“Cuerpo de Dios”, por José Arregi
Día del Corpus en la Iglesia católica, tan popular en Europa y América. Fiesta del cuerpo de Jesús y de todos los cuerpos. Del pan y del vino, fruto de la tierra y de la comunión de todos los seres. La Tierra es un gran organismo viviente. El universo, con sus estrellas y galaxias, sus agujeros negros y sus vacíos, es un cuerpo inmenso.
Mira más cerca. Cada átomo es un cuerpo en que se despliega el universo de inmensamente pequeño. Nuestras imágenes y conceptos se desvanecen: lo que imaginamos como partícula o corpúsculo puede comportarse como onda incorpórea y, a la inversa, la onda incorpórea puede adoptar la forma de partícula. ¿Qué es qué?
Yo me pierdo, pero me alegro de perderme, me lleno de asombro ante el enigma de esa configuración “material” que es cada cuerpo. Nuestros esquemas y fronteras de materia-espíritu, espacio-tiempo, pasado-futuro, lejano-cercano, parecen diluirse. Todo cuerpo está “animado”, y toda “alma” está siempre “incorporada”: emerge de un sustrato “corporal” y se manifiesta en una forma “corporal”. La vida emerge de una aglomeración de materia y se manifiesta en la bacteria o en la flor. La conciencia emerge del cerebro y se manifiesta en la mirada.
Somos cuerpo en relación con todo lo que es. Somos nube, agua, aire. Somos larva y mariposa. Y morera, y pájaro que comió su semilla, o el hombre o la mujer que la plantó, y toda la humanidad. Somos átomos que se preparaban en aquel Big Bang o en otros desde siempre. Somos neuronas formadas de cientos de miles de millones de átomos en relación. Somos partículas de materia abierta, fuente inagotable de posibilidades. Somos espíritu. Somos milagro.
La vida está hecha de materia “inerte”, pero es como si la materia inerte estuviera hecha de aliento vital eterno. Como si la materia fuera espíritu y el espíritu fuera materia, madre de todo lo que es, santa ruah o aliento o espíritu, alma de todos los seres: del aire y del agua que corren, del geranio en flor, del pájaro carbonero que canta, de estos pobres y maravillosos seres humanos en camino que somos, savia, fruto y semilla de la evolución universal. Me postro en el templo del mundo, en el umbral del Misterio que envuelve y anima al universo y a cada cuerpo.
Cuando se instituyó la Fiesta del Corpus Christi hace casi 800 años, no existían todavía las ciencias modernas, ni en la Iglesia católica se toleraba la libertad de opinión. Pensaban que Dios era un Ente Supremo, otro y distinto de todos los entes del Cosmos, y que el cuerpo de Jesús de Nazaret era, en todos los tiempos de todo el universo, el único cuerpo o la única encarnación verdadera de Dios. Y creían que “el cuerpo y la sangre” de Jesús se hacían milagrosamente presentes en el pan y el vino transustanciados gracias a las palabras de consagración pronunciadas en la misa por el sacerdote. Y se contaban leyendas de hostias consagradas de las que brotaba sangre. Honraban el cuerpo de Jesús, pero despreciaban el cuerpo humano, su “carne pecadora”. Condenaban sus pobres placeres, sobre todo los de la gente más pobre.
Celebremos el Corpus de otra forma. Celebremos nuestro cuerpo, tan maravilloso y vulnerable. Cuidemos el cuerpo, sin torturarlo con nuestras obsesiones, sin someterlo a la esclavitud de nuestras modas y miedos. Respetemos como sagrado el cuerpo del otro, sin apropiarnos de él. Sintamos como propio el cuerpo del hambriento, del torturado, del refugiado enfangado o repatriado o ahogado en el mar, de la mujer violada, maltratada, asesinada. Es nuestro cuerpo. Es el cuerpo de Jesús. Es el cuerpo de Dios.
Sí, cuerpo de Dios. Dios no es un ser incorpóreo separado del mundo. No es mundo, pero no es sin mundo. Dios es como el latido íntimo, la energía originaria, la creatividad inagotable, la posibilidad infinita, la luz de la conciencia, el poder del bien, la comunión universal, la Presencia plena en cada parte en un mundo en eterna evolución. Dios es como el Alma o la Conciencia o el Todo o el Infinito emergente, que es infinitamente “más” que la suma de todas las partes que forman el mundo.
Pero no fue primero Dios y luego el mundo, como no es primero la conciencia y luego el cerebro. Son y crecen juntos. ¿Crece Dios? Es una forma de decir. El mundo es realidad abierta a posibilidades infinitas. Y Dios es la apertura del Infinito en un mundo abierto. O el Futuro Infinito presente más allá de nuestras categorías espaciales y temporales. Es. Son metáforas de Dios. Dios es como el alma del mundo y todo el mundo es como cuerpo de Dios. No hay Dios sin cuerpo, ni cuerpo sin Dios. Somos en El/Ella. Es en nosotras/os, infinitamente más que un Tú separado. Toma cuerpo en el trigo que espiga o en la viña que florece en los campos de Olite, en la promesa de amor o en la oración del peregrino en la ermita de Eunate.
Y en ti, amiga, amigo, en tu cuerpo que eres tú, tan efímero pero habitado por el Infinito, el Eterno. Tú también, como Jesús, en comunión con todo el universo en movimiento y evolución, eres cuerpo de Dios. El Infinito se manifiesta y emerge de ti. Acoge su misterio, déjate acoger por el Infinito en ti, deja que suba desde el fondo de ti la voz que te dice: “Te amo”. Haz que Dios sea y entonces serás. Sé cuerpo, metáfora de Dios. Celebra, cuida, sé cuerpo de Dios, epifanía carnal de la Ternura infinita.
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