“Lágrimas negras: las consecuencias de la homofobia”, por Ramón Martínez
Emotivo artículo que escribe en Cáscara amarga:
En la Comunidad de Madrid 40.000 adolescentes LGTB han reconocido su discriminación, de los cuales 20.000 han barajado el suicidio y en torno a 8.000 han intentado suicidarse.
No me canso de repetir que hemos de hablar sobre estas formas de discriminación que sufrimos porque, y es un dicho conocido, si no las nombramos parecerá que no existen. Pero no basta únicamente con mencionar el tema: muchas veces debatimos sobre homofobia -y transfobia y bifobia- de un modo abstracto, y esa abstracción nos hace olvidar las formas concretas, los golpes y los insultos, con que se manifiesta. Más de setenta agresiones parecen concreción suficiente, pero quiero compartir algunos cálculos que nos ayudarán a dimensionar adecuadamente el problema a que nos enfrentamos.
Según la santa Wikipedia en la Comunidad de Madrid vivimos un total de 6.377.364 personas, y según el Instituto de Estadística regional las personas menores de dieciocho años superan el millón, de las cuales en torno a unas 500.000 son adolescentes, esto es, deben estar cursando alguna forma de Educación Secundaria. Teniendo en cuenta la conocida estadística de Kinsey, que sitúa en un aproximado promedio del 10% el número de personas no heterosexuales en una sociedad, en Madrid contamos con alrededor de 50.000 adolescentes LGTB, que casi equivalen a la población total de ciudades como Segovia o Huesca.
Es posible celebrar el gran número de personas jóvenes que disfrutarán de los grandes avances que ha conseguido el movimiento en defensa de la Diversidad Sexual y de Género, pero es intolerable que olvidemos la realidad a la que se enfrentan. Recuerdo un estudio realizado por el colectivo Cogam y la FELGTB -cuyos datos doy por válidos porque me parece indigno del buen activismo poner en duda el trabajo de otros compañeros de lucha- que concluía que entre esos adolescentes cuatro de cada cinco habían sentido la discriminación, de los cuales dos de cada cuadro habían considerado la posibilidad de suicido como único medio para escapar del acoso y uno de cada cinco había intentado suicidarse.
Si extrapolamos y cruzamos estos porcentajes con la cifra de 50.000 adolescentes LGTB que antes hemos obtenido descubrimos que, según la estadística de Cogam y FELGTB, tenemos en la Comunidad de Madrid 40.000 adolescentes LGTB que han reconocido su discriminación, de los cuales 20.000 han barajado el suicidio y en torno a 8.000 han intentado suicidarse. Creo que la cifra habla por sí misma y que es incontestable que, llegados a esta concreción, la situación de nuestra juventud es alarmante. ¿Cuántas vidas estamos dispuestos a arriesgar mientras celebramos nuestros logros? ¿Qué sucedería si de pronto descubriésemos que una quinta parte de los habitantes de Segovia o Huesca han intentado suicidarse?
Las consecuencias de la homofobia son terribles: además de los suicidios son habituales los casos de depresiones, acoso y fracaso escolar, distanciamiento familiar, culpa, falta de autoestima… Cuando hablaba de esto el pasado miércoles en una charla en la ciudad de Móstoles un joven del público rompió a llorar. Me resultó difícil seguir hablando, y al terminar quise acercarme a hablar con él, pero me fue imposible: se había marchado.
Desde hace ya varios días no consigo quitarme de la cabeza la imagen de un joven llorando mientras yo hablaba de las consecuencias de la homofobia. Y no dejo de pensar en todo lo que podría haberle dicho. Por supuesto que hemos de celebrar nuestros logros, impensables hace algunos años. Pero son muchas, cientos, las personas que siguen sufriendo agresiones, insultos, discriminaciones de todo tipo, y que necesitan de nuestro activismo, de nuestra denuncia social, de nuestro apoyo. Necesito decirle algo a ese joven que lloraba hace unos días y, con él, a todas las personas que se reconocen -nos reconocemos- víctimas de la homofobia: no estamos solos, estamos unidos por la experiencia compartida. Si queréis llorar, sabed que con vosotros y vosotras también lloro.
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