Del blog de Xabier Pikaza:
Ayer presenté las dos primeras obras de misericordia espiritual, es decir, las dos primeras obras del Espíritu Santo (enseñar y aconsejar). Hoy presento las dos siguientes: Corregir y perdonar. Estas obras van en la línea de la cuarta estrofa del Himno al Espíritu Santo:
Riega la tierra en sequía.
Sana el corazón enfermo.
Lava las manchas.
Infunde calor de vida en el hielo.
Doma al espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
La novedad está en que esas obras no las realiza el Espíritu Santo desde fuera, como si fuera un poder externo, independiente de nosotros, sino a través de aquello que nosotros vamos impulsando, promoviendo, realizando, como testigos y portadores del Espíritu de Cristo. Somos nosotros los que podemos y debemos:
Regar la tierra en sequía, sanar el corazón enfermo,
domar el espíritu indómito, guiar al que tuerce el sendero…
Nosotros mismos somos portadores del Espíritu de Cristo, realizadores de su obras, que es nuestra siendo de él, del mismo Espíritu Divino de Pentecostés.
Éstas son pues las dos siguientes obras del Espíritu Santo: corregir y perdonar. Así lo indicaré a continuación. Sigo tomando el texto de mi libro Entrañable Dios, las Obras de Misericordia. Continúa la semana de Pentecostés, buen día.
CORREGIR AL QUE YERRA
Tras el consejo viene la denuncia y corrección, como supieron los profetas, y como ratifica Jesús cuando proclama: «Se ha cumplido el tiempo y llega el Reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). La corrección se expresa así en forma de conversión: Jesús ha creído en la capacidad de cambio de los seres humanos, y por eso les corrige, a fin de que se conviertan, es decir, para que empiecen a pensar de otra manera (con meta-noein, pensar de un modo distinto, más alto).
Ese cambio de mente, para dejar el pasado y pensar/obrar de otra manera constituye un momento clave de la educación, promovida por el Espíritu Santo. En esa línea, como signo y anuncio del Reino, han de entenderse las correcciones que están en el fondo de las antítesis (Mt 5,21-48), en las que Jesús polemiza con escribas y fariseos, mostrándoles el riesgo en que se encuentran, pidiéndoles que cambien: «Habéis oído que se ha dicho, yo en cambio os digo…».
Es insuficiente no matar; hay que superar el odio. No basta el talión («ojo por ojo…»), hay que amar al enemigo, etc. En esa línea de corrección se sitúa su gesto final de «purificación» del templo (Mc 11,15-17 y par.), cuando descubrimos que no le ha bastado criticar y corregir de palabra, sino que lo ha hecho con un gesto intenso de protesta (cosa que ha motivado su condena a muerte). En ese aspecto quiero citar un rasgo de la corrección de Jesús, desde la parábola de la oveja extraviada (errante), que pierde su rumbo y debe ser rescatada del peligro por el pastor:
Oveja errante (Mt 18,12-14). A diferencia de lo que pasa en Lc 15,4-7, la oveja de la parábola de Mateo no está simplemente perdida (apolesasa), sino que va errante/planea (planêthê), se aleja del rebaño de las otras cien ovejas y de esa forma se extravía, de manera que el pastor ha de salir a buscarla. Esto significa que el educador cristiano no busca solo a la perdida (quizá sin causa propia), sino que deja todo para a encontrar a la que «planea» (va errante) por su ignorancia o culpa, como los astros caídos de la tradición apocalíptica del judaísmo tardío (libros de Henoc) y del primer cristianismo (Orígenes). Mateo supone así que Jesús busca a la errante, no para obligarla a volver, sino para corregir su rumbo y ofrecerle su perdón, si es que se deja.
Esta es una parábola eclesial, que no trata en principio de ovejas de otros grupos, sino de miembros de la comunidad que se han separado de ella (de su comunión) y andan vagando perdidas. Pues bien, la parábola asegura que Jesús los busca con pasión, alegrándose de recibirlos de nuevo en su grupo. Desde ese fondo se vinculan dos rasgos o elementos paradójicamente cercanos.
(a) Las ovejas son libres, de forma que pueden marcharse y errar (trazar sus caminos).
(b) Pero el pastor/educador las busca, no para castigarlas u obligarlas a volver, sino para ofrecerles espacio en su rebaño.
Corregir es buscar, es perdonar y amar. La tarea del pastor/educador empieza cuando busca a la oveja errante, mientras ella sigue perdida, sin pensar en convertirse. No es la oveja la que se empieza arrepintiendo y busca al pastor, como en la parábola del hijo pródigo que vuelve a casa, sino que es el mismo pastor el que va por los campos a buscarla (cf. Lc 15,11-32). A diferencia del padre que espera, el pastor de esta parábola (cf. también Lc 15,4-7) no se limita a esperar, sino que se arriesga y abandona la seguridad de las noventa y nueve ovejas fieles del rebaño para buscar a la errante, que ha querido perderse ella misma (o se pierde de hecho), y no hace nada por volver, aunque el texto parece suponer que al fin se deja ayudar, cuando el pastor la encuentra.
En este contexto, ‘corregir’ no es amonestar, ni condenar, sino buscar, procurando de todas las maneras el cambio no solo de la oveja errante, sino el resto de aquellas que quieren extraviarse o se pierden.
El evangelio de Juan ha reformulado esta parábola de la corrección añadiendo que el buen pastor (= educador) arriesga su vida por sus ovejas porque las conoce (= las ama), y porque también ellas le aman (cf. Jn 10,14-16), en un gesto de intimidad amorosa que define todo este evangelio. En esa línea puede hablar de un discípulo amado porque sabe que hay un maestro amante, conforme a la pedagogía helenista que establece relaciones de amor muy profundas entre maestro y discípulo (cf. Jn 13,21-26; 19,26-27: 20,1-10; 21,20-23).
Confesión, un tipo de corrección. Esta parábola del pastor nos sitúa ante un tipo de educador de calle, que sale en busca de la oveja extraviada, logrando convencerla a fin para que vuelva, integrándose en la escuela común de los noventa y nueve «hermanos» creyentes o en la vida de conjunto de la sociedad. A diferencia de eso, los confesores (corregidores oficiales) de la tradición posterior de la Iglesia (a partir del siglo X-XI y sobre todo desde el XIII) han venido a presentarse más como educadores establecidos, que no salen a buscar a las ovejas, pero las esperan y acogen en santuarios e iglesias desde donde esperan, acogen y corrigen a los que yerran y acuden a su sacramento.
Estos confesores sacramentales no han ido a buscar a las perdidas, pero las reciben si vienen, y las corrigen y perdonan, porque han recibido poder eclesial y/o social para ello. En ese contexto, la corrección más profunda de la Iglesia se ha realizado a través de la confesión, por la que el pecador reconoce el mal realizado y manifiesta un propósito de enmienda, iniciando así un proceso dialogal, que solo alcanza un resultado positivo si el mismo pecador reconoce su pecado y recibe el apoyo del buen maestro (confesor) y de la comunidad educativa, que le recibe de nuevo y le ofrece una oportunidad de transformación. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo C, Corregir, Dios, Espíritu Santo, Jesús, Pascua, Pentecostés, Perdonar
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