Del blog de Xabier Pikaza:
Termina con esta postal la exposición de las siete obras de misericordia espirituales (propias del Espíritu Santo), que he querido poner de relieve con ocasión de la fiesta de Pentecostés.
El mismo Espíritu de Dios consuela a los tristes, nos consuela y hace que nosotros podamos consolar a los demás, como dice San Pablo en Rom 8 y 2 Cor 1. Por eso le llamamos Consolador o Paráclito: Fuente y sentido de todo consuelo profundo.
Éstas son las tres últimas: consolar a los tristes, soportar las adversidades de la vida y dialogar con el misterio (esto es, pedir a Dios por vivos y difuntos), descubriendo y realizando así el sentido de la vida como diálogo con Dios, dialogando (en lo que podamos) con todos los hombres y mujeres.
Cada lector podrá destacar una de ellas.
— Para algunos, la más importante será el consuelo, que consiste en acompañar y animar a los tristes, angustiados, abatidos, levantando la “moral” de los demás, para caminar con ellos.
— Otros insistirán en la paciencia activa, entendida como aguante en las adversidades. No se puede consolar si uno se deja hundir, si se deprime por nada, si no sabe mantenerse en un mundo cargado de riesgos.
Paciencia activa es el aguante, es decir, la resistencia , como ha puesto de relieve el libro del Apocalipsis. No es una resistencia resentida, sino un gesto de compromiso activo con la vida, a favor de los demás, en esperanza.
— Finalmente, la más importante de todas las obras es la oración, entendida como diálogo, con Dios y con los otros. No se trata simplemente de pedir, sino de pedir y dar, de acompañar a los demás en el camino (y de un modo especial al mismo Dios).
La oración nos vincula sobre el campo de la vida, como a la pareja del cuadro de Millet, con la pareja orando al mediodía el Ángelus. Ambos dialogan así y se vinculan, no sólo con el campo en que trabajan, sino con el Dios creador, con los vivos y difuntos.
Como verá quien lea la postar entera, sigo tomando como referencia la obra que hemos escrito J. A. Pagola y un servidor con el título de Entrañable Dios. Las obras de misericordia (Verbo Divino, 2016). Allí he puesto de relieve el origen y sentido de las obras de misericordia corporales y espirituales (por utilizar este lenguaje, quizá poco apropiado, de la tradición teológica, pues también las obras llamadas corporales, tomadas de Mt 25, 31-46, son obras espirituales).
CONSOLAR AL TRISTE
El perdón era la obra central de la misericordia (era la cuarta, estaba en medio de las siete). Pues bien, tras el perdón, como despliegue ulterior del proceso educativo, viene el consuelo, en la línea de las bienaventuranzas que han sido y siguen siendo la lección más honda de la escuela de Jesús, cuando decía «felices los que lloran, porque serán consolados» (Mt 5,5). No son felices porque lloran (ni porque tienen hambre, ni son pobres…), sino porque recibirán consuelo de otros (serán saciados, heredarán el Reino).
Esta es sin duda una obra de Dios, el gran consolador, pero es, al mismo tiempo, una obra de la comunidad cristiana, entendida como escuela de consuelo para los tristes.
En este contexto se inscriben las palabras simbólicas de Pablo, cuando afirma que la tierra entera gime, en dolores de parto, y nosotros los seres humanos gemimos con ella, esperando la liberación que proviene de Dios, viniendo de los hermanos que nos ofrecen su consuelo (Rom 8,21-24; cf. 2 Cor 1,3-7). Así lo recordaba una propuesta esencial de Ignacio de Loyola: «Mirar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae, comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (Ejercicios espirituales 224). Pero en nuestro caso no se trata solo de unos amigos que se consuelan entre sí, sino de la misma escuela cristiana entendida como tiempo y tarea de consuelo.
Los cristianos forman una comunidad de consolados y consoladores, empezando por las mujeres de Pascua (cf. Mt 28,5.9), a las que Jesús decía «no temáis, alegraos». En la base del testimonio de Jesús y de la escuela cristiana sigue estando el testimonio de aquellas mujeres de la tumba vacía, que cambiaron su oficio de plañideras por el de consoladoras, anunciando a todos que Jesús se hallaba vivo, iniciando así una obra de educación por (para) el consuelo, que han realizado y siguen realizando sobre todo las mujeres en la Iglesia.
No ha llamado Jesús a los creyentes para llorar junto a una tumba, sino para que sean testigos de la alegría de Dios, para anunciar la resurrección de su Hijo (¡la nuestra!), en la línea de las experiencias de pascua. Sin duda hay otros temas de educación pascual, pero sin consuelo acaban siendo insuficientes, de forma que la Iglesia corre el riesgo de hacerse escuela de muerte, un culto de cementerio (cf. El papa Francisco, Evangelii Gaudium —El gozo del Evangelio—, 2013). Hay momentos de tristeza, vinculados con el luto a los muertos y la opresión de los débiles, pero han de estar al servicio del consuelo más alto de pascua.
En esa línea ha de entenderse la revelación bíblica, partiendo de Ex 34,6-7, donde el mismo Dios aparece como rahum y hannun, con entrañas maternas, lleno de gracia y de consuelo. Así han de mostrarlo los creyentes, en un mundo amenazado por la tristeza, en el que muchos buscan el consuelo no solo de terapeutas profesionales, sino de augures y videntes que no logran alcanzar el fondo humano/divino del alma amenazada por la depresión, angustia y tristeza:
Depresión psicológica. Se ha venido extendiendo no solo entre los mayores, sino entre niños y adolescentes; como un bajón vital, que tiene varias causas (soledad familiar, miedo a lo desconocido, incapacidad de afrontar el futuro…) y que parece extenderse cada vez con más fuerza, pudiendo convertirse en una gran pandemia. Este es un problema universal, pero afecta especialmente a las sociedades que parecen más adelantadas. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo C, Consolar, Corregir, Dialogar, Dios, Espíritu Santo, Jesús, Pascua, Pentecostés, Perdonar, Soportar
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