Del blog de Xabier Pikaza:
Jesús habla hoy de su paz, todos lo hacemos. Deseamos la paz, la buscamos…y queremos imponerla; incluso hacemos pactos para asegurarla, pero muchas veces queremos la paz de nuestra guerra (de una parte o de otra, como en la imagen 2, que comentaré).
— Cuando Jesús dice “mi paz os dejo, no la paz del mundo…”, se está oponiendo a la Pax Romana, conseguida por la guerra, decretada e impuesta por por Octavio Augusto el 29 a.C., tras decir que había vencido a cántabros y astures. Jesús vino a “superar” esa paz (y el representante de “Augusto” le mató por ello). De todas formas, los astures actuales han colocado en el lugar más noble de su tierra, la estatua vencedora de Octavio, sobre las ruinas de las termas y murallas romanas de Gijón (imagen 1).
Esa paz romana no era mala (era mejor que muchas otras), pero estaba hecha de egoísmo imperial, de imposición militar, de supremacía de los fuertes…y además vino seguida por nuevas y más fuertes guerras, hasta el día de hoy. Era la paz de Augusto, que parece que llegó a Gijón para imponerla, después que su gran general Agripa ganara la durísima guerra, matando a los cántabros y astures.
También nosotros, como Augusto, hablamos de paz, pero preparamos la guerra, como sabía ya el profeta Jeremías, como sentenciaba el buen romano: Si vis pacem para bellum (si quieres paz prepara la guerra).
“Lógicamente”, las más abultadas partidas de dinero se están empleando actualmente en armamentos, como muestras las últimas compras millonarias de Australia y Arabia Saudita.
— Jesús habla de otra paz, la del amor perdona, del perdón que crea vida, de la vida que empieza desde los vencidos, derrotados… Esa es la paz que no viene de las armas ni el dinero, la paz fuerte de la vida de aquellos que aman…
De todas formas, ese signo de la paz de Jesús ha podido ser mal utilizado y manipulado, de manera que muchos se han opuesto a ellos… A modo de ejemplo he querido poner la imagen de los “milicianos” de la guerra española del 1936-1939 que “fusilaron” al Cristo de la Paz del Cerro de los Ángeles de Madrid (imagen 2). Son muchos los que quieren seguir “fusilando” a ese Cristo de la paz, puesto muchas veces al servicio de la guerra de algunos. Dejo así la imagen atroz, no es momento de comentarla.
Desde ese fondo quiero evocar la palabra central del evangelio de hoy (mi paz os dejo…), donde se recoge la herencia de un Discípulo Amado de Jesús, un hombre de amor pacificado y pacificador, que busca y propone la paz del amor intenso, que acoge, perdona, transforma de un modo gratuito (en amor) la vida de los hombres.
En esa línea, cada vez que Jesús resucitado se aparece a sus discípulos les dice: “La Paz sea con vosotros” (Jn 20, 19. 21. 26)… “Para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis aflicción, pero ¡tened valor; yo he vencido al mundo!” (Jn 16, 33).
Éste es su testamento, está su herencia: “La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14, 27).
Ésta es una paz amenazada y exigente, paz gratuita y creadora, que la Iglesia ha de proponer con su palabra y ejemplo, como seguiré indicando.
Texto
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo (Jn 14, 23-29).
Una paz desde las víctimas, una paz hecha de perdón
La verdadera paz no la consiguió Octavio (ni su general Agripa, en los montes cántabros y astures…), la paz auténtica sólo puede ser un regalo y amino de las víctimas, de los derrotados, como Jesús de Nazaret, que ofrece su paz precisamente cuando va a morir, cuando van a matarle, como mató Octavio a los duros astures, diciéndoles que les llevaba la paz.
Es una paz que está expresada a través de personas que asumen la experiencia pascual de Jesús, que aquí entendemos como proyecto de reconciliación mesiánica, que se inicia y despliega desde las víctimas, no desde los poderosos y vencedores. En esa línea debemos distinguir el perdón de la Iglesia (¡que debe estar al lado de las víctimas, en nombre de ellas!) y el perdón del Estado que puede y quizá debe imponerse por la fuerza, sin perdón, ni gratuidad.
La Iglesia no puede imponer al Estado su experiencia de perdón, ni convertirla en norma, pues en ese caso el perdón no sería gratuito, según el evangelio. Eso significa que ella no puede tomar el poder, sino que debe dejar que el Estado y sus representantes (incluso partidos políticos) tracen sus líneas de paz, según Ley, apelando a la violencia legítima.
Pero la Iglesia puede y debe hacer algo mayor: acompañar y animar a los creyentes, y de un modo especial a las víctimas, para que respondan (¡si quieren!) con amor gratuito, en gesto de perdón que pacifica, por encima (no en contra) de la Ley, abriendo así un camino de paz sobre la violencia legítima del Estado, al que ella puede y debe ofrecer (nunca imponer) su experiencia.
Con ese fin, la Iglesia debe romper toda alianza de poder con los privilegiados del sistema, con los dueños del dinero, con los fabricantes de armas…. habitando entre (con) las víctimas, como Jesús, profeta asesinado, que murió perdonando a sus verdugos.
La Iglesia no honra a las víctimas exigiendo justicia de talión (o venganza), pues quien pide venganza y sólo quiere la justicia de la Ley no puede hablar en nombre de Jesús, víctima resucitada, que no lucho con armas ni impuso su proyecto de Reino a la fuerza, ni se vengó de sus verdugos.
— La Iglesia no debe apelar a la justicia legal (ni utilizar algún tipo de violencia), sino encarnar y ofrecer la gracia y perdón de Jesús, representante de las víctimas. Por eso, ella no debe impartir lecciones de justicia al Estado, pero puede y debe ofrecer como testimonio propio el testimonio de perdón de las víctimas, que han sido expulsadas y crucificadas, como Jesús.
— La iglesia debe amar a todos (incluso a militares y ricos…), pero no para bendecir sus empresas, sino para que cambien de un modo radical… rompiendo un día las armas, poniendo todo su dinero al servicio de los pobres… Sólo así puede hacer que sea posible la paz.
Ella cumple su misión si, hablando en nombre de Jesús, habla en nombre de las víctimas, no para exigir sin más justicia o venganza (pues así seguiría en un plano de Ley), sino para abrir, ofrecer y compartir un perdón más alto, no negando la justicia, pero trascendiéndola de manera creadora. De esa forma podrá ser fermento de Reino (como quieren las bienaventuranzas), en un mundo donde, más de una vez, ha buscado el poder con (como) el sistema, en vez de ser voz de los excluidos . Leer más…
Biblia, Espiritualidad
6º Domingo de Pascua, Dios, Espíritu Santo, Evangelio, Jesús, Pascua, Resurrección
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