Natividad del Señor
Isaías 52,7-10
Verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios¡
Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es rey”! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Salmo responsorial: 97
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R.
Hebreos 1,1-6
Dios nos ha hablado por el Hijo
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado que los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”, o: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.”
Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros
En principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.”” Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]
Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy
(25 de diciembre de 1977)
Hoy llega a nosotros la noticia del nacimiento de Cristo a través de su Iglesia. Cómo María, como nos cuenta el evangelio, al irse los pastorcitos que vinieron invitados por los ángeles a adorar al Niño Jesús, María se quedó reflexionando todo esto en su corazón. Para una comunidad cristiana la Navidad no tiene sentido si no es a base de una profunda reflexión, por eso para muchos cristianos la Navidad no es más que una fiesta que se espera y que luego pasa efímera, como la pólvora que se quema, y no deja más que basura en las calles. Para el cristiano es algo más que un cohetillo, es la gran noticia que debe reflexionarse y comprometer al hombre con este episodio en que Dios se hace hombre, no en una forma transitoria, sino para siempre, y el hombre debe también reflexionar ante el Señor.
Ese Cristo en Belén lo podemos representar hoy en esta homilía con este título: Cristo manifestación de Dios, Cristo manifestación del hombre y en tercer lugar, la Iglesia manifestación de Cristo.
PROLONGAR LA ENCARNACIÓN
Por eso la Iglesia, que prolonga la encarnación, o sea el Dios hecho hombre, no puede prescindir de la historia. Desde aquel momento Dios ha asumido la humanidad y ha dejado ese encargo de seguir asumiendo hacia Dios a todos los hombres, a la Iglesia, la cual, por tanto, peregrina en la historia, va recogiendo, no puede dejar de vivir las circunstancias en las cuales ella va prolongando esa encarnación. Por eso hermanos, estas noticias en las cuales yo reflejo lo más sobresaliente de la semana, no es con el afán de hacer aquí un noticiero. Lo hace mucho mejor cualquier instrumento de comunicación social, sino que es simplemente decirles a todos mis queridos hermanos, que vivimos en esta semana, en esta hora, que esta Navidad de 1977, siendo la eterna Navidad de Cristo, se ha vivido aquí en El Salvador en estas circunstancias de las cuales no podemos prescindir.
NAVIDADES TRISTES
Así es como tienen un sentido profundo, en medio de tarjetas y telegramas de Navidad, me hayan llegado cartas que son lamentos profundos, por ejemplo de aquellas madres y esposas que “en esta celebración de Navidad que con júbilo espera todo el pueblo cristiano, nosotras expresemos no una Navidad sino el profundo dolor de un calvario al albergar en nuestro corazón esa separación insuperable de nuestros hijos y esposos”. En otra carta parecida dice: “Estamos angustiadas y tristes por el llanto de nuestros hijitos que a cada momento que se despiertan en la noche están llamando a sus padres y de ellos no nos dan ninguna razón en los cuerpos de seguridad”. Y cartas de expresión así dolorosa, pues, son muchas las que llegan. Por nuestra parte hemos tratado de hacer todo lo que está a nuestro alcance recurriendo a recursos jurídicos y estamos dispuestos siempre, pues, a ayudar el dolor de la humanidad.
También cartas que llegan de los campos donde hoy se trabaja en cortas de café, etc. para denunciar anomalías, injusticias de mandadores, de caporales, etc. contra comida mala, a horas tardías, con la discriminación de los que van con ese nuevo título de ayuda, maltrato a quienes van a veces a buscar trabajo.
TAMBIÉN LOS TRABAJADORES
Tampoco queremos olvidar, hermanos, en estas injusticias la poca promoción de algunos trabajadores y queremos decir, pues, también a ellos, un reclamo de promoción. También ellos cometen injusticias entre ellos mismos, cuando se roban unos a otros, cuando malgastan su salario y descuidan sus deberes de familia; tanto unos como otros, en esta injusticia, tengan en cuenta esta voz de la iglesia pronunciada en el Concilio Vaticano II. “La Iglesia, a la vez que reconoce que el progreso puede servir a la verdadera felicidad humana, no puede dejar de hacer oír la voz del apóstol cuando dice: ‘No queráis vivir conforme a este mundo’, es decir, conforme a aquel espíritu de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana ordenada al servicio de Dios y de los hombres”.
Si tuviéramos siempre en cuenta, en todos los trabajos, tanto los patronos como los servidores, que todo hombre trabaja para gloria de Dios y para paz de los hombres, el canto de Belén, qué hermosa sería la humanidad, el trabajo; las diferencias mismas de pobres y ricos no serían barreras de odio ni de resentimiento sino que serían cadenas que aman en la fraternidad.
NOTICIAS OPTIMISTAS
Quiero también mencionar una serie de cartas de otro estilo, muy optimistas. Yo quiero agradecerles a quienes acogieron la invitación para celebrar una Navidad con un sentido de más caridad cristiana. Así tuvimos por ejemplo el gusto, ayer, de recibir de la comunidad cristiana de San Antonio Abad una colecta para los hogares donde han desaparecido los hombres que los sostenían. De la comunidad de San Marcos, un sobre con setenta colones diciendo que han hecho una cena más frugal para dejar a beneficio de más gente necesitada. Donativos para la viuda que quedó con nueve hijos en Dulce Nombre de María, grupos de empleados que entregaron parte de su sueldo y de su aguinaldo y reflexionan que el tiempo no está para lujos y gastos, sino para ayudar al necesitado. Me llenó mucho el corazón el haber estado en un grupo de jóvenes, muchos de ellos eran protestantes, muchos católicos, pero en una fraternidad en Cristo; dijeron que querían aprender a celebrar un nuevo estilo de Navidad, en que se reflexionara en el amor inmenso de Cristo y en el compromiso que pide a los jóvenes en esta hora de la historia. Esto, hermanos, es para que nos llenemos de júbilo de que hay sentimientos muy nobles y esto ha hecho ya posible la creación de un fondo de beneficencia en nuestra Arquidiócesis para necesidades de emergencia.
OTRO REGALO NAVIDEÑO
Finalmente, también en esta semana, hemos tenido el gusto de recibir el texto íntegro del discurso que el Papa dirigió en la persona de nuestro Embajador ante la Santa Sede el saludo y el mensaje a todos los salvadoreños. Ya nuestra radio extrañó que se hayan publicado esas noticias parciales, tendenciosas, que no reflejan el pensamiento exacto del Papa; el próximo número de “ORIENTACIÓN” va a publicar el discurso íntegro y verán como yo he calificado para mí ese discurso, un verdadero regalo de Navidad a nuestra Iglesia, ya que el Papa se sitúa, hablando al gobierno y al pueblo salvadoreño, en la línea en que hemos tratado de situar nuestra predicación: El Concilio Vaticano II, la encíclica “Populorum Progressio” y todos los documentos del magisterio actual de la Iglesia.
MANIFESTACIÓN DE UNIDAD
Así, en esta semana, la Iglesia ha tenido también consuelos, alegrías como son el esfuerzo edificante de unidad cristiana entre los católicos que estaban un poco divididos, allá en San Antonio Abad, y con gusto hemos sabido que celebraron ya juntos su Navidad en el templo parroquial.
También es un testimonio de solidaridad con la unidad eclesiástica la celebración del patrón San José en Quezaltepeque. Era todo un pueblo y peregrinaciones venidas de diversas partes, que repudian aquello que por desgracia están apoyando las autoridades del pueblo, el cisma, pero la Iglesia que no necesita de templos materiales ni de personerías jurídicas, sino que vive la realidad del cuerpo místico de Cristo, en la unidad con sus verdaderos pastores, demostró en Quezaltepeque que está muy fuerte esa unidad con su verdadero párroco, el padre Roberto.
En Cojutepeque tuvimos una reunión para laicos, donde tuvimos el gusto de ver como se va promoviendo este sector, el más populoso e importante de la Iglesia, que son los seglares, ustedes los laicos.
Ese mismo día, el martes, tuvimos el gusto de felicitar en su propia oficina al grupo de locutores y trabajadores de esta emisora Y.S.A.X. Es el día del locutor y quisimos expresarles nuestro cariño, nuestro agradecimiento, así como ellos nos expresaron su solidaridad y colaboración.
También en la parroquia de Santo Tomás, celebramos el 21 fiesta del patrono, sacando del evangelio el mensaje tan oportuno para nuestros tiempos que nos da Santo Tomás, como cuando dice a los otros apóstoles miedosos de ir con Cristo a Jerusalén: “vayamos con Él y si es necesario muramos con Él.”
El movimiento ecuménico celebró esta semana una reunión para estudiar un documento de solidaridad con la Iglesia Católica; yo les agradezco, lo mismo que para preparar los ocho días de oración, que por tradición se celebran del 18 al 25 de enero, por la unidad de todos los cristianos del mundo.
La vida religiosa también ha tenido una expresión muy bella en esta semana en la Arquidiócesis. Una comunidad de religiosas Betlemitas se prepara para ir el 6 de enero a tomar posesión de un pueblo sin párroco, El Paraíso, en Chalatenango.
Y quiero alegrarme también con las comunidades de Zacamil y Cantón San Roque de Ayutuxtepeque, donde unas dos noches de esta semana celebramos las alegrías navideñas y el mensaje de Cristo Dios y hombre. Finalmente, hermanos, quiero recordarles que el 4, 5 y 6 de enero, vamos a celebrar las jornadas por la paz que quiere el Papa; analizaremos su mensaje al mundo y celebraremos así en la Arquidiócésis y en el país el precioso lema: “No a la violencia, si a la paz”. Y este no a la violencia queremos también decirlo en esta semana cuando hemos tenido las noticias de un nuevo secuestro en el señor Safie, y pedimos al Señor, pues, que cese toda violencia y que impere ese imperio de paz, de confianza, de justicia, por el cual aboga nuestra Iglesia. Y es que nuestra Iglesia, queridos hermanos, es precisamente la prolongación de Cristo encarnado en Belén.
Vivamos esta reflexión de esta mañana en estos tres puntos:
1º. CRISTO QUE NACE EN BELÉN ES LA MANIFESTACIÓN DE DIOS ANTE LOS HOMBRES
Nos ha dicho hoy San Juan en ese hermoso prólogo: “En el principio ya estaba la palabra en Dios, y por esa palabra fueron hechas todas las cosas”. Toda la creación comenzó a existir, su existencia se la dio la palabra de Dios. De modo que esa palabra de Dios, que es Dios omnipotente hablando, ya existía, y él le dio el ser a las cosas, y en las cosas creadas, Dios se revela como cuando yo me revelo hablando, yo hoy estoy reflejando mi propio pensamiento y cuando ustedes hablan, dicen la palabra que refleja su propio ser. Y Cristo decía: “de la abundancia del corazón habla la boca”. El hombre bueno habla cosas buenas, el hombre que tiene en su corazón abundancia de maldad habla solamente cosas malas. Dios, que es la bondad infinita, misterio escondido, nadie lo puede ver ni oír, habla, y dice: háganse las cosas. Se hace el sol, se hace la naturaleza y en la belleza de las cosas, en el orden, en la grandeza, en la hermosura de todo lo creado, sentimos una huella de Dios, una palabra, un eco de Dios. Por eso decía San Pablo: los Romanos que no quieren creer en Dios son imperdonables porque Dios se le descubre en la creación.
DIOS NOS HA DICHO TODO
La creación, pues, fue hecha por la Palabra, esa palabra eterna de Dios, cuando vino a hacerse hombre. Recuerdan cuando en el ángelus rezamos “El ángel del Señor anunció a María y el Verbo, la Palabra, se hizo carne y habitó entre nosotros”. Entonces la palabra de Dios ya no es una palabra que se refleja en un mundo natural, es una palabra que viene a reflejarnos su vida más íntima, viene a decirnos que en Dios hay un hijo y que ese hijo, palabra eterna de Dios, toma forma humana. Y cuando lo vimos pasar por esa tierra, San Juan escribe: “Hemos visto la gloria de Dios en Él”. Cristo es la Epifanía de Dios. Cuando en la última cena un apóstol le dice: “Señor, muéstranos al Padre”, Cristo le dice, “Felipe, tanto tiempo he estado con ustedes y no me conocen. Quien me conoce a mí, conoce al Padre”. Qué hermoso es pensar que en Cristo tenemos una revelación de la Verdad infinita, Dios nos ha dicho todo cuando nos ha dado toda su palabra. Por eso en la epístola de hoy de los hebreos, qué elocuente comienza diciéndonos: Dios que había hablado antes por los profetas, ahora nos ha hablado en su propio hijo, ya no tiene nada que decirnos, ya no son mensajeros separados como fueron los profetas, que venían a decir algún rasgo de la revelación de Dios: “esto dice el Señor”.
LA IGLESIA POSEE A CRISTO
Ahora viene el mismo Señor, su misma palabra. Ya la verdad la poseemos en toda su integridad los cristianos que aceptamos a Cristo, aun sin comprenderlo, como cuando recibimos de un sabio una palabra que no la entendemos, pero decimos: la ha dicho él y basta. Así también, como cuando un niño recibe de su papá una palabra, es la suprema autoridad y dice: lo ha dicho mi papá, mi mamá lo ha dicho, y ésta es la máxima autoridad; el amor con que se lo dice, no le quiere engañar. Cuando Cristo aparece en Belén, la humanidad puede decir: nos la ha dicho nuestro Padre, en Cristo, que es su palabra eterna; nos lo ha dicho todo. Y cuando Cristo después de tres años de educar a sus discípulos se va a despedir, les dice: “Muchas cosas os he enseñado, pero tengo muchas otras cosas más que no las podéis captar, os enviaré el espíritu de la verdad para que os vaya diciendo todas estas cosas”. Y así va la Iglesia por el mundo, ella posee a Cristo y ahí lo tiene todo, pero no lo usa todo porque no lo necesita todo de un solo golpe. A medida que van llegando las circunstancias, ese Verbo le dice a la Iglesia la palabra oportuna que hay que decir, ante los inventos modernos, ante los progresos de los hombres o ante los atropellos de la dignidad humana, ante las circunstancias difíciles de los tiempos, allí tenemos la palabra encerrada en la Iglesia y el espíritu de Dios nos lo revela: ¿qué hay que hacer? ¿qué hay que decir en esta circunstancia?.
CRISTO VIVE EN SU PUEBLO
Por eso, hermanos, yo les agradezco cuando en solidaridad con la Iglesia dicen: estamos pidiendo al Espíritu Santo que le ilumine, que diga lo que hay que decir, y cuando sentimos que en el pueblo hay un consenso, hay una alegría, hay un amor, hay una unidad, decimos nosotros: esto no puede ser otra cosa que la palabra de Dios que habla, Cristo que vive en su pueblo. Este es el gran misterio de ese Cristo que es palabra, que es vida de Dios y ha venido a hacernos su verdad, su vida, como dice el Concilio que “el misterio del Padre y del amor suyo se revela en Cristo”. Sí, en Cristo se revela el misterio del amor, cómo nos ha amado. Cuando el apóstol escribe: “De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su propio hijo”. ¿Qué padre entrega a su hijo para que quede salvo un prisionero, un esclavo? Esto lo ha hecho el Padre Eterno, nos dio a su hijo, su Palabra, su vida, y en Cristo nosotros podemos recuperar esa vida de Dios. Se perdonan los pecados porque Cristo se hizo precio de nuestra deuda y todos podemos morir con la esperanza de un cielo, porque Cristo nos ha ofrecido abrirnos esa puerta del cielo aunque seamos pecadores, con tal que nos arrepintamos, que nos convirtamos y nos volvamos a Él: “yo soy el camino la verdad y la vida”.
APRENDER DE MARÍA LA FE
Cristo, pues, es la Epifanía de Dios, la manifestación de Dios, la revelación de Dios. Cuando miramos al niño Jesús en los brazos de María, elevemos nuestra mente, necesitamos la gran virtud de la fe. María la necesitó para ver en aquel niño que alimentaba en sus propios pechos no un niño cualquiera, sino la encarnación de un Dios, y en su niño Jesús, María adoraba la verdad, la vida eterna, el Dios hecho hombre. Por eso María, la Virgen, tiene que ser el modelo de los cristianos que celebran la Navidad, si quieren de veras ahondar en el gran misterio del Dios, del Padre, del amor, de la vida, de la verdad, que se hicieron carne. Se hace carne, es como la antítesis más marcada, como lo más opuesto, Dios-la carne; Dios infinito, la carne limitada, y el Dios infinito se encierra en un hombre que pertenece a un pueblo y a una historia, y quiere continuar ese misterio como lo vamos a ver después en cada uno de nosotros.
2º. CRISTO, REVELACIÓN DEL HOMBRE
Pero antes quiero decirles mi segundo pensamiento: Cristo así como es la revelación de Dios, es la revelación del hombre. Oía cuando entrábamos a la misa que un seminarista les estaba leyendo el n. 22 del documento “Gaudium et Spes” o sea del diálogo de la Iglesia con el mundo actual, redactado por el Concilio Vaticano II. Y allí dice en ese número que el misterio del hombre ya no se puede descifrar si no es en Cristo. Cristo revela el hombre, al mismo hombre. Sin Cristo, el hombre es un absurdo. ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿de dónde vengo? ¿para dónde voy? ¿qué significa mi inteligencia, mi capacidad de amar, de ser libre? ¿qué significan todos estos bienes que Dios ha puesto bajo mis pies?. Cuando se olvida uno de Cristo, convierte todas esas capacidades humanas: inteligencia, libertad, amor, capacidad de dominar, de organizar la tierra, en un sistema de opresión, de esclavitud, de odio, de venganzas. Cuando lo mancha el pecado, este retrato de Dios que es el hombre, no hay cosa más horrible. Pero cuando en Cristo volvemos a descubrir que es hombre, comprendemos lo que nos ha dicho hoy San Pablo en la carta a los Hebreos.
EL HOMBRE SELLADO POR DIOS
Impronta. Impronta es el sello, un sello que se pone en un papel. Deja la misma figura del sello, esa figura del sello es Cristo, el sello es Dios. Él ha marcado, pues, la imagen de Dios, y cuando Dios dijo “hagamos al hombre a nuestra imagen” quiso decir “el hombre sea como nuestro sello en la creación”. Ya ese sello solamente se descubrirá cuando vuelva la impronta, el sello auténtico, el original de Dios, el Verbo en el que se refleja la esencia divina hecha hombre, es el hombre perfecto, es el hombre de las virtudes humanas, cristianas, celestiales, en el cual cada hombre tiene que reflejarse a sí mismo si quiere ser digno a su dignidad de hijo de Dios. Ya el hombre no encuentra el sentido de su vocación sino es en Cristo, Cristo dijo: “Yo he venido, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi padre que me ha enviado”. Y el hombre ya no encontrará otra razón de su felicidad y de su ser sino reflejando el canto de anoche de los ángeles: “Gloria a Dios”. Mi vida tiene que ser para la gloria de Dios, yo no tengo que buscar mis ventajas políticas, sociales, económicas, esto es muy secundario; lo que tengo que buscar es que en este ambiente en que me toca desarrollar mi vida, con estas relaciones políticas o económicas o sociales, yo tengo que buscar la gloria de Dios. Y en medio de mi pobreza y de mi miseria, de mi opresión, de mi cautiverio, no debo de olvidarme nunca que soy impronta: imagen de Dios.
Ahora comprenden, hermanos, por qué la Iglesia es tan celosa de los derechos humanos, de la dignidad humana, de la libertad humana. Por qué grita como una madre que siente que le atropellan al hijo cuando ve que le atropellan las imágenes de Dios que ella tiene que volver a su original belleza. Por esto, porque Dios le ha encomendado a la Iglesia la prolongación de esa impronta de Dios, de ese sello del Señor. Comprendemos entonces, hermanos, nuestra propia dignidad. Se leía hoy en el precioso documento del Concilio que Dios hecho Cristo trabajó con manos de hombre, pensó con pensamiento de hombre, amó con corazón de hombre y desde entonces puedo decir yo: mi corazón de hombre ya es corazón de Dios, mi mente de hombre ya puede elevarse a categoría de Dios porque ese Dios que vino a traerme la vida de Dios cuando se hizo hombre quiso enseñarme cómo debo manejar mis manos, mis pies.
CANTAR DE ESPERANZA
Hermoso el pasaje que se ha leído hoy en la primera lectura: qué bellos los pies del que va evangelizando la paz sobre las montañas que vienen anunciando la libertad de los pueblos oprimidos. Es Cristo ese mensajero misterioso que, poniendo sus pies en la tierra, anuncia a los pueblos y a los hombres que ya Jerusalén será reconstruida y sobre las ruinas del pueblo, que al oír al mensajero con los pies benditos de la paz, se llena de alegría, de esperanza, de optimismo. Este es el canto de Navidad, el mensajero que viene con pies de hombre para posarse en la tierra y enseñarnos a caminar, con manecitas de niño que van a ser manos de un Divino Maestro que un día quedarán clavados en la cruz. Con corazón de hombre que aprendió a amar, en el amor virginal de María, las experiencias humanas del hogar de la tierra; y de su padre legal, San José, la honradez en el trabajo. Hombre que aprendió entre los hombres y vivió entre hombres y quiso hacerse en todo semejante a los hombres, menos en el pecado, dice claramente la Biblia. Todo lo demás que nosotros sentimos lo sintió Cristo; cansancio, tristeza, desaliento, soledad, alegría, ilusión, amistad, todo eso que siente el corazón humano, lo ha sentido Dios en Cristo. Por eso Cristo es la revelación del hombre al mismo hombre, démosle gracias, hermanos, a nuestro Padre Celestial y a la Virgen María que quiso ser colaboradora en esta gran empresa de hacer carne, de hacer hombre, de poner instrumento humano al amor infinito de Dios.
3º. LA IGLESIA MANIFESTACIÓN DE CRISTO
Finalmente quiero decirles este tercer pensamiento, porque estas cosas tan bellas no las hubiéramos aprendido nosotros ahora, a 20 siglos de distancia de Cristo, si no existiera una institución fundada por el mismo Cristo que se llama la Iglesia. La Iglesia es la manifestación de Cristo, así como Cristo es la manifestación de Dios. La Iglesia manifiesta a Cristo a los hombres de todos los pueblos; como mi Padre me envió, así yo os envío. Hay una conexión directa, en este envío secular, histórico, de la Iglesia hasta la consumación de los siglos. Gracias a la Iglesia se presentará a los hombres de todos los tiempos la impronta de Dios en Cristo, para que los hombres descubran y vivan su verdadera grandeza, su verdadera vocación. Si no fuera por la Iglesia, este destello de la gloria de Dios en la noche de Belén se hubiera quedado muerto en aquella noche. A lo más, en aquellos años, se contaría como un recuerdo que ya pasó. Pero lo hermoso es que esta liturgia de Navidad de 1977 está haciendo presente como si ahora hubiera sido la Navidad de Cristo en Belén. Hoy ya no es sólo Belén, es San Salvador, es todos los pueblos donde están sintonizando esta radio, es todas las comunidades, todos los cantoncitos, caseríos, casitas de enfermos donde están escuchando este mensaje de la Iglesia.
NINGÚN RESENTIMIENTO
Yo tengo el inmenso honor en esta mañana de ser la voz de la Iglesia, anunciando el nacimiento de Cristo a los hombres de 1977, y decirles que por encima de todas las alegrías, mejor dicho, dándoles razón a todas las alegrías de Navidad, está eso que muchos no comprenden, la alegría que hasta los incrédulos celebran en Navidad, hasta los enemigos de la Iglesia, los que han calumniado y difamado a la Iglesia en este año, se están valiendo de la Iglesia para esta alegría de Navidad. Por eso les dije en mi saludo de Navidad que en mi corazón de pastor no hay ningún resentimiento aún para las ofensas personales, sino que nadie me puede quitar la alegría de poderles decir a mis mismos enemigos, ¡feliz Navidad! porque no es mío este mensaje, sino que es de la Iglesia que desde Cristo está trayendo felicidad, alegría, aun sin comprenderla. Pero en esta mañana yo estoy haciendo lo posible por hacerla comprender, y es que esta Iglesia, prolongación de la encarnación de Cristo, tiene una parte humana y una parte divina. Como el Niño Jesús tiene unos miembros humanos que tomó de las entrañas de una mujer, pero tiene un elemento divino que no se lo dio la Virgen, el Padre eterno envió a su Verbo, a su palabra, para que se encarnara en esas expresiones humanas que la Virgen le dio al niño Jesús.
HUMANA Y DIVINA
Y así tenemos que la Iglesia, siendo como Cristo una parte humana que le damos los hombres y otra parte divina que no la damos los hombres sino Dios, tiene que ser la conjugación maravillosa de lo imperfecto y de lo divino, como Cristo que se cansa, que sufre, que tiene las deficiencias humanas; pero como Dios no se cansa, es infinito, es perfecto, la Iglesia también, como humana no tiene por qué avergonzarse de sus deficiencias humanas y cuando la crítica amarga de nuestros enemigos quiere sacar los trapos al sol, se queda corta, y eso es poco en comparación de lo mucho pecaminoso que tenemos en la Iglesia. Hay miserias, somos tan humanos como ustedes los enemigos de la Iglesia, capaces de odiar tanto. La Iglesia también es humana, y puede caer en el pecado también del desamor; en lo humano la Iglesia siente lo que siente todo hombre, siente el desprecio, siente el deseo, siente las cosas de tentación, es humana. No lo olvidemos, que prolonga la humanidad la carne de Cristo en la historia pero en cuanto divina, la Iglesia es impecable. El Niño Jesús como Dios puede enfrentarse a todos los hombres y decirles: ¿quién de ustedes me puede echar en cara un solo pecado?. Y la Iglesia también le puede decir a todos los hombres como encarnación de lo divino, si me pueden echar en cara muchos defectos y pecados humanos, reto a todo el mundo que me eche en cara un solo pecado como institución divina. Que un día haya enseñado la mentira, el odio, la violencia, jamás; porque el amor de Dios que ella encarna es impecable, es divina, es encarnación de Cristo.
Por eso la Iglesia, hermanos, seguirá proclamando su palabra de manifestación de Cristo en la historia, y por eso el Papa acaba de decir a los salvadoreños, en la persona de nuestro embajador, el Dr. Prudencio Llach, que aboga a esa Iglesia para que se dé plena libertad al mensaje del evangelio en El Salvador y que pueda predicar su doctrina social y moral sin ninguna traba. La Iglesia no tiene por qué ser temida, es el mensaje de Cristo el que vino en la noche de Belén.
LAS TINIEBLAS DE POR MEDIO
Pero una cosa, hermanos: esta Iglesia, como Cristo, se desarrolla también en una noche de tinieblas, y así dice la lectura del Evangelio de San Juan: “Vino a este mundo y este mundo no lo conoció”. Las tinieblas no lo pudieron comprender. Qué triste pensar que esta luz, que esta vida de Dios, que este amor infinito que el Padre tiene en Cristo y que la Iglesia sigue ofreciendo a los hombres, los hombres no lo quieren comprender. No es que Dios haya hecho a unos capaces y a otros incapaces de comprender el mensaje de Cristo; el secreto está en la libertad de cada uno, el secreto está en la buena voluntad con que unos acogen y reciben, como María y los pastorcitos, al Jesús que nace en Belén; mientras que otros como Herodes, como el orgullo de Jerusalén, no se dieron cuenta que tan cerquita estaba pasando la fuente de la vida eterna. Cuando vinieron los magos del Oriente y preguntaron al rey en Jerusalén, dónde ha de nacer el rey y sus sabios no le supieron decir, pero una estrella los supo conducir a donde los pastores y los humildes encontraban al que buscaban también los sabios y los ricos cuando se hacen humildes y sencillos como los magos que venían del oriente para ofrecerles oro, incienso y mirra. Las riquezas también caben junto a la cuna del niño Jesús pero cuando son depositadas por las manos humildes de los pastores y de los magos.
REFLEXION CONCLUSIVA
Queridos hermanos, hemos reflexionado pidiéndole a la Virgen María que nos haga comprender el misterio de su niño y ella nos ha resumido a través de mi humilde palabra: Mi niño no es otra cosa, ni nada menos, que la manifestación de los hombres al hombre mismo: su dignidad, su grandeza de Dios, que llevan como imágenes de Dios. Sepan ser dignos de esa impronta que cada hombre lleva; y en tercer lugar, este niño en mis brazos, nos dice María, es la imagen bella de la Iglesia que se prolongará por los siglos llevando la vida de Dios entre deficiencias humanas, entre pobrezas de cuna de Belén. ¡Dichosos los que no se escandalizan!, dijo Jesucristo, sino que saben captar la belleza de la luz por encima de todas las bellezas de la tierra. Así sea.
Proclamemos ahora nuestro credo en ese Jesús que nace.
***
Comentarios recientes