Todos somos Lesbos: extranjeros, desnudos…
El Papa Francisco ha ido a Lesbos, para decir que aquella isla, que antaño fue patria de amor (de allí fue Safo), se ha convertido en un inmenso basurero…
Ha ido para decir que aquella gente es su gente, y para decirnos así que todos nosotros tenemos dos patrias, la propia y la de Lesbos (todos los Lesbos del mundo….).
Jesús quiso crear un “pueblo nuevo” (el Reino de Dios), a partir de los pobre y expulsados de las aldeas de Galilea, que habían perdido sus tierras y campos, en manos de los nuevos conquistadores romanos y de otros terratenientes judíos.
Jesús era de aquel Lesbos de Galilea, donde fue (donde estuvo) para quedarse y para iniciar desde allí un camino de transformación y de acogida. Por eso, el mismo Jesús resucitado pudo decir y dice (confirmando así que aquellos de Lesbos son su pueblo…):
«Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero/emigrante y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí».
Jesús compartió el hambre de Lesbos, la sed de su gente… Fue extranjero en Lesbos, allí estuvo desnudo, enfermo, encarcelado.
Nuevos emigrantes, emigrantes antiguos
A veces, los emigrantes han sido poderosos. Han dejado su viejo lugar para triunfar y han triunfado en el nuevo donde se han establecido: son conquistadores militares, emigrantes del dinero, que se imponen por la fuerza de las armas y la supremacía cultural o comercial, esclavizando o marginando a los anteriores habitantes de la tierra. Así han hecho (y siguen haciendo) los invasores más afortunados.
Pero en la actualidad la mayoría de los emigrantes de Jesús no son conquistadores sino pobres en busca de comida: vienen huyendo del hambre, de la necesidad material y de la muerte. Salen de países de miseria (de África y Asia, de América del Sur) y buscan comida entre los miembros de la sociedad más “avanzada” (en la gran ciudad, en los países capitalistas de occidente).
Los países ricos tienden a cerrarles las puertas y controlarles. El ideal del evangelio es que no exista invasión de ricos ni exilio de pobres, sino comunicación entre todos, sabiendo que acoger a los exilados, se la raza o religión que sea, es acoger a Cristo.
‒ No sólo emigrantes, sino también desnudos! Significativamente (en la palabra de Jesús que acabamos de citar), los desnudos vienen después de los exilados, emigrantes y/o extranjeros, como signo de una enfermedad o carencia aún mayor.
‒ Los extranjeros carecen de patria o grupo que les garantice un espacio de humanidad. Son pobres porque, careciendo en general de bienes económicos, carecen también de bienes sociales, culturales, afectivos: están doblemente desposeídos y humillados, en un entorno adverso.
‒- Ellos aparecen así, en general, como desnudos (sin educación, sin cultura, sin honor…). Desnudo no es el que no tiene ropa sin más, sino el que no tiene dignidad, ni ley que le proteja, ni seguridad.
Acoger a los extranjeros
Los extranjeros de Mt 25 no son simplemente forasteros, personas de otra nación, sino también hombres y mujeres que pertenecen a otro grupo social y cultural, los expulsados de cualquier grupo humano. Pues bien, estos xenoi, ajenos a la comunidad y al grupo dominante, son presencia de Cristo, que dice era extranjero y me acogisteis.
Acoger se dice en griego synagô, recibir, reunir en un grupo, palabra de la que viene singoga, reunión o comunidad, en sentido social. Pues bien, en ese contexto, Jesús pide que acojamos en nuestro grupo (asamblea) a los extraños (xenoi), en un plano de hospitalidad humana más que simplemente espiritual. No se trata de recibir sólo en un “iglesia” entendida como grupo confesional creyente, sin más vínculos que un tipo de oración, sino en la “sinagogé” o comunidad social.
Ciertamente, los matices de acoger en la iglesia confesante (o en una sinagoga social) resultan difíciles de precisar en cada caso, pues en aquel tiempo (y hoy) ambos aspectos se encontraban estrechamente unidos. Sea como fuere, el texto supone que, de un modo individual o en grupo, los seguidores de Jesús han de estar dispuestos a recibir a los xenoi o extranjeros, no integrados en la comunidad mayoritaria.
Entendido así, tanto en un plano personal y familiar como grupal, nuestro pasaje (Mt 25, 31-46) eleva una propuesta de inmensas consecuencias para una iglesia, que no puede encerrarse como grupo/secta separada, sino que ha de abrirse a los de fuera, para ofrecerles un espacio de vida física y social, una casa, en el sentido que tenía entonces ese término.
No se trata sólo de no rechazar (de respetar, de no matar), sino recibir al xenos en la comunión vital de los creyentes, en un tiempo como aquel en que los no integrados en un grupo se hallaban amenazados de muerte social e incluso física, pues era muy difícil vivir sin grupo (patria), sin un espacio que garantice una experiencia de humanidad.
Los xenoi/extranjeros provenían de otros lugares, con otras culturas, pues habían debido abandonar su tierra, casi siempre por razones económicas, para vivir en entornos económicos, culturales y sociales extraños, en medio de un ambiente casi siempre adverso. Solían ser pobres y así carecían en general no sólo de bienes económicos, sino también personales y afectivos.
Lógicamente, ellos formaban parte de los estratos socialmente menos reconocidos (valorados) de la población, condenados al ostracismo, dentro de una sociedad de clases, donde era muy difícil cambiar de estamento social. Por eso, al decir “fui xenos y (no) me acogisteis”, el texto piensa ante todo en una iglesia o comunión creyente que ha de ser casa para los sin casa (como se dice en 1 Pedro). Ésta es, sin duda, una propuesta universal (todos los hombres y pueblos están invitados a acogerla), pero Mt 25 piensa de manera especial en los cristianos, que debían ofrecer a los extraños un espacio de vida, una casa, como sucedía al principio de la Iglesia.
Esta obra de misericordia nos sitúa ante un tema social de máxima importancia, en el que se decide el futuro de nuestra sociedad, e incluso de la vida humana, en un momento de grandes migraciones y cambios sociales. Es evidente que la iglesia no puede sustituir la responsabilidad política de la sociedad. Más aún, es posible que una emigración indiscriminada y una apertura indistinta a los extranjeros puede resultar poco eficaz, e incluso peligrosa para todos.
Pero, desde un punto de vista cristiano (conforme a esta obra de misericordia) la solución no está en cerrar fronteras sino en abrir espacios de colaboración y acogida, poniendo tierra y bienes al servicio de todos, de manera que nadie tenga que salir por fuerza y todos puedan hacerlo, si quieren, pues el mundo es hogar de comunión universal.
La patria del cristiano es el diálogo y la acogida, abierta con y por Jesús a los más necesitados. Sobre los derechos estatales, por encima de las imposiciones de tipo nacional o militar, los cristianos creemos en la palabra, esto es, en la comunicación y la acogida (sinagoga). Hogar para los sin hogar, casa para los sin casa, ha de ser la Iglesia, conforme a 1 Pedro y Mt 25.
Vestir al desnudo (Mt 25, 36)
Los extranjeros no tenían patria o grupo que les garantizara un espacio de humanidad. Los desnudos, en cambio, carecen de protección personal, son indefensos, desarmados, a merced de la violencia de los otros. En un sentido, unos y otros se identifican: son personas sin protección social (extranjeros) o personal (desnudos). Pero los desnudos están incluso más desamparados que los extranjeros, pues no carecen simplemente de ropa material, sino de “hábito” (apariencia humana) y “honra”, de manera que son desechables, como basura de un mundo que les expulsa.
El vestido definía al hombre por su situación social y oficio. De esa forma habla la Biblia de la armadura de soldado de Goliat (1 Sam 17, 4-6. 38-39), y de un modo especial de los ornamentos sagrados del Sumo Sacerdote, descritos de manera minuciosa en Ex 28, pues ellos sirven para ensalzar y sacralizar al ministro del culto.
Esas vestiduras de culto sirven para marcar una separación entre los sacerdotes y el resto de los creyentes, trazando así jerarquías en el pueblo. Pues bien, al lado de ellas, el Éxodo ha puesto de relieve el valor sagrado del vestido de los pobres, que nadie puede usurpar a perpetuidad: “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás a la puesta del sol, pues no tiene vestido para cubrir su cuerpo y para acostarse? Cuando clame a mí, yo le oiré; porque soy misericordioso (hanun)” (cf. Ex 22, 26).
Entendido así, el vestido no es objeto de culto, sino protección para el pobre, como ha puesto de relieve la tradición bíblica, afirmando que la religión verdadera (ayuno), consiste en vestir al desnudo, ayudándole a vivir en dignidad (Is 68, 7). Más importante que la armadura del soldado y los ornamentos del clero es el vestido que cubre, protege y ofrece dignidad a los pobres. En ese contexto, desnudez significa exclusión, y los desnudos aparecen así como pobres de los pobres, signo supremo del reino de Dios.
En esa línea, por una parte, Jesús critica a los que quieren distinguirse de los otros a través de un vestido ostentoso, como pueden ser ciertos escribas y fariseos… “que hacen todo para ser vistos: ensanchan sus filacterias y alargan los flecos: buscan el puesto de honor en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas” (Mt 23, 2-7). Jesús critica así la magia y poder de los vestidos, propios de aquellos que los utilizan para elevarse sobre otros. Pues bien, tras haber hecho eso, Jesús pide a sus seguidores que “vistan a los desnudos”, tributándoles así el honor que se merecen: “Venid, benditos de mi Padre, porque estuve desnudo y me vestisteis…”.
El extranjero carecía de protección social, no tenía sinagoga. El desnudo es aún más pobre, pues carece de protección personal y dignidad, pudiendo ser manipulado, en un plano sexual, laboral y social. No tiene buen vestido porque otros roban o utilizan sus vestidos, dejándole sin dignidad, como objeto mostrenco, de nadie, que todos pueden saquear.
Especialmente desnudas en ese plano están las mujeres de la trata sexual, los niños y niñas robados y prostituidos. Por eso, quien no viste al desnudo es para la Biblia un ladrón, merecedor del juicio. De esa forma ha culmina en Jesús la tradición fundamental de Israel sobre los vestidos, como sabían los Padres de la Iglesia, cuando querían que todos pudieran vestirse con dignidad, de forma que a nadie se marginara por su hábito, su forma de ser o su cultura. Imponerse sobre los demás por el vestido, con ostentación, es un es pecado. Vestir al desnudo pos solidaridad y justicia es signo supremo de salvación.
(Ideas tomadas de Pagola-Pikaza: Las obras de
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