Dom 3 Pascua. Ciclo C. Mañana, 8.4.16, se publica la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia (La alegría del amor), sobre el tema de la familia en la humanidad y la iglesia.
Como sabrán mis lectores, he venido acompañando los trabajos de preparación de ese documento desde hace más de dos años (con ocasión de los dos sínodos sobre la familia), dedicándole el libro que aparece en la primera imagen.
En ese contexto, sobre un tema que he estudiado en este blog en numerosas ocasiones, recibe todo su sentido el evangelio de este Segundo Domingo de Pascua, que se ocupa, de un modo sorprendente del Discípulo Amado, que convierte a Jesús en Maestro Amante, en la barca de Pedro.
Éste es, además, un tema al que he querido dedicar la parte central de mi libro sobre la misericordia (imagen 2), entendida de un modo eclesial y social, familiar y universal, en clave de amor intimista (discípulo amado) y de justicia social, en la línea de las grandes obras de “humanidad” que ha puesto de relieve Mt 25, 31-46.
Entendido así, en ese doble trasfondo, el evangelio de este domingo: Jn 21, nos sitúa ante uno de los pasajes más sorprendentes y luminosos no sólo del Evangelio, sino de la literature universal.
Lo he comentado más de cinco veces a lo largo de la historia de este blog. Hoy me animo a rehacerlo y presentarlo de nuevo, en este tiempo (en este mundo) necesitado de amor, donde palabras como Amante y Amado aparece prostituídas con frecuencia, no solo en la sociedad, sino en la misma Iglesia.
Conforme a este evangelio, Pedro ha recibido una autoridad de amor y debe ejercerla siguiendo a Jesús y cuidando a las ovejas, pero no puede imponerse sobre el Discípulo amado, ni fiscalizarle, sino que debe hacerse él también discípulo amigo del amigo Jesús.
— Contra la patología de un pastor (jerarca) que quiere tener la exclusiva y vigila a los demás, eleva nuestro texto el buen recuerdo del Pedro ya muerto, que abrió en su Iglesia un espacio para el Discípulo amado, y eleva también el buen recuerdo de aquel Discípulo amado que supo mantenerse al lado de Pedro.
— Éste es el evangelio de Jesús Amante, y de Pedro y de Juan… y de todos los cristianos, que han de subir a la barca de pascua como amigos, para echar de nuevo las redes en la noche, para echarse al agua, al encuentro de Jesús y sus amigos (de todos los seres humanos), en una playa que, un día como hoy (7.4.16), puede ser la de Lesbos, famosa en otro tiempo por un tipo de amor que se decía cultivar en aquellas tierras.
Buen fin de semana a todos.
Texto: Juan 21, 1-19. En el barco del amor
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar.” Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo.”
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Ellos contestaron: “No.” Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger.” Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”
Discípulo Amado, Maestro Amante
Hacia el año 100-110 d.C, animada por un enigmático Discípulo Amado de Jesús, una comunidad cristiana de origen judío, que había empezado a desarrollarse en Jerusalén y después (quizá tras la guerra del 67-70 d. C.) en el entorno de Siria-Transjordania o Asia Menor, se integró en la Gran Iglesia. Sus componentes trajeron consigo un evangelio (Juan, Jn) donde, junto al Discípulo amado, se recuerda a Pedro, los dos relacionados entre sí y con Jesús.
No sabemos quién era ese Discípulo. Todo nos permite suponer que el Evangelio de Juan ha mantenido su identidad (real o simbólica) en la sombra, para que todos puedan identificarse con ella, presentándole sin más como el Discípulo que se reclinó y que apoyó su rostro sobre el pecho de Jesús, en la última cena, en gesto de hondo simbolismo, que implica intimidad (cf. 13, 23), en relación don Pedro y Judas (Jn 13, 21-27). En el contexto simbólico de la última cena (Jn 13-17 tiempo de revelación de amor), éste personaje es signo de aquellos que para seguir a Jesús y comprenderle han de hacerse amigos suyos (cf. Jn 15, 15: No os llamo siervos, sino amigos, pues os he dicho todo lo que me ha dicho el Padre.
En un sentido, el relato que sigue parece indicar que ese Discípulo amado, que acompaña a Pedro es un hombre real, de cierta importancia, porque aparece como amigo (conocido) del Sumo Sacerdote (cf. Jn 18, 15-16), un tema que plantea uno de los grandes enigmas del evangelio de Juan. Probablemente, el cuarto evangelio ha querido presentar al Discípulo Amado como alguien que se encuentra cerca de la élite sacerdotal, como judío importante que se ha hecho amigo de Jesús.
Sea como fuere, este evangelio sigue diciendo que el Discípulo Amado se ha mantenido firme, para aprender la lección bajo la cruz, donde no está Pedro, en una iglesia que acoge a la Madre de Jesús, representando así la unidad del Antiguo y Nuevo Testamento, de Israel y la Iglesia (Jn 19, 26-27).
El Discípulo amado y Pedro siguen juntos tras la muerte de Jesús y, por indicación de María Magdalena, corren al sepulcro vacío, donde ven el sudario y las vendas, cuidadosamente dobladas, que bastan para que el Discípulo amado entienda y crea, a diferencia de Pedro, que ha de iniciar un camino de amor, para hacerse verdadero discípulo de Jesús, como ratifica Jn 21, donde se conserva probablemente el recuerdo de un pacto institucional entre la Iglesia del Discípulo Amado y la Gran Iglesia (representada por Pedro).
De manera muy significativa, este capítulo (Jn 21) resitúa a los dos personajes, en clave de amor.
— El relato comienza con Simón Pedro, que afirma: voy a Pescar. Sin este principio (es decir, sin la decisión misionera de Pedro) no hubiera existido esta iglesia, como indican otros testimonios del NT (Mt, Lc-Hech…). Se le juntan varios discípulos, hasta siete: Pedro, Tomás, Natanael, dos zebedeos (Santiago y Juan) y dos cuyo nombre no se cita (Jn 21, 2). Uno (¿un zebedeo, alguien desconocido?) es el Discípulo Amado. Leer más…
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3º Domingo de Pascua, Apariciones, Ciclo C, Dios, Evangelio, Jesús, Pascua
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