“Una propuesta de Año Nuevo: acabar con la resiliencia”, por Ramón Martínez
No podemos pedirles a los adolescentes que se adapten a un mundo de mierda y lo soporten, porque estaríamos dando por bueno el mismo contexto que genera las violencias que tratamos de erradicar.
Mi amiga Carla Antonelli, cuya vida puede conocerse a través del documental El viaje de Carla, suele hablar de la resiliencia como una virtud característica de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Se trata de nuestra infinita capacidad para aguantar, contra viento y marea, la adversidad que nos supone la homofobia -y bifobia y transfobia-. Y es bien cierto que para la generación de personas educadas antes de la aprobación del Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género, para quienes crecimos sin políticas públicas que protegieran nuestros derechos, esa resiliencia fue nuestra única forma de permanecer vivos. Tuvimos que hacernos fuertes frente a la intolerancia, porque nadie iba a preocuparse por nuestra supervivencia. Pero nuestro mundo ha cambiado mucho desde entonces.
Esta semana leía un artículo más o menos reciente sobre discriminación por orientación sexual e identidad de género entre adolescentes, y allí aparecía esta resiliencia como gran virtud a potenciar entre nuestros jóvenes no heterosexuales. Y sin poder quitarme de la cabeza la trágica muerte de Alan me di cuenta de que, a estas alturas, la resiliencia ha dejado de ser una virtud para convertirse en parte de una condena. Frente al acoso escolar tenemos que exigir a las instituciones que aparten a los acosadores de la vida pública. No podemos pedirles a los adolescentes que se adapten a un mundo de mierda y lo soporten, porque estaríamos dando por bueno el mismo contexto que genera las violencias que tratamos de erradicar. Si queremos construir un mundo nuevo, empecemos por denunciar los errores del actual, no aconsejando cómo ignorarlos y hacernos fuertes frente a ellos.
Hace unos meses escuché decir a un activista -por llamarlo de algún modo- de marcado neoliberalismo que el discurso de la reivindicación debería encaminarse a celebrar las “historias de éxito” de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Si bien es cierto que hay que visibilizar que las personas no heterosexuales somos capaces de tantos triunfos vitales como las personas heterosexuales, esas “historias de éxito” ofrecen una visión individualista que no hace sino obviar el trabajo reivindicativo, haciendo pasar por victoria personal el producto de un trabajo colectivo. Y creo que es aquí donde radica la cuestión de la que hablo hoy. La resiliencia, el “allá te las compongas”, no es un mensaje activista. La reivindicación no puede fundamentarse únicamente en el empoderamiento individual, dejando intacto ese contexto violento que provoca agresiones, suicidios y asesinatos; la reivindicación tiene y debe tener el objetivo último de construir un nuevo contexto libre de violencia. Y para eso no hay que trabajar sólo con lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Hay que involucrar a toda una sociedad para que denuncie de manera colectiva las injusticias de las que somos víctimas y actúe para erradicarlas.
A 2016 le pido acabar con la resiliencia. Porque esa virtud que después de tanto sufrimiento aprendimos Carla y yo, y tantos y tantas con nosotros, no la merecen los adolescentes que padecen acoso. Porque los adolescentes lesbianas, gais, bisexuales y transexuales tienen ya sus propias virtudes, y en ningún momento necesitan conseguir nada a través del sufrimiento. En lugar de enseñarles a sufrir trabajemos para evitar que sufran. Feliz Año Nuevo.
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