De su blog Homoprotestantes:
El libro del Cantar de los Cantares es una joya incómoda dentro de la Biblia, su inclusión dentro del Canon generó más discusiones y enfrentamientos que el actual debate sobre la inclusión de las personas LGTBI dentro de la Iglesia. Quizás sea por eso que nos encanta, que le tenemos cariño, que lo consideramos uno de los libros “más nuestros”, más Queer, y por tanto más frescos y transgresores. “Mi amado es mío y yo soy suyo”, y por mucho que se les atragante a algunas y algunos, abrimos bien la boca para decir: “A su sombra deseada me siento y su fruto me es dulce al paladar”.
Intentos de domesticar y adecentar el Cantar ha habido siempre, quizás el más burdo e infantil lo encontramos todavía en algunas traducciones como la Reina-Valera 1995 donde a los amantes se les etiqueta como esposo y esposa. Y es que no es decente eso de que una joven Sulamita se lleve al amado a la habitaciones de su madre, y le invite a comer lo frutos exquisitos de su jardín sin antes haber pasado por el altar. El precio que tuvo que pagar el cantar para ser aceptado como un libro tan inspirado como los demás, fue el de la obligatoriedad de ser interpretado alegóricamente. Y de interpretaciones alegóricas y absurdas sobre nuestros deseos y afectos sabemos mucho las personas LGTBI. Tras relaciones que nuestro entorno etiquetaba como “amigos como hermanos”, “solteronas que comparten piso”, “compañeros de seminario” o “primas inseparables”; se escondían dulces caricias, besos que saben a miel, ropas que caían al suelo, y pasión en lugares inconfesables. Por eso el Cantar es nuestro, porque habla de nuestra experiencia, de cómo nuestros deseos tan fuertes y reales como los del resto, fueron desdibujados o directamente borrados para que pudiésemos seguir formando parte de los entornos donde nacimos.
Si los defensores del conservadurismo heteropatriarcal más recalcitrante imponen lecturas literales y homófobas de la Biblia, en el Cantar de los Cantares se rinden a los encantos de la alegoría. Una muestra más de que son unos reprimidos sexuales en toda regla, incapaces de entender el sexo y el placer como un verdadero regalo divino. Y es que el Cantar nos habla de eso, de dos personas que quieren estar juntas, que se buscan para disfrutar de todos los placeres posibles sin la necesidad de que la religión, la ley, la procreación, o la sociedad les dé su visto bueno. Dos personas libres y adultas que quieren disfrutan del sexo y del amor plenamente, y que saben, como todas aquellas personas que han decidido dejarse abrasar por el deseo, que la pasión es insaciable como el abismo y que ni las aguas más caudalosas pueden apagar el amor.
“Bésame con esos besos tuyos, son mejores que el vino tus caricias” le dice la Sulamita a su amado. Y nos encanta escucharle decir eso, porque el resto de mujeres que aparecen en la Biblia no dicen cosas así. La Sulamita es una de las nuestras, no es la mujer virtuosa que claudica a los roles de género que le imponen en su sociedad. No está al servicio de la procreación, de la generación de mano de obra para que la economía familiar prospere. No se somete al varón, ella es libre y habla con su amado tratándole de tú a tú; su amor se da entre iguales. Y si él no quiere pasar la noche entre sus pechos, quizás ella decida irse tras los rebaños de sus compañeros, porque es como una yegua en medio de los sementales que tiran del carro del Faraón.
Jamás he leído o escuchado a nadie insinuar que el Cantar fuera escrito por una mujer, la autoría masculina es la posición unánimemente aceptada. Pero cuando se habla de autoría se está pensando siempre en el redactor del Cantar, en la persona que recogió los distintos poemas procedentes de contextos, épocas y lugares distintos e intento componer con ellos una obra con cierta coherencia. ¿Hay en esos poemas anteriores rastros de voces que no encontramos en otros libros de la Biblia? ¿Hay huellas de deseos no normativos? ¿Podremos escuchar tras la Sulamita la voz de quienes no tienen voz en la Biblia?
La respuesta a todas esas preguntas entran en el campo de la teología-ficción, la misma teología-ficción con la que algunos respetables rabinos, y posteriormente teólogos, dijeron ver tras los enamorados al pueblo de Israel y a Yahvé, a la Iglesia y a Dios, a Cristo y la Iglesia, a Cristo y el alma, a Dios y María… Una lista inacabable de identificaciones que no se resentirá si le añadimos una más, una que esté basada en nuestra experiencia como personas LGTBI en busca de liberación. Porque hay veces que uno casi sin proponérselo, cree ver tras la amada la experiencia de muchas mujeres que vivieron oprimidas hace miles de años, mujeres a las que se intentó silenciar pero que supieron abrirse paso en un mundo patriarcal para decir que querían ser libres, que deseaban tener relaciones en pie de igualdad con el hombre al que amaban, y que no querían ser simples objetos a merced de los deseos y necesidades de su amo. Pero hay otras veces, en la que tras los versos del Cantar escuchamos la experiencia de mujeres que amaban a otras mujeres pero no pudieron nombrar lo que deseaban y fueron obligadas a vivir mintiendo bajo una máscara heterosexual para no levantar sospechas. Mujeres que con su manera descarada y atrevida de dirigirse a los hombres, se revelaron para decir que ellas no seguían la norma, que a pesar de todo, no se sometían completamente al poder heteropatriarcal.
Me resisto a ver tras la Sulamita sólo una proyección de los deseos de hombres heterosexuales, y es por eso que quizás ingenuamente intento encontrar también la voz de hombres que se pusieron en el lugar de las mujeres que habían amado para entender que sentían y cuales eran sus deseos. Hombres que se enamoraron de mujeres libres que les decían lo que pensaban, lo que les gustaba y lo que no, lo que les hacía gozar y lo que les aburría. Me niego a creer que tras los versos del Cantar no se almacena alguna de estas experiencias. Pero me parece evidente también, que hace miles de años los hombres que se enamoraban de otros hombres podían escribir versos como: “Ven, amor mío, corramos al campo a pasar la noche bajo los mirtos”. Y para poder expresar sentimientos como estos algunos tuvieron que pagar el precio de negar su identidad. Hombres que buscaron subterfugios para dejar constancia de lo que sentían, de la pasión que albergaban. Hombres que buscaron caminos de liberación y se preguntaron cómo era posible “despreciar a quien da por amor cuanto tiene”. Que buscaron por las noches en sus camas al amor de su vida, y por el día se hicieron pasar por hermanos para poder besarse y abrazarse sin que los culparan. Hombres que pidieron a sus amados que les pusieran como un sello sobre su corazón, y que reconocieron que su pasión era tan insaciable como el fuego divino.
Leer el Cantar de los Cantares es abrirse al deseo de liberación que muchos seres humanos tienen y han tenido a lo largo de la historia. El pueblo judío lee este libro en público durante la fiesta de Pésaj que recuerda su salida de Egipto, su liberación de la esclavitud por parte de Yahvé. Y para las personas LGTBI el libro del Cantar puede ser también un lugar de liberación que nos invita a expresar nuestros deseos libremente y dejar atrás los tabús para vivir y disfrutar con las personas que amamos. Porque aunque los guardias que patrullan nuestras iglesias y teologías no quieran decirnos donde está nuestro amado, aunque se atrevan a agredirnos por no seguir sus normas y leyes, el Cantar nos anima a levantarnos y gritar a quienes nos escuchan, que si encuentran a nuestro amado le digan: que estamos enfermos de amor.
Carlos Osma
Biblia, Espiritualidad, General
2016, Antiguo Testamento, Cantar de los Cantares, Liberación, Mujer
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