Imagen de ANFASEP facilitada por el Centro Loyola Ayacucho
José María Segura. “Rispá, hija de Ayá, agarró un saco, lo extendió sobre la peña y desde el comienzo de la siega hasta que llegaron las lluvias estuvo allí día y noche espantando a las aves y a las fieras” (2 Sam 21,10)[1].
En memoria de ella es el título de un libro de Elisabeth Schüssler Fiorenza, una eminente teóloga feminista, que lo toma de una cita impresionante del Evangelio de Marcos: “Ella ha hecho lo que ha podido; se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Y en verdad os digo: dondequiera que el Evangelio se predique en el mundo entero, también se hablará de lo que ésta ha hecho, para memoria suya” (Marcos 14, 9).
“En memoria de EllaS” es el título de este post porque comparte en cierta forma el objeto del libro de Elisabeth: honrar la memoria de mujeres olvidadas. En nuestro caso especialmente de las víctimas de la historia, y sobre todo, de las personas que se han mantenido alerta, esperando, reclamando, soñando con alguna forma de restitución o reconocimiento. Son, en su mayoría, mujeres. Son mayormente olvidadas. Este post va por ellas.
Las víctimas y sobretodo las mujeres que, como Rispá, desafían a las autoridades, al paso del tiempo, a las inclemencias del tiempo y al fantasma del olvido, para constituirse en comunidades de memoria, resistencia y esperanza.
Son las madres y abuelas de la Plaza de Mayo de Argentina. Son las comunidades que claman “¡Viv@s los queremos!”. Son las madres que luchan por reivindicar las memorias de sus hijas en Ciudad de Juárez y Soacha. Son las asociaciones de búsquedas de desaparecidos en El Salvador, Nicaragua, Colombia…
En Ayacucho, donde ha comenzado mi despertar a la necesidad de la memoria, se habla de 70-90.000 muertes a cargo de Sendero Luminoso y de las Fuerzas de Seguridad del Estado entre 1980- 2000. Más de 500.000 desplazados. Más de mil fosas comunes en parajes inhóspitos, la mayoría por exhumar. Procesos de recuperación de los “restos” de las víctimas que tardan más de 10 años. “Restauraciones” económicas que llegan tarde y son ridículas… Y estos 30 años, asociaciones de la sociedad civil como ANFASEP [2] y “mamá Angélica”, su madre coraje que, junto con otras 7 sencillas y tenaces mujeres campesinas, han velado, recordado, reclamado, esperado y reivindicado, como Rispá. Esta mujer valiente que, desobedeciendo las órdenes del Rey David, vela los cuerpos de 7 inocentes ajusticiados como “compensación” por una matanza anterior cometida por Saúl. Rispá desafía a David porque no quiere que estos cadáveres (dos eran de hijos suyos) queden expuestos a las alimañas y a las inclemencias del tiempo.
En Ayacucho, y en otros muchos lugares, las asociaciones de familiares de víctimas, han construido sus “museos de la memoria”. Son las narradoras de la “Memoria Passionis”, las portadoras de una memoria peligrosa. En sus “museos”, como las traperas de la historia de W. Benjamin, exhiben fotografías, documentos, cartas, ropa hecha jirones…, a veces lo único que han podido recuperar de sus hijos/as nietos/as o maridos.
Son las comunidades del Sábado Santo. Después de haber acompañado hasta el final a sus seres queridos, han velado su memoria, hasta poder “ungir”, o al menos despedir, los vestigios de quienes fueron sus seres queridos.
Son las “voceras” por quienes resuena “el clamor de la tierra”, en quienes “la sangre de nuestro hermano Abel” grita y reclama justicia para poder descansar en paz. Son el grito de Dios Madre que desgarra sus entrañas ante el olvido, el desprecio y las vejaciones sufridas por la memoria de sus niñas/os. Son Raquel que grita porque sus hijos/as “ya no existen”, son María Magdalena, que aún no ha podido abrazar a su Señor, que pregunta desesperada “¿Dónde lo has puesto? Si tú te lo has llevado…”. Son cada uno de nosotros si nos dejamos “affectar”, que diría San Ignacio, si dejamos que sus rostros, esos rostros rescatados por sus madres/mujeres/abuelas, nos interpelen.
Como creyentes, nos invita a ver en ellas las comunidades de memoria de la Pasión del Señor. Como cristianos/as no podemos dejar en el olvido las vidas entregadas o segadas por la violencia (de cualquier tipo), en ellas está nuestro Señor esperando la unción que esta vez María no le pudo anticipar en Betania. Es delicado. Es doloroso. Es incómodo. ¡Es de mala educación hablar de muertos, y restos, y cunetas, y de violencia fratricida!
Es una memoria dolorosa, y “peligrosa”: nos recuerda que el Reino “todavía no ha llegado”. Que todavía el viento huracanado del “progreso” impide al ángel del paraíso volver hacia atrás y restituirlo todo, recuperando los despojos y los despuntes del envés de la historia (Metz, Klee).
Pero quizás como creyentes, que esperan y confían en el día en que el Dios de la Vida enjugará toda lágrima, que veneran la memoria de un salvador crucificado, ¡que por las justas se libró de acabar en una fosa común! Debemos implicarnos en mantener vivas estas memorias. En pedir restitución y Justicia. Es delicado. Es doloroso. Es incómodo y es “politizable”. También lo era el anuncio de la cruz para Pablo.
Sí. Este es un post incómodo. Empecé a gestarlo en la facultad de Ingeniería Ambiental de la Universidad “Alas Peruanas”, donde asistí a una charla de los Constructores de Paz del Centro Loyola de la Compañía de Jesús en Ayacucho. Explicaron la magnitud de la violencia de los años de Sendero y la represión gubernamental, y la creación de un Santuario Nacional de la Memoria, “La Hoyada”, en Ayacucho. Al terminar me preguntaron mi opinión y no pude evitar decir: “Les felicito como sociedad civil. En España también nos quedan cadáveres en las cunetas y fosas por exhumar…”. Y me quedé muy incómodo.
Lo confieso. Me ha incomodado todo este viaje a la memoria. Me ha hecho preguntarme: “¿Y en España? ¿Qué pasa con las víctimas de la represión de la dictadura que aún siguen descansando en cunetas o en fosas o…?” Es políticamente incorrecto tocar el tema. Quizás es tiempo ya de cerrar bien las heridas del pasado, de dejar que los muertos puedan ser honrados, despedidos y enterrados para descansar en paz.
Y si alguno/a se molesta al leer este post, bienvenido/a al malestar de la memoria incómoda.
Este post va por ellas: las víctimas y las testigos. Las que han mantenido el alma de puntillas. Las que son y han sido transmisoras de la memoria peligrosa. Las guardianas de la Memoria, la Resistencia y sobretodo, de la Esperanza.
Las comunidades del Sábado Santo.
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[1] Citado y desarrollado por Ramón Lucia en “Queremos el Pan y las Rosas”. Ediciones HOAC, p. 196-7.
[2] Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú.
Espiritualidad
Ayacucho, Centro Loyola, Elisabeth Schüssler Fiorenza, En memoria de EllaS, Mujeres
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