3.6.16. Sagrado Corazón: El Cristo del año de la Misericordia
Leído en el blog de Xabier Pikaza:
Se celebra hoy la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la última de las grandes devociones de la Iglesia, que ha tenido una gran importancia en la piedad católica desde el siglo XVIII hasta el XX.
El día Sagrado Corazón reviste una importancia especial este año 2016, que es el Año de la Misericordia, pues el Sagrado Corazón ha sido el signo/icono de la Misericordia de Cristo en tiempos de fuerte devoción y a veces imposición cristiana. Ha sido un Cristo de dos frentes:
— Cristo de la Gran Misericordia (=Corazón que se apiada, que se enamora y enamora), signo de la intimidad cordial y gozosa de la vida
— Pero ha sido también a veces el Cristo de un tipo de imposición religiosa, un Cristo que Vence, que Reina, que Impera (al menos en los lugares donde ha triunfado un Nacional-Cristianismo).
Por eso es bueno recordar hoy y recuperar los valores de esta gran fiesta, en especial este año del Cristo de la Misericordia. Buen día a todos, día de corazón, de intimidad, de fiesta de Dios, con Jesús que sigue diciendo “venid a mí…” (Mt 11).
Introducción
No es una fiesta primitiva, ni forma parte del ciclo litúrgico oficial, pero ha tenido un gran influjo en todo el mundo católico. Ella es para muchos la expresión más honda de la humanidad de Dios y de su cercanía afectiva, en un tiempo en que otras formas de entender a Cristo habían perdido su hondura de amor y se había, convertido en un signo sacral alejado de la vida, lo mismo que el Dios, entendido como un ser lejano, juez implacable de vivos y muertos.
Gracias al Sagrado Corazón de Jesús, entronizado en mil casas, colocado en la puerta de millones de hogares, en lo alto de montes y colinas, en el centro muchas ciudades, se ha mantenido firme la experiencia de la humanidad de Dios, la vinculación del Evangelio con la vida concreta, el amor y la familia, la Presencia Providente del misterio. Por eso me parece bueno ofrecer hoy una visión de conjunto de su sentido en la historia cristiana y de su actualidad, este año 2016, cuando para muchos no es tan importante como antes.
Esta devoción, que ha sido central en la Iglesia católica hasta hace unos decenios, ha permitido vincular a los cristianos con el Jesús real, un hombre “querido”, al que se puede amar y rezar (a pesar de que muchas veces ha tomado formas afectadas, en el mal sentido de la palabra, con imágenes de tipo quizá sensiblero).
Con este motivo quiero evocar el origen e importancia de esta devoción en la historia de la iglesia, una devoción que puede unirse a la del Pantocrator de Oriente y a la de Jesús Crucificado, que ha sido esencial en la piedad de la Iglesia occidental desde la Edad Media.
Esta postal tiene dos partes, que son relativamente independients.
— Empiezo presentando el sentido de varias devociones a (de) Cristo en línea de corazón (para llegar así al Sagrado Corazón, en sentido estricto).
— Me ocupo de la devoción explícita al Sagrado Corazón, para acabar ofreciendo un breve comentario de las palabras principales del Nuevo Testamento sobre el tema…
Venid a mí todos los cansados y agobiados, que yo os daré descanso.
Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí,
pues soy manso y humilde de corazón,
y hallaréis descanso para vuestras almas (vidas) (Mt 11, 28-29)
Buen día del Corazón de Dios a todos sus devotos, buen día a todos los que celebran hoy su fiesta.
A. DEVOCIONES A CRISTO EN LÍNEA DE CORAZÓN
Desarrollo tres modelos, que me parecen más significativos:
(a) Jesús como amado del alma, mística esponsal, que parecía más propia de mujeres.
(b) Jesús como Gran Capitán, mística ministerial, más propia de varones “ordenados” y con poder.
(c) Mística del amor diaconal, del servicio a los demás, propia de varones y mujeres (aunque ha sido más desarrollada en la Iglesia por mujeres).
De estas tres devociones deriva de un modo natural la del Sagrado Corazón, en clave de amor, de compromiso pastoral, de servicio social:
1. Amado del alma:
contemplación esponsal, más “propia” de mujeres.
Esta visión ha sido más desarrollada por mujeres, pero también por varones, al menos desde la Edad Media. Tiene raíces bíblicas, pues el mismo Nuevo Testamento presenta a Jesús como esposo (en una tradición múltiple, presente en Mt y Lc, en Pablo y Juan), siguiendo una experiencia muy honda de los profetas del amor de Dios.
En esta línea, la experiencia carismática cristiana (monacal) recibiría la forma de enamoramiento místico y mesiánico de Jesús, quien viene a presentarse como encarnación personal del amor de Dios, tal como lo han puesto de relieve varias santas medievales y, de un modo especial, los contemplativos del Carmelo (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz). Conforme a esta visión, Jesús sería aquel que ha venido a enseñar a los hombres el amor más profundo, tal como está simbolizado por el Cantar de los Cantares.
La vida cristiana sería básica mente una escuela de amor. En un sentido externo, la iglesia necesita ministros de tipo jerárquico e instituciones sociales bien organizadas, pero en el fondo, ellas terminan siendo secundarias. Lo que define a los cristianos es la experiencia íntima de amor, vivida de forma personal, por cada creyente, varón o mujer.
En esta línea, el amigo de Jesús puede decir “ya no guardo ganado, que ya sólo en servir es mi ejercicio”. Los místicos cristianos no tienen “nada que nacer”, ya no actúan como tales “en el ejido del mundo”, en el lugar de los negocios y tareas sociales… Simplemente son testigos del amor de Jesús (del amor de Dios).
Esta no es una línea exclusivamente cristiana, sino que puede encontrarse en ciertas formas de monacato hindú y budista y, sobre todo, en la experiencia mística de los grandes sufíes musulmanes, que ha desarrollado formas de contemplación cercanas al cristianismo.
– Valor: Cristo, Esposo del alma. En esta línea, Cristo aparece como el Gran Amigo, Esposo del alma, aquel que nos permite vivir en plenitud de amor. El cristianismo tendría como tarea fundamental la de enseñar a amar, la de crear ESCUELAS DE AMOR, al servicio del despliegue total de la persona.
– Riesgo. Pueden olvidarse otros aspectos del Cristo, vinculados a la vida social en el mundo, a la paternidad-maternidad, a la obra social y a la misión universal de la iglesia, al servicio del Reino de Dios y de los más pobres..
En esta perspectiva se ha desarrollado especialmente un tipo de mística femenina, que ha encontrado en Jesús al esposo cercano, al amigo del alma, en amor crucificado y abierto a la resurrección. Es una experiencia buena, pero a veces se ha vertido en cauces patriarcalistas, de manera que las mujeres cristianas (sobre todo las monjas) han podido convertirse en siervas sometidas de un Cristo manejado por varones. Como contrapeso para varones estaría la mística de Jesús Gran Capitán…, como seguiré indicando.
2. Gran Capitán, Buen Caballero.
Contemplación para la acción, más propia de varones “ordenados”.
Siguiendo modelos medievales de entrega, al servicio de la gran tarea de la conquista cristiana del mundo, partiendo de San Bernardo, se ha puesto de relieve la visión de un Cristo que dirige a los “buenos soldados” en la empresa de organizar y sacralizar el mundo bajo su reinado.
Ciertamente, este Jesús no suele llevar espada (la espada la llevan San Miguel y San Jorge, Santiago y los reyes canonizados), pero capitanea, como portador de la Bandera de Dios, la gran lucha en la que se alistan sus soldados, desde los Monjes Militares del siglo XII-XIII, hasta los voluntarios de la Compañía de Jesús y de sus imitaciones y adaptaciones, desde el siglo XVI hasta la actualidad.
–Los monjes soldados… han seguido al Cristo que quiere transformar el mundo con su entrega a favor de los pobres y oprimidos… Pero lo han hecho en formas militares, conquistadores, que a veces han chocado con el pacifismo básico del evangelio.
– La forma jesuítica de esta espiritualidad es la que mejor ha configurado gran parte de la tarea misionera de la iglesia en los siglos XVI-XX. Es claro que el Cristo Capitán de la Compañía de Jesús ya no actúa en forma militar, sino en forma de entrega de la vida al servicio del Reino y de la Iglesia. Pero parecen claras las connotaciones de llamada y servicio radical, en obediencia ciega.
Este Cristo, Capitán o Gran Rey, exige soldados que dejan familia y posesiones de este mundo para mejor seguirle. De esta forma, Cristo ya no es un mero profeta, anacoreta, monje, amigos… sino que viene a presentarse como Rey Universal.
‒ Valor. Cristo aparece en ese modelo como un Rey a cuyo servicio quedan liberados los religiosos (o los consagrados), para realizar una tarea más fuerte de extensión del reino, como especialistas al servicio de la misión cristiana.
‒ Riesgo. Interpretar la vida cristiana como algo que hay que hacer, como una tarea en la línea de la efectividad, como si hubiera que cambiar el mundo… Se puede perder el aspecto más contemplativo del Cristo.
En este contexto, se ha puesto de relieve el valor de un tipo de celibato, entendido como desprendimiento y liberación, al servicio una tarea mesiánica. De esta forma se han interpretado en la Edad Moderna los textos básicos de tipo profético de los evangelios: dejar padre y madre, envío al servicio del evangelio…
El buen soldado ha de estar disponible, negando incluso su vida afectiva privada, para entregarse a la obra de su Señor divino. Esta ha sido, quizá, la mayor aportación (y a veces la mayor patología) cristológica de la modernidad al tema y experiencia de un celibato entendido como signo y condición de poder eclesial, servicio de la misión cristiana.
3. Mística compasiva, ser para los demás,servicio humanizador.
Propia de varones y mujeres.
Esta línea está vinculada a la anterior y puede tener su origen en los monjes hospitalarios y guerreros de la Edad Media. Pero después se ha desarrollado en una perspectiva diferente, de servicio caritativo, descubriendo y explorando otra faceta de la vida de Jesús:
Jesús era compasivo, al servicio de los excluidos y oprimidos de su entorno; superó un tipo de familia cerrada, de carácter exclusivista, que intentaba encerrarle en una casa (cf. Mc 3, 31-35), pues su verdadera familia eran todos los que cumplen la voluntad de Dios, con el hambriento y sediento, el exilado, enfermo o encarcelado (cf. Mt 25, 31-45).
En esta línea se actualizan diversos rasgos de Jesús:
En esta perspectiva del Cristo compasivo se inscriben muchos movimientos cristianos de la modernidad (empezando por las Hijas de la Caridad, de santa Luisa de Marillac), que entienden la obra cristiana como ternura compasiva, empatía con los pobres, cercanía y solidaridad respecto de los rechazados de la sociedad. También Buda y otros grandes hombres religiosos han podido cultivar un tipo de compasión semejante, pero ella se ha desarrollado de un modo especial siguiendo al Cristo. En esta línea, el celibato es libertad y entrega al servicio de los demás.
A veces resulta difícil separar esta perspectiva de la anterior, pues los ministerios de la caridad cristiana, en línea de corazón, se han vinculado con frecuencia con la autoridad ministerial de la iglesia (propia de varones ordenados, con la mística del célibe que tiene poder para implantar el Reino…). Pero, en principio, son cosas distintas: este Mesías compasivo, liberado para el amor a los hambrientos y encarcelados, desborda los límites y leyes de una Iglesia organizada en torno a sí misma, y no tiene más norte ni signo que el servicio del Reino, es decir, el amor a la humanidad sedienta de amor y de servicio humano.
B. EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. DE SANTA GERTRUDIS A PIO XII; DE PIO XII A NUESTROS DÍAS
Quiero presentar una pequeña “historia” de la Devoción al Sagrado corazón, destacar en ella dos momentos, para fijarme después en un texto bíblico: Venid a mí todos los cansados y agobiados…:
1. Origen y sentido. Quiero situarla en el contexto de la piedad germana del siglo XIII, representada por Gertrudis la Grande.
2. Después pongo de relieve su desarrollo moderno, de Santa María Margarita a Pío XII.
3. Me detengo finalmente en el texto bíblico de Mt 11, el más importante en la historia de la devoción al Sagrado Corazón.
1. Punto de partida, una referencia:
Santa Gertrudis. Cristo Corazón y la Trinidad de Dios
Quiero empezar esta presentación del sentido teológico de la devoción al Sagrado corazón con Gertrudis la Grande (1265-1301), que fue confiada de niña al monasterio cisterciense de Helfta, en Turingia, donde recibió una buena educación humana y religiosa. A los veinticinco años, una intensa experiencia espiritual le llevó a iniciar una vida contemplación marcada por el entorno celebrativo (litúrgico) y por la importancia que toma en su vida el Sagrado Corazón de Jesús (de Dios).
En este contexto litúrgico, ella tuvo una visión de la Trinidad en la que percibió sobre todo la función mediadora de Cristo y su comunión con el Padre.
Ésta es su novedad, ésta su experiencia clave: El descubrimiento de que toda la Trinidad se manifiesta en forma de corazón: Dios como un gran corazón que se revela en Cristo. Ésta es su visión de Jesús-corazón, unido a su Madre-Corazón, como humanidad amada, que eleva su plegaria a Dios:
“Estaba en pie, en presencia de la Trinidad, lleno de juventud y de gracia, como un príncipe florido. Sobre cada uno de sus miembros, él llevaba una flor de tal belleza y de tal resplandor que nada visible o material podrían dar idea de ello. Esto significa que la pequeñez de un hombre no puede ni siquiera acceder a la alabanza inaccesible de la muy excelente Trinidad; por eso, el Cristo Jesús, en su humanidad, en la que se dice que es menor que el Padre, asume nuestro pobre fervor y lo ennoblece en sí mismo, a fin de convertirlo en holocausto digno de la suprema e indivisible Trinidad.
Cuando se entonaban las vísperas, el Hijo de Dios, teniendo en sus manos su Corazón, lleno de benignidad y nobleza, lo presentó, bajo el símbolo de una cítara, a los ojos de la gloriosa Trinidad. Toda la devoción todas las palabras cantadas durante los coros de la fiesta resonaban allí suavemente. Aquellos que salmodiaban sin devoción particular, sino sólo por rutina, o, aún más, por satisfacción puramente humana, no producían más que un sordo murmullo, en los tonos bajos (de la cítara del Corazón de Jesús). Pero aquellos que se dedicaban a cantar devotamente la alabanza de la venerable Trinidad, parecían hacer que resonara en la cítara del Corazón de Jesús una melodía sublime, desde los tonos más suaves hasta las cuerdas más sonoras.
Después, mientras se cantaba la antífona Osculetur me (Béseme: Ct 1, 1), se oyó una voz desde el trono que decía: «Que se aproxima mi Hijo bienamado, en quien yo siempre me he complacido y que me dé un beso infinitamente suave, a mi que soy el objeto de su amor».
— Y el Hijo de Dios se adelantó entonces, bajo su forma humana, y dio un beso muy suave a la inaccesible divinidad, pues sólo su humanidad muy santa ha merecido estar desposada con la divinidad, a través de un lazo de unión inseparable.
–– Después, el Hijo de Dios, con mucha dulzura, dijo a la Virgen, su Madre, en cuyo honor se cantaba esta misma antífona: «Venid, vos también, mi dulcísima madre, y recibid mi dulce beso». Y cuando el Señor Jesús hubo dado también a su Bienaventurada Madre este beso extremadamente suave…
He querido presentar esta experiencia de Santa Gertrudis, pues ella ha sido la que ha fijado con gran precisión el sentido de Dios como Gran Corazón, que se expresa en Jesús, y también en María, su Madre. Somos un latido del corazón de Dios, de su amor hemos nacido, en su amor crecemos y vivimos
2. Desarrollo moderno.
De Santa Margarita María a Pio XII.
La devoción moderno al Sagrado Corazón (que en algún sentido recoge todo el impulso anterior que he venido destacando) se desarrolla sobre todo en Francia, impulsada por Santa M. Margarita de Alacoque (1647-1690), y ha sido después promovida de un modo especial por los Jesuitas, y por cientos de congregaciones y grupos religiosos, a lo largo de los siglo XVIII-XX, marcando desde entonces la piedad católica.
Esta devoción (unida a la de Cristo Rey) ha dominado la piedad católica del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, extendiéndose hasta nuestros días. Supongo conocida la experiencia espiritual de Santa María Margarita. Por eso me fijo sobre todo en el texto más significativo del Magisterio Católico, que es el de Pío XII, con encíclica Haurietis Aquas (25 de Mayo de 1956), donde cita a Gertrudis entre las precursoras (núm 26) y donde sitúa esta devoción en un contexto trinitario, identificando en realidad el Corazón de Jesús el Espíritu Santo, en una línea que podría ser digna de estudio:
3. El Espíritu Paráclito, por ser el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, es enviado por ambos, bajo forma de lenguas de fuego, para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina y de los demás carismas celestiales. Pero esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón de nuestro Salvador, en el cual están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia.
Esta caridad es, por lo tanto, don del Corazón de Jesús y de su Espíritu. A este común Espíritu del Padre y del Hijo se debe, en primer lugar, el nacimiento de la Iglesia y su propagación admirable en medio de todos los pueblos paganos, dominados hasta entonces por la idolatría, el odio fraterno, la corrupción de costumbres y la violencia.
Esta divina caridad, don preciosísimo del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los Apóstoles y a los Mártires la fortaleza para predicar la verdad evangélica y testimoniarla hasta con su sangre; a los Doctores de la Iglesia, aquel ardiente celo por ilustrar y defender la fe católica; a los Confesores, para practicar las más selectas virtudes y realizar las empresas más útiles y admirables, provechosas a la propia santificación y a la salud eterna y temporal de los prójimos; a las Vírgenes, finalmente, para renunciar espontánea y alegremente a los goces de los sentidos, con tal de consagrarse por completo al amor del celestial Esposo.
(Edición virtual en http://www.corazones.org/doc/haurietis_aquas.htm).
3. Principio bíblico. Mt 11. Vuelta al origen
Entre los textos bíblicos que han fundado y siguen fundando la devoción al Sagrado Corazón ocupa una importancia especial uno de Mt 11, 28-30 ya citado:
Venid a mí todos los agotados y cargados, que yo os daré descanso.
Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí,
pues soy manso y humilde de corazón,
y hallaréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera .
Ésta es una palabra sorprendente, la más alta posible,siendo, al mismo tiempo, una voz muy humana, propia del Jesús de la historia (que va a entregar pronto su vida, por fidelidad al Reino, siendo ajusticiado en Jerusalén); ésa es la palabra eterna del amor de Dios que viene a revelarse en la entraña de los hombres.
Jesús, revelador del Padre, invita aquí de un modo especial a un tipo de hombres y mujeres que se sienten agobiados y aplastados por el peso de la Ley, como sabe la tradición rabínica, pero a través de ellos invita a todos los que escuchen su voz, sin limitación alguna, en clave universal, humana, de llamada a la transformación radical, de descanso y plenitud.
Éste es ya un texto propio de Mateo, que no aparece en Q (ni en Marcos, ni en Lucas), un texto específicamente suyo, que define y presenta al mismo Dios como culminación y sentido de la Ley, que se revela y llama a los hombres por medio de Jesús de un modo personal.
El mismo Jesús mismo aparece así ahora llamando a los hombres, en lugar de la Ley, como Sabiduría de Dios (Dios-Sabiduría, Amor personal); no como un simple exegeta (rabino de escuela), que la interpreta desde fuera, sino como el Dios presente en su propia vida, el Dios a quien siempre hemos buscado, que ahora nos llama de un modo personal, cercano, Dios mismo como fuente de humanización (de plenitud) y de descanso, Sabiduría amorosa, hecha persona, que se dirige a nosotros, los hombres y mujeres, y nos invita a vivir en su regazo .
El que llama de esta forma es Jesús de Nazaret, pero, al mismo tiempo, llama Ella (la Sophia de Dios, simbólicamente evocada en forma de mujer), invitando a cada uno de aquellos que la buscan, buscan el sentido y amor de su vida (cf. Eclo 6, 24ss; 24, 19; 51, 23ss).
Éste Jesús que es el Dios presente como Sabiduría y amor, llama a todos los que viven aplastados por el yugo de un Dios de miedo… para ofrecerles un camino de salvación en el amor.
El mismo Jesús-Hijo, vinculado en conocimiento de amor con el Padre, es la Sabiduría de Dios y así puede llamar a todos los hombres (empezando por los judíos), invitándoles a seguirle, a estar con él, compartiendo su camino. Éstas son las palabras clave del pasaje que han de interpretarse desde el conjunto del evangelio, en un trasfondo de judeo-cristianismo que se abre a todos los pueblos:
‒ Venid a mí, compartid mi vida (Deute pros me: 11, 28a). En Prov y Eclo llamaba la Sabiduría de Dios, en un contexto de “mística teológica”, esto es, de inmersión del hombre en Dios. Ahora llama Jesús a los hombres, no solamente a que le sigan, como en la vocación de los discípulos (4, 18: Deu/te ovpi,sw mou, seguidme, yo os haré pescadores de hombres). Aquí no les pide que le sigan, sino que vengan a él, que compartan su vida. Ésta es la más honda mística mesiánica que Pablo ha desarrollado de un modo consecuente, cuando habla de estar/vivir en Cristo, y el Cristo de Juan de “permanecer en él”. Ésta es la mística central, original, del cristianismo: Venir donde Jesús, estar con él.
‒ Todos los agotados y cargados, sin limitaciones. Agotados son los kopiontes, los que están sometidos a grandes trabajos, tanto físicos como sociales, los que están físicamente cansados, los que están agotados mentalmente, los tristes, tanto los judíos como los gentiles. En este contexto podemos pensar en los habitantes del entorno de la iglesia de Antioquía, donde Mateo redacta su evangelio, en duras condiciones opresión, de agotamiento. Junto a ellos están los “cargados” (pefortismenoi), condenados a llevar grandes cargas, sea de tipo socio-religioso (como algunos judíos), sea de tipo social y personal. El evangelio de Mateo se extiende entre personas que viven en el margen de la sociedad…
‒ Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí. Del “yugo” de la Ley se ocupa la Misná, en sentido positivo. De la carga que escribas y fariseos imponen sobre otros, sin tocarla ellos mismos con los dedos tratará Mt 23, 4. Jesús, en cambio, no quiere imponer cargas pesadas a los otros, sino todo lo contrario, “él llevó nuestras enfermedades, cargó nuestros dolores…” (Mt 8, 17). Así aparece como aquel que nos libera de un tipo ley opresora… Tomar el yugo de Jesús significa compartir su suerte, caminar con él, aprendiendo, como discípulos suyos (aprended de mí). Ésta es la escuela de Jesús, éste es su aprendizaje, para que podamos ser en él, como él. Ésta es la palabra final del evangelio, cuando Jesús diga a sus discípulos que extiendan ese aprendizaje de Jesús a todas las naciones (con matheteusate, que significa “haced discípulos” a todas las naciones, que aprendan de mí, como habéis aprendido vosotros).
‒ Una enseñanza que lleva al descanso. Por dos veces repite Jesús la idea del: Yo os lo daré (11, 28) y vosotros lo hallaréis (el descanso, con anapausis: 11, 30). Éste es el descanso que la Biblia ha vinculado con el sábado, tiempo de reposo de Dios, promesa definitiva de pacificación, de plenitud mesiánica. La vida del hombre sobre el mundo ha sido y sigue siendo dura; por eso es necesario un respiro, un tiempo de tranquilidad, un reposo.
Esta es la promesa que el Jesús de Mateo dirige a los que siguen a Jesús y escuchan su palabra. Ciertamente, el evangelio tiene aspectos fuerte compromiso, al servicio del Reino de Dios, pero no puede concebirse como expresión de un esfuerzo fatigoso, sino como un don que libera al hombre de la preocupación agobiante de la vida (6, 25-34), porque el mismo Jesús ha cargado con las enfermedades y dolencias de los hombres, abriendo un camino de Reino donde los privilegiados son los pobres, los expulsados y oprimidos de la sociedad, como seguiremos vienso.
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