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Asesinadas, pero vivas para siempre. Domingo 4º de Pascua. Ciclo C

Domingo, 17 de abril de 2016

1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

4 de marzo 2016

Aden – Cuatro Religiosas Misioneras de la Caridad, la Congregación fundada por la madre Teresa de Calcuta, han sido degolladas por un comando de hombres armados que han atacado su convento esta mañana, en la ciudad yemení de Aden.

Más de 7.000 cristianos asesinados en 2015

              Ese es el cálculo de la organización de derechos humanos “Manos Abiertas”, sin tener en cuenta los perseguidos en Corea del Norte, Irak y Siria, de los que carece de datos.

              Quien lee las dos primeras lecturas de este domingo no se extraña de que ocurra así. Lo desconcertante es lo que promete el evangelio.

Insultos y expulsión (Hechos de los apóstoles 13,14. 43-52).

              La liturgia ha omitido los versículos 15-42, provocando algo absurdo. Al final del v.14 se dice Pablo y Bernabé “tomaron asiento”; e inmediatamente se añade que “muchos judíos y prosélitos se fueron con ellos”. Entonces, ¿para qué toman asiento?

              Si no hubieran mutilado el texto habría quedado claro que se sientan para tomar parte en la liturgia del sábado. Al cabo de un rato, les invitan a hablar, y Pablo hace un resumen muy rápido de la historia de Israel para terminar hablando de Jesús. Ahora se comprende que, al terminar la ceremonia, muchos judíos y prosélitos se fueran con los apóstoles. Pero, al cabo de una semana, cuando vuelven a la sinagoga, la situación va a ser muy distinta. Los judíos responden a Pablo y Bernabé con insultos. Más tarde, incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. 

              Dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Más adelante apedrearán a Pablo hasta darlo por muerto.

En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios. 

              El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones:

              – Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra”. 

              Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.

Martirio y victoria (Apocalipsis 7,9.14b-17)

              Cuando el cristianismo comenzó a difundirse por el imperio, encontró pronto la oposición de las autoridades romanas y de la gente sencilla. Veían a los cristianos como gente impía, que daba culto a un solo dios en vez de a muchos, inmoral, enemiga del emperador, al que no querían reconocer como Señor, etc. El punto final en bastantes casos fue la muerte, como ocurrió a Pedro, Pablo y a los otros durante la persecución de Nerón (lo que cuenta el historiador romano Tácito impresiona por la crueldad con que se los asesinó). Sin embargo, la lectura del Apocalipsis no se centra en sus sufrimientos sino en su victoria.

              Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y uno de los ancianos me dijo: 

              – Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugara las lágrimas de sus ojos.

“Yo les doy la vida eterna” (Juan 10,27-30)

              En comparación con las dos lecturas anteriores, que hablan de las persecuciones en sus diversas formas, con expulsión y muerte, el evangelio de hoy resulta a primera vista muy suave, casi idílico: las ovejas con su pastor, atendiendo a su llamada, siguiéndolo. Ningún loco a la vista. Sin embargo, Jesús menciona dos veces a algunos que intentan “arrebatarlas de mi mano” y de la mano de mi Padre. No tendrán éxito. Pero la amenaza está presente.

              En aquel tiempo, dijo Jesús: 

              – Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre.  Yo y el Padre somos uno.

              Cuando se leen las palabras del evangelio mirando a esas cuatro religiosas sonrientes se entiende muy bien la primera parte: ellas han escuchado la voz de Jesús, le han seguido a trabajar con las personas más marginadas. Y, por contraste, se entiende igualmente la verdad de la segunda: las han asesinado (la foto del cuarto lleno de sangre no tiene nada de idílico ni romántico), pero “no las han arrebatado de mi mano”, Jesús les ha dado la vida eterna. Es el mensaje de la Pascua encarnado en el siglo XXI: por la muerte a la vida. Que Dios nos conceda la fe necesaria para creer en su palabra.

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