En estos días de Pascua ya estamos disfrutando y caminando de la mano de la primera comunidad cristiana. En estas pocas jornadas ya han ocurrido algunos sucesos (persecuciones, quejas, miedos,…) y vamos viendo cómo se plantean los ideales de la primera comunidad y cómo, en cambio, se traducen en la realidad.
Pero… todo empezó cuando la tierra era un caos y en el interior de las aguas una fuerza de vida aleteaba pujando por germinar. Dios, buena logopeda, creó la palabra perfecta, pronunció, nombró y comenzó la vida. En unos días fue colocando todo, llenando la existencia de orden, luz, color y… también noche, sí, y tiempo. Dios descubrió su vocación de artesana, esta vez de alfarera, así que cogió un poco de barro, materia frágil, dúctil, quebradiza y humilde, modeló una figura humana y sopló sobre ella. El ser humano comenzó a vivir. La Ruah que aleteaba en aquellas aguas confusas tenía fuerza creadora, la misma Ruah salida de la boca de Dios.
Jesús, Hijo de Dios, tenía “la misma afición” por el orden y la vida. Un anochecer se presentó en medio del caos de quienes lo habían seguido, en un lugar cerrado, trancado. Jesús, la LUZ, comenzó regalando orden y paz, después… ¡oh, maravilla de la fecundidad!, de nuevo la Ruah salida de la boca, ahora del Cristo, creó vida… y vida comunitaria.
Aquel primer aliento divino creó al ser humano.
Este segundo aliento divino crea la comunidad cristiana…
…y nos concede el presente de su confianza, deposita en la fuerza de la comunidad la capacidad de perdonar. Este regalo, inesperado, lo hemos viciado un poco y no estaría de más recuperarlo y reconocer que en nuestras comunidades reside la verdadera fuerza y el germen de la Iglesia.
Es una gran responsabilidad, cierto, y da miedo, pero fue el mismo Señor quien confió en aquella primera comunidad, frágil, dúctil, quebradiza y humilde. ¿Sería un ingenuo?, ¿un irresponsable? Si Él mismo creyó en el seno palpitante y transformador de la vida comunitaria… ¿por qué no acoger su propuesta y creérnoslo?
La vida comunitaria tiene más fuerza de lo que pensamos, y no siempre la dejamos salir. Quizás tememos que nos arrastre a opciones complicadas. Nos da miedo “mover ficha” y tener que enfrentarnos a los “siempre se ha hecho así”, a las miradas inquisitoriales (o a algo más que miradas).
Creer en el Resucitado es su invitación. Aceptar que la comunidad nace de la expresión trinitaria conlleva enfrentamientos, algunos disgustos y no pocos suspiros de libertad.
Pero, desde que el ser humano camina erguido, ha necesitado separar un pie de otro para avanzar.
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-¿Sientes tu comunidad nacida de ese soplo divino?
-¿Percibes en ella fuerza para transformarte/os?
-¿Es la comunidad el espacio donde generar preguntas?
-¿Es tu comunidad un espacio sacramental?
Espiritualidad
Comunidad, Fuerza, Iglesia
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