchas cosas; 42 una (sola) cosa es necesaria; en efecto, María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada (Lc 10, 38-42)

1. El camino de Jesús.

Así comienza la escena: mientras iban de camino… No se trata de un “ir” cualquiera sino de un camino mesiánico, iniciado en 9, 51-52 (los enviados de Jesús no son recibidos porque van de camina hacia Jerusalén) y explicitado en 9, 57 (la llamada al seguimiento que Jesús dirige se inscribe en su camino de ascenso y cumplimiento mesiánico).

En ese contexto de camino, que culmina de forma inmediata en el final de la parábola del samaritano (poreuou: ¡Vete!: 10, 37) se inscribe e inicia nuestro texto, que comienza con la misma palabra (en de tô poreueisthai: mientras iban de camino: 10, 38). Por eso es bueno precisar el tema en Lucas:

– Camino implícito. Se inicia en el contexto de la confesión de Pedro: Jesús es el Hijo del hombre que debe dar la vida y sus discípulos, es decir, aquellos que le siguen en el camino, deben negarse a sí mismos: 9, 21-27). Ese mismo camino queda ratificado en la transfiguración: en contra de lo que sucede en los paralelos de Mc y Mt, Lucas ofrece el tema del diálogo de Jesús con Moisés y Elías, diciendo que ellos hablaban sobre el “éxodo” que él debe culminar/plenificarse con plêroun en Jerusalén: 9, 31).

– Camino explícito. Se inicia en la gran afirmación de 9, 51-52: Jesús inicia el ascenso hacia Jerusalén y lo hace de forma explícita, con los Setenta y dos discípulos (cf. 10, 1), que son signo de toda la iglesia. Lucas emplea aquí el mismo lenguaje de culminar/plenificarse (plêroun) que había utilizado en la transfiguración, al hablar del éxodo que Jesús tenía que culminar en Jerusalén (cf. Lc 9, 31). Así afirma, al iniciar el gran que le lleva a Jerusalén que comienzan los días en que se cumple su subida, es decir, su plenificación mesiánica (Lc 9, 51). Jesús quiere culminar su camino (syn-plêroun) en compañía de sus discípulos. Su mismo ascenso hacia Jerusalén se convierte así en proceso y campo de surgimiento de la iglesia.

Todo lo que sigue ha de entenderse según eso en contexto de camino mesiánico. No es una verdad abstracta, no es una teoría sobre el ser humano. Lucas interpreta la historia de Jesús como lugar fundante desde el que se entiende el surgimiento comunitario. En ese sentido, los textos del evangelio (Lc) se convierten en referencia y clave para entender lo que ne otra perspectiva cuenta el mismo Lucha en el libro de los Hechos. Jesús envía a los discípulos a los lugares donde debe “venir él”, para que le precedan. Hay aquí un elemento de “simbolismo” en el que se vinculan dos planos:

– Subida histórica de Jesús a Jerusalén, en el contexto de su vida. Lc estructura su evangelio como gran subida a Jerusalén, que se inicia aquí (9, 51) y culmina en la pascua. De un modo especial definen a Lc como ascenso los capítulos de la “gran inserción” (Lc 9, 51-18, 15) en los que se aparta de la narración de Mc para ofrecer su propio esquema eclesial.

– Subida de Jesús como parábola mesiánica. El mismo camino de Jesús viene a presentarse así como cumplimiento de la promesa israelita (conforme a las profecías de la gran subida de los pueblos hacia Jerusalén) y como anuncio y principio del camino de la humanidad, que viene a encontrar su sentido en ese camino de Jesús. El “éxodo” histórico y escatológico de Jesús y sus discípulos se interpreta así como espacio (contexto) donde se puede inscribir la historia eclesial. Lo que se dice aquí será reasumido en otra perspectiva, en el libro de los Hechos.

Así podemos volver al texto: Y sucedió que mientras iban de camino… (10, 38a). Jesús ha decidido dirigirse a Jerusalén (9, 51), proponiendo las condiciones de su seguimiento a quienes quieran acompañarle (9, 57-62). Le preceden los Setenta y Dos discípulos (cf. 10, 1-12.17-24) y con ellos va abriendo un camino de iglesia, tanto en perspectiva de misión (los que le acompañan) como en perspectiva de acogida (los que le reciben, formando con él una casa). En las reflexiones que siguen desarrollamos este último aspecto, estudiando el sentido de la comunidad que forman las dos hermanas.

2. Jesús y los discípulos…

De manera sorprendente, el texto pasa del plural al singular: ellos siguen de camino, mientras él entra en una aldea y casa… Es como si la experiencia eclesial se dualizara, de manera que se precisan los dos contextos fundamentales, los dos “espacios” básicos del evangelio:

– Por una parte están ellos (autous)… que siguen de camino… Estrictamente hablando no sabemos quiénes son.
– Por otra parte está Jesús, separado de los 72… Nuestro texto (10, 38) supone que, mientras ellos siguen, él (Jesús) queda, entra en una aldea, es recibido en una casa. De esta forma pasamos de la iglesia del envía y camino (los 72) a la iglesia de la acogida y la casa (las dos mujeres que van a recibir a Jesús).

Este Jesús acogido en la aldea (o casa) es símbolo del conjunto eclesial. No aparece ya en forma individual histórica, como un hombre del pasado, sino como figura pascual: es el Señor al que se acoge, el Señor que forma parte profunda de la vida de la comunidad.

3. Él entró en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió…

El tema de la acogida se encuentra preparado en 9, 52-56. Dejemos por ahora el posible añadido de en (su) casa. Acentuemos el contexto más extenso de la aldea (kômen) como lugar de referencia. Desde esta perspectiva, las dos escenas pueden entenderse como variantes de un mismo modelo narrativo:

– 9, 52-56. La aldea de los que no reciben a Jesús. Jesús envía a sus mensajeros para que le anuncien y preparen el camino. Ellos (en plural, los mensajeros) entran en una aldea samaritana …, pero sus habitantes no le quieren recibir. Recibir (en el pueblo, en la casa) es la señal suprema de acogida mesiánica, como sabemos por 10, 4-10, aunque en un caso, en contexto más galileo-palestino se hable de aldea (kômen: 9, 52), y en el otro, en contexto más amplio de misión helenista se hable de ciudad y lugar (polin: 10,1ss). Esta aldea de los samaritanos es signo de todas las ciudades y lugares que no aceptaran la misión de Jesús a través de sus discípulos. Frente al deseo de Santiago y Juan que quieren hacer que baje fuego del cielo contra los no hospitalarios Jesús permite que no le reciban y va a otra aldea.

– 10, 38-42. Marta y María. La aldea de los que reciben a Jesús. Se repite el esquema y las palabras principales del pasaje anterior, aunque ahora no se dicen que son los discípulos (los mensajeros) los que preparan el camino de Jesús, sino simplemente que van (verbo poreuein en 9, 52.56 y 10, 38). El pasaje anterior acababa diciendo que ellos (Jesús y discípulos) fueron a otra aldea) que les recibe (9, 56); pues bien, la nueva escena comienza diciendo que Jesús entra (eiselthen, 38, lo mismo que 9, 52) en una aldea donde les recibe Marta (10, 38). Frente a los samaritanos anónimos que no reciben a Jesús aparece aquí Marta, como signo y representante de toda la aldea que recibe a Jesús.

En este contexto se iluminan de manera sorprendente muchos elementos. Quizá podamos decir que la aldea de los samaritanos se opone a la aldea de Marta (y María). Es claro que ambas aldeas son símbolo de las actitudes posibles ante el evangelio. Ambas se oponen y de algún modo se completan, ofreciendo un ejemplo concreto de lo que viene expresado en forma general en 10, 1-12: la misión se establece en forma de hospitalidad fundante, en ciudades y casas. No es misión de enseñanza teórica ni de adoctrinamiento sino de acogida y comunión en el camino que lleva hacia Jerusalén:

– 9, 62-56. Aldea samaritana: no acogida, conflicto social. Los protagonistas son los habitantes de la aldea en general (que no reciben a Jesús) y los discípulos (primero en general, luego personificados en Santiago y Juan) que quieren destruir la aldea, pidiendo que baje el fuego escatológico en contra de ella. Los habitantes de la aldea aparecen así de manera innominada, como signo de todos los que se oponen al evangelio; no se dicen si están dirigidos por alguna persona en concreto, no se citan sus representantes, aunque es evidente que los tienen. Por el contrario, los discípulos violentos están personificados en aquellos a quienes la tradición ha tomado en general con representantes de una línea dura (Santiago y Juan). Da la impresión de que unos y otros, samaritanos y discípulos, se mueven a un mismo nivel (de no acogida, de violencia), en plano de conflicto antiguo, de guerra histórica o escatológica. Jesús resuelve el conflicto, superando la oposición a través de una huída. Este rechazo de Santiago y Juan puede aparecer de alguna forma como anticipación del rechazo de Marta que veremos en 10, 42, pero en un contexto totalmente distinto.

– 10, 38-42. Acogida. Conflicto intraeclesial. Por ahora resaltamos sólo el hecho de que Jesús entra en la aldea y una mujer llamada Marta le recibe… Tomado el texto de esta forma (sin el añadido de en su casa) se pone de relieve el carácter social de la figura de Marta. Es evidente que ella no puede actuar en nombre propio; no es persona privada, sino representante de la aldea en su conjunto. Ella puede recibir y recibe a Jesús en nombre del conjunto social, en una actitud positiva que marcará el sentido de todo lo que sigue. El problema no consiste ya en recibir o no recibir a Jesús sino en precisar el sentido de lo que significa recibir dentro de este contexto de misión de Jesús y de la iglesia.

4. Aldea, mujer, casa.

En un primer nivel, el texto contrapone a los setenta y dos (enviados de Jesús), que pertenecen al grupo de la iglesia itinerante o misionera y a los habitantes de la aldea que reciben o no reciben a Jesús. Recibiendo a Jesús, estos últimos, se convierten en iglesia, es decir, en comunidad estable, según un modelo común a todo el NT. La comunidad o aldea donde Jesús se hace presente en un camino que conduce al reino es la primera forma de la iglesia.

– Solemos identificar la iglesia misionera con varones, conforme a una visión usual de los Doce, todos ellos varones (cf. 9, 1-6). Pero Lc 8,1-3 ha mostrado que esa iglesia misionera está formada también por mujeres que acompañan a Jesús y le sirven (o sirven al grupo, según las lecturas posibles del texto). Por ahora nos basta con saber que las mujeres pertenecen también a la iglesia en cuanto institución misionera; ellas se encuentran incluidas, según eso, en el número de los setenta y dos enviados de Jesús.

– También solemos identificar a la iglesia que acoge con mujeres, conforme a una visión que ha sido popularizada por la imagen de la “iglesia esposa” (tal como ha culminado en Ef 5, 22-30 y Ap 21-22). Pero tampoco esta visión puede universalizarse, a pesar de que en nuestro texto sean precisamente dos mujeres (Marta y María) las que representan al conjunto de la iglesia. En diversos lugares de Lc, la casa donde Jesús es recibido (signo de una iglesia) es propia de un varón, no de una mujer (cf. 5. 27-32; 7, 36-50; 19, 1-10 etc).

Con esto podemos pasar a cada uno de los elementos significativos de la acogida. La iglesia puede definirse como la comunidad o grupo de aquellos que “reciben” a Jesús, conforme a todo lo que estamos viendo en este pasaje, a la luz de la teología de la misión y del surgimiento eclesial que ofrece 10, 1-12. Frente a la aldea de los samaritanos que no recibe a Jesús (9, 52-56), frente a las aldeas o ciudades de Galilea que no han recibido a Jesús (10, 13-16), eleva Jesús su palabra de gozo por aquellas que han recibido a sus discípulos (que le han recibido a él mismo; cf. 10, 17-24).

En ese contexto (en el que se vuelve necesaria, por compensación teológico-narrativa la alusión al buen samaritano de 10, 25-37, frente a los malos samaritanos de 9, 52-56) se inscribe nuestro pasaje. Dejemos por ahora la visión de samaritano y su gesto de acogida.

5. ¿Casa de Marta? ¿Casa de la Iglesia?

Y una mujer llamada Marta le acogió… (10, 38b). Aquí distinguimos las dos fundamentales, intentando precisar su sentido. Frente a la iglesia del camino, formada por Jesús y los 72 que le acompañan (incluidos en ellos los doce), emerge aquí la iglesia de la casa que acoge a Jesús. Se supone que con él van todos, de manera que la casa aparece como espacio de comunicación y encuentro (al menos momentáneo) al menos para ellos, pero el texto silencia su presencia (pasando del autous plural de 38a al auton singular de 38b), para centrar la escena en Jesús y las hermanas.

Una vez dicho esto debemos recordar que el texto presenta unas variantes…Las variantes del texto aparecen así como interpretaciones. Es muy posible que ellas procedan del mismo comienzo de la historia de la transmisión del texto. Un estudio más amplio del pasaje nos obligaría a matizar cada una de las variantes, buscando su sentido. Pero no podemos olvidar que esta es una escena de organización eclesial: ella nos habla de las tareas de la casa donde está acogido Jesús, casa donde se realizan los diversos ministerios eclesiales.

– La recibió (sin alusión a casa). Esta es la lectura preferida por el GNT, siguiendo algunos de los más valiosos manuscritos (p45.72; B, copsa). Nos sigue pareciendo la mejor, como hemos supuesto en las reflexiones anteriores: Marta aparece así como representante de una comunidad humana, de una aldea que recibe a Jesús y vive a la luz de su evangelio, es decir, de su camino de ascenso mesiánico a Jerusalén. Pero las restantes lecturas del texto nos ayudan a entender su sentido, tal como ha sido interpretado por la iglesia más antigua.

– La recibió en la casa (eis tên oikían, en la casa). Según los manuscritos que ofrecen esta lectura (p23, C*, L, Ξ, 33) la casa aparece sin dueño. Parece evidente que, en contexto eclesial, se alude a la casa de la iglesia, lo mismo que en otros muchos textos del NT. De esta forma pasamos de la aldea, como expresión general, de tipo más geográfico y extenso, a la comunidad cristiana, vinculada con esa aldea. Si es Marta la que recibe a Jesús en la casa es que ella aparece como “anfitriona”, como “dirigente” o representante de esa iglesia. Nos hallaríamos ante una comunidad presidida por una mujer. El sentido de fondo sigue siendo el anterior (el del texto donde sólo se aludía a aldea); pero con la novedad de que la aldea recibe ahora un contenido cristiano, se transforma en comunidad de personas que acogen a Jesús.

– La recibió en su casa (de ella) (eis tên oikon autês). Los manuscritos que ofrecen esta versión (A, D, K. W…) tienden a suponer que la casa es “propia” de Marta, convirtiendo la escena en un tipo de encuentro privado o familiar entre Jesús y una mujer (luego veremos que son dos). Pero aún en esta versión, la casa de Marta puede convertirse en signo de la iglesia, como puede ser la de Simón (4, 38). En las reflexiones que siguen vamos a poner de relieve el carácter público de la escena, interpretando a Marta (y a María) como representantes de la iglesia.

Sea como fuere, Marta aparece como “dueña” y/o responsable de la comunidad (o de la casa). No depende de nadie: no aparece como hija o esposa de un varón, sino simplemente como mujer autónoma, como persona que puede recibir y recibe a Jesús (o al conjunto de la iglesia misionera). Como veremos después, ella tiene que organizar el servicio de la comunidad.

Así aparecen, frente a frente, Jesús, el Salvador, como aquel a quien deben recibir los humanos en camino de reino) y Marta (=que significa en arameo la Señora, emparentada con la raíz Mar, Maran, Señor), como aquella que le recibe. Si la narración acabara aquí tendríamos un paradigma normal de acogida: una comunidad cristiana, simbolizada por una mujer, recibe al Señor en el camino del reino. Pero resulta evidente que la narración tiene que complicarse, para volverse de esa forma paradigma o ejemplo verdadero de la vida de la iglesia.

6. María, la hermana de Marta: sentada a los pies del Kyrios, escuchando la Palabra.

Significativamente, el texto no ha precisado más la función de Marta. De ella se dice sólo que “recibe” (en palabra que dentro del NT sólo aparece en nuestro texto y en el paralelo de Lc 19:6 donde se dice que Zaqueo, bajando apresurado del árbol, recibió a Jesús con alegría. Pues bien, en contra de lo que aparece en Zaqueo, ella no dialoga directamente con Jesús en torno a problemas de organización o riqueza, sino que su diálogo (su problema) se establece a través de su hermana.

La relación de Marta con Jesús va a quedar mediada a través de la hermana. Así aparecen enfrentadas dos hermanas, por razón de un mismo varón, de un mismo hombre, en paradigma que aparece con cierta frecuencia en la historia de la literatura (y en la misma historia humana). Son infinitos los relatos de dos hombres que se enfrentan por una mujer… También son abundantes los relatos de dos mujeres que se enfrentan por un hombre… o por el hijo que ese hombre les puede conceder.

Este modelo de amigas-hermanas rivales recibe una importancia especial en la Biblia Hebrea, donde normalmente la causa del conflicto no es la lucha por el amor del hombre (al que puedan compartir, en matrimonio polígamo), sino la lucha por el hijo heredero, pues sólo el heredero ofrece a la madre el estatuto de señora (gebira), como aparece en toda la historia hebrea.

Es significativo y a mi juicio normal que, al llegar este momento, Lc acuda a este paradigma para ilustrar las tensiones interiores de la comunidad. Estas discusiones o tensiones comunitarias, como puede verse en la disputa sobre los primeros puestos (más propia, al parecer, de varones: cf. Lc 10, 46-48) o en la discusión sobre “ministerios” (en el texto, a nuestro juicio, paralele de Hech 6). Pero ahora el mismo recuerdo de las tensiones entre hermanas y/o amigas enfrentadas permite a Lc ofrecer un fuerte paradigma de conflicto eclesial. Recordemos algunos ejemplos:

– Agar y Sara. Aparecen vinculadas al mismo marido (Abrahán) cuyo favor quieren conseguir, por medio del hijo que aparece como expresión de dignidad y de poder, tanto para una como para la otra. Esta historia ha sido “espiritualizada” por la tradición judía y cristiana, que ha visto simbolizadas en la esclava y la libre dos momentos o formas acción de Dios (cf. Gal 4, 21-5,1).
– Lía y Raquel. El mismo tema de las dos mujeres en torno al mismo varón reaparece en la historia de Jacob, con la particularidad de que aquí las dos son libres y hermanas (como Marta y María), disputando no sólo por los hijos sino también por el amor del mismo varón.

Tan pronto como el texto dice que Lucas tiene una hermana podemos esperar y esperamos un tipo de conflicto. Es normal que las dos mujeres vengan a situarse en perspectivas distintas. Ellas sirven a Lc para expresar la tensión eclesial. Es evidente que el texto ha presentado a Marta como figura positiva, contrapuesta a los samaritanos que no reciben a Jesús. También es evidente que ella aparece como signo de la “totalidad acogedora” de la iglesia. Pero a partir de ella, el texto desarrolla la figura de su hermana María. Pues bien, a la luz de todo lo anterior, el término hermana (adelphê) puede interpretarse de dos formas:

– Puede ser hermana de Marta en el sentido familiar, de sangre (conforme a la interpretación usual, recogida por Jn 11, donde ellas, las dos hermanas posiblemente carnales, tienen un tercer hermano llamado Lázaro). Si leemos el texto así podemos suponer que María es más joven. No aparece como “dueña” de la casa (no es la que recibe a Jesús), aunque puede realizar y realiza una función importante. Parece subordinada (es hermana menor), pero da la impresión de que puede ocupar el lugar más importante en la vida (y corazón) del único varón de la escena. Parece que las dos se disputan la atención de Jesús, cada una con lo que sabe hacer (una con el trabajo, otra con la atención personal)… El conflicto familiar parece inevitable.

– Puede ser la hermana en sentido eclesial. Esta visión resulta más coherente con nuestra lectura anterior del texto (recibir a Jesús, fraternidad eclesial). Ciertamente, la palabra hermano puede tener su sentido literal en Lc-Hech (cf. Lc 14, 26; 20, 28-29; Hech 12, 2; 23, 16), pero también ha recibido un sentido más extenso: son hermanos los miembros del pueblo judío (cf. Hech 7, 2.26; cf. 9, 17) y de un modo especial los cristianos (cf. 1, 15; 11, 29; 15, 3; 16, 2.40; 21, 7). Todo nos permite suponer que Marta y María son hermanas en este último sentido: son creyentes que tienen una responsabilidad especial en la comunidad, como veremos al comparar el texto con Hech 6, 1-6, donde precisamente se llama hermanos a los miembros de la comunidad (Hech 6, 6).

Desde esta perspectiva más extensa de la fraternidad (sororidad) de Marta y María pueden entenderse mejor las funciones que ellas realizan, empezando por María. Es normal que en el fondo siga estando el símbolo de las hermanas carnales enfrentadas por un hombre (varón, amigo, esposo). Pero el mismo texto nos ayuda a superar ese nivel, como irán indicando las funciones de cada una de las dos “hermanas eclesiales”. De esta forma, la “iglesia esposa” de Cristo (Ef 5) viene a presentarse como iglesia simbolizada por mujeres que realizan el conjunto de las funciones de la comunidad

María aparece en situación de discípulo, sentada a los pies del Kyrios (10, 39), escuchando directamente su palabra (no a través de su marido, como supone 1 Cor 14, 34-35; 1 Tim 2, 11-12). El mismo título de Jesús (Kyrios) nos muestra que no es el puro hombre histórico, amigo o marido discutido, sino el Señor pascual que está presente en la iglesia que le recibe. Está en el fondo el paradigma judío de los discípulos sentados en torno a un maestro para escuchar y aprender juntos la Ley, como ha mostrado con mucha precisión I. M. Fornari (en libro citado al final). El tema es absolutamente claro y no necesita más discusión ni prueba. Pero nuestro texto ofrece dos novedades significativas:

– Palabra del Kyrios, no Ley de Israel. María recibe y hace suya la Palabra del resucitado, que es el mismo Jesús que subió a Jerusalén para morir, no estudia la Ley de Israel. Jesús resucitado, presente en la comunidad, es fuente y sentido de toda “palabra”. Él es quien instruye a la comunidad, representada por esta mujer.

– Una mujer. La que escucha la Palabra del resucitado es una mujer, en signo que rompe el modelo usual judío (e incluso ciertas representaciones cristianas). Dentro del judaísmo es raro encontrar a la mujer como “discípula”; la escucha y estudio de la Ley tiende a considerarse cuestión exclusiva de varones. También en la iglesia primitiva ha existido la tendencia a un monopolio de la Palabra de parte de los varones, como parece indicar el hecho de que los ministros de la palabra sean los Doce (varones), como testifican los textos arriba citados sobre el silencio de la mujer en la iglesia (cf. 1 Cor 14, 34-35; 1 Tim 2, 11-12).

Esta escena no ha dividido a la mujer en las dos tareas opuestas y complementarias del actividad sin palabra (Marta) y de la palabra pasivamente escuchada, sin posible actividad ministerial (María). Pero con esto pasamos ya a la función y protesta de Marta.

7. La diakonia o servicio de Marta.

Para comprender el sentido de la casa (y las funciones que se realizan dentro de ella) debemos precisar el sentido de la diakonía, vista desde la perspectiva del narrador y de la propia Marta.

– Visión del narrador. Hasta ahora ha sido el propio narrador quien ha contado la historia y así la sigue contando todavía al decirnos que marta estaba afanada (distraída con mucho servicio o diakonía (10, 40). Frente a la concentración de María se opone así la dispersión de Marta. Frente a la palabra de Jesús se pone el mucho servicio (diakonía). Veremos después el sentido de esa palabra. Por ahora nos basta con resaltar el tono negativo de la misma expresión: todo nos permite supone que hay un “mucho” servicio, un tipo de ocupación que distrae.

– Visión de Marta. El narrador le deja la palabra, de manera que es ella misma la que se queja de su trabajo, presentando su mucho servicio desde otra perspectiva: ¡tiene mucho trabajo porque su hermana le ha dejado sola! Evidentemente, ella tiene razón: el trabajo se podría y debería haber repartido entre las dos hermanas… Si ella está dividida y distraída es por culpa de su hermana, que le ha dejado sola.

Prestemos un poco de atención a este abandono (y fatiga) del trabajo… Marta eleva su voz en contra de todas las situaciones de injusticia de la tierra, fundadas en el hecho de que algunos pongan dejen de lado sus obligaciones, poniendo la carga en las espaldas de los demás. Es evidente que a un nivel Marta tiene razón: su voz sigue siendo la voz de la justicia de este mundo. Antes de escuchar la respuesta de Jesús vamos a precisar las razones de cada uno de los personajes y el sentido del trabajo que realizan:

– María ha abandonado un tipo de trabajo, para escuchar a Jesús…. En cierto plano, ella es “desertora” de sus funciones de servicio. En sentido general, su actitud puede ser buena: ella es la mujer liberada que puede dedicarse al cultivo de la Palabra, escuchando a Jesús. Pero eso puede significar que la carga de las funciones y servicios (sociales, familiares) caigan sobre las espaldas de la otra hermana. María puede ser contemplativa sólo a costa de su hermana: su “lujo” de mujer centrada en la palabra se convierte en causa de esclavitud (de mayor servicio) para Marta.

– Marta está “distraída” porque le han dejado sola… Da la impresión de que ella necesita que su hermana le ayude porque así lo requiere el ritmo de servicio. En otras palabras, la acogida de Jesús se convierte para ella en fuente y principio de un servicio: es como si el evangelio se tradujera en formas de servicio que distraen y dispersan. El mismo mesianismo (la venida de Jesús) se convierte en principio de un trabajo.

– ¿Qué diakonía? El texto dice que Marta recibió a Jesús en (su) casa, preocupándose de atenderle. De un modo normal interpretamos ese servicio en línea de asistencia doméstica: limpiar la habitación del huésped, preparar la comida, servir la mesa… Eso significa que ella actúa a modo de criada doméstica. Pero el sentido principal de servir (diakonein, diakonía) en el NT y sobre todo en Lucas (Lc-Hech) no es atender a la mesa a modo de simple criado/a, sino realizar una tarea ministerial en nombre de y/o por encargo de otro. El diaconos o servidor es ante todo un representante o mensajero, alguien que realiza la tarea que le encarga la comunidad o su Señor mesiánico.

Desde este fondo debe entenderse el texto clave de Lc 8, 1-3 donde se afirma que a Jesús le acompañaban los doce y algunas mujeres que le (les) servían con todo lo suyo; no son criadas de los doce sino representantes de Jesús, personas que realizan su servicio de reino, ministros de su obra. El texto supone que los Doce y las Mujeres se mueven al mismo nivel, formando parte de la comunidad itinerante de Jesús, lo mismo que se supone en Hech 1, 13-14 (pero ya en referencia a la comunidad primera de Jerusalén).

Una vez que llegamos aquí pueden hacerse algunas diferencias. De los Doce sólo se dicen que van (o están). De las mujeres, en cambio, se añade que han sido curadas por Jesús (lo cual puede aludir tanto a la impureza anterior como a la pureza y plenitud posterior) y que sirven con sus bienes o posesiones… ¿A quién? El pasaje puede entenderse de dos formas, conforme a los diversos manuscritos:

– Sirven a Jesús (auto: GNS con el , A, L, X etc.), es decir, al evangelio entendido como mensaje de salvación o a la comunidad eclesial. Esto significaría que las mujeres que acompañan a Jesús realizan una función ministerial

– Sirven a los discípulos (autois:: GNT con B, D, K, W etc.), sea entendidos en forma particular, como varones (tendríamos el esquema de un grupo de mujeres sirviendo a los miembros masculinos de la comunidad), sea entendidos en forma comunitaria (las mujeres sirven a la comunidad en cuanto tal).

Se supone, por tanto, que son mujeres de cierta fortuna, de independencia económica al menos relativa y que ponen lo que tienen al servicio de la obra de Jesús. No se les pide que vendan lo que tienen y se lo den a los pobres (como en el caso del rico principal de 18, 18-23), para seguir así a Jesús, sino que se dice que sirven a Jesús y/o a su comunidad, sosteniéndola con sus bienes. Estamos probablemente ante un modelo relativamente frecuente de mujer convertida y piadosa (sea al judaísmo, sea al evangelio de Jesús) que pone sus bienes al servicio de la comunidad religiosa.
Es muy posible que la acogida de Marta deba entenderse desde ese transfondo. Ella acoge y sirve a Jesús con sus bienes. Evidentemente no es una “criada” o sirviente, sino la dueña de la casa (o la representante de la comunidad). Su diakonía o servicio ha de entenderse en plano de ayuda económica y de acción social.

8. Formas de servicio.

Detengamos un momento la escena. Antes de escuchar la respuesta de Jesús podemos y debemos detenernos un momento para precisar las diversas formas de división social que se han ido dando en los diversos grupos humanos..
Empecemos por la división más usual, la que ha venido haciéndose en la iglesia católica en estos últimos siglos. El texto se aplicaría sólo a las mujeres. Los varones quedan fuera, están representados en el fondo por Jesús-Varón (como supondría Ef 5). Desde esta prospectiva hay dos tipos de mujeres:

– La mujer trabajadora, al servicio de las cosas de los hombres (especialmente de los varones). En sentido estricto, ella sería la “criada” de la casa. Está ahí para mantener el orden, para cuidar del hogar y de la vida, mientras los hombres (como Jesús) van y vienen. Ciertamente, es una mujer dividida, que se cansa, que protesta en contra de su suerte.

– La mujer contemplativa, al servicio de las cosas de Dios. El evangelio puede aparecer para ella como una liberación: le ofrecen una palabra interior que ella recibe y cultiva. Se libera del trabajo, pero no para ser dueña de sí misma en libertad y para organizar el mundo, sino para un tipo de contemplación, conforme a un camino místico entendido como liberación para el Señor.

Esta división tiene un sentido, pero llevada hasta el final ella aparece muy insuficiente, pues deja muchos elementos sin resolver. Lo más importante no es lo que dice, sino lo que omite. Aquí quedan sin resolver algunas de las cuestiones más importantes de la vida humana, como son la la administración y la maternidad. Hagamos las preguntas:

– ¿Quién lleva la administración de la comunidad? El texto no ha resuelto (ni planteado) el tema de los ministerios jerárquicos, en sentido posterior, pero eso lo ha hecho cierta iglesia posterior, que ha fijado a las mujeres en las tareas del trabajo (Marta) y de la contemplación (María), dejando en manos de varones la administración y dirección, tanto de las martas como de las marías. A mi juicio, esta lectura va en contra del texto.

– ¿En qué categoría se introduce el tema de los hijos? Normalmente la iglesia católica ha puesto sobre Marta (mujer sin palabra) el cuidado de los hijos: ella es madre en cuanto servidora del marido y/o de la comunidad. Por otro lado, María (mujer de la escucha) se ha entendido como contemplativa célibe: dedicarse a las cosas de Dios significa renunciar a una familia en este mundo. A mi juicio, esta lectura va también en contra de la dinámica más honda del evangelio.

Para resolver mejor el tema podemos y debemos situarlo en el trasfondo de la división tripartita de las funciones sociales que ha sido puesta de relieve por los estudiosos de la cultura indoeuropea. Tanto en Roma como en Grecia, tanto en India (castas) como en la Europa medieval cristiana se habrían puesto de relieve tres funciones sagradas, vinculadas con tres dioses o principios sagrados:

– Están por un lado los sacerdotes y/o sabios, que mantienen el orden sacral (Brahmanes). Ellos forman la casta primera, que Platón ha vinculado con la sabiduría, es decir, con la contemplación del misterio. En un momento determinado ellos, los clérigos o letrados, expertos en religión aparecen como dirigentes del orden social. En esta línea, siguiendo el esquema de Platón, se podría decir que María, la contemplativa, experta en Palabra del Señor, es la dirigente oficial de la comunidad de Jesús.

– Vienen, en segundo lugar, los guerreros y/o nobles, que mantienen el orden social (los ksatriyas). Ellos forman la casta que Platón ha vinculado con el valor, es decir, con la capacidad de entrega de la vida al servicio de la estabilidad social. Es normal que en un momento determinado, que en Roma se vincula con el surgimiento del imperio, ellos aparezcan como dirigentes de la sociedad. Es muy significativo que este tipo de personas falten en el esquema de Lc 10, 38-42, que parece haber simbolizado el conjunto social en dos mujeres (acción y contemplación).

– Vienen en tercer lugar los trabajadores, los que producen bienes de consumo, vinculados en general a los labradores y comerciantes. El algunas sociedades antiguas (como en Israel) ellos pueden aparecer como libres, apareciendo al mismo tiempo como soldados… Pero en otras sociedades más estamentales ellos aparecen como “siervos” en el sentido radical de la palabra: están sometidos a los otros dos estamentos, trabajan para ellos. Las revoluciones modernas (la francesa, la soviética) han tendido a poner el poder en manos de los trabajadores, convertidos en dueños del dinero.

9. Conflicto en la iglesia.

Como hemos dicho ya, Lc conoce una causa de conflicto intraeclesial: la búsqueda de poder: ¿quién es el más grande? Es significativo el hecho de que haya omitido la tradición donde se hablaba del deseo de poder de los zebedeos (Mc 10, 35-40; Mt 20, 20-23), pero la experiencia de fondo permanece. Lc sabe que los discípulos han buscado los primeros puestos, queriendo establecer una sociedad jerárquica en la que ellos mismos sean los privilegiados; y sabe que Jesús les ha respondido, diciéndoles que es necesario hacerse niños (pequeños) para ser grandes. (Lc 9, 46-48). Desde este fondo podemos citar y comparar los tres pasajes principales donde Lucas establece un tipo de disputa en torno al servicio:

– Disputa en torno al servicio: las mesas y la palabra (Hech 6). Los “helenistas” murmuran contra los “hebreos” porque sus “viudas” quedan relegadas en el servicio diario. La disputa la resuelven los Doce, afirmando que ellos deben mantenerse fieles a la oración y al servicio de la palabra y haciendo que la comunidad reunida elija a Siete para el servicio de las viudas y las mesas. Como vemos, el problema existe: los “helenistas” no protestan porque tienen mucha diakonía (como Marta), sino porque no se realiza la diakonía, porque las viudas (servicio personal) y las mesas (servicio alimenticio) no se realiza bien.

El problema se resuelve dividiendo las funciones (servicio de la palabra y de las mesas) de una manera que resulta irónica o, quizá mejor, paradójica: por un lado, el servicio de las mesas y de la palabra resulta inseparable, pues los “siete” (nombrados) para las mesas, y llamados de ordinario diákonos, realizan inmediatamente un ministerio en línea de palabra; por otro lado, la apertura universal de la iglesia (la misión helenista) no la han realizado los Doce (encargados según se dice de la Palabra) sino los Siete: la Palabra sólo puede extenderse donde se mantiene la apertura a las viudas y las mesas (la misión cristiana se abre precisamente a través de los helenistas, es decir, de los servidores. Han sido ellos los que han extendido de verdad la iglesia.

– Marta y María, servicio y palabra. El esquema de Hech 6 se repite en Lc 10, 38-42, pero con algunas diferencias fundamentales. En primer lugar los representantes de la iglesia son dos mujeres: ellas ocupan el lugar estructural de los Siete (Marta) y de los Doce (María), aunque sus funciones no pueden identificarse sin más a las de ellos. Sólo de esta forma, a modo de parábola, superando un esquema historicista (definido en Hechos de forma masculina), dentro del evangelio, Lucas puede presentar el tema de los servicios eclesiales (presentados en hecho a través de los Siete y los Doce) desde la perspectiva de dos mujeres, abriendo un camino de interpretación distinta del sentido de la iglesia. Estas dos mujeres representan al conjunto de la iglesia (igual que los Doce y los Siete de Hech 6), de manera que en ellas se descubre como en un espejo el sentido de los ministerios y taras de la comunidad de Jesús.

Por eso, lo que Hech 6 narra en forma masculina (Doce varones hebreos y Siete helenistas) se puede reinterpretar desde Lc 10, 38-42 a partir del simbolismo de las dos mujeres. Ellas son la expresión de las tareas de la iglesia, son signo de los dos “ministerios” básicos de la comunidad cristiana.

10. Respuesta de Jesús. María ha elegido la mejor parte.

Las soluciones del conflicto son distintas en cada caso, según el contexto y finalidad de cada pasaje. Por eso resulta peligroso absolutizar una única narración. Como hemos visto ya, en el pasaje de la disputa de la cena Jesús se identifica con el servidor o diákono, interpretando el evangelio como servicio humano (cf. 22, 24-30).

Por su parte, en la disputa entre hebreos y helenistas Lucas (el autor de Hech) ofrece una respuesta de compromiso y colaboración: servidores de la palabra y de las mesas deben realizar su obra para bien del conjunto del evangelio (Hech 6). Pues bien, en nuestro caso, situándose en una perspectiva más personalistas, desde la actitud de cada protagonista más que desde la obra externa, el Jesús de Lucas se pone de parte de María, en una respuesta en la que podemos distinguir cuatro momentos:

— Marta, Marta, te preocupas y estás perturbada por muchas cosas. Marta quería que Jesús intercediera ante María, para que ella le ayudará en su tarea.– Pues bien, Jesús responde de manera inversa y, en vez de enfrentarse con María, se enfrenta con la misma Marta, mostrándole la raíz de su inquietud. No rechaza ni condena a Marta (no la expulsa de su ministerio), pero le recuerda el riesgo de dispersión en que se encuentra: su afán por el servicio (organización eclesial y perfección externa de las obras) puede separarle de la raíz de la Palabra, de la fuente del Señor; este es el riesgo de unas obras que al desligarse de la fuente del evangelio pueden convertirse en nuevo legalismo. Reasume de esta forma un tema, desde una perspectiva de servicio perturbante, un tema que aparece formulado en clave general en 12, 22: “por eso, yo os dicho que no os preocupéis por la vida, qué comeréis…”.

La novedad de nuestro texto está en el hecho de que descubre una preocupación destructora en el campo de la diakonía eclesial… Según Lc 10, 41, Marta corre el riesgo de reproducir en formas eclesiales (en inquietud y perturbación diaconal) un tipo de actitud que Lc 12, 12 ha condenado en clave general. Ciertamente, Jesús sabe que la diakonía es fundamental, pero puede haber un tipo de preocupación destructora en el mismo campo de la diakonía, una preocupación que destruye tanto a quien ejerce esa diakonía como a quien recibe sus servicios.

– Una (sola) es necesaria. Frente a lo mucho que perturba a Marta, sea sentido intensivo (mucha diakonía) o extensivo (se preocupa por muchas cosas: peri. polla,), Jesús destaca el valor de una una sola cosa, de aquella cosa que es necesaria. María sabe que esa cosa necesaria es la búsqueda del reino ( Lc 12, 31; Mt 6, 33). Según Lc 18, 22 esa única cosa necesaria para alcanzar la vida eterna es vender todo, dárselo a los pobres y seguir a Jesús.

Esta unidad (que define a María), expresada en la búsqueda del reino y en el seguimiento de Jesús, se contrapone a la multiplidad de las tareas ministeriales que perturban a Marta; da la impresión de que ella sigue interpretando el evangelio en la línea de las muchas obras, en la línea de la inquietud y perturbación por el trabajo, como si el mundo se salvara a través de las acciones de los hombres y mujeres de la tierra.

La única cosa necesaria no puede entenderse a nivel de pura contemplación sino de acogida de Jesús, para seguirle y cumplir su palabra. Eso significa que, para realizar su ministerio, Marta debe ponerse a los pies de Jesús como discípula; por su parte, para que su escucha resulte evangélica, María debe cumplir la palabra de Jesús, sirviendo en la iglesia a los hermano.

– En efecto, María ha escogido la parte buena (10, 42). Frente a las muchas cosas que perturban a su hermana, ella ha escogido la parte buena… No se lo han impuesto, no es una esclava callada, obligada a obedecer, sino que ha elegido (exelexato). La Palabra de Dios no se expresa como imposición, sino como responsabilidad personal; no es fatalidad, sino gracia.

María no está condenada como mujer al servicio que le imponen los varones, no es una esclava del sistema patriarcal o del lugar que ocupa en dentro del conjunto. He hecho una opción, ha escogido, en gesto personal que le vincula con Jesús, a través de la palabra. Hay unos servicios que se pueden imponer. La palabra, en cambio, abre para María el espacio de la libertad personal. Jesús respeta su elección y ratifica su gesto de escucha: de esa forma la valora.
Frente a la mujer persona-esclava por su obras de servicio ha destacado Jesús a la mujer-persona que es capaz de dejarse transformar por la palabra.

Frente a Marta que aparece perturbada desde fuera (cf. el pasivo|), María viene a presentarse como una persona que ha podido hacer una opción, superando así el nivel de los cuidados angustiosos, de la acción esclavizadora. Ha elegido la parte buena es decir, aquella porción o herencia que define al pueblo israelita. Ella aparece así como heredera de las promesas: ha conseguido el cumplimiento de lo que el mismo Dios había preparado para el pueblo.

– La cual no le será quitada. Parece que es la misma Marta la que quiere quitar a María esa tranquilidad, introduciéndola en las preocupaciones y cuidados de la mucha diakonía. Pues bien, Jesús se opone, ratificando la elección de María y prometiéndole que nada (nadie) podrá arrebatarle su opción… Esta elección de María permanece, conforme a la palabra de Jesús, dentro del proyecto de vida de la iglesia.

Al decir que no le será quitada… se est suponiendo que hay un riesgo: parece que hay personas dentro de la iglesia que quieren arrebatar a María esta libertad de elección, esta capacidad de escucha de la palabra, con todo lo que ella significa (autonomía en pensamiento y vida, capacidad de decisión etc.). Con esta sentencia, el Jesús de Lucas ratifica la opción y programa de María, en palabra que puede recordar de alguna forma la sentencia paralela de Mc 14, 9:”el cualquier lugar donde se predique el evangelio se dirá lo que ella ha hecho para memoria de ella”.

Esto significa que María ha optado por la escucha de la palabra, situándose así en la línea de la auténtica bienaventuranza: ¡felices más bien los que escuchan la palabra de Dios! (Lc 11, 27-28; cf. 8, 19-21). De esta forma, a través de la escucha de la palabra (ahora de Jesús) María viene a presentarse no sólo como su servidora en el plano externo, sino como su familia verdadera.

Del plano de unas obras (diakonía exterior) que se pueden convertir en nuevo legalismo, pasamos al de la escucha personal de la palabra. Ella, la hermano menor de la casa (de la iglesia) cumple de esta forma el modelo de auténtica escucha de la palabra, iniciado por María, la madre de Jesús, conforme a Lc 2, 19.51-52.

11. Interpretación de conjunto. Conclusión.

Como hemos venido diciendo, estas dos mujeres son toda la iglesia. Lc 10, 38-42 ha condensado en ellas al conjunto de la humanidad que acoge a Jesús. Por eso, nos parece falsa una lectura que destaque y contraponga su carácter de mujeres sometidas a un tipo de jerarquía superior, de tipo masculino:

– Marta sería la servidora-criada (que realiza tareas materiales). Frente a la diakonía de los varones que se puede convertir y se convierte pronto en ministerio oficial, autoridad jerárquica, María representa el servicio del que es siempre siervo, del que no tiene autoridad ni poder para realizar otra cosa. Marta es la mujer acción, la que crea un espacio de vida externa agradable para los varones.

– María sería la contemplativa-pasiva, que se limita a escuchar en silencio, pues no tiene palabra que decir, ni acción que realizar. Ella es la mujer-alma que acoge y escucha, la mujer amante que está siempre atenta a la enseñanza de los varones.

Pues bien, esta manera de entender a las mujeres ignora y/o destruye el mensaje radical del texto, que ha querido simbolizar en ellas la vida de conjunto de la iglesia. Marta y María son representantes de toda la iglesia, de varones y mujeres, incluidos ministros/as de ella. Por eso, quienes alzan y separan el ministerio de los varones sobre esta acción y escucha de Marta y María destruyen la intención del texto.
Como hemos dicho, ellas son hermanas, pero no en cuanto familia carnal, sino como representantes de una comunidad cristiana que recibe a Jesús (a sus delegados). Así pueden presentarse como signo del conjunto de la iglesia, encarnando (anticipando) en su persona todos los ministerios eclesiales que después podrán surgir dentro de ella. Por eso hemos podido compararlas a los dos grupos fundantes del comienzo de la iglesia, según Hech 6:

Marta ha recibido a Jesús y se afana por realizar el servicio vinculado a su persona, aunque el agobio de las muchas acciones puede separarle de la atención a la palabra en la que todas esas tareas encuentran su cimiento (cf. Lc 6, 46-49). Es evidente que Jesús no condena su servicio, vinculado al cuidado de toda la comunidad, en especial a las viudas y mesas; más aún, a la luz de todo Lc-Hech, ese servicio resulta esencial para el despliegue de la iglesia. Pero es también evidente que Lucas quiere precisar de esta manera el riesgo de un servicio convertido en pura acción, en lucha agobiante, sin interioridad de amor. Quizá pudiéramos recodar en este fondo las palabras de 1 Cor 13: un servicio externo sin amor destruye a la persona, va en contra del evangelio.

Entendida en verdad como servidora Marta aparece en la iglesia como ministro de la eucaristía, es decir, del pan compartido, de la comida común. Ella no es una criada de la casa para que después venga el anciano o epíscopo para celebrar la “comida”… Parece claro que ella es la presidente de la comunidad, la anfitriona de la casa que es la iglesia. Pero en esa función puede esconderse un peligro: el activismo puro, la preocupación sin amor, la iglesia que se vuelve de nuevo una fábrica de leyes.

María, por su parte, escucha la palabra, pero no para después quedar callada, en mística pasiva, sino para cumplir y expandir lo que ha escuchado, según todo el contexto de Lucas (cf. Lc 8, 21). En esta perspectiva se ilumina la escena anterior del Evangelio de Lucas (el Buen Samaritano), con la palabra del escriba israelita que interpreta rectamente la ley, resumiéndola en el doble mandato (amar a Dios y al amar al prójimo) y la respuesta de Jesús, condensada en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37).

Entre María que escucha la palabra de Jesús y el Buen Samaritano que se hace prójimo del hombre herido del camino hay una profunda conexión: la misma palabra que María escucha culmina debe culminar y culmina en aquello Jesús dice al escriba: vete y obra de manera semejante, es decir, como el Buen Samaritano (10, 37). El escriba quiere justificarse (10, 29) y por eso pone su pregunta a Jesús; en el fondo se está buscando a sí mismo. Por el contrario, María está escuchando la palabra de Jesús, de tal forma que ella puede cumplir y cumplirá lo que Jesús pide al escriba al decir: ¡vete y haz lo mismo, es decir, pórtate como el Buen Samaritano! (Y así sigue el evangelio)

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