XI Domingo del Tiempo Ordinario. 12 junio, 2016
“Se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra.”
(Lc. 7, 38)
Al meditar, y saborear, el texto que nos propone la Iglesia para este domingo, nos encontramos de nuevo con las lágrimas de una mujer. El domingo pasado era el llanto de una madre a la que Jesús se acerca sintiendo compasión, dejándose tocar por su dolor. En esta ocasión, Simón ofrece una comida y además de las mujeres que sirven la mesa, hay al menos una prostituta en la fiesta que él ha organizado. Parece una costumbre muy masculina que atraviesa los tiempos y las culturas, recordemos que la fiesta que se pensó para recibir a los campeones del mundo de fútbol, en Madrid en el 2010, acabó en un club de alterne.
En el Evangelio, nuevamente encontramos las lágrimas de una mujer, pero esta vez el texto, de pronto, nos introduce en el corazón de una mujer prostituta. A diferencia de la viuda de Naín, ahora es ella la que se acerca a Jesús, y lo hace agradecida, llora de gratitud. ¿Cuántas lágrimas de amargura había derramado esta mujer? ¿Cuántas mujeres que se prostituyen lloran mientras realizan su trabajo, mientras “se dejan hacer” por el varón de turno? La prostitución es una tragedia femenina para beneficio del varón. Jamás un hombre comprenderá lo que significa prostituirse, o ser prostituída, porque corroe lo más íntimo de la feminidad de una mujer, su posibilidad de trasmitir vida, sus entrañas. Ningún hombre excepto Jesús, el Maestro, el Señor, que le recuerda con su manera de acogerla que es hija de Dios. Jesús la deja llorar, y se deja hacer por ella. Y a los varones de ayer y de hoy, les da una lección que urge que aprendan, para que el drama que sufren tantas mujeres en todos los lugares y culturas del mundo, desaparezca. “Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt. 25, 40)
Tú eres el Profeta, que anuncias el camino a la Vida,
denuncias el que lleva a la muerte,
y yo quiero ser profeta de tu presencia
con mi mirar, mi acoger, mi denunciar, con mis lágrimas.
Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
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