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Dom 17. 1. 16. Terapia del Vino: las Bodas de Caná

Domingo, 17 de enero de 2016

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 2 tiempo ordinario. Ciclo c. Bodas de Caná. No hay más salud ni curación que aprender a querernos: ¡Más vino hace falta! ¡Más gozo y más misericordia, como quiso Jesús, como sigue queriendo el Papa Francisco!

Ciertamente, la fiesta cananea ( Bodas de Caná) es un tiempo bueno para sentir a Dios, pero el Dios de Caná de Galilea no está sólo en la referencia religiosa externa (más misas sin pan abundante, más rezos sin solidaridad), sino en la fiesta de la vida, en el pan y el vino para todos, empezando por los pobres… pero pan con amor, comida y fiesta de bodas.

Dios está donde los hombres y mujeres se aman, se atreven a iniciar la travesía de la vida en intimidad solidaria, en bodas íntimas, pero abiertas en solidaridad universal, a todos los hombres. Allí, en las bodas de Caná, puede recordarse sin medio y sin mentira al Dios de Jesús.

image001No se trata sólo de hacer banquetes, no sino de ser banquete de comida y amor, de vino para todos y de novios que celebran su intimidad amorosa, una mesa íntima de Dios (novios), una mesa redonda como el mundo: abrir un espacio y tiempo de bodas sobre el universo de Dios, sobre el ancho suelo de la tierra, con Jesús como invitado (enseñándonos a transformar el agua en vino), con María como animadora.

Esto es ser cristianos, esto es ser ministros del Reino de Dios sobre la tierra. Así ha querido verlo el evangelio de Juan. Desde este fondo quiero comentar para los que sigan el texto de la misa de este día

Texto.

El reino de Dios se vincula desde antiguo con banquete y bodas, como ha destacado una tradición profética desarrollada por Oseas y culminada en la Biblia en el Cantar de los Cantaras. La vida es ante todo comida y amor. No basta el pan, hace falta el vino. Una vida sin amor y gozo (vino y bodas) se seca, se destruye, en la guerra infinita de la pura violencia, del hambre y la lucha de todos contra todos. El evangelio de Juan ha recreado el tema de forma simbólica y narrativa en el relato de las Bodas de Caná, uno de los textos más bellos de la historia de la humanidad:

Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltó vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer? Aún no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que él os diga. Había allí seis tinajas de piedra para agua, dispuestas para el rito de purificación de los judíos; en cada una de ellas cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad de agua estas tinajas. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora un poco y presentadlo al encargado del banquete. Y se lo presentaron. El mayordomo probó el agua cambiada en vino, sin saber de dónde le habían sacado; los sirvientes sí que lo sabían, pues habían sacado el agua. Llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone al principio el vino mejor, y cuando todos han bebido bastante, se sirve un vino inferior; pero tú has dejado el mejor vino para el final”. Éste fue el principio de las señales milagrosas que hizo Jesús. Lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, Jesús bajó a Cafarnaúm y con él su madre, sus hermanos y sus discípulos. Y permanecieron allí solamente algunos días (Jn 2, 1-12).

PRINCIPIO DEL TEXTO. PRESENTACIÓN.

Este pasaje es un relato mesiánico, que marca el sentido de todo el evangelio de Juan, el sentido de la vida cristiana como fiesta de bodas, es decir, como fiesta de familia.

1. Principio del texto

El tercer día (Jn 2, 1)

alude posiblemente al tiempo de la culminación profética o pascual, momento en que se cumplen las promesas y puede realizarse el misterio de Dios (cf. Mt 16, 21; 17, 23 par). De esa forma anuncia Jn la importancia de aquello que llega, situándolo en el contexto de la manifestación mesiánica. Ha llegado el tiempo de las bodas: que todos los hombres y mujeres puedan “casarse” en libertad, con buen vino… Si hay hambre en el mundo, si hay gente oprimida en amor… es culpa nuestra (de egoísmos, de poderes malos): Dios quiere la fiesta.

Había una boda en Caná de Galilea:

El evangelio de Juan ha situado esta escena en Caná de Galilea, una población de Galilea, que también se cita en Jn 4, 46 y que en Jn 21, 2 aparece como patria de Natanael. En el libro de Josué aparece por tres veces un lugar llamado Caná, pero no sabemos si alude a la ciudad/lugar de nuestra “narración”. Actualmente, los arqueólogos discuten sobre el lugar donde pude haber estado la ciudad en tiempo de Jesús y hay, por lo menos, dos hipótesis. La más probable es la que identifica la vieja Caná con la actual Kefr’ Kenna, a unos nueve kilómetros de Nazaret. Es un lugar querido donde humos hemos ido a ver las huellas profundas de Jesús, bebiendo del vino de sus viñas.

Es muy probable que el evangelio de Juan tenga buenas razones para vincular a Caná con este “milagro” de Jesús. Pero más que el hecho físico del lugar donde se hallaba Caná, en tiempos de Jesús, nos importa su ubicación en Galilea, cosa que sirve para conectar este pasaje con la tradición sinóptica de las comidas de Jesús y/o de la multiplicación de los panes (siempre en Galilea). Juan (que destaca más las tradiciones jerosolimitanas y judías de Jesús) nos sitúa aquí directamente en Galilea, en un lugar lleno de connotaciones sinópticas.

Por otra parte, el tema de boda y banquete es signo de la comida escatológica (cf. Is 25, 6), festín de gozo que Dios mismo quiere ofrecer a los hombres, como ha destacado la tradición sinóptica (cf. Lc 14, 15-24; Mt 11, 1-10). La meta de los hombres no es llegar a la luna, ni dominar el mundo por la fuerza, ni imponer una religión, ni que gane un imperio (USA o el capitalismo, China o los amarillos). La meta es que todos puedan casarse en amor (como ellos elijan vean); la meta es que puedan comer y beber el buen vino.

Y la madre de Jesús estaba allí.

No se dice que fuera invitada. Ella pertenece al espacio y tiempo de bodas, fundadas en el camino de promesa y búsqueda humana (Antiguo Testamento). En su función de madre mesiánica, ella no es el Mesías, pero está en las bodas, reflejando y actualizando la experiencia y esperanza israelita. Para muchos cristianos el ejemplo de esa Madre es María. Ella no está allí para poner condiciones, ni para dar consejos, ni para poner prohibiciones a los hijos…, sino para “querer que tengan vino”, que puedan casarse y ser felices. Hay una madre opresora (a veces se dice castradora), que no deja que sus hijos crezcan, se vayan, se casen… Ésta madre no es castradora, sino todo lo contrario: busca el bien de sus hijos, que puedan casarse en amor y buen vino. Por eso se lo pide al buen “hijo mesiánico”, el Servidor de las Bodas de los hombres, que es Jesús.

Y también fueron invitados Jesús y sus discípulos… (Jn 2, 2).

Ellos no se encontraban allí desde el principio, sino que han venido de fuera, para interrumpir y recrear el curso de la escena. Ellos evocan probablemente la llegada del tiempo de la iglesia. Como he dicho, Jesús (el Dios cristiano) es, ante todo, un Animador de Bodas. No viene a decir e imponer, a mandar e impedir… Viene con los suyos a ofrecer bodas al mundo, bodas buenas… Ciertamente, la Iglesia de Jesús no es una agencia matrimonial en el plan económica, ni es un mentidero de “amoríos”, como gran parte de los medios de comunicación actuales (de tipo rosa). Jesús y la iglesia son Institución de Bodas: quieren que los hombres y mujeres puedan “casarse”, celebrar sus bodas con buen vino.

Y faltando el vino (Jn 2, 3).

Sólo a la llegada de Jesús y sus discípulos se advierte la carencia. Sólo cuando llega el amor grande… se descubre la falta de amor. Llega Jesús y vemos que hay poco amor en el mundo, que la gente vive a pan y agua, a pura lucha, sin poder gozar el buen vino con la buena cama de las bodas. Ciertamente, el texto alude a una falta material de “vino”, pero es claro que el relato alude a otra carencia más profunda. No es que haya acabado sólo el poco vino; no es que sea cuestión de más o menos. Ha acabado el amor y la solidaridad. Ha acabado el vino porque algunos lo beben todo y lo acumulan y malgastan…

Ha acabado el vino (el pan y vino, el gozo de la vida) porque algunos lo emplean todo en guerras y conquistas y de esa forma convierten el mundo en lugar de opresión, de mentira, de ocultamiento y guerra. Esta simple palabra (falta vino) es la crónica de un fracaso. Hemos impedido que haya vino para todos en el mundo: unos malgastan, otros pasan hambre y mueren… Unos juegan a pequeños amoríos de pantalla, otros no pueden ni amarse, porque no tienen una casa con cama de intimidad, una comida con vino.

f. Había allí seis ánforas de piedra,

colocadas para las purificaciones de los judíos (Jn 2, 6). En plano externo, eran necesarias para que los judíos pudieran cultivar su pureza ritual bautismos)… pero eran incapaces de ofrecer a los hombres la vida y el gozo del reino. Tenemos seis ánforas de agua mala: miles de bombas atómicas (para “purificarnos” por el miedo), miles y miles de supermercados (para que coman y malgasten algunos)… Tenemos agua de imposiciones, nos falta el vino generoso de la vida, para todos, para que la alegría estalle y todo el mundo sea lugar de bodas. ¿Qué hacemos? ¿Qué revolución habrá que hacer para que pueda haber vino? ¿A quién llamamos para arreglar el tema: a los políticos de turno, con Iglesias o Rajoy en la pequeña España, o a los economistas, con Marx o a Ricardo?

2. SENTIDO DE FONDO

1. El paso del agua al vino.

Las ánforas estaban llenas de agua, lo que significa que los fieles puros podían purificarse conforme al ritual de lavatorios y abluciones… y el mundo podría fundar su marcha en la violencia y el miedo.
Eran sólo seis ánforas. Recordemos que el seis es el tiempo finito de la lucha de todos contra todos, como sabe el judaísmo antiguo y como ha destacado el Apocalipsis al presentar a la Bestia como un seis-seis-seis de muerte (cf. Ap 13, 18?). El seis-seis-seis nos deja en el miedo sin bodas… o en unas bodas de sangre, que eso es el mundo actual. Amor de sangre, es decir, amor sin amor, pura violencia, miedo de unos, muerte de otros… Pues bien, todo eso ha terminado cuando llega el día séptimo del Cristo de las bodas, que es tiempo del descanso y plenitud de Dios (Gen 2, 2-3).

Según el evangelio de Juan, los judíos tradicionales continúan manteniendo el agua, empeñados en un de rito de purificación sin fin, en una lucha que era imposible superar (cf. Jn 1, 26). Todo el Antiguo Testamento (historia israelita) es para el evangelio de Juan un camino que no llega a su final. Pero ese Israel de bodas de lucha (sin vino) es para el evangelio el mundo entero, es toda la historia de los hombres, que quieren casarse y no pueden, no les dejan…Las bodas de este mundo nunca culminan; sólo existen purificaciones rituales simbolizadas por las tinajas de agua, preparadas, al borde de la boda (Jn 2, 6); sólo existen guerras y más guerras, oposiciones y más oposiciones, sin que nunca se llegue al vino de la libertad y del amor completo.

La misma boda humana queda inmersa, de esa forma, en el rito de purificaciones incesantes. Es como si hubiera que atar la vida con cadenas, para que no estalle, como si hubiera que encerrar el gozo en fuertes represas de rito, purificando sin cesar las bodas de la vida. En ese contexto entra Jesús y la misma madre dice ¡falta vino!

2. Bodas de Jesús, vino del reino (Jn 2, 4).

Viene la buena madre Israel… la madre María, todas las madres, que quieren el vino de amor para sus hijos. Este mundo se salvará si hay madres que dicen “falta vino”. Pero volvamos al texto. Esta madre representa el camino de esperanza de la historia israelita, vive aún en la carencia, tiempos de ley, rito de purificaciones, pero conoce su falta, sabe descubrirla y ponerla ante su hijo. De esa forma supera ya el tiempo de negatividad y se adelanta, conociendo y preparando aquello que no puede resolver por sí misma.

La madre ha dicho a Jesús que falta el vino y Jesús responde con palabras de dura claridad, que provocan y sitúan a cada personaje de la escena (incluso a los lectores) en el lugar que les corresponde. La madre actúa como si Jesús fuera el responsable, esposo de la fiesta y tuviera que ofrecer el vino a los invitados; por eso, su indicación resulta, por lo menos, indiscreta. Jesús empieza marcando la separación, en palabras que pueden entenderse de dos formas: ¡Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer! Aún no ha llegado mi hora.

Él aparece vinculado a su madre, unidos ambos, pero separados ante la carencia. Aún no ha llegado mi hora significa ¡ésta no es mi boda! Es como si Jesús dijera que no ha llegado aún el tiempo de las bodas: tenemos que apretar el cinturón, tenemos que ir aún a la guerra, tenemos que hacer todavía sacrificios, muchos tendrán que morir, para que nosotros, un día, quizá hoy, hagamos fiesta… Sí, que se sacrifiquen los pobres de África o de miles de ciudades y países. Para ellos no hay vino posible, que mueran… La bodas vendrás después, cuando ganemos nosotros….

El Jesús que habla así… está retomando el argumento “oficial” de casi todo el mundo: hay que esperar, hay que esperar… no es la hora, no es la hora… que resistan a puro pan y agua. Es como si quisiera reservarse el vino y dejarlo para luego. Ésta es la voz de los “mesías normales” que nos dicen que tenemos que sacrificarnos y esperar. En este primer momento, Jesús asume ese lenguaje, toma la palabra que dice la mayoría de la gente… el buen dogma de muchos israelitas. No es todavía la hora… Pero la madre quiere que llegue la hora, quiere que lleguen las bodas y así lo dice.

3. La hora de Jesús

La hora de Jesús es el momento de la culminación mesiánica y de las bodas, tiempo de reino. Es evidente que en este contexto de bodas fracasadas (falta de vino), esa hora vendrá simbolizada por imágenes esponsales. Básicamente está en juego la función del novio/esposo, que ofrece la fiesta y tiene que dar vino de gozo a los invitados. Por eso, como hemos visto, veladamente, la insinuación de María a Jesús (¡no tienen vino!) se sitúa en un ámbito esponsal abierto al conjunto del judaísmo y, más allá del judaísmo, a toda la historia de los hombres. Jesús ofrecerá a todos los hombres, desde la tradición del judaísmo (seis tinajas, seis días de purificaciones) el vino de bodas que ya no se cuenta en tinajas y que no se emplea para las purificaciones, sino para el gozo de la vida.

Desde aquí se entiende el sentido de la acción de Jesús. El evangelio de las bodas de Caná (Jn 2, 1-11) puede y debe situarse en el trasfondo total de la historia de la salvación bíblica: que haya bodas para los hombres, que todos puedan casarse y comer, en gozo y fiesta. La tradición del Antiguo Testamento conoce dos imágenes esponsales cargadas de sentido religioso:

a. Dios bendice las bodas humanas,

el amor de hombre y mujer, no sólo en la línea poética del Cantar de los Cantares, sino en la línea del sentido básico de la creación (cf. Gen 1, 27; 2, 23-25). Dios no es varón, ni ocupa sus funciones; no es mujer, ni hace su obra. Dios no es esposo ni esposa, sino origen y sentido del amor interhumano. Por eso, allí donde se canta y celebra el gozo de los novios/esposos, en un día renovado de creación, se está proclamando la grandeza del Dios que ha bendecido y fundado las bodas del mundo.

b. Dios mismo aparece como compañero,

esposo/espsa de unas bodas de todos los hombres. Dios mismo es como fondo y sentido de las bodas del hombre y de la mujer, de todos los hombres y mujeres. Dios es bodas de amor, Dios es comida de banquete. Dios significa que los hombres puedan casarse y comer. Esto es lo que Jesús vendrá a mostrar.
Dios no es varón ni mujer, sino ambas cosas, amor de esposo/esposa, amor de dos personas… Dios mismo es banquete de fiesta, esperanza de vino para todos. De todas maneras, desde la perspectiva de aquel tiempo, ese Dios que está por encima del varón y la mujer (que los engloba a ambos) tiende a presentarse y entenderse como varón. Esta imagen, de fuerte contenido mítico (proviene de la hierogamia ambiental de cananeos y sirios, egipcios y mesopotamios), ha penetrado profundamente en la conciencia israelita, expresándose en grandes pasajes proféticos de Isaías y Jeremías, de Oseas y Ezeqiel. Ambas imágenes parecen haberse cruzado y fecundado el texto de las bodas de Caná (Jn 2, 1-11), conservando su fuerte simbolismo.

El evangelista Juan no tematiza este motivo de forma argumentativa ni expositiva, como hará en otras ocasiones (capítulos Jn 5; 6; 9) cuando al tema de un signo o milagro le sigue un largo despliegue de razones teológico/espirituales. En nuestro caso parece que basta el milagro, es decir, el signo claro, que no necesita explicaciones posteriores, pues habla por sí mismo, desde el pasado o trasfondo del Antiguo Testamento, representado por la madre de Jesús y por el contexto de bodas. Estamos al comienzo del evangelio (Jn 1 ha sido introducción), en el momento en que se indica el sentido de Jesús, en clave de actuación simbólica (cf. Jn 2, 11).

4 Jesús en las bodas. Bodas universales.

Por un lado, Jesús ha sido invitado. Todo el Antiguo Testamento, la historia de Israel y de los pueblos es invitación mesiánica, llamada dirigida al Cristo de las bodas. La acción propia de este Cristo no se vincula a la guerra, como piensan los celotas, ni al templo como juzgan los saduceos, ni a la ley como han supuesto los primeros fariseos, sino que se inscribe en contexto de bodas, en camino de esperanza gozosa de vida. Jesús no es el novio: él asiste a unas bodas del mundo, como en el Cantar de los Cantares, donde un varón y una mujer quieren unirse en gozo y Dios bendice su amor… Pero hay una diferencia.

En el Cantar de los Cantares no falta el vino:

varón y mujer sueñan y buscan, sufren y se encuentran, en amor que consigue su meta, bendecido por Dios; no necesitan testigos; ellos dos, varón y mujer celebran su boda. Por el contrario, en Caná de Galilea falta el vino: el amor no consigue su meta; este mundo es para el agua de las purificaciones, para la guerra infinita. En Caná falta al vino… y solo el Mesías de Dios puede remediar esa carencia. Esa será su tarea. El Mesías de Dios quiere que haya vino, ya, en este momento, para todos: que haya fiesta en China y en el Altiplano Andino. A Jesús no le importan las religiones concretan, sino el vino de amor y la fiesta del gozo para todos los hombres.
El simbolismo esponsal del Cantar de los Cantares es más privado (hombre y mujer, celebrando su amor). Por el contrario, el simbolismo de Caná de Galilea es más universal. Las bodas son espacio de revelación mesiánica, donde se habla de un vino para todos. Estamos en contexto de bodas ampliadas.

La escena de Caná de Galilea se amplía: ya no se centra sólo en los esposos sino en los participantes de la fiesta. Así, veladamente, sin dejar el simbolismo de Cantar (dos amantes), el texto nos abre a la visión social de los profetas, a la esperanza mesiánica, sin presentar a Jesús como un esposo particular y masculino frente a una humanidad femenina, sino como expresión de plenitud para la humanidad entera.

Ciertamente, se puede evocar la imagen de un Mesías, esposo de fiesta, en cuyas bodas los hombres no pueden ayunar (cf. Mc 2, 19-20), sino que deben celebrar con vino la fiesta de la vida. También se puede evocar la imagen esponsal de Ef 5, 22-33 donde el marido es signo de un Cristo esposo universal de las mujeres. Pero Jn 2, 2-12 deja que el novio de las bodas siga siendo un hombre de este mundo, al que dirige su pregunta final el encargado de la fiesta: «¿cómo has dejado el vino bueno para el momento final de las bodas, cuando todos deberían encontrarse ya bebidos, incapaces de distinguir el buen licor de la bebida mala?» (2, 9-10).

5. Jesús, el Cristo de las bodas.

Jesús no sustituye al esposo de las bodas de Caná, pero se introduce así en las bodas siempre defectuosas de este mundo, como signo de un Dios que ofrece el vino de la vida a todos los hombres y mujeres. No ocupa el lugar del esposo o la esposa, sino deja que ellos realicen su función de amor, como supone el Cantar de los Cantares y ratifica el Apocalipsis Isaías: «El Señor de los ejércitos prepara en este monte a todos los pueblos un banquete de manjares suculentos, un festín de vinos refinados, manjares suculentos, vinos generosos y destruirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos… Aniquilará la muerte… » (Is 27, 6-7).

Éste es el evangelio de bodas y por eso en el fondo de todo sigue estando la alegría de un varón y una mujer que se vinculan en amor y quieren que ese amor se expanda y llegue a todos, como amor hecho vino de fiesta y plenitud gozosa.

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