“La Religión, más que un Catecismo”. por Félix Jiménes, Escolapio
Christopher Hitchens en su libro “Dios no es grande. Cómo la religión envenena todo” afirma: “La religión procede del período de la prehistoria humana…cuando nadie tenía la menor idea de lo que estaba pasando. Hoy mi hijo menos educado sabe más acerca del orden natural que cualquiera de los fundadores de las religiones…y nadie está interesado en enviar a nadie al infierno”.
Pronunciar la palabra religión produce en algunos un bostezo de tiburón, mientras que otros segregan un odio mortal. Religión, tal vez seas la palabra más antipática que se pueda emitir en muchos ambientes y por esta razón la más silenciada. Religión, ni en las iglesias se te nombra.
A medida que la civilización y el progreso se hacen omnipresentes en las sociedades occidentales, el sentido del asombro, de lo sagrado, se desvanece.
De un pasado glorioso en el arte, en la arquitectura, en la literatura y hasta en la oratoria teológica hemos caído en un vacío que ahora es llenado por las imágenes y el ruido de los medios de comunicación. Todo es “sound and fury signifying nothing”. Ruido que sofoca las pequeñas y tímidas voces de lo divino.
Hoy nos contentamos con comprender el mundo, consumir los alimentos terrestres, usar y tirar los bienes que producimos. Hemos perdido el sentido de reverenciar, de asombrarnos.
La religión la hemos reducido a momentos puntuales, ocasiones especiales: nacimientos, bodas, funerales…Es el traje de fiesta, no el mono de trabajo de cada día que es mucho más precioso y necesario que el traje de fiesta.
La religión la hemos diluido en lo externo, en las grandiosas ceremonias, en los revivals que producen calambres cuasimísticos que, una vez consumidos, nada tienen que decir a la vida cotidiana y no alivian el tedio de la vida.
La religión, reducida al mínimo común denominador, se ha convertido en terminología, en catecismos, credos, códigos, dogmas…que corre el riesgo de transformarse en un elefante disecado para llenar un museo que visiten los turistas.
La religión, perdida el alma, es más un obstáculo que solución para el hombre de hoy.
La religión vivida sólo en los templos, en los que se reúnen los hombres, pero en los que Dios es el gran ausente es una abominación. Nosotros buscamos una utilidad inmediata cuando la verdadera religión apunta a la eternidad.
En la Biblia Hebrea no existe la palabra religión. La expresión yirat hashem -el asombro de Dios- o la expresión yirat shemayim -el asombro del cielo- sería un pobre equivalente de nuestra palabra religión. Tampoco existe la palabra creyente.
El hombre de hoy tiene las ventanas del alma, si aún la tiene, cerradas a la trascendencia, a la religión entendida como misterio, asombro ante lo inefable y lo santo.
Si Dios fuera una perla en el fondo del océano y el hombre fuera capaz de detectarla seguro que no se molestaría en buscarla.
La religión consiste en la pregunta de Dios al hombre: ¿Dónde estás? Genésis 2,9, en la pasión de Dios por el hombre, creado a su imagen, y buscado por Dios: “como un león me das caza”, Job 10,16.
En el principio era Dios y responder a Dios, estar abierto al misterio, a lo inefable de la existencia es un estado de mente y de corazón. Ser insensible a este misterio es el mayor obstáculo para responder a Dios, para vivir la religión.
A la pregunta de Dios nadie puede responder por nosotros, la fe confianza, no un catecismo, responde por mí.
“La humanidad perece no por falta de información sino por falta de apreciación”.
En este país la palabra religión, raquitismo intelectual, político y social, evoca una asignatura académica, religión con minúscula, religión proselitismo, religión adoctrinamiento superficial, que es lo único que la escuela puede hacer.
La religión con mayúscula, ventana que abre la mente y el corazón al asombro, al misterio de la vía y a la existencia de un horizonte más allá de todo horizonte nunca se puede convertir en asignatura.
No hay teología que pueda explicar a Dios, sólo las antenas de un corazón bien orientado puede captar su mensaje y su voz.
Todos, los premodernos, los modernos y los posmodernos, odiamos un poco eso que ahora llaman “la religión organizada” que vivimos más como esclavitud que como liberación.
El único consuelo consiste en que habrá un día en que “la religión organizada” y sus cloacas desaparecerán.
“Ven que te enseñe la novia, la esposa del Cordero. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios”. Apocalipsis 21.
P. Félix Jiménez Tutor, Escolapio
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