“Una “Iglesia atascada” en un tiempo y una cultura que ya no existen”, por
“¿Qué verdad pueden defender los que, cuando les conviene, dejan de lado el sufrimiento?”
“Amoris Laetitia, la visión nueva (y todavía desconocida) de la familia, que nos presenta el Papa”
La Doctora Elske Rasmussen se lamentaba, hace sólo unos días, de los que (cardenales, obispos, curas, frailes…) se empeñan en defender que “el papa sólo está autorizado a repetir lo que ha dicho el Magisterio anterior, especialmente desde Pio XII hasta Benedicto XVI”. O sea – si yo me he enterado bien – , los “hombres de Iglesia”, que le hacen frente al papa Francisco, son personas que, quizá sin darse cuenta de lo que realmente están haciendo, lo que en realidad defienden es una “Iglesia atascada”, no en el barro y en el fango de un camino impracticable, por el que no se puede avanzar ni se va a ninguna parte, sino una “Iglesia atascada”, no en un camino embarrado, sino en algo peor: en un tiempo y una cultura que ya no existen. Porque eso, a fin de cuentas, es la Iglesia de Pío XII, la de Juan Pablo II y la que defendió (mientras pudo) Benedicto XVI.
El fondo del asunto, a mi modo de ver, está en esto: la preocupación central y determinante de la Iglesia, ¿debe estar puesta y mantenerse en la fidelidad al Magisterio y sus verdades o tiene que estar en el sufrimiento del pueblo y sus carencias? En la respuesta que se dé a esta pregunta, en eso está la clave que explica la diferencia y la distancia que se palpa entre el papado de Benedicto XVI y el de Francisco. Por supuesto, es importante en la Iglesia defender y mantener el Magisterio de nuestros mayores. Pero, ¿no es más apremiante remediar el sufrimiento de los inocentes?
No se trata de quitarle la razón a un papa, para dársela a otro. El asunto es más grave y más determinante. Porque, a fin de cuentas, lo que estamos viviendo en la Iglesia, con los roces y fricciones entre los defensores del papado anterior y los entusiastas de Francisco, es la reproducción – a pequeña escala – del enfrentamiento entre los “Maestros de la Ley”, defensores de sus tradiciones religiosas, y el comportamiento de Jesús, que curaba enfermos, daba de comer a los pobres y se hizo amigo de pecadores y publicanos y pecadores. Es evidente que Jesús no fue un hombre ejemplar en su tiempo. Pero tan cierto como eso es que, los “ejemplares” (de entonces y de ahora) pronto quedan arrumbados en el baúl de los recuerdos, mientras que, como bien ha hecho notar el profesor Reyes Mate, siempre queda en pie el certero enunciado de Theodor W. Adorno: “Hacer hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad”. Lo que me lleva a mí a terminar haciéndome una pregunta capital: ¿Qué verdad pueden defender los que, cuando les conviene, dejan de lado el sufrimiento?
En esto, me parece a mí, está la grandeza, la novedad y la actualidad de la “Amoris laetitia”, la visión nueva (y todavía desconocida) de la familia, que nos presenta el papa Francisco.
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