Dom 3.1.16. La Palabra se hizo Carne
Dom 2. Después de Navidad. Ciclo C. Según el evangelio, que se lee y canta de forma solemne este domingo, los cristianos afirmamos que Dios es de tal forma divino que se ha hecho carne (vida humana) en la vida de Jesús. Más que eso no se puede decir, ni menos tampoco si se quiere mantener el cristianismo
— Un tema conciliar. En esa línea afirmará el concilio de Nicea que Jesús es Dios (de naturaleza divina) y el de Calcedonia que es perfecto Dios y perfecto hombre (de naturaleza divina y de naturaleza humana)…
— Un tema de experiencia. En la base de esas formulaciones conciliares está la experiencia y la vida de aquellos que dicen que han encontrado a Dios en Jesús (en su vida proyecto de Reino). Éste es el principio del cristianismo, que se puede y se debe articular en tres formulaciones:
(a) Dios “es” (se hace) historia. El mismo Jesús histórico, nacido, muerto y resucitado es la Carne de Dios. Por eso, los cristianos buscamos y vemos a Dios en la “carne de todos los hombres”, es decir, en la vida compartida, en amor que es justicia, misericordia, ternura y esperanza.
(b) Dios es (se hace) comunión de “carne”, de tal forma que vemos y tocamos a Dios vemos, tocamos, ayudamos a los hombres y mujeres, en especial a los más necesitados. En esa línea, conforme al lenguaje más filosófico de los Concilios (Nicea y Calcedonia) hay que decir que toda la “naturaleza” humana es carne de Dios (revelación de su Ser).
(c) Creer es crear humanidad “de carne”. Celebrar la encarnación de Dios en Jesús significa celebrar el valor divino de lo humano y comprometerse al servicio del hombre, de todos los hombres, y en especial de los excluidos de esta sociedad imperial de consumo, que son hermanos de Jesús, carne de su carne, sangre de su sangre, para emplear un lenguaje bíblico y eucarístico.
En la reflexión de hoy, dejo en penumbra ese último aspecto (tratado con frecuencia en este blog) para centrarme de un modo especial en la encarnación de Dios en Jesús, siguiendo el texto del evangelio de Juan 1, 1-8, que comentaré y presentaré desde una perspectiva de “pre-existencia” de Dios. Dios es en nosotros “primero” (nos pre-existe) para así poderse poner a nuestro servicio.
(Imagen: Caminando con los magos hacia el oasis de Jesús). Buen domingo a todos, buen camino.
El texto básico
[Palabra] En el principio era la Palabra y la Palabra era junto a Dios, y la Palabra era Dios. Esta era en principio junto (hacia) Dios.
[Palabra Creadora] Todas las cosas fueron hechas por ella, y sin ella no se ha hecho ninguna. Lo que fue hecho era (tenía) vida en ella y la vida era la luz de los hombres (Jn 1,1-4)
[Luz] Existía la Luz verdadera, que alumbra a todo ser humano, viniendo al mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no le recibieron; a cuantos le recibieron les dio poder para hacerse hijos de Dios… (1, 9-12)
[Encarnación] Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria de Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad (1, 14)
[Revelación] A Dios nadie le ha visto jamás, el Dios unigénito, que estaba en el seno del Padre, ese nos lo ha revelado (1, 18)
He citado los versos principales del himno de Jn 1, 1-18, aquellos que destacan la mediación creadora de la Palabra y Luz de Dios. La Palabra es comunicación verbal (¿más masculina?), la Luz es apertura visual (¿más femenina?). Dios se muestra en ambas casos (por los dos caminos) como Padre, porque habla y porque alumbra, suscitando de esa forma la existencia de las cosas.
El himno culmina allí donde se dice que la Palabra/Luz se hace carne, es decir, vida humana, recibiendo así el nombre de Hijo. De esa forma se ilumina todo lo anterior y recibe un contenido cristiano: Dios se llama Padre, la Palabra/Luz su Unigénito. Después que ha dicho eso, el prólogo puede terminar, con el comentario de 1, 18:
– A Dios nadie la ha visto jamás. Esta frase puede interpretarse en un sentido israelita; han sido precisamente ellos, los judíos, los que han afirmado que nadie puede ver a Dios sin morir; ellos son los que después han añadido que el nombre de Yahvé es silencio, que no puede ni decirse; ellos son los que, conforme a 2 Cor 3-4, han querido poner un velo sobre los ojos para no profanar el misterio de Dios.
A Dios nadie le ha visto: su misterio sigue siendo inaccesible. Esta es la verdad final del más hondo judaísmo que, sin embargo, de forma admirable, siglo tras siglo, ha sabido sacar fuerzas de esa trascendencia divina, para confesar a Dios, a través de la fidelidad a la Ley y tradiciones. No creen los judíos en el Hijo de Dios que es Jesús, pero la confesión del misterio divino les ha hecho vivir en actitud de confesión intensa.
– El Dios (Hijo) Unigénito que estaba en el seno del Padre ése nos lo ha manifestado... Algunos manuscritos dicen “el Hijo Unigénito”, pero los más significativos mantienen esta lectura más difícil, llamando a Jesús Dios Unigénito (monoguenes de dios), que habita en el seno del Padre, como Luz y Palabra. Estrictamente hablando, la palabra que traducimos como seno del Padre (kolpos, pecho,seno) significa pecho y, en algún sentido, corazón. Es como si el Hijo existiera reclinado en el pecho del Padre, como el Discípulo Amado lo estuvo en el pecho de Jesús. Esa esa imagen puede llevarnos a tomar a Dios como “un seno de madre” donde habita y crece el Hijo/Dios unigénito. Esta afirmación paradójica del Dios materno, del Padre en cuyo seno (materno) ha surgido y se mantiene el Hijo, es el culmen de la confesión cristiana.
– Ése nos lo ha revelado. Habitando en el Seno del Padre, Jesús vive (ha vivido) al mismo tiempo entre los humanos, en una historia bien concreta de amor y entrega en favor de ellos. Sólo aquel que ha vivido en los pechos de Dios puede revelar su amor de Padre. Este es el secreto, este el misterio radical del evangelio, que todo el resto del libro de Jn ha querido describir.
No podemos resumir aquí el mensaje de Jn sobre el Padre, pues ese mensaje se expande en todo el evangelio, de manera que sólo leyéndolo entero podemos conocerlo. Para ello deberíamos escribir otro libro, un tratado completo sobre el amor del Padre y del Hijo según Juan. Pero con esto rompemos nuestro esquema. Baste, por tanto, lo ya dicho.
Evangelio de Juan. Una teología de la pre-existencia y de la encarnación
En principio, el cristianismo ha formulado la experiencia cristiana desde una perspectiva pascual, partiendo de la visión del Cristo crucificado y resucitado. Pero, una vez que los cristianos interpretan a Jesús como el Hijo de Dios enviado por el Padre, están ya formulando el tema de su preexistencia y lo hacen ante todo desde las perspectivas y planteamientos que les ofrece el contexto judío o, mejor dicho, judeo-helenista.
(a) Sinópticos. Significativamente, los sinópticos, a partir de Mc, han contado la historia del Jesús Mesías, pero no como encarnación de un ser divino preexistente, sino como camino de entrega y muerte del Cristo humano, que realiza su acción salvadora entregando la vida en favor del reino. Ellos contienen, sin duda, elementos que pueden situarse en línea de preexistencia (en especial desde la visión de Jesús como Sabiduría), pero los re-interpretan desde la perspectiva del misterio pascual: de muerte y resurrección. En ese aspecto, los mismos relatos de la concepción virginal y del nacimiento de Jesús por el Espíritu (Mt 1-2; Lc 1-2) intentan expresar el sentido divino del origen de Jesús (brota del amor del Padre, por medio del Espíritu), pero sin apelar a la preexistencia.
Ellos suponen que Jesús es Hijo de Dios en su vida concreta de humano en la historia de su entrega pascual, ratificada por Dios en la resurrección. En contra de eso, la visión gnóstica defiende la preexistencia de las almas humanas que han caído del plano superior de lo divino y se han mezclado en la materia mala, como chispas de luz perdidas en el mundo; para liberarlas ha descendido también del plano superior divino un salvador preexistente. Sólo porque viene desde arriba y nos enseña a superar el mundo puede liberarnos. Ese mito gnóstico, desarrollado ampliamente en el II d. C., parece destruir el valor de la historia y la independencia de los humanos. Tiempo y eternidad tienden a oponerse como entre los griegos: la preexistencia se vuelve supra-existencia, de manera que Jesús pierde su base histórica y se convierte en signo eterno de una humanidad ya sin tiempo.
(b) La Comunidad del Discípulo Amado que se expresa en el evangelio de Juan ha sentido la necesidad de presentar la divinidad de Jesús en claves de preexistencia. Quizá lo ha hecho para responder a las acusaciones exteriores (de los judíos que les dicen vuestro Jesús ha nacido en el tiempo, nuestra Ley y Verdad es eterna); pero también lo ha hecho para desarrollar algo que estaba en germen en las formulaciones anteriores (Jesús no ha empezado a ser Hijo de Dios, lo es desde el principio, en el misterio eterno, antes de haber nacido en este mundo).
Partiendo de eso, el evangelio de Juan ha desarrollado una preexistencia biográfica, es decir, una narración continua y unitaria de la vida de Jesús como vida del Hijo encarnado de Dios. Esta ha sido, a mi entender, la última gran empresa teológica y literaria del Nuevo Testamento: Jn intenta contar lo imposible, la historia temporal (concreta, humana) del Hijo eterno de Dios, sin caer por ello en el docetismo o en un tipo de espiritualismo gnóstico. Lo normal hubiera sido desvirtuar la historia, docetismo: decir que Jesús no era, sino que parecía ser humano. Lo normal hubiera sido un tipo de gnosticismo: no importa la vida de Jesús, sino la enseñanza de esa vida, pues en el fondo ella es un ejemplo, una especie de parábola de nuestra propia realidad de seres caídos del cielo que deben nuevamente ascender a lo divino.
Es indudable que Juan ha podido correr el riesgo de tomar a Jesús como alguien que no era en verdad humano, sino que lo parecía: en el fondo, su muerte no habría sido muerte humana, sino simple sino expresión de plenitud, de soberana majestad y ascenso a lo divino.
Pues bien, a pesar de esos riesgos, al contar la historia de Jesús como la vida de aquel que viene de Dios (que pre-existía en el Padre), Jn ha realizado un servicio esencial en favor de la iglesia: ha hecho posible una visión o interpretación cristiana del misterio eterno de Dios, haciendo así posible que el potencial gnóstico (=espiritual) del mensaje y vida de Jesús no se pierda y diluya fuera de la iglesia, en las diversas sectas o grupos piadosos del entorno.
En ese sentido, el evangelio de Juan (Jn) ha sido una providencia para la iglesia: de pronto, los cristianos del grupo del Discípulo Amado (y todos los que aceptan su evangelio) descubren que pueden contar la historia humana del ser divino eterno, sin caer en simples especulaciones o en puros espiritualismos separados de la vida; ellos conocen la historia de Dios, que es don de amor, la historia original en la que todas las demás reciben un sentido. Esta ha sido una providencia arriesgada, que ha dividido a los grupos de seguidores del Discípulo Amado.
Una parte de ellos han reelaborado la historia del Hijo eterno de Dios insistiendo en la humanidad de Jesús (sobre todo en 1 Jn) y siendo así recibidos por esa Gran Iglesia. Otros parecen haber destacado el carácter simbólico (no físico) de esa humanidad, pudiendo afirmar que Jesús no ha venido en la carne; se sienten ya salvados, ya resucitados, sin tener que asumir y recorrer el camino de dolor y entrega (muerte) de la vida humana; de esa forma han acabado forman parte de grupos gnósticos, que disuelven la humanidad de Jesús y destruyen el carácter social concreto de la iglesia.
Encarnación. Un tema de diálogo entre religiones.
Frente a una visón dualista, platónica o gnóstica, donde Dios permanece siempre en un nivel espiritualista, sin hacerse cuerpo, el Dos de Jesús se encarna y habita entre los hombres (cf. Jn 1, 14).
Encarnación significa presencia personal de Dios, que sigue siendo trascendente, haciéndose totalmente humano. El judaísmo sabe que Dios habla a través de los profetas, pero añade que se encuentra siempre arriba, en su propia trascendencia. Lo mismo ha proclamado Mahoma en el Corán: Dios habla desde el alto, no se vuelve palabra en forma humana, humanidad concreta. Tampoco las religiones del oriente conocen verdadera encarnación, sino avataras, manifestaciones visibles del Dios invisible, en formas simbólicas cambiantes, de tipo imaginativo, no en la carne individual de un ser humano. Sólo el cristianismo es religión de encarnación: la teofanía o manifestación de Dios se identifica con la historia concreta de Jesús, con su persona. Desde este fondo podemos distinguir tres tipos de religiones.
Las religiones cósmicas están llenas de hierofanías cósmicas (cielo y tierra, piedras y animales, árboles y fuerzas atmosféricas); pero Dios no se revela en ninguna de ellas de manera plena.
También las religiones proféticas se encuentran llenas de palabras y libros de Dios, como atestigua el Antiguo Testamento y el Corán. Pero sólo el Cristianismo confiesa que «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gál 4, 4-5), de tal forma que Jesús es hombres siendo Hijo de Dios.
Conclusión: Cristianismo, religión de encarnación.
Jesús forma parte de la historia y de la eternidad de Dios. En lenguaje de historia, afirmamos que Jesús es el Hijo de Dios que nace en el tiempo, de manera que sólo en el tiempo podemos encontrarle, no fuera del tiempo, en algún tipo de eternidad previa, sino que brota de Dios al estar naciendo (realizándose) en el mundo; por eso, su misma encarnación (humanización) ha de entenderse como surgimiento divino. Pero, en lenguaje de eternidad, debemos añadir que Jesús Hijo pertenece al misterio fundante de Dios, de manera que no hubo un tiempo en que no fuera. Ninguno de esos dos lenguajes puede tomarse por aislado, sino que los dos han de tomarse unidos, de manera que nos permitan definir a Jesús como Dios en persona, como el mismo Hijo de Dios humanizado.
Avanzando en esa línea podemos definir a Dios como aquel que es capaz de encarnarse (expresarse) totalmente en un humano (no en un ángel o animal, un vegetal o una estrella). Más aún, Dios no se encarna Dios en la humanidad general o en el proceso de la idea, como podía haber pensado Hegel; ni se expresa en la hondura supra-material del alma o del espíritu, como podían añadir los neoplatónicos y/o gnósticos, sino en un hombre bien concreto: Jesús de Galilea. Lógicamente, los diversos momentos de la existencia de Jesús (recibir el ser, asumirlo de manera personal y compartirlo con otros, entregarlo a los demás…) son elementos centrales del misterio de la encarnación. Jesús es hombre (=un humano) individual, histórico, que ha nacido de otros hombres (de María, su madre), surgiendo de la promesa israelita (por Abrahán), en el contexto general de la historia (de Adán).
Por eso, siendo un individuo concreto, Jesús lleva lleva en su suerte la suerte de todos los humanos, de manera que ha podido vincularlos en palabra y esperanza. Pues bien, naciendo de la historia anterior y fundando la que sigue, Jesús brota del misterio de Dios, que ha querido que su Hijo eterno (superior a todo lo que existe) surja y se exprese en el camino de la historia. Por eso dice Juan que en el principio era el Logos (1, 1), para añadir que se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 14).
Comentarios recientes