Compasivos como el Padre es compasivo – 3
De la web de los Grupos de Jesús:
Con ocasión del año jubilar, proponemos reflexionar durante la Cuaresma sobre la “compasión” con un artículo de José A. Pagola: “Compasivos como el Padre es compasivo”.
Jesús, profeta de la compasión
Jesús fue el primero en vivir totalmente desde la compasión de Dios, desafiando claramente el sistema de santidad y pureza que predominaba en la sociedad de su tiempo. La actividad profética de Jesús, se caracteriza por tres rasgos inconfundibles. Jesús es…
- un profeta curador dedicado a aliviar el sufrimiento de los enfermos;
- un profeta defensor de los pobres, excluidos del imperio de Roma y olvidados por la religión del templo;
- un profeta amigo de pecadores que acoge a gentes indeseables que viven al margen de la Alianza.
Son tres rasgos que han de caracterizar a quien sigue radicalmente sus pasos.
Un profeta curador
Jesús se acerca, antes que nada, a los enfermos de las aldeas. Son los que más sufren.
Su tarea siempre es la misma: alivia su dolor, acaricia la piel de los leprosos, libera a los poseídos por espíritus impuros, los rescata de la marginación en que viven y los devuelve a la convivencia.
Los evangelios señalan repetidamente que Jesús curaba «movido por la compasión». Se dice literalmente que a Jesús «le temblaban las entrañas» al ver sufrir a los enfermos.
Jesús sufre al ver la distancia que hay entre el sufrimiento de estos hombres y mujeres, enfermos y desnutridos, y la vida sana que Dios quiere para todos ellos. No los cura para probar su condición divina o la veracidad de su mensaje. Lo que le mueve a Jesús es la compasión.
Un profeta defensor de los pobres
Esta compasión mueve a Jesús también a defender a los que viven hundidos en la miseria. Los pobres que lo rodean son un grupo fácilmente reconocible. No saben lo que es comer carne ni pan de trigo. Entre ellos hay mendigos que andan de pueblo en pueblo. Hay jornaleros sin trabajo fijo y campesinos huidos de sus acreedores. Muchas son mujeres. Entre ellas, viudas que no han podido casarse de nuevo, esposas estériles repudiadas por sus maridos.
Todos estos hombres y mujeres tienen un rasgo común: viven en un estado de miseria del que ya no podrán escapar. Jesús se une a ellos como un mendigo más. Los acoge y los defiende: «Dichosos vosotros, los que no tenéis nada porque de vosotros es el reino de Dios; dichosos los que ahora pasáis hambre porque seréis saciados; dichosos los que ahora lloráis porque reiréis» (Lucas 6,20-21).
Aquella miseria que los condena al hambre, la enfermedad y el llanto no tiene su origen en Dios. El sufrimiento de estos pobres inocentes ha de ser tomado en serio. No puede ser aceptado como algo normal, pues es inaceptable para Dios. Todos han de saber que son los hijos e hijas predilectos de Dios. Nunca en ninguna parte se construirá la vida tal como la quiere Dios si no es liberando a los pobres de su miseria.
Un profeta amigo de pecadores
Pero lo que más sorprendía de Jesús no era verlo curar enfermos en sábado o defender a los últimos de aquella sociedad. Lo que más escandalizaba era ver cómo acogía amistosamente a los pecadores y cómo se sentaba a la mesa con publicanos y prostitutas: «¿Qué? ¿Es que come con publicanos y pecadores?» (Marcos 2,16); «Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de pecadores» (Mateo 11,19 y Lucas 7,34).
¿Cómo puede actuar así un hombre de Dios? Jesús no parece oír las críticas e insiste en acoger a todos. No excluye a nadie. Él conoce bien el corazón del Padre. Todos pueden contar con su amistad. Hasta los pecadores que viven lejos de Dios.
Aquellos amigos y amigas que acoge a su mesa son hijos “perdidos” que no aciertan a volver a Dios por el camino de la Ley. Pero Dios los está buscando como un pastor busca a su oveja perdida (Lucas 15,4-7). Por eso Jesús les ofrece la amistad y el perdón de Dios antes de que se conviertan. Lo hace confiando totalmente en la compasión de Dios. No merecen el perdón. No lo merece nadie. Pero Dios es así: misericordia, amor y perdón gratuito. Nadie ha realizado en esta tierra un signo más cargado de compasión y de perdón en nombre de Dios.
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