La fuerza de la oración
A menudo me suelo acordar de cuántas veces cuando iba en verano por la calle con mi hermana ocurría un hecho que nunca fallaba. Más o menos cada diez pasos ella exclamaba “uf, qué calor!”; lo repetía una y otra vez con tal convencimiento que entonces a mí me entraba más calor; realmente lo sentía, y me molestaba. Era algo que no fallaba.
Supongo que esto tendrá una explicación científica como que en el cerebro se activa no sé qué conexión, y el simple hecho de escucharlo hacía que yo tuviera esa sensación. Algo así como ocurre en el cine cuando antes de empezar la película ponen el anuncio de un refresco y de repente siempre sale alguien de la sala y vuelve con su vaso de bebida; fíjate la próxima vez.
Cuando intento comprender la fuerza de la oración me viene la anécdota con mi hermana, el efecto que producía en mí su sentimiento aunque fuese expresado en una queja, y me pregunto, ¿cómo influye nuestra oración en otras personas?
Aquí no valen explicaciones científicas, ni conexiones cerebrales, ni…
Dios. Solo Dios. El propio Dios. Es él quien escucha tu corazón, quien se encuentra con esas palabras que tu boca no se atreve a pronunciar y tu cabeza intenta borrar, tapar o alejar. Sientes que te mira con infinita ternura, la profundidad de su mirada, y poco a poco te das cuenta de que todo eso que te pesa tanto cada vez es más ligero, hasta que acaba cayéndose por sí solo; que tu corazón, sabiéndose escuchado y mirado por Dios, se va acallando y comienza a oír el clamor de la humanidad que sufre. De esa multitud de personas que ansían ver aligerado el peso de su sufrimiento; necesitan sentir la mirada eterna y misericordiosa de Dios, sentir que es él quien nos sostiene a todos. Y para ello, solo te piden, solo nos piden, orar por ellas.
Nosotras creemos en la fuerza de la oración… ¿y tú?
Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa
Comentarios recientes