Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 5º de Pascua, domingo del mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Es el mandamiento de la vida de Jesús, que “manda” siendo, que abre con su vida una mutación de vida, que es amor.
— Éste es el mandamiento de la revelación de Dios, de la revelación del ser humano, mujer y varón, varón y mujer, padres e hijos, hijos y padres… judíos y gentiles, del norte y del sur…
— Éste es el mandamiento de la nueva humanidad de Dios, un mandamiento cristiano precisamente por ser humano. Es la revelación de la esencia del hombre.
Éste es el único mandamiento, los diez mandamientos en uno: que os améis, como ama Dios, como os he amado.
Éste es el único mandamiento, los dos mandamientos en uno, porque “amar a Dios y amar al prójimo” se resume en esto: amaos unos a los otros, porque aquí está Dios y amando al prójimo estáis amando a Dios (y manifestáis en vuestra vida el amor de Dios)
Así presentaré el texto del domingo, del evangelio de Juan…. Y lo comentaré con la carta que el mismo Juan escribió para explicarlo, diciendo que Dios es amor, es decir, que nosotros somos (=hemos de ser) amor en Dios. Buen domingo.
Este mandamiento del amor, entendido como experiencia radical de gratuidad, como misericordia y justicia, define la vida del cristiano:
— Es amor íntimo, de gozo… Amar es ser, amar es vivir, en esperanza y fe, en gratuidad e intimidad
— Pero amor es, al mismo tiempo, misericordia… Es convertir la vida en pan para los otros (segunda imagen).
Buen domingo a todos… porque Dios es Amor, y si amamos somos en Dios, él en nosotros.
1. Texto: Juan 13, 31-33a. 34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.”
2. Comentario. Primera de Juan
La primera carta de Juan (1 Jn) ha relacionado de manera muy intensa el amor mutuo (amor interhumano) con el ser de Dios, entendido como amor y de esa forma ha comentado el mandamiento del amor.
Parece que en un determinado momento la comunidad de Juan (es decir, del Discípulo Amado) había sufrido el riesgo del exclusivismo, cerrándose en un tipo de amor puramente interior, entre los miembros del grupo. Pero, más tarde, esa comunidad se ha integrado en la Gran Iglesia, ofreciendo su experiencia y exigencia de amor no sólo a los cristianos sino a todos los hombres y mujeres, entendidos desde Cristo como hermanos y amigos. Esta es la palabra clave de la comunidad de Juan, la palabra clave de la revelación y teología cristiana, 1 Jn 4, 7-21
[a. A Dios nadie le ha visto].
Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
[b. Hemos conocido y creído. Confesión cristológica].
En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él.
[b’ Dios es amor. Confesión teológica].
Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor.
[a’. Conclusión y mandamiento].
Nosotros amemos, porque él nos amó primero. Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano (1 Jn 4, 7-21).
He dividido el texto en cuatro partes, que voy a comentar.
Entre la primera (a) y la última (a’) hay una relación interna: ambas insisten en que Dios nos ha amado primero y vinculan amor a Dios y al prójimo, empleando el argumento de la visibilidad: nadie ha visto a Dios, pero su presencia se ilumina en el amor al prójimo a quien vemos. Las partes intermedias (b y b’) son de tipo más teórico/temático: una vincula el amor con Cristo, la otra con Dios.
a. A Dios nadie le ha visto (Amémonos unos a otros! (1 Jn 4,7-12).
Hemos puesto como título las palabras del final de este pasaje (“a Dios nadie le ha visto…”) donde se retoma y replantea, desde el amor, el argumento básico de Jn 1, 18: “a Dios nadie le ha visto jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, ése nos lo ha manifestado”. Aquí se refleja un tema central del Antiguo Testamento, que dice: “no te fabricarás escultura, imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos o abajo en la tierra o en los mares por debajo de la tierra” (Dt 5, 8; Ex 20, 4).
En el hueco que deja la invisibilidad de Dios emerge la Palabra: no vemos a Dios, pero le escuchamos y podemos cumplir sus mandamientos. Pues bien, dando un paso más, el mismo Antiguo Testamento sabe que no se pueden hacer imágenes de Dios, porque su imagen y presencia son hombres y mujeres: Dios creó al hombre; a su imagen y semejanza lo creó; varón y mujer los creó… (Gen 1, 26-27). No se pueden hacer imágenes de Dios porque el ser humano es imagen: sacramento de Dios sobre la tierra.
Ésta es la experiencia que está al fondo de nuestro pasaje: el Dios invisible se revela en el amor entre los hombres. Algunos judíos legalistas han tendido a identificar la presencia del Dios ausente con su Ley propia de pueblo separado. Algunos cristianos sacralistas han tendido a identificar al Dios ausente con ciertos ritos sacramentales o con posibles pertenencias eclesiales. Pues bien, nuestro pasaje identifica la presencia de Dios con el amor:
1. Conocer a Dios es amarnos (1 Jn 4, 7-8).
Recogiendo una tradición ilustrada, Feuerbach, identifica Dios y amor, pero lo hace en forma excluyente: no hay un Dios en sí, lo divino es sólo amor humano (La esencia del cristianismo). Es evidente que nuestro pasaje no polemiza contra Feuerbach, entre otras cosas porque es muy anterior. Pero, de una forma implícita, supera y refuta su postura: sabe que no existe Dios fuera del amor; pero añade que el Amor no es invento humano, sino el mismo “ser” de Dios, como origen y sentido de todo lo que existe. Por eso, el texto pide que nos amemos no para crear el amor, sino para reconocer nuestro origen, pues del amor (que es Dios) hemos nacido. Ésta es la experiencia original cristiana.
2. Revelación del amor (1 Jn 4, 9).
Feuerbach diría que nosotros revelamos (desplegamos, inventamos) el amor, al desplegar nuestro ser y realizarnos como humanos. Pues bien, sin negar la verdad parcial de esa postura, nuestro texto afirma que el amor es gracia antecedente: no lo hemos inventado nosotros; nos lo ha dado Dios por medio de su Hijo. La historia del amor nos precede y fundamenta. No venimos de un acaso, no estamos obligamos a imponer un ritmo de amor (perdón, justicia) sobre un mundo previamente informe, irracional, mezquino. Del amor nacemos. Por eso, nuestra acción de amar ha de entenderse como fidelidad a nuestro propio origen, expresión de nuestra esencia antecedente.
3. Esencia del amor (1 Jn 4, 10).
En esto consiste el amor (en toutô estin hê ágapè). El amor no es algo que hacemos a ciegas, dejando que actúe la naturaleza; ni es algo que logramos conquistar con nuestro esfuerzo como Prometeos que roban a los dioses celosos el fuego de la vida… No es tampoco una experiencia de nostalgia ante el fracaso de las cosas, ni equilibrio cósmico que acaba encerrándonos en medio de la trama de los astros. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
5º Domingo de Pascua, Amor, Ciclo C, Dios, Evangelio, Jesús, Pascua
Comentarios recientes